jueves, 27 de enero de 2022

What vaccinated keep in silence.


Pese a las teorías conspiratorias de los guías espirituales Navidad y Bosé, los mexicanos con tal de regresar a la normalidad acudimos bien machos, con un
 titipuchal de adrenalina e intentando exprimir la escasa serotonina que nos queda, a vacunarnos en contra del endemoniado virus, no sé si fue por soberbia u orgullo, pero nunca antes nos había causado tanta alegría ser adultos, ya que gracias a ello fuimos de los primeros en recibir la anhelada dosis, es más, hasta a algunos les dio envidia que a los de la tercera edad les tocará antes, pero… sí, siempre hay un pero, y es que al ver a tus congéneres llegaste a preguntarte, ¿no marches, así de acabado me veo? Igual, también te alegraste de encontrarte a tus compañeros de la secundaria que ni por el Facebook podías localizar.

Te agüitaste de a feo cuando Armando Vacunas, te salió con el cuento de que tu CURP no era válida o que no formaba parte de la base de datos, ¿a chintolo, entonces, quién tiznados has sido en los últimos 50 años? Por más que insistieron en que no llegaras tan de madrugada al centro de vacunación, descubriste que además de ti, hubo otros sesenta que no les importó y ya estaban cuando tú llegaste a las 4:45 a.m.; o sea, se valía acampar en la fila. Con profunda tristeza te diste cuenta de que estás más solo que Dios, pues otros llegaban acompañados por sus familiares, pero pronto se te pasó cuando te hiciste de nuevos amigos, incluso hubo quienes aprovecharon la fila para convertirlo en una especie de Tinder. Experimentaste ñáñaras al escuchar lo que los ahí presentes vociferaban sobre las reacciones después de la vacuna, siendo honesto, todo ese choro fue mermando lo machito que te sentías.

A pesar de que se olvidó el bolígrafo, te sentiste orgulloso de ti, pues el formato de la vacuna lo traías como una especie de implante y no tuviste que estresarte como otros que no lo portaban; durante la explicación de la nomenclatura y tipo de vacuna, siempre hubo alguien que ansioso preguntó si se podían beber unas chelitas después de la inoculación; cuando se aproximaba la enfermera con jeringuilla en mano, tu atención se centró en las primeras filas para cerciorarte que a nadie le diera el patatús, además de admirar a esos que se olvidaron del pánico con tal de grabarse al momento del pinchazo pa´l feis, ¡pinches presumidos!

Al final de tocho, ni la vacuna dolió, ni dio comezón y nanita de los tiznados chips, meses después con el segundo pinchazo, uno era ya experto, hubo quienes dicen que experimentaron el brazo pesado, que les dio fiebre y que no eran capaces de cargar ni con la bolsa del súper, sí, son eso mismos que ahora se siente seguros de ir a todos lados sin cubrebocas, organizan pachangas, y lo peor, ni respetan las medidas sanitarias para seguir haciendo de este mundo un lugar caótico, pero, bueno, eso es lo que callamos los vacunados.

jueves, 20 de enero de 2022

Cosas que no se pueden comunicar por WhatsApp.



Nuestra vida se ha visto modificada por el uso, abuso y reúso del WhatsApp, de entrada, el lenguaje de la humanidad se recortó a unos simples emojis, es lamentable que la risa antes se escribiera “jajajajaja”, ahora ya no, pues la representa la imagen del Awesome Face o Cara épica, si no es el Pac-Man con quien te entretenías cuando te mandaban de niño a las tortillas. Bueno, también era bien pinche ridículo esa persona que para expresar su sonrisa en algún mensaje de texto, redactaba “ha, ha, ha, ha”, ¡ya ni la haces! Qué decir del titipuchal de Awesomenes que evidencian sentimientos como enojo, tristeza, sorpresa, etc.

Luego llegaron los stickers, especies de calcomanía, ¿las recuerdan cuando eran tangibles y las pegabas en tu libreta, libros de la escuela o mochila, marcando tus pertenencias para que otros, al verlas, supieran que sólo un individuo como tú, pondría a Papá Pitufo junto con un Cabbage Patch Kids en el libro de Español? Hoy, la gente se los roba, sí, pues ni piden prestados los que les gustan y con los que otros intentaron expresar su forma de pensar, sentir o inconformar, ¡qué lamentable es dar el pésame o felicitar un cumpleaños con ellos! Si en realidad aprecias a esa persona, llámale o de perdida, escríbele algo que salga de tu ronco pecho y no una patética imagen que quién sabe su verdadero propósito de creación.

Qué decir de quienes utilizan el WhatsApp como agenda, también para dar a conocer asuntos oficiales de una empresa, romper relaciones sentimentales – ¡uy, eso sí está de la patada!–, increpar o despedir a un trabajador, ¿terrorismo cibernético? Entre otras cosas, ¡no, no, no, qué pasó! Por favor, regresemos a llamar a las personas por piedad, déjense también de esos mensajes de voz que abusan todos aquellos que se avergüenzan de su ortografía –qué les cuesta consultar un diccionario o si la flojera les invade, pues, consulten Google–, que por cierto, quien firma lo que escribe para romper con el aburrimiento del uso del guatsap, pone en 2X la revolución del audio y créanme que vuelvo a escuchar a Pánfilo, Anacleto y Demetrio, Las Ardillitas de Lalo Guerrero.

jueves, 13 de enero de 2022

Numeralias MateMáximas.


Durante mi corta estancia en la educación básica, pues ingresé leyendo y sabiendo multiplicar, así como dividir gracias al tesón de mi madre con la ayuda del Silabario de San Miguel Arcángel y las calculadoras que venían en los cereales Maizoro®.  Recuerdo entre borrones de mi memoria miope que, en la primaria nocturna a la que asistía, siempre que correspondía abordar los contenidos de matemáticas, nuestro profesor de quinto grado se persignaba, para después decir que los números eran como Dios, pues estaban aquí y en todas partes, ¡qué razón tenía mi entrañable profe Enrique Arreola Quiroz! Por lo tanto, apreciado lector, si usted es de los que como quien firma lo que escribe, nunca terminó el
 Baldor, además de creer que el árabe de la portada era el autor, no se me agüite, pues los mexicanos utilizamos los números hasta para la guaguara y como muestra va lo siguiente.

Como cuando uno piensa que lo mejor de algo puede estar hasta el final, decimos que “no hay quinto malo”, sin querer ya estamos dividiendo el ánimo en 5 partes; igual pasaba años atrás antes del coronavirus que al saludar solíamos pedir entusiasmados: ¡Vengan esos cinco!, o sea, los dedos de la mano. A la antigua moneda de cinco centavos les decíamos quintos, mientras que en el lenguaje jergozo equivale a ser casto o virgen, sí, los que aún no salen con su domingo 7, ¡usted sabe a qué me refiero! Esos que se justifican diciendo que donde comen 2, comen 3. Por cierto, acá, durante mi niñez era común llamarle tostón a la cantidad monetaria de 50, así fueran centavos o pesos. Ahí están los números también en el camión de la Ruta 5, que en su parachoques con brocha le escribieron “Me109cito”, y para que la gente en las horas pico se recorra, grita el ñero del chófer: “recórranse, hay lugar para 2 hasta atrás”.

Si alguien dejó por ahí un señuelo, no voy a especificar el tipo, para evitar entrar en detalles, y para que les caiga el 20, lo mordimos, entonces alguien nos puso un 4, para evitar eso debemos andar al 100 o ya de perdida, bajarle 2 rayitas al ajetreado ritmo de vida que llevamos con tal de no andar tan distraído, recuerden que la tercera es la vencida y cuando la leña esta verde, pos… no hay iluminación. Como podrán darse cuenta, es mentira que a los mexicanos nos horrorizan los números, si para todo los utilizamos. Espero que esto haya sido de su agrado y no me dejen de a 6, diciendo que estuvo 2 que 3.

viernes, 7 de enero de 2022

Feliz daño nuevo… perdón, año nuevo.

¡Sí mire, damita, caballero, hoy le venimos ofreciendo la bonita idea de que este 2022, será el mejor año de su vida! ¡Ojo, nunca de bajada! Despídase del letal virus que nos encerró por casi dos años, al fin y al cabo, ¡uste ya está vacunado! Adiós a la pobreza económica y mental, piense señorita, señorito, amo de casa que su capacidad intelectual ha sido educada y programada por todas esas series y películas que durante la aburrida pandemia se chutó a través de las diversas plataformas streaming, tan así que ya está capacitado para enajenar a cualquiera con ese enriquecido lenguaje que le aprendió a los personajes, además del amplio bagaje cultural que adquirió.

Olvídese de las estresantes horas en las que intentó compartir tres tristes palabras: paz, amor y felicidad; como ya se la sabe, de entrada la paz no es posible si siempre nos han educado para defendernos. Aprendemos a comportarnos como animales acorralados, vamos por la vida como los coches con el freno de mano aplicado, por miedo a hacer el ridículo o al pinche temor de que otros nos digan que la regamos, y entonces como esos carros desgastamos nuestro organismo, dejando de existir el amor y la felicidad, pues casi siempre terminamos de la greña por defender estas dos últimas, cuyo reflejo en el espejo de la vida son dinero, envidia y rencor, lo que nos hace ser infelices.

¡Por eso le tenemos una oferta garantizada! No se trata de esa mixtura entre lo religioso y pagano que envuelve cada ritual de fin de año, el sueño guajiro de la esperanza de cambio de vida, de por fin hacer un lado la aburrida monotonía que cada ser humano se inventó como pretexto de olvidar la muerte, ya no encienda veladoras de todos colores, menos se ponga calzones rojos, amarillos o azules con tal de atraer amor, dinero y éxito, nuestras operadoras están disponibles las 24 horas del día por si requiere fumar la pipa de la paz con su conciencia.

Y, sí me agüitó porque durante el enorme banquete de la noche vieja, creiba comer entre familia, y a la mera hora todos estaban absortos en la moderna cajita idiota del celular, sin convivir. Pior aún, para rematarla, la tía Bartola malbarato la idea de que convivio era igual a sacarse la ridícula selfie familiar, en donde todos intentaban por esos escasos segundos demostrar que son una feliz familia con tal de apantallar en sus redes sociales, pónganse abusado, y aproveche esta oferta de lanzamiento del único e irrepetible 2022, ¡sí, el año cuyo número bien pudiera ser el título de una novela de ciencia ficción!

Ya lo vio venir con ese apoteósico recibimiento entre cohetes, gritos, abrazos y una que otra mascota muerta por el ruido, como dice El Nano Joan Manuel Serrat: “con la resaca a cuestas, vuelve el pobre a su pobreza, vuelve el rico a su riqueza y el señor cura a sus misas”. Regresamos a nuestra rutina de siempre, con la satisfacción de que por una noche intentamos olvidarnos de que cada uno era cada cual.

jueves, 16 de diciembre de 2021

Los remedios de la abuela.


Sin ser yerbera, ni haber estudiado botánica, mi abuela Ramona se la rifaba para aliviar males del cuerpo, basta saber que un refresco gaseoso llamado Aguilita -dicen que acá en Colima era el único lugar donde se elaboraba- con almidón, hacia tapón para la diarrea; después de desaparecer la empresa refresquera fue sustituido por un 7up; la mixtura de café con tres limones, se transformaban en Limonaté contra la indigestión estomacal; para las agruras y acidez, unas hojitas de hierbabuena o polvo de carbonato disuelto en jugo de limones, ¡ya se la saben!, este cítrico en nuestro país es remedio de todos los males y un aderezo que no puede faltar en las comidas; un té de gordolobo para la circulación venosa y contra las várices; hojas de naranjo para el insomnio y con tal de ahuyentar la tos y resfriado, una ducha con agua de hojas de Eucalipto, y, así, sin quitarse lo húmedo envolver cual tamal con una sábana para la evaporización.

Según mi memoria miope, me hicieron falta tres remedios básicos de la abuela, cogollo de guayabo cocidos en agua, es un infalible contra las crudas, y su hoja al natural frotada en los dientes los limpia y quita algunos problemas de encías, otro es el clavo de olor colocado en la muela que duele, mitiga el dolor, y ya para terminar, un ajo calentado en alcohol envuelto en algodón e introducido en la oreja quita las punzadas de los oídos.

Desafortunadamente ella ya no está entre nosotros, forma parte del aire, de la memoria, la que nunca daba receta, simplemente era pura automedicación, pero lo bien que te curaba esa rara aflicción, más, como siempre con su clásica risa burlona solía decir que “el dolor de muelas en el corazón, ese solo lo quita otra pareja, mejor de la que se te fue”.

jueves, 9 de diciembre de 2021

Modestia aparte.

Los griegos llegaron a considerarla como una virtud que se vinculaba con la humildad, antagónica de la vanidad, el engreimiento, la soberbia y la ostentación, por tal razón la modestia es una cualidad que denota sencillez, moderación, incluso una de sus notables y loables características en las personas es no evidenciar una alta opinión de sí mismos, lo cual se traduce en que por mucho que tenga un ser humano, ya sean riquezas, habilidades, inteligencia, etcétera, de todos modos sigue siendo un humano tan común como los demás.

Es que somos muy dados a presumir nuestros logros, pertenencias y éxitos, pero carecemos de sensatez cuando alguien nos señala los errores que cometemos, ¿cómo evitar la presunción en una sociedad que la reconoce y valora? Para lograrlo, Confucio recomienda “que el hombre superior es modesto en el hablar, pero abundante en el obrar”.

Como todo en la vida, abusar de ser modesto también se vuelve patológico, ¡cuánta soberbia oculta la modestia! Esa mala humildad que aparentamos, o sea, la modestia es muy arriesgada cuando se vuelve un disfraz de la arrogancia, un orgullo modesto cual especie de estrategia que disimula el no aparentar la presunción de cualidades, más, si incidir en ellas, ¿si les queda bien claro por qué los talentosos e inteligentes individuos debemos ser modestos?

jueves, 2 de diciembre de 2021

Mi niñez sabe a salsa de molcajete.



La década de los setentas produjo muchos cambios en estilos y actitudes sociales, fue el boom de la música disco con Bee Gees, Boney M y ABBA, entre otros, durante esos años de camisetas en nailon, pantalones acampanados de terlenka, perdimos a Jim Morrison, Elvis Presley y a Jimi Hendrix, nacen aquellos templos del morbo, las discotecas, donde los jóvenes religiosamente acuden a bailar desenfrenados los fines de semana gracias a la fiebre de Travolta, en fin, un escuincle que iba a saber de las dictaduras, los avances de ciencia, el terrorismo y las nuevas religiones. Sí, un Payasito de la Tele absorbía mis recién incubadas neuronas, además, ni me gustaba ir a la escuela, motivo por el cual, mamá con el Silabario de San Miguel, un folletito de ocho hojas impreso en rústico papel revolución y, los cómics de Editorial Novaro, me enseñó a leer, las matemáticas llegaron gracias a esas calculadoras Maizoro.

En 1975, tenía siete años, mi abuela Ramona y mi madre, de lunes a viernes se levantaban antes de las siete de la mañana a lavar pirámides de ropa de nuestros vecinos de La Colonia Magisterial, antes de empezar se sentaban a la mesa con mantel de plástico floreado a  tomarse un café bien cargadito y a punto de ebullición en la olla de barro, acompañados con sus respectivas conchas, cuernitos o espejitos, mientras a mí me hacían chocolate Rey Amargo en agua, sí, en esa misma mesa que los sábados se utilizaba para colocar la ollotota de pozole cocido a la leña que la abuela vendía a partir de las 6:30 de la tarde, esa mesa, que en aquella foto sepia de antaño se observa descansar los restos de uno de mis hermanos neonatos rodeado de rosas del patio y muchas veladoras.

Lo mejor de aquellas mañanas venía a las once, después de haber lavado un titipuchal, una vez que nos habíamos escuchado las radionovelas de KalimanPorfirio Cadena “El ojo de vidrio” y la de Julián Gallardo “El Redentor” por la RCN, se sintonizaba en el radio de transistores la XEDS Radio Juventud, que amenizaban con rolas de Leo Dan, Roberto Jordán, Mónica Ygual, muchos más, y era precisamente cuando la abuela, esa mujer que era medio canija con los demás, pero a mí me quería un chingo. No consentía a nadie, pero yo le decía: “Abuela, aviéntate una salisita, ¿no?”. Con sus manos roladas agarraba el molcajete, jitomates –al natural, sin azar–, chiles verdes y sal, echándole fuerza con la piedra, quedaba algo exquisito, que lo único que le complementaba era unas tortillas calentadas en el fogón y el centavo de moronas de queso seco que compraba en la tienda de la esquina. Ese es el sabor más chido que tengo de la infancia, y la imagen imborrable ese ritual de mi abuela Ramona que nunca faltaba después de haber lavado, el cual consistía en una Coca-Cola con un Sedalmerck, cuando le tomaba al chesco, ella me decía: “¡Hijo, esto es saludable!»