Y en un México -como escribiera Fernando Rivera Calderón, Monocordio para la raza twittera-, cuya educación sentimental ha sido marcada desde “la vida no vale nada” al “yo no nací para amar” de José Alfredo y Juanga… chin, se me olvido otra vez, ese teacher del romanticismo, nuestro poeta maya, Armando Manzanero, que con sus tardes lluviosas ha logrado que varios dejen de acudir a terapia de pareja con su pediatra. Entonces, lo más probable que la renuncia a intercambiar fluidos por prescripción religiosa, se lo pasen por el arco del triunfo y de aquello de lo que hablaron lo hagan nada más por antojo.
En fin, ya han pasado las noches largas del 24 de diciembre y 1 de enero, en las cuales se las pasó buscando la felicidad en el fondo del vaso jaibolero, echando sus mejores berridos en el karaoke, alucinando que su voz se escuchaba igualitito que la de Luismi cantando “La Incondicional”, que por cierto, la fuente de inspiración de esta canción para su autor Juan Carlos Calderón, fue una muñeca inflable; si se me agüitó porque en la mesa había un lugar vacío, no sufra ni se achicopale, nomas acuérdese que ese ausente ahora está sentado en una mesa de mantel blanco y acompañado del mero patrón allá arriba.
Como diría mi abuela, “con el fin de las fiestas decembrinas, la partida de la Rosca de Reyes, hay que guardar un poco de ese jubilo, pues marca el inicio de una de las temporadas más complicadas de cada año nuevo: la mentada y, para algunos, aterradora Cuesta de Enero”, y ahí sí va a decir: ¡Qué noche la de aquel año!
No hay comentarios:
Publicar un comentario