Llegar a la adolescencia es como dejar atrás el oscurantismo medieval de la infancia, es cuando descubres que existe un titipuchal de personas como tú, sí, de esos que también las ideas domesticas de papá y mamá ya les empiezan a dar pena ajena, de esos que descubren que las costumbres familiares son tan ridículas como aburridas. Si a ello le agregamos que internet les ha vendido la idea de que su cuerpo es solamente de ellos y por lo tanto pueden hacer de él lo que les plazca, ponerse tatuajes y llenarlos de piercings –mientras usted, sacrosanto padre o madre, lo único que le queda es buscar que el lugar donde se los realizará reúna las normas de higiene–, o sea, ya no les perteneces a tus progenitores, ellos solamente tienen el deber de proporcionarte sustento económico así como los alimentos hasta que cumplas “la mayoría de edad”, ¡órale, qué bonito regalo trajeron los años, ser independiente! Sí, pero con un grillete.
A pesar de los clérigos sermones que la engorrosa sociedad adulta les advierte sobre cómo controlar ese ímpetu, ellos son felices de emular a mi exgurú de la infancia, Chabelo, katafixiando lo nuevo por lo antiguo. ¿Acaso alguien les preguntó si aceptarían esos cambios hormonales? ¡Para nada! Vinieron solitos, por lo tanto, no hay quien los detenga en su estampida a comprar lo que para nosotros, los grandes, son porquerías finamente envueltas en celofán que se exhiben en los aparadores con modelos de cuerpos tan perfectos que nunca se asemejan al de ellos, y que finalmente lo que hacen es seguir a los demás, incluso hasta a los mayores.
Pero eso no importa, lo único que cuenta es que llegando a la adolescencia ya están en edad de hacer lo que se les ocurra con la vida, dicen los adultos que todos los jóvenes tienen ganas de fiesta, pero a veces ellos tienen más deseos de romper con clichés románticos de la juventud, en donde los clasifican de rebeldes, inquietos y difíciles de comprender, pues los hacemos creer que son pecados a aquellos placeres de cualquier ser humano ordinario, pero que a ellos, por el simple hecho de estar en la llamada Edad de la Cosquilla, nuestra sociedad no se los tiene permitidos.
Les exigimos responsabilidades tanto domésticas como laborales, lo que les hace ocupar un titipuchal de empleos, sí, de esos que les piden experiencia para su desempeño sin tener un ápice de ella, pero que al darse cuenta de que son una mano de obra barata terminan dándoselos, además, ya saben que pasado un tiempo se aburrirán, pues no son capaces de generar su propia estabilidad emocional si no cuentan con la aprobación de sus congéneres. Ellos que viven en épocas en las que compramos la ilusión de vivir en un mundo innovador y revolucionarios estéticamente hablando; como cada nueva generación, quienes ya hemos llegado a los cincuenta nos preguntamos, ¿qué está pasando con la juventud actual? que, en plena pandemia los vemos compartir las bebidas y comer del mismo plato, dando la impresión de tener menos sensación de peligro que nosotros los grandes. Mas, siendo honesto todos hemos pasado por esa edad e hicimos cosas peores.
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