Miércoles 5 de mayo de 2021, aún conservábamos las mañanitas frescas de los frentes fríos, eran ya los últimos, luego vendrían los pinches calorones típicos de este mes, el agua de la regadera alivia lo modorro del cerebro, en la mesa me espera una rebanada de picón que voy a saborear con un chocomil caliente -imaginando que se trata de chocolate-, la ropa que me voy a poner esta desde ayer haciendo antesala en las sillas del mueble. 7:40 a.m., se escucha el claxon del taxi de mi cuate Pepe Palomino.
La Avenida San Fernando con su clásico tráfico kamikaze provoca que dejemos de escuchar la rola de Sin Tu Latido, sí, la de Luis Eduardo Aute, pero en la voz de Joel Elizalde y su banda, es cuando uno llega a considerar a la ciudad como una bella catástrofe, pues gracias a tanto ruido dejé de oír tal sacrilegio; al subir por la calle del Estudiante una enorme fila de coches invade las dos aceras, cuando pongo las suelas de mis zapatos sobre el asfalto de la avenida Universidad, mis ojos distinguen una enorme fila que concluye hasta la calle Armería de la colonia Oriental -nuestro barrio chino, sin chinos-, no me enfado, al contrario me alegro de que la gente se animará y desafiara todo el titipuchal de mitos urbanos que entre Miguel Bosé y los escépticos, se han encargado de difundir sobre la vacuna.
Mientras avanzamos en la fila, vienen a mi mente fragmentos del texto de La Divina Comedia, en donde Dante Alighieri explica los pasos del inframundo a la vez que recuerdo la frase de mi Abuela Ramona: “Primero Dios, los demás que hagan fila”, y, bueno aquí voy. Algunos colegas profesores imitando lo que tanto critican de sus alumnos piden prestados el expediente de vacunación para sacarle copia, otros apenas los van llenando con la asesoría de quienes sí los llevan requisitados, cuando pasa uno del staff preguntando si todos contamos con la documentación, uno que otro aún se nota nervioso de que se le haya olvidado la credencial para votar, es entonces que pregunta si es posible con la licencia de manejo.
Voy a la mitad de la fila cuando mi vejiga está a punto de estallar gracias a los efectos del medicamento diurético que todas las mañanas debo tomar para controlar mi presión arterial, en mi desesperación intento decirles a las personas que van al lado si me apartan el lugar, pero me abstengo de ello al darme cuenta de que ciertos individuos dejan meter a sus conocidos con el pretexto de que les estaban reservando sitio, o sea, “puros cuadernos, nada de hoja sueltas”, ¡grrrrrrrrrr!
Cuando por fin llego, le pido de favor al agente de la guardia nacional que, si me da champú de ir al baño, amablemente se ofrece a indicarme donde se ubican, apresurado le digo que no se preocupe, soy de la casa y sé dónde están, ya de regreso y a todas margaritas, el agente me pide que ocupe una de las sillas que se encuentran en la explanada en forma de hilera. Una vez sentados recibimos instrucciones sobre la vacuna CanSino -cuyo nombre me recuerda a cierto vaquero de alguna novela de Marcial Lafuente Estefanía-, de entre las indicaciones que recibimos la que menos gracia tuvo fue la de no consumir alcohol durante 21 días, pues lo estrepitoso del abucheo hizo eco, ni modo mis adoradores del Dios Baco, ¡adiós a las cerbatanas o chelas bien Elodias! Enseguida se acercan enfermeras de Nuestra Máxima Casa de Estudios, bien rifadas y valedoras con la vacuna, es más, creo que las ponían como dijera mi sobrina, sin aguja, pos ni dolía.
Pasadita la media hora, nos pidieron que ordenados saliéramos a entregar el expediente de vacunación, en unas mesas donde nos aguardaba personal que nos regresaba el comprobante -me refiero a la mitad de la hoja antes citada, no vayan a creer que daban uno nuevo… 3, 2, 1, se tranquiliza la ansiedad-, y ahí era precisamente cuando se rompía la taza y cada quien, para su chante, eso sí, quien firma lo que escribe, regresó además de satisfecho, agradecido con mi Universidad de Colima por estar al pendiente de los cuidados y salud de cada uno de sus trabajadores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario