jueves, 10 de abril de 2025

¡Más de 50 años de monografías escolares en México!



Hace unos días, visitando la papelería que se ubica por mi barrio -digo, yo sí soy de barrio, no de fraccionamiento ni de cotos fufurufus-, escuché a un chavito preguntarle a la dependienta por la monografía de Vicente Ramón Guerrero Saldaña, conocido por la raza de educación básica como Vicente Guerrero, y cuando se lo entregó, aluciné, ahí estaba El Caudillo de la Independencia, con la misma imagen de mi época estudiantil, con vista de frente y perfil 3 cuartos, su clásico uniforme militar en azul con pechera roja con bordados fitomorfos dorados y botonadura dorada, los puños en fondo rojo bordados fitomorfos, charreteras doradas, fajilla azul, cinturón negro, ¡woooow! Se nota que el tiempo le hizo los mandados, a diferencia de a quien escribe este artículo.7

¡Más de 50 años de monografías escolares en México! ¿Y qué hemos aprendido? Que nuestros estudiantes siguen copiando y pegando de Wikipedia, pero ahora con mejor letra. Estas monografías, que en su momento fueron revolucionarias, hoy son como esos abuelos que te cuentan cómo era la vida antes de Internet: interesante, pero un poco desfasado. Aunque, claro, no podemos negar que fueron un primer paso para que los alumnos dejaran de escribir en piedra. Esas monografías eran el “Google de la época”, y es que, antes de la era digital, las y los estudiantes tenían que “peregrinar” de papelería en papelería para encontrar la información que ahora se obtiene en segundos. Las ilustraciones de las monografías eran el equivalente a los “memes” educativos de su tiempo, combinando información con imágenes que, aunque simples, eran efectivas para cumplir los caprichos académicos de la tirana guía de estudio del lacayo docente.

¿El siguiente paso? Quizás enseñarles a usar Google sin caer en el copy-paste compulsivo. ¡Eso sí sería un avance educativo! Lo que vale la pena reconocer y aunque les duela a los tecnófilos, las monografías, a pesar de su antigüedad, siguen siendo un símbolo de la resistencia del material físico frente a la avalancha digital.

jueves, 3 de abril de 2025

La aventura del mercado.



Cuenta el mito que deambulaba el filósofo por el típico mercado atascado de vendutas con sus cachivaches, montones de huaraches, el regateo de los clientes con los comerciantes, que enmudecieron al escuchar esa mítica frase que quienes hacemos la mimesis de lector de libros filosóficos acuñamos y atesoramos: “¡Cuántas cosas venden aquí que yo no necesito!”

Si, usté, después de leer esta frase, recuerda toda esa ropa en el closet o los utensilios de la cocina que hasta en el horno de la estufa se resguardan, no me culpe, es el efecto del filósofo, cuyo nombre omitiré para no cometer un error.

Pero, eso sí, ¡vaya que ir al mercado es como una aventura! Nada más que en lugar de dragones, te encuentras con fruteros que te miran como si fueras un espía intentando descubrir el secreto del tomate perfecto, encontrar la madurez del aguacate —¡Óigame, no lo magulle tanto que le va a causar un hematoma! —. Y luego, los vendedores de marisco, que te hablan de las delicias del pescado fresco como si estuvieran vendiendo el Santo Grial.

Pero, ¿sabes qué es lo mejor? Cuando te dicen que la lechuga es “orgánica” y tú te preguntas si antes era inorgánica, como si hubiera sido elaborada en una fábrica de ensaladas. ¡Es un espectáculo, te lo digo! Y al final, sales con una bolsa llena de verduras y la sensación de que has conquistado el mundo… o al menos, el mercado.

jueves, 27 de marzo de 2025

Entre la incertidumbre y la nostalgia.



He llegado a la edad laboral en que experimento esa especie de ocaso que imagino sienten las y los ancianos cuando sus conocidos se van extinguiendo, resulta que la mayoría de mis compañeros de empleo con los que era fácil identificarme a través de la charla divertida y chacotera ya se han jubilado, y los que ahora son mis actuales colegas, debido a la pinche brecha generacional, muchas de las veces como que se asustan de algunas de mis expresiones o actitudes, por ejemplo, las canciones que escucho como analgesia a las horas nalga “godín”, para ellos es música “oldies”, al hacer alusión a películas de Bruce Lee o Sean Connery, programas de televisión de la talla de The Joy of Painting de Bob Ross y la serie de Magnum, me miran como fenómeno de circo, es más, esto último para usted único lector, tal vez le parezca anticuado, pues ya es incorrecto exhibir en los pocos circos que quedan fenómenos, es más, es todo un fenómeno que existan los circos. 

¿A qué voy con todo este choro? Es simplemente para abordar lo que más me preocupa en últimas fechas. La jubilación. Sí, ya sé, parece algo lejano, pero es que en nuestro país es un tema complicado en el que, para retirarte del campo laboral con una remuneración periódica, se deben de cumplir ciertos requisitos de edad, tiempo de trabajo y aportes… ¡Es como si jugaras al Monopoly, pero en lugar de dados, utilizaras semanas cotizadas! Y el monto de la pensión… ¡Eso es todo un misterio! Depende del tiempo que hayas trabajado. Así que, si quieres una buena pensión, mejor no te jubiles demasiado pronto.

Ahora da la sensación de que el retiro se empieza a convertir en un juego de ruleta. Si quieres jubilarte con alguno de los sistemas de seguridad social, necesitas 1,250 semanas cotizadas a los 60 años, pero si tienes prisa por jugar al dominó con tus excolegas en el jardín, puedes hacerlo a los 55 con solo 500 semanas, pero no creo que te alcancen los centavos para comer frijoles diarios, ¡con lo caro que esta el kilo! Y si no estás seguro de qué hacer, siempre puedes esperar a los 65 y pedir la jubilación por vejez. Es como si te dijeran: “¡Tienes que trabajar mucho, pero no te preocupes, te daremos una pensión… si es que te queda algo de vida para disfrutarla!”. Y todo esto bajo un sistema de seguridad social, que es como el árbitro del juego. ¡Qué divertido es ser adulto y tener que planificar el retiro como si fuera un reality show!

Además, imagino que los políticos calculan sus cuentas igual de mal que la pensión de la abuela. ¿Cómo explicar que, después de trabajar toda una vida, la jubilación sea un lujo para pocos? ¡Por favor, que alguien influyente con el Creador me entregue un certificado de supervivencia para llegar a los 65!

jueves, 13 de marzo de 2025

La vida de un adulto.



A los 16 años, añoraba realizar el Servicio Militar Nacional, para obtener la media cartilla y poder ingresar a un titipuchal de sitios que los adultos entraban y salían como Juan por su casa -no voy a escribir los nombres de esos lugares, puede que alguno de mis escasos lectores se ofenda-; a los 25 años, ya quería tener la barba cerrada o que se me viera mínimo como de 4 días al estilo Indiana Jones. Hoy que tengo menos folículos en la mollera, me sale cabello en donde menos quiero, además, algunas partes del organismo se han vuelto independientes de mi cerebro, es por esto y otros detalles que he llegado a una conclusión: ser adulto es como jugar a un videojuego sin instrucciones. Te tiran al agua y esperan que nades. Y si no sabes nadar, bueno… eso es otro tema.

Pero en serio, ¿quién inventó esta cosa de ser adulto? ¿Quién dijo? Vamos a hacer que la gente se despierte todos los días a las 6 de la mañana -bueno, si es que antes la ganas de hacer pis no te pusieron en alerta-, para estar puntual a las 7 a trabajar, que pagues impuestos y en las pocas horas de ocio se desparrame en un sofá a ver Netflix sin terminar ningún capítulo porque ya te quedaste dormido. ¿Eso es vida?

Y no me digas que es para conseguir la estabilidad. La estabilidad es solo una palabra bonita para decir aburrimiento. Quiero emociones, quiero aventuras, quiero… bueno, quiero poder dormir hasta las 12 del mediodía sin que nadie me juzgue o exista algún compromiso doméstico que cumplir.

Pero no, la vida de un adulto funcional o no es así. Así que, si alguien necesita, estaré aquí, tratando de sobrevivir en este juego sin instrucciones. ¡Y si alguien encuentra el manual, por favor, compártalo!

jueves, 6 de marzo de 2025

Galimatías, no son las tías de Galia.


¡Vamos a hablar de idiomas! En la Edad Media, los ingleses que en aquellos tiempos les conocían como sajones, ¡hablaban francés! Sí, parece que los normandos les dijeron: “¡Hablemos un poco de inglés, pero con acento normando, por favor!” Y así, con el tiempo, se fue modificando hasta que ahora nuestros paisanos del norte intentan hablarlo sin que les salga un galimatías.

Y en España, ¡qué historia! Los reyes hablaban catalán-valenciano-mallorquín, como Carlos V, que no sabía decir “hola” en castellano. ¡Cómo lo iba a hablar, si era el idioma de los plebeyos y de los que no tenían título nobiliario! Pero nosotros tenemos suerte, nuestro español es fonético, ¡o sea, que si sabes cómo se escribe, sabes cómo se pronuncia! Bueno, casi siempre… Porque hay palabras que nos hacen trabucar la lengua, como mi abuela, que decía “juída” en lugar de “huida”. ¡Era un español antiguo, pero con sabor!

Y luego está la palabra que no quiero decir, la de la enfermedad que afecta la memoria… ¡Alzheimer! Pero yo, por miedo a regarla ante mis discípulos, pos, prefiero decir “El alemán”, ¡y suena hasta racista! Así que, si no sabes pronunciar el apellido de la presidenta Sheinbaum, no te preocupes, ¡tú no eres el único! ¡Ay, qué español más divertido tenemos!

jueves, 20 de febrero de 2025

¿Quién educa al pedagogo?


¡Ah, el pedagogo! Esa figura casi mítica que, armada con teorías educativas y un optimismo a prueba de bombas, se dedica a moldear las mentes del futuro. Pero, ¿quién ilumina el camino de estos guías de la enseñanza? ¿Quién les baja de la nube de ideas abstractas y les enfrenta a la cruda realidad de las aulas?

Podríamos pensar que son los libros, esos ladrillos llenos de sesudos análisis sobre teorías tan perfectas que no tienen aplicación en la realidad y las últimas tendencias en metodologías educativas. Pero, seamos sinceros, ¿cuántos pedagogos recuerdan algo de Comenio, Piaget, Montessori, Rousseau después de aprobar la asignatura? ¿O aplican realmente las teorías de Reggio Emilia en un aula con 50 adolescentes y recursos limitados?

No, amigos. La verdadera escuela del pedagogo es la vida misma. Es el diplomado intensivo que te da la experiencia, las y los estudiantes gritando, los padres quejándose y la burocracia asfixiante. Es el día a día en el que te das cuenta de que la teoría es muy bonita, pero la práctica es un campo de batalla donde sobreviven los más resilientes.

Y, por supuesto, no podemos olvidar a los verdaderos héroes anónimos de esta historia: el alumnado. Esos seres que, con su espontaneidad y falta de filtro, te desmontan cualquier esquema preconcebido. Te enseñan que cada uno es un mundo, que no hay fórmulas mágicas y que, a veces, la mejor lección es aprender a escuchar.

Así que, la próxima vez que veas a un pedagogo, no lo mires con condescendencia. Recuerda que detrás de esa fachada de experto en educación se esconde un superviviente que ha aprendido más de los errores que de los aciertos. Un tipo que, a pesar de todo, sigue creyendo en el poder de la educación para transformar el mundo. O al menos, para mantener a raya a un grupo de jóvenes hiperactivos durante una hora.

jueves, 6 de febrero de 2025

La filosofía en el aula.



Me siento responsable porque lo que voy a escribir, y además porque supuestamente antes de redactarlo lo estoy pensando, pero lo más apropiado es que justifique que lo aquí expuesto es producto de mis inseguridades y de nadie más, pues resulta que este martes inicie como hace varios semestres a impartir la asignatura de Filosofía en bachillerato, y como cada vez que la imparto, me llega la preocupación de que muchos estudiantes consideran que la filosofía no tiene relevancia práctica en sus vidas, prefiriendo materias que aborden temas más contemporáneos y aplicables a su realidad, aunado a ello, llegan a la asignatura sin una base adecuada, lo que dificulta su comprensión de conceptos abstractos y complejos.

Considerando que la generación actual está inmersa en una cultura visual que prioriza imágenes sobre argumentos lógicos, lo que tal vez reduzca algo de su capacidad para involucrarse en el pensamiento crítico y la reflexión filosófica. Aunado a eso, si estamos conscientes de que al leer mensajes de WhatsApp o ver una película con subtítulos, no significa que el alumnado tenga habilidades avanzadas de lectura y análisis que esta asignatura exige, se complica aún más su aprendizaje. Otra situación es que muchos de los jóvenes tienen la idea de que al cursarla exista la posibilidad de centrar los “aprendizajes” -sí, weee, entre comillas, pues esto es educación de pericos- en la memorización de datos y biografías de filósofos, en lugar de fomentar el debate crítico y la participación activa de los estudiantes.

La proliferación de tecnologías digitales ha cambiado la forma en que las y los estudiantes interactúan con el conocimiento, favoreciendo formatos más superficiales en lugar del análisis profundo requerido por esta asignatura. Y para colmo hemos intentado bajo la idea de fortalecer el proceso enseñanza-aprendizaje ofrecer una educación cómoda, donde la escuela se convierte en un entretenimiento y la profesión docente en animadores culturales que divierte al alumnado, quienes se desconectan de los temas filosóficos, pues suelen tener expectativas poco realistas sobre lo que en ella aprenderán, llevándolos a considerarla como una disciplina secundaria o irrelevante.

Me invade la ansiedad traicionera al conjugarla con las expectativas de querer inculcarles que la filosofía es el antídoto contra la fatalidad. Sí, esa fatalidad causada por la herencia intelectual visceral del patriarca ignorante a sus vástagos, razón por la cual es preciso decirles que el paso decisivo para empezar un proceso de emancipación intelectual es darse cuenta uno mismo de que existe una obligación moral en obtener conocimientos y la filosofía hace saltar estas barreras por los aires. La filosofía es lo más subversivo que hay.