Ese día, mientras el estudiantado silenciosamente se dedicaba a responder las preguntas del examen, acomodados en sus sillas, en el interior de un aula o salón, que, por cierto, tal sinergia tiene su origen en el oscurantismo medieval en aquellos establecimientos eclesiásticos -aún no cambiaban la ética por la estética-, en donde al igual que hoy, se respiraba un ambiente relajado, paz que repentinamente se quebrantó con el primer sustentante que a los 20 minutos me lo entregaba, generando con ello la angustia de los demás.
Poco a poco el aula se fue desalojando, la chamacada atrás dejaba el mobiliario, los enormes carteles, esos que inocentemente muchos siguen creyendo que alguien los leerá o lo más patético, que así se concientiza a la población; mientras acomodo cada examen para entregárselos al profesor de la asignatura evaluada, me llena de satisfacción de que aún en esta escuela, la tercera evaluación parcial no la han convertido en periodo de evaluación ordinaria, y así no experimento nostalgia por el alumnado, pero no me hagan caso, estoy en plena senectud en éxtasis.
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