Si hay algo en esta vida que no falla, es la habilidad que tenemos para complicarnos la existencia con conspiraciones que sólo existen en nuestra imaginación… o eso creemos. Pero ojo, no hablo de cosas serias, no, hablo de esas silenciosas, esas pequeñas maquinaciones que pasan cada día y que, sin darnos cuenta, nos hacen cómplices de un complot universal que desafía la paz en el hogar, la oficina y hasta en los lugares menos pensados.
Primero, la oficina. ¿Quién no ha vivido ese momento en que las y los colegas parecen tener un sindicato secreto con la administración? Que, si el jefe pide que se cumpla un horario, que, si “la cafetera no funciona”, pero todos saben que el café está guardado en lo más recóndito de la oficina, pa´l que no coopera no le llegue, escondido como si fuera el oro del rey Salomón. Y mientras tanto, los Godínez lanzan miraditas de “ya te llegó la hora”, sin decir palabra, porque en realidad todos estamos ahí, conspirando para hacer la jornada un poco más amena.
Luego, los hermanos. Ah, esos seres maravillosos que, pese a la sangre, tienen un doctorado en sabotaje. ¿Una camiseta desaparecida justo el día que los amigos vienen a casa? ¿Un secreto confesado con voz bajita que luego se convierte en motivo de chiste durante toda la reunión familiar? Eso no es casualidad, amigos, eso es obra del gremio fraternal de la silenciosa complicidad.
Y en casa, ¡ay! La eterna guerra fría entre suegra y esposa. Un complot sin estridencias que se mueve a la sombra, con sonrisas que enmascaran estrategias dignas de una novela de espionaje. Regaños disfrazados de consejos, invitaciones que parecen ofrecimientos, pero esconden trampas sutiles… Todo para mantener en jaque al pobre y confundido esposo que, claro, observa desde su trinchera sin entender muy bien qué le ha tocado en suerte.
Al final, lo que tenemos es una especie de pacto tácito. Un acuerdo colectivo que nos mantiene unidos por el hilo invisible de la complicidad silenciosa, donde todos somos tanto cómplices como víctimas de un juego que sólo termina cuando alguien se atreve a romper la cadena… o se cansa y decide reírse con todo este sainete.
Por eso digo, y esto no es mío sino del gran maestro de la confusión nacional, que, a todo este complot, a toda esta conspiración cotidiana… ¡les preparamos unos tamales de cúrcuma, con atole de pasiflora y santas pascuas!
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