Son despuesito de las 3 de la tarde, en la regadera yacen mis restos enjabonados cuando la señora que apoya en las labores domésticas me dice que afuera me espera una señorita dispuesta a realizar el censo 2020, respondo con incomodidad que por piedad le diga que regrese más tarde, mientras por mi cabeza rondan todos esos mensajes que mis contactos en WhatsApp me han enviado con tal de evitar caer en una trampa de ladrones, estafadores y secuestradores que supuestamente se hacen pasar por encuestadores –copyright, El Mitotero– o qué tipo de respuesta voy a dar a las preguntas sobre religión, cuentas bancarias, afiliación política y equipo de fútbol, ¡uy, qué ñañaras!
De pronto siento unas molestas cosquillas que van de la nariz a la garganta hasta el explosivo estornudo, seguido de cuatro más, las orejas se empiezan a poner calientes, en el espejo las observo muy coloradas, ¡no manches! Ahora falta que sea resfriado y con la publicidad del Covid-19, padecer alguna enfermedad respiratoria en estos tiempos, existe la posibilidad de que te apliquen el apartheid que se suscitó con la gripe A (H1N1), en donde se creó una rígida división entre la inmensa minoría saludable y la mayoría enferma.
¿Y porque no nos ponemos todos en cuarentena? Así cuando salgamos de ella, tal vez se haya reseteado el Horario de Verano, que ya meritito viene, se terminase el censo y probablemente ya fueron publicados sus resultados en lugar del mes de noviembre, –por cierto la encuestadora además de identificarse fue atenta y cordial, así como nunca hubieron opciones de preguntas de índole personal–, por su parte el coronavirus ya ni exista, en pocas palabras, cancelamos nuestra realidad que se desarrolla más entre embustes y miedos, que de momentos felices. Nos vemos en el próximo… ¡Espero!
Son una serie de artículos que ya han sido publicados en diversos periodícos locales.
jueves, 12 de marzo de 2020
jueves, 5 de marzo de 2020
La infancia de todos
Creo que el mundo tecnológico y la violencia han acabado con la diversión de la niñez, ¿los chamacos de ahora qué infancias tienen? Ya no se juega en la calle -por miedo a que se active la Alerta Amber-, pues si salen es a un jardín o a las plazas comerciales, además, creo que debido a la abundancia de información que existe, ahora las charlas del recreo resultarán dificilísimas, imagínate abordar tantos temas en treinta o cuarenta minutos que dura. A diferencia de mi época infantil en que existían tres canales de televisión -niñera de la infancia mexicana de los setenta y ochenta-, dos marcas de juguetes, todos comíamos las mismas golosinas, lo que significaba que había referencias comunes que daban origen a charlas entre cuates que nos faltaba recreo para seguir, con decirles que nuestros enemigos eran Lex Luthor y The Joker o el Comodín como lo conocimos gracias Editorial Novaro.
Las generaciones actuales no conocieron y dudan de que hubiera álbumes de corcholatas de refresco, ¡sí! Existían de personajes de Disney, programas de Televisa, y en donde aplicábamos nuestro ingenio, era con las del mundial Argentina 78, ya que con un botón de camisa al presionarlo con la ficha hacíamos que la imagen impresa de Hugo Sánchez, Armando Manzo, Cristóbal Ortega, Leonardo Cuéllar -¿wey, esos quiénes eran?- y otros más, metieran sus chutazos a gol en las porterías de palillos de los helados Mexti. Los castigos de nuestros progenitores eran perversos, quedarte sin ver tu programa favorito, sin la golosina de la tienda que tanto te gustaba o esconderte el juguete con el que más te divertías, ¡ya ni la amuela mi jefa, esconder por tres meses a Kid Acero!
Aún no supero el sentimiento de culpabilidad de que por unos de mis clásicos berrinches un domingo me prohibieron ver al Profesor Zovek, y fue un día después cuando murió ejecutando una de sus intrépidas acciones. Los castigos que ahora son penados a quienes se los apliquen a los chamacoescuincles, todas esas enormes cantidades de azúcar –que se convirtieron en ciberataques del ratón de los dientes– en la comida chatarra que nos vendía Chabelo, hicieron de nuestra infancia, una niñez que nunca conoció el estrés y menos al psicólogo, pues la vida a esa edad fue un mágico y divertido momento entre nuestro nacimiento y nuestra muerte.
Las generaciones actuales no conocieron y dudan de que hubiera álbumes de corcholatas de refresco, ¡sí! Existían de personajes de Disney, programas de Televisa, y en donde aplicábamos nuestro ingenio, era con las del mundial Argentina 78, ya que con un botón de camisa al presionarlo con la ficha hacíamos que la imagen impresa de Hugo Sánchez, Armando Manzo, Cristóbal Ortega, Leonardo Cuéllar -¿wey, esos quiénes eran?- y otros más, metieran sus chutazos a gol en las porterías de palillos de los helados Mexti. Los castigos de nuestros progenitores eran perversos, quedarte sin ver tu programa favorito, sin la golosina de la tienda que tanto te gustaba o esconderte el juguete con el que más te divertías, ¡ya ni la amuela mi jefa, esconder por tres meses a Kid Acero!
Aún no supero el sentimiento de culpabilidad de que por unos de mis clásicos berrinches un domingo me prohibieron ver al Profesor Zovek, y fue un día después cuando murió ejecutando una de sus intrépidas acciones. Los castigos que ahora son penados a quienes se los apliquen a los chamacoescuincles, todas esas enormes cantidades de azúcar –que se convirtieron en ciberataques del ratón de los dientes– en la comida chatarra que nos vendía Chabelo, hicieron de nuestra infancia, una niñez que nunca conoció el estrés y menos al psicólogo, pues la vida a esa edad fue un mágico y divertido momento entre nuestro nacimiento y nuestra muerte.
jueves, 27 de febrero de 2020
¡Empate!
Sé de alguien que cuando decidió contraer matrimonio, lo hizo por las dos formas: al civil y por la religión, pasado un tiempo asegura creer en la anarquía y ser ateo, además de sugerir que en el rito nupcial el protocolo de los consentimientos se debería de modificar de la siguiente forma: “Yo, N., te acepto a ti, N., como esposa y me entrego a ti, y prometo serte fiel en cualquier red social –lo que une el todopoderoso que no lo separe Tinder–, en la prosperidad, en la neurosis, psicosis y en la autodestrucción, y así amarte y respetarte todos los días de mi vida sin tomar en cuenta lo que opinen de ti otros, además de soportarnos olores corporales y flatulencias”.
Creo que la vida en pareja es lo más difícil, si a uno mismo le cuesta entenderse y tener claro a dónde ir, es más, hay días en que no estoy ni para mí mismo, motivo por el cual me vi obligado a pedir disculpas en Facebook, para evitar cosechar enemistades, ya ven, muchos siguen creyendo que soy todo un caballero bien portado y positivo. A ver, ¡sopórtenme una semana! Cambiarán de opinión. Es que a veces uno se cansa de simbolizar esa inteligencia de permanecer callado ante las adversidades de la vida o de intentar aparentar alguien que no abre la boca, que mejor piensen que sé es tonto a soltar la lengua y demostrar lo contrario, ahora imagínense cuando son dos, llegar a establecer acuerdos es muy complicado.
Para tener pareja no hay que estar ni imbécil ni loco, hay que tener humildad, dejar de ser envidioso, sepultar los egos evitando con ello esa estúpida lucha en querer destacar o querer manipular, actitudes así generan diferencias que con el tiempo se convierten en abismos, entonces una pareja es el conjunto de personas que suman más de uno y menos de tres –o sea, los parientes no cuentan–, quienes al permanecer unidos multiplican fuerzas, inteligencias hasta transformarse en seres supremos, recuerden que existen personas con las que nos llevamos bien y otras no soportas ni verles, si por casualidad tienes a tu lado a la que disfrutas su tiempo compartido, pídele lo que sabes que puede proporcionarte y olvida aquello en lo que no es bueno, que la pareja sea siempre un empate.
Creo que la vida en pareja es lo más difícil, si a uno mismo le cuesta entenderse y tener claro a dónde ir, es más, hay días en que no estoy ni para mí mismo, motivo por el cual me vi obligado a pedir disculpas en Facebook, para evitar cosechar enemistades, ya ven, muchos siguen creyendo que soy todo un caballero bien portado y positivo. A ver, ¡sopórtenme una semana! Cambiarán de opinión. Es que a veces uno se cansa de simbolizar esa inteligencia de permanecer callado ante las adversidades de la vida o de intentar aparentar alguien que no abre la boca, que mejor piensen que sé es tonto a soltar la lengua y demostrar lo contrario, ahora imagínense cuando son dos, llegar a establecer acuerdos es muy complicado.
Para tener pareja no hay que estar ni imbécil ni loco, hay que tener humildad, dejar de ser envidioso, sepultar los egos evitando con ello esa estúpida lucha en querer destacar o querer manipular, actitudes así generan diferencias que con el tiempo se convierten en abismos, entonces una pareja es el conjunto de personas que suman más de uno y menos de tres –o sea, los parientes no cuentan–, quienes al permanecer unidos multiplican fuerzas, inteligencias hasta transformarse en seres supremos, recuerden que existen personas con las que nos llevamos bien y otras no soportas ni verles, si por casualidad tienes a tu lado a la que disfrutas su tiempo compartido, pídele lo que sabes que puede proporcionarte y olvida aquello en lo que no es bueno, que la pareja sea siempre un empate.
jueves, 20 de febrero de 2020
A dos de tres caídas
Los que me conocen pero no saben quién soy, de sobra echan de ver que la lucha libre es de mi agrado, por los diversos libros que hay en casa sobre el tema, las figuras de luchadores y las máscaras colgadas en la pared del cuarto de máquinas; como deporte no le encuentro atractivo, es en realidad toda su parafernalia, saliva, sudor y sangre -¡no, no son los discos de Thalía!- a dos de tres caídas sin límite de tiempo, en donde cual película repetida, casi siempre las dos primeras con enredos y engaños los rudos ganan, para después en la tercera los técnicos logran la rendición de sus adversarios con patadas voladoras, saltos desde la tercera cuerda y llaves chingonas.
A los ocho años fue la primera vez que acudí a ver este evento en vivo y todo color -es que antes las veíamos a través del televisor blanco y negro zonda de bulbos que mi jefecita lavando y planchando ajeno compró-, gracias a la motivación de mi padre e inspirado por la máscara de Huracán Ramírez, la neta yo hubiera preferido la del Santo, pero se veía bien chafa confeccionada en terlenka blanca, wee, ni plateada estaba, luego, mis ojetes cuates del barrio, iban a estar moliendo que era la del Dr. Wagner y no la del Enmascarado de Plata.
Para ser honesto, esa noche de sábado no me importó perderme Fiebre del 2 con Fito Girón y Chela Braniff, pues en La Almoloyan, nuestra catedral colimense de la lucha libre, además de que mi padre por vez primera había preferido llevarme a ver un espectáculo de tal envergadura que tomarse unas caguamas, lo acompañaba, nada más y nada menos que la estrella del cuadrilátero: Huracán Ramírez, a quien sin miedo le importó poco que se apagaran las luces e iniciara la función dando paso entre el griterío de la afición a los gladiadores. Hoy quien firma lo que escribe, sin ser luchador, ha perdido la máscara y la cabellera en la pelea de la vida y solo vive de recuerdos.
A los ocho años fue la primera vez que acudí a ver este evento en vivo y todo color -es que antes las veíamos a través del televisor blanco y negro zonda de bulbos que mi jefecita lavando y planchando ajeno compró-, gracias a la motivación de mi padre e inspirado por la máscara de Huracán Ramírez, la neta yo hubiera preferido la del Santo, pero se veía bien chafa confeccionada en terlenka blanca, wee, ni plateada estaba, luego, mis ojetes cuates del barrio, iban a estar moliendo que era la del Dr. Wagner y no la del Enmascarado de Plata.
Para ser honesto, esa noche de sábado no me importó perderme Fiebre del 2 con Fito Girón y Chela Braniff, pues en La Almoloyan, nuestra catedral colimense de la lucha libre, además de que mi padre por vez primera había preferido llevarme a ver un espectáculo de tal envergadura que tomarse unas caguamas, lo acompañaba, nada más y nada menos que la estrella del cuadrilátero: Huracán Ramírez, a quien sin miedo le importó poco que se apagaran las luces e iniciara la función dando paso entre el griterío de la afición a los gladiadores. Hoy quien firma lo que escribe, sin ser luchador, ha perdido la máscara y la cabellera en la pelea de la vida y solo vive de recuerdos.
jueves, 13 de febrero de 2020
Si el amor existe
Este viernes las calles se atascarán de melcocha gracias a la magia del marketing y del calendario que designa al 14 de febrero como Día de San Valentín, personaje romano cuyas obras se vinculan con el concepto de amor y afectividad, por esa razón creyentes o no, se desviven en demostrar su cariño a quienes les han correspondido, comprando muestras de afecto, abarrotando plazas comerciales, saturando tiendas departamentales y hoteles de paso, evidenciando con ello que el amor además de tener fecha de celebración, también tiene de caducidad, digo, para qué celebrarlo únicamente por 24 horas, si ya lo dicen Los Panchos “Toda una vida” implica el amor.
Cuando nos atrevemos a amar de verdad, somos como soldados en la guerra de Vietnam, que llenos de miedo avanzan a ciegas hacia un territorio desconocido, sin ninguna garantía de un final feliz, pues sabemos que amar es un riesgo, pero, ¡qué sería de la vida si no tuviéramos el coraje de arriesgarnos! Siempre caemos hasta setenta veces siete en ese truco sucio que la vida nos presenta con tal de seguir perpetuando la especie y que erróneamente llamamos amor. Dicen que es una locura temporal que se cura con el matrimonio, institución que se establece a través de un contrato con injerencia del gobierno y que atinadamente el filósofo alemán Immanuel Kant llamó “el arrendamiento de los genitales”.
Por amor no hay que casarse al civil, hay que vivir juntos y comprobar que compartir es un concepto difícil, pero hermoso de fomentar cuando se hace con sinceridad, tal vez para algunos en ese convivio concluyan que mejor Adán hubiera muerto con todas sus costillas o que con su muñeca hinchable no habría procreación, en fin, no hay rendición más dolorosa que la de dejar de querer aun queriendo, y ese masoquismo nos hace experimentar que el amor existe.
Cuando nos atrevemos a amar de verdad, somos como soldados en la guerra de Vietnam, que llenos de miedo avanzan a ciegas hacia un territorio desconocido, sin ninguna garantía de un final feliz, pues sabemos que amar es un riesgo, pero, ¡qué sería de la vida si no tuviéramos el coraje de arriesgarnos! Siempre caemos hasta setenta veces siete en ese truco sucio que la vida nos presenta con tal de seguir perpetuando la especie y que erróneamente llamamos amor. Dicen que es una locura temporal que se cura con el matrimonio, institución que se establece a través de un contrato con injerencia del gobierno y que atinadamente el filósofo alemán Immanuel Kant llamó “el arrendamiento de los genitales”.
Por amor no hay que casarse al civil, hay que vivir juntos y comprobar que compartir es un concepto difícil, pero hermoso de fomentar cuando se hace con sinceridad, tal vez para algunos en ese convivio concluyan que mejor Adán hubiera muerto con todas sus costillas o que con su muñeca hinchable no habría procreación, en fin, no hay rendición más dolorosa que la de dejar de querer aun queriendo, y ese masoquismo nos hace experimentar que el amor existe.
jueves, 6 de febrero de 2020
Pásame un mapamundi de Colima
“Los mexicanos podemos nacer donde queramos” -frase que se la estoy robando a la dama de poncho rojo y carne morena que nos legó la gran Chavela Vargas-, por eso yo escogí Colima como mi cuna de palmas y carrizo, en suelo de tepetate, con la ayuda de la partera y sobre un petate en lugar de llorar con las nalgadas para respirar, decía mi jefecita que sonreí. Los colimenses no viajamos al extranjero, visitamos municipios de acá, donde cada uno de los diez es otro mundo, por eso, los lugares que más me gustan en el planeta Tierra, son los barrios de mi ciudad.
Si hay vida en otros mundos, aquí la tenemos de sobra, solo basta darse una vueltecita al centro histórico, donde descubrirán el hormiguero de personas que transitan por la acera sombreada de la calle Madero, disfrutar de la tuba quita sed y lo “nanguito” como el ínclito Baldo pregonaba en las escuelas; quién no se ha resbalado por La Piedra Lisa, monolito al que Juan José Arreola al mirarlo pregunto: “¿cuántas nalgas la dejaron así?”, sentarse en los changarros de este parque temático por el simple hecho de estar bien y que por un momento te dejen de joder mientras saboreas un raspado de guayaba con leche o tostadas de cuerito enchilados con su salsa endiablada La Fama.
Ahora me ha dado por viajar en bicicleta al bachillerato, para compensar los casi 45 minutos que paso en el camión urbano para ir y venir. He descubierto que esta ciudad no es amigable con los ciclistas, entre las banquetas que parecen uno más de los laberintos de Mario Bros, las obras por todas partes, hacen de uno El Guerrero de la Carretera, con ojos por todos lados para no caer en un bache, apalcuachar un gato, embarrar la llanta con caca o desmadrarse en cualquier cruce, además de las luces de mírame a huevo. Si a ello le agregamos el profundo hedor que en estos tiempos de humedad desprende la ciudad, no queda más que decir que esta vida citadina siempre me deja con la sensación de que al día le faltan horas, que dura muy poquito y que en general no son suficientes 24, de la noche mejor ni hablar.
Si hay vida en otros mundos, aquí la tenemos de sobra, solo basta darse una vueltecita al centro histórico, donde descubrirán el hormiguero de personas que transitan por la acera sombreada de la calle Madero, disfrutar de la tuba quita sed y lo “nanguito” como el ínclito Baldo pregonaba en las escuelas; quién no se ha resbalado por La Piedra Lisa, monolito al que Juan José Arreola al mirarlo pregunto: “¿cuántas nalgas la dejaron así?”, sentarse en los changarros de este parque temático por el simple hecho de estar bien y que por un momento te dejen de joder mientras saboreas un raspado de guayaba con leche o tostadas de cuerito enchilados con su salsa endiablada La Fama.
Ahora me ha dado por viajar en bicicleta al bachillerato, para compensar los casi 45 minutos que paso en el camión urbano para ir y venir. He descubierto que esta ciudad no es amigable con los ciclistas, entre las banquetas que parecen uno más de los laberintos de Mario Bros, las obras por todas partes, hacen de uno El Guerrero de la Carretera, con ojos por todos lados para no caer en un bache, apalcuachar un gato, embarrar la llanta con caca o desmadrarse en cualquier cruce, además de las luces de mírame a huevo. Si a ello le agregamos el profundo hedor que en estos tiempos de humedad desprende la ciudad, no queda más que decir que esta vida citadina siempre me deja con la sensación de que al día le faltan horas, que dura muy poquito y que en general no son suficientes 24, de la noche mejor ni hablar.
jueves, 30 de enero de 2020
La vida en memes
“Una imagen vale más que mil palabras”, adagio que en diversos idiomas afirma que un retrato representa argumentos tan válidos que hasta pudieran ser moralizadores, como es el caso de los memes, que la mayoría de usuarios difundimos como especie de “¡Te lo dije!”, entonces reflexiono y caigo en la cuenta de que ahora la imagen además de valer mil palabras, porque la neta, ya ni hablamos, menos aún escuchamos, por estar embrutecidos mirando a la cajita idiota del celular, ha ocasionado que un meme valga más de mil palabras, y lo que es peor, cuando quien lo reenvía siente representados sus ideales –¡uy, con que poco pinole les da tos! – a través de él.
Así es como nacen los memes de la venta del avión, del arribo del coronavirus a nuestro país, de los que me han hecho mis estudiantes en las fotos que tomaron sin mi consentimiento cuando les impartía clases y que pusieron en mi cara maquillaje del Joker, construyendo cadenas con eslabones llenos de prejuicios, que indudablemente quien los ve, además de la guasa, los llega a creer e incluso hay quienes los consideran informativos, pues saben bien que su realización está fomentada por una inconformidad.
Hoy somos menos equidistantes que años atrás, pues ahora con esa efervescencia de ir buscando memes de lo que nos alimentan de supuesta información las redes sociales, caemos en la torpeza de encontrarnos con alguien que piensa igual que uno, publicando una foto con cierto mensaje lleno de sarcasmo -tan satanizado en las aulas gracias al ejercicio de la docencia-, que yo nunca me atrevería a hacer, entonces caemos en la cuenta que esa persona es igual que uno, por eso lo enviamos a nuestros contactos como ideas propias, es decir, en pleno siglo XXI continuamos viviendo de ideas ajenas, o sea, somos vividos por otros que pululan en el 4G, llegando idealizar que nuestros pensamientos generan acciones contestatarias como la del meme.
Así es como nacen los memes de la venta del avión, del arribo del coronavirus a nuestro país, de los que me han hecho mis estudiantes en las fotos que tomaron sin mi consentimiento cuando les impartía clases y que pusieron en mi cara maquillaje del Joker, construyendo cadenas con eslabones llenos de prejuicios, que indudablemente quien los ve, además de la guasa, los llega a creer e incluso hay quienes los consideran informativos, pues saben bien que su realización está fomentada por una inconformidad.
Hoy somos menos equidistantes que años atrás, pues ahora con esa efervescencia de ir buscando memes de lo que nos alimentan de supuesta información las redes sociales, caemos en la torpeza de encontrarnos con alguien que piensa igual que uno, publicando una foto con cierto mensaje lleno de sarcasmo -tan satanizado en las aulas gracias al ejercicio de la docencia-, que yo nunca me atrevería a hacer, entonces caemos en la cuenta que esa persona es igual que uno, por eso lo enviamos a nuestros contactos como ideas propias, es decir, en pleno siglo XXI continuamos viviendo de ideas ajenas, o sea, somos vividos por otros que pululan en el 4G, llegando idealizar que nuestros pensamientos generan acciones contestatarias como la del meme.
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