jueves, 26 de mayo de 2022

El año capicúa.


Mientras los colimenses admirábamos por casi siete minutos un eclipse total de sol, en todo su esplendor aquel julio de 1991, por fin dejábamos atrás los exámenes y tediosos trabajos del bachillerato, aún no terminábamos de asimilar ese sobresalto de que teníamos Miss Universo mexicana, además, de que en abril de este año capicúa PEMEX se había puesto ecológico al ofrecer la nueva gasolina sin plomo que los modelos de coches a partir del 91 debían usar; los tacos de tripita, el pozole o la birria ya la podíamos acompañar con la estrenada Pepsi Light y así el sentimiento de culpa era menor.

En ese periodo, mis compañeros de bachillerato se encontraban algo incomodos, pues a uno de nuestros camaradas lo traía repapaloteando por la calle de la amargura una chica del bachillerato del turno contrario, a tal grado que no se alucinó como nosotros con los estrenados álbumes Dangerous de Michael Jackson, Ten de la recién descubierta banda de grunge Pearl Jam  y el Black Álbum de Metallica, al contrario, en su walkman los casetes del Romance de Luis Miguel y Vuela, Vuela de Magneto era sus favoritos, estos últimos más, pues la novia era fan, ya se imaginaran cantando “La puerta del colegio” y “No sé tú” a un imberbe de pantalón deslavado roto, con playera de The Cure y zapatos Alp Boots, ¡aghhh, patético!

Era tanto su enamoramiento a tal grado de que ya ni quería andar con nosotros, es más, una tarde no nos acompañó al cine Jorge Stahl a ver El silencio de los inocentes (The silence of the lambs), en donde Anthony Hopkins y Jodie Foster se la rifaban actuando, quesque iba a ir con su chica, no sin antes presumirnos que a esa cita le llevaría un ramo de rosas. Al escuchar esto, a uno de mis amigos se le ocurrió la idea de que lo acompañásemos a comprarlas, bajo el pretexto de ayudarle a elegir las mejores, contento accedió, no se imaginaba que entre las flores le incluiríamos una tanga en forma de rosa, la cual al desplegarla evidencia cierta lujuria, imaginen la cara del papá y la mamá de la jovencita, cuando se dieran cuenta de que entre todas las rosas había una que no se marchitaba.  

Pasada varias semanas, regresamos a clases a un nuevo semestre, completos los once que éramos de ese grupo, como ustedes saben, Bambi es un venado y Tambor su valedor, es por ello por lo que volvimos unidos a prepararnos para terminar nuestros estudios de bachiller, nada más que ahora mi compañero ya no estaba constipado de amor, esta vez se encontraba dolido y triste, seguía escuchando a Magneto, y con cierto tesón la canción de “Para siempre”, ¡ingrato Carlos Lara! Le causaba dolor de muelas en el corazón, en fin, ese año nos lo echamos entre guasas, macheteo de teorías tan perfectas que no tienen aplicación en la vida real, haciendo exámenes solidarios, discutiendo por los temas que los panelistas de “Y usted qué opina” con Nino Canún exponían de lunes a viernes en televisión abierta, así como el reality show, llamado La Tormenta del Desierto.

jueves, 19 de mayo de 2022

El Tíbet.



Para quienes nos hemos desplazado en la limusina amarilla, ese medio de transporte tan necesario —y odiado a la vez—, ¡óigame, ni respetan las tarifas, algunas unidades están del asco y aparte tener que escuchar sus alucines de historias sonorizadas con la pinche música que llevan, desde esos reguetones misóginos hasta un recital en MP3 de Los Rieleros Del Norte! Esa mañana como siempre tenía prisa, llegué a las afueras de la clínica 11 del IMSS, ¡qué bien si fuera el IMS de Camilo Lara, para oír una rola de esas sabrosonas!

En el lugar estaba una señora que se miraba desesperada, haciéndole señales a varios taxistas quienes ni se fijaban en ella, al ponerme a su lado realizo la clásica señal y, como si fuera un acto de prestidigitador, se detiene el chófer de la unidad… la verdad, siempre cometo la misma idiotez de no fijarme en el número de taxi que tomo, una vez abordo le preguntó porqué no se llevó a la dama, en su respuesta argumenta que se miraba muy problemática.

Ahí vamos driblando el tránsito kamikaze de la Avenida San Fernando, un alto, un siga, el amarillo que para él también es siga, mientras el conductor en el retrovisor lateral se peina, al cerciorarse que lo observo, dice: “Nomás una chaineada patrón, ya ve usté, para encandilar a las morras”. La ranfla nos sacude telúricamente en cada luz roja que se detiene, y para justificarla, el taxista argumenta que la biela anda bien traqueteada. Por fin en la Gonzalo de Sandoval damos vuelta para tomar la calle del Estudiante, llegamos a la Avenida Universidad, antes de descender le preguntó por el cobro del servicio, “¡cuarenta pesitos!” Le doy un billete de cincuenta, e inmediatamente dice: “Chin… pos, le voy a quedar a deber diez morlacos, no traigo cambio”. -Oye, tengo treintaicinco, ¿los aceptas? “Cómo cree, a mí me hacen falta los cinco pesitos y usté perder diez no creo que le afecten, con esa facha de ejecutivo se nota que gana rete bien”.   

Escuchándolo, vienen a mi desamueblado cerebro algunas ideas de Siddharta Gautama, como recurrir a ese desapego obligatorio que debemos de concebir los seres humanos y transformarnos en individuos humildes y mesurados, enseñanzas que nos ha legado esta ciudad budista, en donde varios de sus aborígenes que han sido despojados de sus pertenecías por los amantes de lo ajeno, saqueados del refrigerador de la oficina ese chesco que guardo para el desempance gracias al hambre ociosa de sus colegas Godínez, basculeados por ese pinche carterista del camión de pasajeros, en fin, este conductor me concientizo así como otros lo hicieron con mis vecinos, de que todo en la vida es prestado, nada nos pertenece, todo es del que te desvalija con buenas intenciones, pero sí aun te queda esa ingrata sensación de que durante el día alguien te está quitando algo valioso, no te preocupe recuerda que puedes sobrevivir sin ello.

jueves, 12 de mayo de 2022

Canción de cuna.



No hay nada como dormir bien, acostarse en la noche como ave que se acurruca al alba, más, de pronto esa dominadora necesidad de ir al baño gracias al casi medio litro de agua que me empiné antes de ir a la cama, sumado a los más de cincuenta años que tengo, eso se vuelve habitual, una vez satisfecha esa prioridad, regreso a la cama; un rito para mi es voltear la almohada e intentar conciliar un pacto con Morfeo, pero esta vez la tiznada metamorfosis del silencio a ruido no lo permitió, de pronto escuché música lejana, no era reggaeton molesto ni canciones gruperas lelas, sí, de esas letras masoquistas que hacen a quien las escucha querer cortarse las venas con una oblea y lanzar berridos, de hecho, únicamente se oían grititos como si cantaran, no era nada grave, pero mi imaginación traidora comenzó a hacerme la jodida ilusión de quedarme dormido en algún momento… tic, tac… y nada.

Cerraba los ojos, y cuando los abría, en el ojete reloj ya habían pasado treinta minutos, otra vez, una hora más pasaba, era como si me quedará dormido sin descansar, es más, ya no se escuchaba ningún ruido de los de la fiesta, en medio del silencio descubro el sonido de los ventiladores de mis vecinos, se me hacen molestísimos, ¿cómo tiznados pueden ellos dormir con esos aparatos tan estrepitosos? Le echo una mirada al reloj, ¡no manches, diez minutos para las cinco de la mañana, y yo sin pegar ojo! Lo más seguro es que dentro de unas cuantas horas estaré de godín cabeceando frente al monitor de la computadora, después de llegarle a los tacos de adobada llegará El Mal del Puerco y ahí voy de nuevo a dormitar, pinche Morfeo, viene cuando ni se requiere su presencia él muy manchado.

Por la tarde cuando regreso a casa, me doy cuenta de que me puse los calcetines al revés, no apagué la luz del baño y olvide destapar la jaula de los periquitos, quienes de seguro me la habrán refrescado todas esas horas de encierro, son las 3:45 de la tarde, veo la cama, así como diciendo ¡ven, date un acostón! Pero también veo la ropa que vestía en la mañana, pos me gana la higiene, y como me superzurran esas personas que para justificar su pendejez le reparten la culpa a todo mundo, mejor opto por autohipnotizarme con algunas rolas de Juan García Esquivel y así esperar a que caiga la noche para emparejar la desvelada.

jueves, 5 de mayo de 2022

Entre tres y cinco.



Semana de cuetes y no precisamente de los que se lanzan en Cabo Cañaveral o que salen de algún bar, sino aquellos que desde una obra en construcción se encienden por motivos del 3 de mayo, allí sí que ni en dónde esconderse nuestras pobres mascotas, híjole, ¡qué ojetes somos los humanos! Después de que los dejamos sin bendiciones al esterilizarlos, no podemos evitar que los maistros de la cuchara celebren ese histórico hallazgo de la emperatriz Elena -sí, la jefecita de Constantino I, a quien apodaban El Grande-, que hizo en Jerusalén en el año 326 d.C., y que acá lo festejan con una cruz adornada artesanalmente colocada en la cúspide de las construcciones para que proteja a los albañiles de accidentes y que a la vez brinde resistencia a lo que se edificó. Tal fecha es inolvidable, pues en un Día de La Santa Cruz, el Creador evitó que uno de mis hermanos se fuera al más allá. ¡Gracias mi señor por dejármelo en este barrio!

Disfrutando de mi muy ventajoso anonimato puedo recrearme escuchando, además, de los cuetes, -que ya teníamos tiempo sin oírlos-, un fino repertorio de canciones de Los Yonic’s, ¡la neta, los albañiles con su tracklist se la rifan! En una misma pachanga poner rolas de Los Bukis, El Charro de Huentitán, Rocío Dúrcal y Linda Ronstadt, ¡woooo! Reaviva ese animal estéril que es la nostalgia de aquellas estaciones de radio durante mi niñez. Esos mairos no se automarginan como quien firma lo que escribe, sí, puro auto apartheid de mi parte, yo quien hizo de la casa un útero, ellos entre la guasa, ni se preocupan de lo efímero de la felicidad que a mi tanto me angustia, gracias al canalla de Alberto Cortez, con su “de qué sirve la vida si a un poco de alegría, le sigue un gran dolor…” Y ahí lo tienen a uno todo estresado cuando estoy feliz, por eso, que bueno es ver cómo los trabajadores de la construcción contentos a su alrededor van dejando un panteón de latas de cerveza sin importarles que sea martes, el Alfredo Adame de la semana.

Hoy jueves 5 de mayo, fecha en que se conmemora el 160 Aniversario de la Batalla de Puebla, cuando Ignacio Zaragoza, al mando de las armas mexicanas, se cubrieron de gloria al derrotar a los franceses en 1862, por cierto, algunos de nuestros vecinos del norte creen que en este día se inició la guerra de Independencia, ¡no se confundan y que no los embrollen con ese cuento del Día del Orgullo Latino! ¿Y por qué latino en lugar de mexicano? Simplemente porque los estadounidenses consideran a los latinoamericanos como mexicanos.

Por cierto, el nombre de nuestro país se escribe y escribirá con equis, a pesar de que las nuevas generaciones lo escuchen como una jota, no olviden que su nombre fue herencia de la cultura náhuatl y que, al castellanizarse por allá del Siglo XVI, adquirió ese sonido de jota, y que en últimas fechas la RAE, asegura que escribirlo de las dos formas es correcto, pero lo recomendado es que sea con equis, en fin, es como los consejos de los abuelos, los escuchas pero ni los pones en práctica, digo, en un Siglo XXI, en dónde fluye la comunicación más rápida a través de emojis que de letras, ustedes creen que van a tomar en cuenta tal recomendación.

jueves, 28 de abril de 2022

¡Nooo, por favor, denme chance de vivir!


Con nostalgia recuerdo esa consola marca Zonda en casa de
 Chano Iglesias, de lujo su mueble tipo madera lustroso, la tornamesa que no rajaba con las cumbias guapachosas como aquel compilatorio de Discos Fuentes del año 1981, titulado La Cumbia de la vaca, cuya portada zoofílica en la actualidad podría herir un titipuchal de susceptibilidades o que decir de esa rolita en la que Los Xochimilcas se la rifaban con su boogie aderezado de swing y rock llamado “Que se mueran los feos”, sí, mucho antes de que el virus del exterminio nos aniquilara por parejo, los abuelitos putativos de Café Tacvba ya profetizaban un exterminio selectivo y racista sobre esa especie que odia a los espejos, a la cual tengo la fortuna de pertenecer, digo fortuna, pues bien lo vaticina el adagio de: La suerte del feo… el guapo la desea.

A poco no es una bendición que nunca nos cause molestia enseñar la credencial para votar, pues siempre salimos como realmente somos en la fotografía, así, sin retoque ni trucos, igual, ni desperdiciamos cincuenta fotos para elegir la del perfil de nuestras redes sociales, con la primera nos basta y sobra. Llegar a adultos mayores sin ninguna cirugía plástica en la cara, ¡naaaa, solito que el paso del tiempo hago lo suyo! Si nos crecen las orejas, pues que crezcan, la patita de gallo, no le aunque que se haga espolón; quienes tenemos nariz de chile relleno con la edad, ¡qué le hace, no pasa nada! Digo, si ya traigo un nopal en la frente, y hablando de mollera, si antes tenía dos dedos de ella, qué importa que hoy ya tenga la mano completa. Por otro lado, échenle un ojo al ahorro que nos hemos aventado sin gastar en tanto cosmético.

Además, uno no es feo, solo algo complicado de ver, recuerde en la actualidad la vida debe de ser all inclusive, por otra parte, en materia de amores, el físico cuenta, pero existen otros aspectos como el olfato, búscate esos perjúmenes que te hagan atractivo, no descartes la empatía ni por tantito, es decir, que los ideales sean semejantes más no iguales -la neta, si son iguales, qué pinche aburrido-, y sobretocho la admiración del uno por el otro, entonces te darás cuenta que Los Xochimilcas no son profetas, pues sigues vivito y coleando.

jueves, 7 de abril de 2022

Lenguaje coloquial y desenfadado.


A veces somos muy dados a marginar a las personas que son como uno, Amparo Ochoa y Gabino Palomares le llaman a ese complejo social, La maldición de Malinche, un racismo que limita las posibilidades de las personas, limita su acumulación de riquezas folclóricas, y hace que nuestra idiosincrasia se desvirtué, a tal grado de fomentar un sentimiento de retraso intelectual a quienes aún se comportan como los aborígenes de nuestro estado, erradicando vestigios que deberían de conservarse, por ejemplo, esa forma de hablar del colimense tan original, que gracias al lenguaje políticamente correcto ha quedado en el olvido. Para mí no, pues siempre me ha resultado gratificante escucharlo en los tianguis, mercados o a mis familiares, al igual que me enorgullece leer a Armando Ramírez quien en su libro
 Noche de califas, rescata ese caló de los chichifos o a José Agustín, el escritor de La Onda, quien, como Parménides García Saldaña, nunca sintieron “cosas” -así, como decía el Doctor Chapatín– de redactar sus textos en lenguaje coloquial.

Y es que la riqueza en el vocabulario de nosotros los colimenses es digno de cualquier estirpe lingüística, basta recordar que entrambulicarse equivale a equivocarse, lo que comemos por antojo y en gran cantidad es guzguera, caminar sin calzado es andar a raíz, a la acción de colocar objetos uno encima de otros es asobronar, mientras que los cabetes son para nosotros las agujetas con que se amarra cualquier tipo de zapato, cuando algo o alguien se nos pierde solemos decir que se hizo “ojo de hormiga”, a las perforaciones, hoyos o agujeros acá les decimo portillos y a la acción de aplastar es apalcuachar, los cobertores se llaman ponchos, ponerse de puntillas es apelincarse, experimentar asco o sentir náusea equivale a dar grima, cuando una persona le encanta ir de visita a las casas se le tacha de jacalera y al infante inquieto o como dirían los pediatras, que padece trastorno por déficit de atención e hiperactividad, es común decir: ¡a ese escuincle no le cabe una calilla!

Mención especial a esa crasis en nuestro hablar, tan común, como muestras las siguientes: para afirmar algo lo más rápido es pronunciar un sonido gutural que equivale a ¡eeiií!, mientras que para ratificar algo como cierto con un “eda que sí” es más que suficiente; cuando uno confirma su presencia en algún evento o viaje, simplemente diciendo “si voy´ir” damos por enterado a los demás. En Colima, olvídate del Google Maps, para ubicar un domicilio, únicamente le preguntas a cualquier paisano y este te dará indicaciones tan correctas como: “Si quieres ir en ca´ Bertha, le da tres cuadras pa´ allá y ahí das vuelta donde está una casa color…. y luego, una cuadra más encina adelantito… ahí mero es”, no es que sea un realismo destrampado, es que es tan común la ubicación que como la imagina, piensa que su interlocutor lo ve… Por cierto, panocha y nango en el artículo anterior los mencioné, no es que se me olvidarán.

jueves, 31 de marzo de 2022

Palabras rimbombantes.




Ya lo recomendaba Julio Cortázar, “no aprender datos idiotas”, en ese su multicitado libro cuyo título no mencionaré, por no seguir choteándolo como lo hacen nuestros modernos literatos del tedio, pero la verdad a los mexicanos sí que nos rete encanta aprenderlos, por algo un tal Mario Moreno nos enseñó a cantinflear a través de sus películas, ¡nos alucina oír al plomero diagnosticar que nuestro retrete tiene dañada la pichancha! Y te quedas así… bien hypeado. Experimento cierta fascinación de que Pérez Prado en su Mambo del Ruletero diga sacalacachimba, para referirse como “cachimba” a los establecimientos a pie de carretera donde venden comida y café para los chóferes, y que acá en Colima las llamamos fondas. El padre de la CH, sí, antes de que nos la quitaran de nuestro diccionario, Chespirito, afirmaba que la palabra clave cuyo significado es “quién sabe”, se dice: churi churin fun flais.

Durante la infancia con Los Picapiedra, aprendí a expresar mi entusiasmo con un ¡yabadabadoo! Agradecer que en casa compraran pizza para cenar con el cowabunga de Las Tortugas Ninjas y cuando me quedaba sin palabras por alguna infamia de la vida, una Mary Poppins incluyó en mi escaso lenguaje un trabalenguas de palabra como supercalifragilisticoespialidoso; obviamente que a estas alturas del texto muchos dirán que no encuentran nada de sustancioso en lo redactado, dándole la razón a Cortázar, pero… más de alguno ha acuñado en su hablar a las emblemáticas palabritas que nuestra clase política ha recurrido como incremento del léxico nacional, desde spanglish como “no traer cash” para advertirle a una pordiosera, enunciar electrodomésticos, cual signo de la prosperidad, “esas que el 75% de los hogares tienen una lavadora, y no precisamente de dos patas o de dos piernas, sino una lavadora metálica”, o sea, en la aclaración siguió regando el tepache aún más, por cierto, ese mismo político a quien agradecemos rescatar del anonimato a las tepocatas y chachalacas, una vez comparó a nuestra máxima deidad religiosa con Pemex.

Así nos encontramos con un titipuchal de pifias como aquellas que nos han causado sobresaltos, agruras, taquicardias y diarreas, verbigracia de decirle huachicol a la acción de alterar combustible y cuyo significado original es adulterar el alcohol para incrementar sus ganancias; en la actualidad ya no existen diferencias de clases entre nacos y nice, ahora la batalla ideológica la encarnan fifís contra chairos. Hace unos días, gracias a las redes sociales y a los medios de difusión conocimos los colimenses a las tlayudas, comida preparada con tortillas tostadas de enormes dimensiones, algo así como nuestras raspadas, que se le ponen frijoles negros, tasajo de carne seca enchilada -bien podría ser cecina, pero la neta ni sabía de su existencia, para que le echo mentiras-, chorizo, queso y aguacate, ahora los aborígenes de la Ciudad de las Palmeras que endulzamos la calabaza con panocha y a quien hace tonterías le decimos nango, nos sentimos bien actuales de que en nuestro lenguaje hayamos agregando un término que ni siquiera existe por acá, pero por parecernos rimbombante lo más seguro es que sumará a nuestro diccionario.