jueves, 21 de abril de 2016

La frontera

Una frontera bien pudiera definirse como el confín de algo o los límites. Siendo esta última acepción la que nos lleva a imaginarnos ciertas franjas que indican hasta dónde es posible llegar o acercarse al final en algunos puntos. Esas divisiones que a veces son de escasos centímetros y que a la vez separan tantas cosas, dibujos que se aprecian sencillos en los mapas, pero que nos hacen tener una infinidad de problemas, pues son capaces de generar diferencias políticas entre países.

En el mundo animal, los perros con tal de evidenciar hasta dónde abarca su territorio, lo circundan con su orina, algo así como el proceso de polinización de las abejas para lograr perpetuar su reproducción, solamente que en lugar del polen es la pipi canina y las abejas los postes o llantas de carro. El gato para fijar hasta dónde llegan sus límites, roza el peludo cuerpo y deja su esencia para que otros felinos sepan quién habita en esa casa.

Así como los países cuentan con limítrofes, los animales los imponen, los seres humanos también marcamos hasta dónde es posible que sepan quiénes somos en realidad, actitud que nos hace volvernos polifacéticos, y no hago alusión precisamente al hecho de poseer la capacidad de realizar distintas actividades que se asocian a perfiles diferentes. Más bien, me refiero a esa argucia que recurrimos para aparentar lo mejor de nosotros. Definimos incluso límites en la amistad, pues quienes nos conocen no saben en realidad quiénes somos.

Parece ridículo, pero de tan esquivos que solemos ser ante los demás con tal de que no sepan quiénes somos en realidad nos olvidamos hasta de saber nosotros mismos lo que queremos ser, es decir, somos mojados de la frontera de nuestra propia persona, pero no por ser indocumentados, sino de tanto trauma de que la vida ha sido injusta con nosotros. Pero muchas de esas injusticias son el resultado de nuestros prejuicios, que se fomentan a través de repetir fórmulas y recetas con las cuales nos mantenemos en los pensamientos y actos de los demás.

Es precisamente bajo esa motivación que aparentemente abrimos nuestras fronteras para dar unos “sabios consejos”, realizar favores, prestar dinero o hacer regalos, pero, cuando los consejos no se siguen al pie de la letra, no existe ningún agradecimiento por los favores recibido, lo prestado nunca es devuelto o lo regalado no es utilizado como deseábamos, nos ofendemos y nos cerramos herméticamente, instalando a los agentes de la patrulla fronteriza del orgullo para que impidan el ingreso de cualquier invasor.

Entonces, lo más fácil, seguro y práctico es implementar una aduana que regule, controle y fiscalice a todos aquellos que forman parte de nuestro acontecer diario, dejando de ser un tránsito social y restringiendo a quienes pudieran dañarnos o extraditando a esos que les dimos la visa y por exceso de equipaje nos agobian. Si nos escandalizamos de que los vecinos del norte intenten aislarse con un muro, uno es peor aún, es más, de tan cerrado que a veces llego a ser hasta me atrevo a pintar mi raya en el agua como dice la canción, con tal de que todos me conozcan pero no sepan quién soy en realidad.

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