jueves, 12 de diciembre de 2024

Caminante no hay camino.



No sé si sea puro alucine de mi parte, pero como que últimamente la gente no camina. En Colima la inmensa minoría de las personas andan en coche, ojo, anda en coche. No porque no quieran o les gane la hueva sino porque las banquetas tienen caries, están minadas cual campo de guerra y corres el riego de pisar heces o un charco de orina de perro, colillas de cigarro, chicles, pegar con alguno de los postes que sembraron los agricultores eléctricos, sin faltar las enormes cajas de registro que ejidatarios telefónicos ahí colocaron, no pueden faltar los promocionales de las tiendas a la mitad, entre otros obstáculos.

Por los camellones, esos pulmones que aún tenemos, ni se pueden utilizar como senderos, pues gracias a la inspiración de cierto alcalde, sembraron arboles a mitad de los camellones sin ninguna clasificación, nada más querían de esos que crecen rápido, así encontramos guamúchil, cóbano, primavera, rosa morada, mango, olivo negro, tabachín, palmas de todo tipo y parotas. Esa “brillante idea”, imagino no inspirada por ímpetus ecológicos sino por la oportunidad de incrementar la cuenta bancaria de alguna familia, se salió de control cuando algunas raíces invadieron el asfalto, haciendo topes que aminoran las altas velocidades con los que circulan los coches de la izquierda, mientras su follaje invade cables de electricidad, de Internet, la fibra óptica y de teléfono.  

Entonces cuando vea a su vecina ir a la tiendita de la esquina por los chescos en su coche, que no le cause admiración ni me la tache de floja, piense que casi no hay banquetas ni camellones por donde caminar, además, agréguele, que, si lo hace de día, tiene que soportar las canijas altas temperaturas de nuestra ciudad, y de noche es pior, pues lo más probable es que la mayoría de las lámparas de la colonia no encienden, corriendo el riesgo de darse un porrazo al no ver bien por dónde camina.

Urge que nuestras autoridades generen las condiciones para que las y los aborígenes de La Ciudad de las Palmeras nos desplacemos a Dios dar, posando la planta de los pies sobre las banquetas o camellones sin necesidad de recurrir al coche y desafiar el caótico tránsito.

jueves, 5 de diciembre de 2024

Más allá del miedo: La ética y el uso de la IA en las aulas.



Con el arribo de la inteligencia artificial a nuestra vida, la escuela en lugar de enseñar al estudiantado su uso como otra herramienta académica, así como las múltiples formas de darle una utilidad ética para elaborar actividades, simplemente se atemorizaron con la palabra “inteligencia”, pero no lo es, es tan solo el nombre con que así un tal Sam Altman la bautizó. Considero que es más inteligente quien le da un uso para mejorar su estancia en las aulas, quien sabe que esos trabajos que le hace presentan muchas de las veces citas ficticias de libros a veces inexistentes, datos erróneos y un sinfín de errores similares.

Dice el gran filósofo del siglo XX, Fernando Savater, “que no teme la inteligencia artificial, sino a lo que hay detrás, la estupidez natural del hombre, que es quien la va a controlar”, quien firma lo que escribe la agregaría la crónica flojera por cualquier cosa que padece la humanidad, basta recordar que cuando las máquinas empezaron a realizar la fuerza laboral, nosotros dejamos de ejercerla, con la invención de la calculadora, nos olvidamos de dividir de tres cifras y de obtener la raíz cuadrada, menos de la cúbica, con la IA, que toma decisiones, ¿dejaremos de tomar decisiones?

Existe un adagio bíblico que versa así: por la pereza se hunde el techo; por el ocio gotea la casa (Eclesiastés 10:18-20), siendo el ocio uno de los riesgos que permea el uso de la IA; en el erróneo afán porque esta herramienta nos libere de tareas repetitivas y rutinarias, hemos caído en el efecto negativo de solicitarle la realización de cosas que forman parte de la actual cultura del ocio, si, ahora tenemos quienes enriquecen su vocabulario con memes, expresan emociones y textos con stickers. Actualmente no se educa a nadie para que aprenda a dar un buen uso a su tiempo libre, está bien que conozca e interactúe con las nuevas tendencias tecnológicas, pero que alguien le explique los límites de su uso, para evitar que sucumba y se haga esclavo de ellas.

A partir de lo anterior, en lugar de caer en absurdos intentos por controlar o regular a la IA, sería mejor enseñar a potenciarla con sentido ético, sin olvidar otra magistral idea de Fernando Savater: “Más que la inteligencia artificial me preocupa la estupidez natural, que creo que es una amenaza mucho más seria”.

jueves, 28 de noviembre de 2024

De los veinte-chidos a los cincuenta-y-chales.



El presente es la madre de lo insólito de cada una de nuestras vidas, no hay futuro sin nostalgia de añorar lo que tal vez nunca suceda, y el pasado es una postura humana de resistencia, muy de acá pa´ca, así, muy ñeril, clasista criollo, fincado en su chulería, como queriendo reivindicar nuestra lamentable necesidad de resistirnos a dejar pasar el tiempo, es por eso por lo que a partir de que llegue a los 50 años, por puro feísmo e hibrido orgullo, cuando me preguntan la edad que tengo, dejo colgado los complejos en el perchero freudiano, y digo los años que cumplo.

Hoy, desde hace 72 horas que tengo 56 años, experimento pocos cambios comparados con los últimos 3 años, sigo padeciendo las mismas enfermedades crónico degenerativas, según el médico familiar del IMSS, estoy entre la línea divisoria que va del diabético simple y al compulsivo, ya me acostumbré a la comida con poca sal y a los postres, así como las aguas frescas con edulcorante natural, ¡ya sé que están bien pinches empalagosos! Por eso aún no le agarro el gusto, pero hay la llevo. Móndrigo diabetes, le tengo más miedo que a los gobernantes y la delincuencia que controla al país.

Me encabronan los quejumbrosos por vicio, que nomás porque sí, se quejan de tocho morocho, quien firma lo que escribe, si es quejumbres, pero buscó justificarlas, de entrada, por el clima y los zancudos no me quejo, pero de que el camión urbano va hasta la madre y el servicio es cada vez pior, ahí sí, ¡no que ahora con el incremento a la cuota iban a aumentar las rutas y mejorarlas! Naaaaa, puro atole con el dedo.

No me quejo del paso del tiempo, estoy consciente que, como cualquier humano, los años dejan factura, el cuerpo como cualquier cosa se desgasta, obligando a colocar fecha de caducidad a los hábitos que contribuyeron al estropicio físico, tampoco me inquita experimentar los surcos trazados por mi viejo tic tac, atrás quedaron los 2 dedos de frente, hoy tengo la mano completa, pero eso no me acompleja, además, el poco pelo que me queda está completamente canoso, y pintarlo no va con mis principios melindres, digo uno ya no es colágeno, sino Ensure. En fin, ¡adiós a los veinte-chidos, bienvenidos los cincuenta-y-chales!

jueves, 21 de noviembre de 2024

Fast Car.



Era el día que iniciaba esa copia estadounidense de marketing que acá conocemos como “El Buen Fin”, los coches se detenían en los semáforos, algunos llevaban en el asiento de atrás las enormes pantallas que con mil y una dificultades lograron hacer que cupieran, otros en el asiento del copiloto portaban las cajas con los carísimos perfumes y tenis de marca popof, los refractarios de lujo para la señora que ni sabe cocinar, pero que quiere que su cocina luzca como las que ve en Master Chef, además, es una ganga, 18 meses sin intereses.

De pronto, mientras el rojo permanece en todo su esplendor, un ejército de vendedores ambulantes se arrejunta a los coches y camionetas a ofrecer los patitos que se prende en el cabello, peluches de todo tipo, un Elmo que se puede manipular como marioneta, las mandarinas y aguacates, al igual lo hace, el centroamericano que con su cartulina sin importar las faltas de ortografía, te informa que tiene hambre y su familia que le aguarda en el camellón también, hay actos de acrobacia mejores que los del Cirque du Soleil, un audaz limpiaparabrisas con tal de alcanzar el centro del vidrio frontal, se arroja al cofre del Lotus, mientras los conductores y sus compañeros suben el cristal de sus vehículos, otros fingen no verlos, y los peores experimentan cierta repugnancia por su presencia.

Tal imagen, trajo a mi memoria miope la letra de Fast Car, esa canción que en 1988 escribió Tracy Chapman, incluida en su álbum homónimo con el que debutará. A ritmo de balada, la canción trata sobre las dificultades que las mujeres afroamericanas en la década de los ochentas vivían, desprotegidas y sin encontrar un empleo digno, es por eso por lo que la letra dice: You got a fast car. I want a ticket to anywhere, maybe we make a deal, maybe together we can get somewhere, any place is better (Tienes un auto rápido. Quiero un boleto para cualquier lugar, tal vez podamos hacer un trato, quizás juntos podamos llegar a algún lado, cualquier lugar es mejor).

Así esa gente, con ilusión, mira a los coches que siempre llevan prisa detenerse unos cuantos segundos gracias al rojo del semáforo, con la esperanza de vender algo para contribuir con la comida de casa, pero de lo mal que se sienten los chóferes al verlos, prefieren mantenerlos en el anonimato de sus vidas y hacer como si en realidad no existieran, mientras los vendedores continúan rifándosela, soportando las inclemencias del Astro Rey sin ningún bronceador con descuento ni una purificada agua embotellada comprada en “El Buen Fin”.

jueves, 14 de noviembre de 2024

Aventuras Urbanas.



Quienes habitamos esta ruidosa ciudad, con sus baches que ya son cráteres, banquetas molachas, gente que a diario te encuentras pa´ ir a la chamba pero que ni sabes quiénes son, estamos conscientes que al salir de casa, ya sea para caminar, rodar la bicla o subirte a sus camiones enfermos de laringitis aguda, es toda una aventura, aquí, además del tráfico kamikaze, transitamos la experiencia extrema de evitar que te arrolle algún pendejo detrás del volante al echarse de reversa sin precaución de alguna tienda de conveniencia, pisar la caca de la mascota del vecino que se hace de la vista gorda cuando le abre la puerta de su casa con tal de que no se haga en el sofá.

Si eres de los de a coche, en las horas pico recorres 2 horas de una distancia que normalmente se lleva 20 minutos, hay más gente que bichitos en un hormiguero en cualquier supermercado, y si pones atención, no todos van de compras, las paupérrimas plazas con las que contamos se atascan de personas que igual, ni compran lo que ahí venden, pues en su mayoría van a refrescarse con el aire acondicionado; curiosamente, la muchachada se sienten de primer mundo tomando un frío o caliente café en esas cadenas multinacionales estadounidense de cafeterías que hay por acá, y que en tierra de gringos -según mis primos de Oklahoma- su clientela frecuente son indigentes y limosneros.

Para este tipo de aventuras, que en la speedica ciudad uno vive al salir el Astro Rey, pero que el viejo tic, tac, ya nos anticipó lo que a diario nos depara la hermosa rutina, póngase sus tenis, échese desodorante en la bisagra pa´ que no le chille la rata, un guen perjumito de esos que despiertan la libido salvaje y no olvide que el dominguito de asueto lo espera lo más cercano a una excursión, La Cumbre con sus 770 metros de altura y su pastito sintético, así como algunos sentimientos humanos.

jueves, 7 de noviembre de 2024

El Burladero.



En esta semana durante la instalación de la Comisión de Educación de la Cámara de los Diputados, correspondiente a la LXVI Legislatura, el actual Secretario de Educación Pública, Mario Delgado Carrillo, anunció una nueva reforma en educación media superior, su objetivo es evitar la brecha entre el número de egresados de secundaria y los jóvenes que ingresan al bachillerato, lo que significa ampliar el número de espacios para que más jóvenes o que, más bien, que ningún joven que quiera seguir estudiando el nivel medio superior, se quede sin lugar.

Abnegado docente, de seguro ya se está frotando las manos, imaginado la oportunidad que se avecina con la ampliación de grupos, incremento de horas y de salario, pero, amigo, quienes ejercemos la docencia somos El Burladero -me refiero al de las extintas corridas de toros- de la intelectualidad de escritorio, no olvide que toda reforma educativa, es un arrendamiento académico, que nos mueve con el sueño guajiro de que esa nueva rentabilidad nos va a mejorar.

Continuamos impartiendo clases en un estilo que tuvo su origen desde el Medievo, donde la gobernanza sigue siendo un reloj, y si a ello le agrega que en la actualidad estamos educando a las nuevas generaciones como quien espera la llegada del Titanic, esas generaciones que ahora nacen sabiendo que la derrota es más importante que la victoria. En un momento de salud educativa, no hemos superado la pandemia de las redes sociales, continuamos constipados de querer convertirlas en herramientas académicas cuando su finalidad no es esa, y así, nos sentimos bien pinches modernos haciendo grupos de WhatsApp y Facebook, que ni siquiera agilizan la comunicación, al contrario, a veces se vuelve “El Teléfono descompuesto”.

La función docente que conocemos ha sido la misma de aquellas sociedades del siglo XIX, nada más con algunos remiendos, pues continuamos coartando la iniciativa y creatividad estudiantil dándoles listas de cotejos y rúbricas, como recetarios de cocina, que simplemente automatizan un tema del programa en un lamentable vínculo de un proyecto académico. Ahora, nos ponemos culecos cuando participamos en la elaboración de un plan de estudios, más, cuando eres profesor e impartes clases en un plan de estudios que colaboraste en su elaboración y tus colegas sobresalen con sus asignaturas menos tú, lo más saludable es no hacer alarde de algo que realmente no hiciste para tu perfil, si no para otros.

Las reformas educativas son como jugar ajedrez, en donde las dieciséis piezas: un rey, una dama, dos alfiles, dos caballos, dos torres y ocho peones, son quienes integran la escuela, y no olvides que reformas educativas vienen y van, mientras los docentes nos quedaremos haciéndole al Burladero.

jueves, 31 de octubre de 2024

¿A qué vine?



Un colega de la chamba me lanzó una pregunta curiosa: “¿Por qué nunca asistes a esos foros nacionales de educación?”. Y ahí estaba yo, buscando una respuesta honesta mientras recordaba mi última aventura en autobús. ¡Vaya experiencia!

Imagina estar atrapado durante más de 6 horas, sentado como sardina en lata, rodeado de compañeros que parecen haber olvidado la importancia del chicle de menta. A veces me pregunto si el autobús tiene un acuerdo secreto con el mal aliento. Y no hablemos del chófer, cuya selección musical podría hacer llorar a cualquier amante de la buena música.

Y luego está el hospedaje… ¡Ay, la vida de huésped! En lugar de un hotel elegante, me encuentro en lugares donde las parejas intercambian más que solo miradas. Si, el destino se presenta como cobrador de tienda departamental, es probable que encuentres habitación, pero… compartida. La idea de compartir cuarto con alguien que parece haber corrido una maratón antes de dormir no es precisamente mi idea de descanso.

Al llegar al evento, la inscripción es como un juego de escondite: “¿Dónde está mi nombre?” Y cuando finalmente lo encuentro, me doy cuenta de que ya hubo una reforma educativa, por lo tanto, el material que voy a presentar, pos… está desactualizado. Pero lo peor es exteriorizar mi ponencia frente a tres personas que parecen estar más interesados en sus teléfonos que en lo que digo, y es cuando me preguntó: “¿A qué tiznados vine?”.