viernes, 20 de enero de 2017

Alma de adolescente

Existen personas que a pesar de acumular sus añitos aún conservan alma de adolescente, son esas que por más que evolucionen o involucionen las modas, se muestran reacios a portar vestimentas propias de su edad, pues para ellos son de ruco –ojo, no de adulto, wee, de ruco, ¡así o más patéticos!

En los hombres es común observarlos con playeras de estampados de algún grupo de rock de su época -¡ah, cómo extraño mis camisetas de The Cure!- pantalón de mezclilla deslavados, algunos rotos de esos que se ven como si los hubiera arrastrado el tren o se aventaron un tiro con un león, su calzado debe de ser tenis de los que utilizan los patinetos, y en las manos no pueden faltar las pulseras tejidas en colores fosforescentes y la barbita de cuatro días.

En algunas damitas, a veces tengo la impresión de que su ropa la adquieren en el departamento de jóvenes, pues he visto a cincuentonas con blusas cuya leyenda al frente es “don't touch me, bitch”, y qué decir de la gran variedad de tintes que utilizan, resulta ridículo observar a una señora de 65 con su cabello verde o ¿era la abuelita del Joker? Y de los dibujos en las uñas o cada dedo pintado de una forma distinta ni hablar.

A veces, por su comportamiento, este tipo de personas creen que la película de Star Wars se estrenó hace diez años o que el muro de Berlín fue derribado hace unos meses -¿el muro de dónde?- Si te hiciste esta pregunta, no pienso perder mi tiempo en explicártelo, mejor googlealo. En pocas palabras, tienen la difusa idea de que los 90 fueron hace diez años, ya que en sus entrañas no experimentan la evolución de la edad, razón por la cual su comportamiento a los 38 o 40 años sigue siendo como cuando tenían 22.

Ellos cuando toman cerveza, prefieren decir que están cheleando o pisteando, ¡que dizque porque se oye más cool! En las fiestas consumen grandes cantidades de néctar etílico, debido a que así están acostumbrados y nunca se les sube el pedo, lo más triste es que ni cuentan se dan de las faramallas que hacen por estar bien briagos. Pueden platicar con cualquiera, sin importar que sus interlocutores hayan estado en la primaria cuando ellos cursaban el bachillerato, saben tutearse con quien sea. Cuando charlan, que en su lenguaje equivale a cotorrear, sus pláticas abordan temas tan interesantes como la marca de ropa que usan -¡claro, si traen buena garra es porque la compraron en los saldos!- la enorme capacidad de sus teléfonos inteligentes -aunque ellos no lo sean- las maravillas de la pantalla de led que tienen en la sala y de las interesantes series que ven a través de Blim o Netflix.

Es común que nieguen ser chavorrucos cuando alguien se los echa en cara, pero simplemente, se ven ridículos a su edad intentando ser hípsters, pues lamentablemente cuando tenían edad para serlo ni siquiera existían y nada más había hippies, y ellos para colmo en esa época eran unos simples pirrurris. Ya que hablo sobre días de identidades inciertas, no lo voy a negar, a veces he sido bien pinche chavorruco, pero de esos de onda, ¡uy sí, cómo no!

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