jueves, 28 de enero de 2021

La “güija”.

Me han estado insistiendo por redes sociales que les narre la anécdota de la Ouija durante la infancia. De entrada, les comentó que el tablero no era mío, ni de nadie de mi familia, le pertenecía a la tía de Homero, es más, yo la descubro una tarde de aburrimiento en el verano de 1982, cuando al ocurrente de Homero le llegó la inquietud de jugar con ella. Como recordarán, por aquellas épocas las vacaciones eran larguísimas, tanto que ya habíamos agotado las historias de acción con los muñecos de Kid Acero, los vaqueros Exin Boys habían fumado la pipa de la paz con los apaches y las caricaturas de “Los Pitufos” en el programa del Tío Gamboín las estaban repitiendo, entonces decidimos charlar con los espíritus y no nos tocó ningún chocarrero, fue nada más y nada menos que el pachuco de oro, sí, el mismísimo Germán Genaro Cipriano Gómez Valdés y Castillo, mejor conocido por la raza como Tin Tan, a quien le preguntábamos un titipuchal de cosas, como quién sería campeón en el Mundial España 82, cuál sería la suerte de Hugo Sánchez en el Atlético de Madrid, si nos tocaría ir a vivir de grandes en la Estación Espacial MIR, o las chamacas con la que nos casaron a huevo en la kermés del jardín de San Pancho serían nuestras esposas de verdad; si Luis Miguel y Timbiriche se convertirían en estrellas de la canción, si nuestros padres nos darían permiso de ir al Cine Princesa a ver “ET, el extraterrestre”, entre otros asuntos infantiles de suma importancia para nuestra edad.


La güija era conocida en sus inicios como “El tablero parlante”, su invención -sí, fue creada por el ser humano, no apareció por obra del chamuco ni de “La mano peluda”- se le atribuye a la Kennard Novelty Company, pero según la Wikipedia -lugar donde se resume la gran sabiduría del Siglo XXI-, existe una patente registrada el 10 de mayo de 1880 declarando al estadounidense Elijah Jefferson Bond como su inventor y a Theresa Maupin y Charles W. Kennard como titulares, quienes probablemente retomaron las planchettes que utilizaban los espiritistas para hablar al más allá. Se cree que el nombre tiene su origen de una palabra egipcia que significa “buena suerte” o proviene de unir dos frases del francés y el alemán cuyo significado es “si”.

Durante los noventas, ya lo bastante peludotes y movidos por el morbo de series televisivas como “Misterio en su casa” y “La Hora Marcada” en casa de Lichis, la volvimos a jugar, esta vez para contactar a Freddie Mercury, quien nunca se pudo comunicar con nosotros, o sea, en el ámbito de las almas cada quien habla su idioma, es por es que solo un soldado de la época cristera que siempre se encabronaba y hacía que el puntero en forma de corazón como el de la baraja inglesa, rechinará sobre la madera del tablero tan ojete que hasta nos daba ñáñaras y nos mandaba a la tiznada quedándose fijo; tiempo después el celuloide con sus películas de terror le creó una oscura fama, de donde se desprenden todos esos miedos hacia el rectángulo de madera con el alfabeto y los números que supuestamente enlazan a los vivos con los muertos.

jueves, 21 de enero de 2021

El negacionista interior.

En la era tecnológica en que me tocó vivir, hay tanta comunicación y tan poco conocimiento, que ironía, vivimos en una sociedad tecnológicamente más preparada, pero menos receptiva a sus propios diagnósticos, a veces me da la impresión de que los seres humanos no estamos programados para prever, un claro ejemplo es el de hace un año cuando nos burlábamos de los chinos que por degustar murciélago hicieron que surgiera el coronavirus, inundamos de memes las redes sociales con la idea: ¡no creo que nos llegue, pues ese país esta hasta la China! Además, ¡si llega acá, pos… nos vamos pa’ Yucatán! No es ni por maldad, ni por flojera, es que no estamos programados para prever, por eso cuando llegó el pinche virus, vaciamos los supermercados. Nunca supe, para qué tiznados era tanto papel higiénico, a mí aún me queda un mega paquete de marzo del 2020, ¿será que de tanta información vamos perdiendo la credibilidad y la capacidad de asombro entre nosotros?

Esta del nabo que, en plena pandemia, cuando nos recomiendan medidas de seguridad y autocuidados, las mandemos al carajo, es más, las tomamos como un reto, dando la impresión de que solo los cerebros débiles creen en esas “patrañas del gobierno”, es por eso por lo que existe gente que no utiliza cubrebocas, hace fiestas con más de mil personas, siguen saludando de mano y de besito, entre otras idioteces. Igual, cómo vamos a ser congruentes con las recomendaciones, si en noviembre hubo “Buen Fin” donde todos abarrotamos las tiendas departamentales, ¡pero eso sí, con las medidas necesarias, weeey! Luego en diciembre se nos prohibió festejar el maratón Guadalupe-Reyes con nuestra familia.


Será que todos llevamos un negacionista interior, que nos incita a la rebelión, a ser una mimesis de anarquista barato condescendiente, si, de esos que creen que escuchando “Anarchy in the U.K” de Sex Pistols son bien cabrones, unos contestatarios picudos, ¡hay, no marchen! Lo más seguro es que todos esos que hoy reenvían -sí, porque ni siquiera ellos la investigan- información sobre la conspiración del Covid-19, que en la vacuna existen nanobots, que WhatsApp venderá nuestra información o podrá hacer lo que se le antoje con ella, van a ser los primeros en exigir que se les atienda cuando estén enfermos, se formarán para que les suministren la vacuna y lo más ridículo, van a ser incapaces de mandar a la goma su aplicación del “Guats” alegando sus derechos. En fin, vamos a tardar mucho en superar definitivamente todos esos prejuicios y rencores, desde luego el adverbio no, pues esa lucha entre buenos y malos es la herencia de Caín lo que origina ese tiznado sectarismo que a veces creo que hasta nos gusta.

jueves, 14 de enero de 2021

¿Dónde está Tongolele?

Existe una época en la vida de cada ser humano en que las carencias económicas de casa, las penas y los momentos dolorosos eran sustituidos con diversión, ese periodo de la vida en que creíamos todo lo que nos contarán -sin tener que comprobar su veracidad en Google-, desde historias fantásticas, tenebrosas e inverosímiles, me refiero a la infancia, sí, cuando descubrimos la importancia de la alimentación al ver como algunos de nuestros compañeros de la primaria en plena ceremonia cívica les daba el soponcio por no haber desayunado, experimentábamos una ansiedad absoluta al tener que elegir a los integrantes de equipo en la cascarita del recreo a volados, fue ahí que descubrí lo malo que era en el fútbol, pues nadie se estresaba en que yo me fuera a su equipo. Con las canicas aprendimos que más vale maña que técnica. Además de conocer lo efímero de las relaciones románticas, ¡no manches, ser novios a la mitad de la clase y terminar a la salida! La decepción de encontrarte en Navidad el regalo que no deseabas, mientras al mal portado del barrio si recibía lo que pedía, no le reclamabas al Niño Dios, al contrario, agradecías que se hubiera acordado de ti.

Los cómics eran nuestros libros de texto, el profesor que nos dictaba los resúmenes de ética y civismo fue el televisor, y como no íbamos a aprender viendo a un grupo de adultos disfrazados de niños hacer cosas extravagantes y chuscas en El Chavo del Ocho, qué decir de los programas de concursos como era el caso de Sube, Pelayo, sube, que consistía en una serie de actividades donde los participantes iban con la idea de que al ganar cualquiera de ellas sus problemas económicos se acabarían, por ello no les importaba ser la guasa del auditorio y de los televidentes al realizar: Pa´arriba papi, pa´arribaLa llave del tesoroLos costalesEl palo encebado y la competencia de canto.

Bajo tal influencia era de esperarse el titipuchal de mercancía sobre este programa y otros, como el Hula Hoop de Enrique y Ana, el Albatros de Chabelo y claro el Pelayo que subía y bajaba sobre un palo de madera impulsado por un resorte, precisamente este juguete a Juanito se lo trajo su papá de Guadalajara, que para los chamacos de ese entonces era como ir a Europa, o sea, Juan fue el alucine de todos con la figura. Por una hermosa casualidad del destino, a mi padre de la empresa refresquera donde trabajaba lo mandarían a Guanatos a capacitarse, inmediatamente le pedí que me trajera un Pelayo, como siempre tan machista, dijo que, en lugar de un mono, me traería una mona.


A su regreso, cumplió lo dicho, al entregarme una muñequita de hule aguado con un alambre retorcido incrustado en el centro de su cuerpo y que al girar el extremo que salía por debajo movía las enormes caderas tan sensuales que fue la atracción de todos mis cuates, quienes hasta ruedita hacían entre risas de nerviosismo y morbo; pero el gusto me duro poco, pues a los tres días se hizo ojo de hormiga y nunca más la volví a ver, a pesar de preguntar a mi madre, ella quien siempre sabía la ubicación de cualquier objeto de casa, solo bastaba recordar aquella sentencia de “si lo busco y lo encuentro, ¿Qué te hago?” Nunca supe dónde quedó Tongolele, es más, ni preguntándole a la Ouija de la tía de Homero, con la que nos comunicábamos al más allá a través del espíritu de Tin Tan.

jueves, 7 de enero de 2021

La neta del 2021.


Siete días del 2021 y para sobresaltos de esos que afectan el sistema nerviotorio bien que sobran, sí, de esos a los que pueden hacer que a uno se le enchueque la buchaca, para muestra este seis de enero cuando cortaste la rosca de Reyes, en lugar del muñequito blanco te encontraste a Bebé Yoda, ahora sí, “que la fuerza te acompañé” en toditito el año y no la bendición del Creador, ¡ya ni la amuelan con las roscas galácticas! Por otro lado, a mi sor Juana Inés de la Cruz de aparecer en los billetes de a doscientos ahora sí que me la bajaron de categoría al de cien pesitos, espero que con ello esta vez en el mercado ya tengan cambio y no me traigan como nango de puesto en puesto.

En Comala se produce café de clase mundial y todo Colima bebe Nescafé y ese extraño liquido de dudosa procedencia que venden en las cadenas comerciales de cada esquina; los baños públicos siguen sin papel ni jabón, además de no funcionar dos de los tres que existen. Los solteros envidian la felicidad de los casados, mientras que la mayoría de los matrimonios ansia regresar a la soltería; hay quienes continúan echándose medio frasco de gel para lucir un peinado y quienes ni lo necesitamos por la escasez de folículo en la mollera. Lo pinche impuntual no se nos quita, media hora después de lo acordado es llegar temprano, ¡no marchen!

Continuamos haciendo pachangas de cualquier excusa, y por seguridad pandémica en ellas únicamente involucramos a nuestra familia, así sean cuarenta, además de ignorar que entre ellos se encuentre algún asintomático, que le dé en la torre a los abuelitos; el limón es y seguirá siendo aderezo y remedio, mientras las bebidas con exageradas cantidades de azúcar es aun el sustituto del agua ante la sed. No somos racistas, somos bien pinches clasistas, para muestra, los clasemedieros surtimos las frutas y verduras en el tianguis mientras que los juniors van a Los Miércoles de Plaza. Vivimos en un mundo donde las malas costumbres son más fáciles de aprender que los contenidos programáticos de un plan de estudios, que los makis llevan Queso filadelfia y que la suerte de la fea, la bonita la desea, pero… ¿Qué opinará la fea de esta frase? No se agüite mi estimado lector, espero que este nuevo año, “may the force be with you”.

jueves, 31 de diciembre de 2020

Año nuevo.

Estamos a horas de que concluya este 2020, las redes sociales a través de memes se han dado a la tarea de implantar en nuestra masa encefálica la idea de que con el fin de año, se acabaron las penurias de salir a la calle con mil barreras de tela, acrílico y mentales, y que en el ansiado 2021, volveremos a compartir las pizzas de oficina, el chupe con los cacahuates del mismo recipiente, se pondrá fin a los invitados digitales en los cumpleaños en línea, romperemos el enclaustramiento voluntariamente aceptado pues ya hay vacuna con sus dudas, pero la hay.


No quiero imaginar a nuestras mascotas minutos antes de la medianoche del 31 de diciembre, con tanto pinche cohetes, intentando meter la cabeza en su propio esfínter del pánico que les ocasionarán todos esos nangos que creen así erradicar al pasado de lanza del 2020, que les facturó aislamiento, desilusión, pavor e incertidumbre, esos mismos individuos que a pesar de la amenaza latente de un virus, iban por la calle con el cubrebocas en la mano y solo se lo ponían para que los dejarán ingresar a las tiendas, los restauranteros que se hacían de la vista chiquita dejando pasar personas sin las medidas sanitarias con tal de no perder clientela, taxistas que ruleteaban sin protección pues todo era una teoría de la conspiración hurgada por cerebros más inteligentes que los de ellos.

Mientras a quienes nos educaron entre el campo de batalla emocional de la Ciudad de las Palmeras, quienes hemos encontrado fuentes de inspiración esas vecindades y camiones urbanos que se pierden en la urbe de concreto, agradecemos cada mañana darnos cuenta que respiramos ese aire contaminado de nuestra tierra que huele a caos organizado, que despierta pasiones caóticas, que alimentan los recuerdos más hermosos que nos hacen revivir momentos tan efímeros, como los de este año que nos enseñó hábitos de higiene olvidados, romper con costumbres insanas e intentar ser amables con las personas, un año nuevo no nos sirve de nada sino cambiamos nosotros.

viernes, 25 de diciembre de 2020

Confinando por costumbre o fatalismo.


Hace varios días escribí sobre las ansiadas vacaciones. Hoy a cuatro días de vivir en la hueva total, tristemente me doy cuenta de que estar de ocioso en el confinamiento es de lo más aburrido, desalentador y melancólico; inmediatamente invade la nostalgia de tener esos momentos de “La Nueva Normalidad” en donde uno, a través del pequeño agujerito con luz integrada de la cámara en la laptop, compartía con los alumnos la intimidad de mi casa, los cuadros de las vírgenes a las que me encomiendo todas las mañanas, el enorme crucifijo sobre la cabecera de la cama y varias figuras de acción en sus respectivas cajas que cuelgan de la pared. Es más, creo que hasta había un intercambio de emociones entre ellos y yo. Además, por primera vez los chamacos tenían puesta su atención en lo que decía y las diapositivas que les presentaba, no como en la antigua normalidad cuando mis palabras y la información eran como la música y promocionales de las tiendas departamentales, que se oyen y ven sin la más mínima atención.

La verdad no extraño aquellas viejas madrugadas cuando el maldito despertador sonaba y en menos de hora y media, como zombi de lo atolondrado del sueño, tenía que bañarme, afeitarme -¡pinches cortadas torpes!- a tientas, descubrir que a la camisa de carquis le hacía falta un botón. Desayunar a supervelocidad que luego se convertía en agruras y acidez estomacal. Generar un titipuchal de estrés por llegar a tiempo entre el tránsito kamikaze. A diferencia de hoy, que mientras los alumnos toman sus notas, fácilmente puedo sacar la ropa de la lavadora, preparar un calientito desayuno, degustarlo y consultar las noticias en internet.

Lo que lamento es que debido a este ojete enclaustramiento pandémico voluntariamente aceptado, no conozco físicamente a mis estudiantes, si, ya no son escolantes, pues los invito a que enciendan sus cámaras con el propósito de conocerlos y evitar sentirme en una vulgar llamada telefónica, además, encender la cámara evidencia que como individuo uno tiene alta estima positiva de su persona. ¡Qué lindo soy! ¡Cómo me quiero, jamás me podré olvidar! Nunca me hubiera imaginado que me iba a tocar tal experiencia, donde la limpieza se casó al civil con la higiene y de padrinos tuvo al miedo y la incertidumbre.

jueves, 17 de diciembre de 2020

Canciones de fe y devoción.

Algunas personas como estrategia de cuidados ante el Coronavirus optan por realizar las compras de los abarrotes a través de Internet, otros como quien firma lo que escribe preferimos ir con cubrebocas y careta, además de que en el mercado a donde voy, los locatarios han colocado por la única puerta accesible un filtro que consiste en una persona que no deja ingresar a nadie sin cubrebocas, te toma la temperatura con termómetro digital, ofrece las opciones de desinfectarte las manos con gel antibacterial o agua clorada y jabón líquido. El sábado pasado al llegar, mientras aferraba la bicla a un poste de teléfonos despejando así cualquier ilusión a los cacos, llamó mi atención el clásico sonido de trompetas de mariachis, inmediatamente por entre las rejas de la entrada los pude ver haciendo una especie de semicírculo ante la pequeña imagen de la Virgen de Guadalupe que descansa sobre un altar lleno de foquitos navideños, Rosa, la del pollo, con los ojos blanquitos tipo “Candy Candy”, me dice con voz rasgada: “¡Qué bonito!”.

    En el interior Doña Silvia, la que vende pan y las señoras de Zacualpan junto con Trini, la menudera, cantan El Himno Guadalupano, mientras en sus ojos las lágrimas escurren ríos de emoción, que como esponja exprimen sus corazones con la esperanza de que la Morenita del Tepeyac saque de lo malo de este 2020 algo bueno, así como nos lo ha enseñado a los mexicanos que después de la oscuridad al fondo se vislumbra la luz, pues a la adversidad hay que superarla. Después entonaron “La Guadalupana”, mientras Leonor la de las frutas y verduras, apretaba sus manos contra el pecho al mismo tiempo que por las mejillas escurrían saladas lágrimas que sabían a miel sentimental; no era una romería en sí, ni hubo danzantes con sus típicos bailes, solo bastaron unas pocas ofrendas florales en la catedral del corazón de cada uno de ellos, así como las guitarras, vihuelas y trompetas de esos mariachis.

    Al final, los músicos disfrutaron unos ricos tamales de ceniza con café bien cargado, las señoras de Zacualpan regresaron a sus locales donde les esperaban los nopales y chayotes cocidos, así como la gallina chana y la buche pelón que tienen amarradas a la mesa, doña Silvia a su puesto de pan, mientras Rosa la del pollo, le subió al volumen a su bocina dejando escapar la rolita Palabras Tristes de Los Yonic’s, y quien firma la que escribe, se fue a surtir la despensa con la alegría de que aún existen personas que gracias a la fe mantienen la ilusión de que se le puede dar la vuelta a los problemas derivados de la pinche pandemia cada quien desde su respectiva ocupación.