Y es que la riqueza en el vocabulario de nosotros los colimenses es digno de cualquier estirpe lingüística, basta recordar que entrambulicarse equivale a equivocarse, lo que comemos por antojo y en gran cantidad es guzguera, caminar sin calzado es andar a raíz, a la acción de colocar objetos uno encima de otros es asobronar, mientras que los cabetes son para nosotros las agujetas con que se amarra cualquier tipo de zapato, cuando algo o alguien se nos pierde solemos decir que se hizo “ojo de hormiga”, a las perforaciones, hoyos o agujeros acá les decimo portillos y a la acción de aplastar es apalcuachar, los cobertores se llaman ponchos, ponerse de puntillas es apelincarse, experimentar asco o sentir náusea equivale a dar grima, cuando una persona le encanta ir de visita a las casas se le tacha de jacalera y al infante inquieto o como dirían los pediatras, que padece trastorno por déficit de atención e hiperactividad, es común decir: ¡a ese escuincle no le cabe una calilla!
Mención especial a esa crasis en nuestro hablar, tan común, como muestras las siguientes: para afirmar algo lo más rápido es pronunciar un sonido gutural que equivale a ¡eeiií!, mientras que para ratificar algo como cierto con un “eda que sí” es más que suficiente; cuando uno confirma su presencia en algún evento o viaje, simplemente diciendo “si voy´ir” damos por enterado a los demás. En Colima, olvídate del Google Maps, para ubicar un domicilio, únicamente le preguntas a cualquier paisano y este te dará indicaciones tan correctas como: “Si quieres ir en ca´ Bertha, le da tres cuadras pa´ allá y ahí das vuelta donde está una casa color…. y luego, una cuadra más encina adelantito… ahí mero es”, no es que sea un realismo destrampado, es que es tan común la ubicación que como la imagina, piensa que su interlocutor lo ve… Por cierto, panocha y nango en el artículo anterior los mencioné, no es que se me olvidarán.
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