jueves, 29 de agosto de 2019

El que se mueve no sale.

Para Arnoldo Medina Soto, el cronista gráfico.

Ahora todos somos fotógrafos, me da risa observar en los pasillos de la escuela a la chaviza sacarse una selfi – ¿aún se utilizan? lamentablemente- cada que creen sentirse guapos, haciendo la mirada magnum tipo Zoolander. Por su parte, las chicas sacan la lengua a la izquierda, así como muy YOLO, ¿qué pensaría Gene Simmons de esa otra forma de ventilar el órgano muscular? ¡Si güé, el de Kiss! Cada rincón de la escuela es trasformado en estudio fotográfico, la cafetería, las jardineras, el prohibidísimo césped y sin faltar el cotizadísimo espejo de los baños, sí, con su peculiar buqué.

Cuando las fotografías son en grupo, más de uno sale con las manos haciendo señas, la verdad es de muy mal gusto que unos tipos la arruinen con los cuernitos metaleros -no se hagan, bien sabemos que les gusta el reguetón-, en plan de salgamos como si estuviera chido el desmadre del salón, claro, dentro de veinte años muchos se la van a creer, pero ahora se miran bien nefastos. Desde cuando empezó a sentirse satánica la raza, a ciencia cierta ni se sabe, pero ellos piensan que haciendo los cuernos metalhead son ya contestatarios, y no, nada más están alejados de la realidad, lo que es pior, es igual de OGT como el que saca la lengua y pone ojos de asesino serial, con la señal de “Peace & Love”.

En serio a mí como profesor me da pena eso y prefiero ni salir en la foto, opto por abrirlos como bolillo, además, si acepto por lo bien portado de los chamacos, lueguito mola la tiznada vanidad, obligándome a ocultar la panza que millón y medio de platillos la han mantenido así, disfrazar la papada de guajolote y sacar pecho tipo superhéroe, en pocas palabras soy un poquito más de nefasteishon que ellos para las fotografías.

jueves, 22 de agosto de 2019

Entre creerse escritor e intentar querer serlo.

Algunos de los que posan sus glóbulos oculares sobre este trozo de texto que religiosamente redacto cada jueves, me han preguntado las intenciones del mismo, que si lo hago por ego, es decir, pa´que me tomen en cuenta, ¡naaaaaah! Escribo simplemente por compartir con ustedes, los que me leen y también para aquellos que les dijeron, ¡órale, ya leíste lo que escribió este wee! Conozco a otros que en sus redes sociales intentan expresarse subiendo fotos de lo que comen -respetable, pero no le veo lo atractivo a unas enchiladas con coca sudada-, los que se van de viaje no nada más a Los Amiales, sino a otros países, son una exageración cómo cubren cada metro de su paseo con imágenes, sí, ya sé que conocen muchos lugares paradisiacos, pero… ¿ellos se conocerán así mismo?

Además de lograr expresarme, lo que más importa es compartir las ideas, si a ustedes les gusta, pues qué bueno, pero si no les agrada, espero que no molen mucho. Digo, no crean que uno lo hace esperando el beneplácito de TODOS, además, quien firma lo que escribe ya está acostumbrado a ver jetas, y nunca me ha gustado rogar amabilidad, pues escribo lo que vivo, a veces positivo otras negativo- ¡chale! Esa frase ni es mía, es de Jovanotti, pero le escribo sin comillas, pues de tanto escuchar la rolita ya forma parte de mi programación. Lo importante es escribirlo y el disfrute que ocasiona hacerlo, si quienes lo llegan a leer están en plan de divas y se sienten agredidos, pos honestamente es su problema.

Ya que está hecho el texto, como ahora que lo están leyendo, su aprobación y desaprobación es bienvenida, no esperen que después les brinde alguna explicación, si no le doy explicaciones ni a mi jefecita… imagínate a alguien que se siente aludido o que piensa que lo escribí pensando en él -ni que fuera canción de amor-, neta que no, lo hice con el propósito de compartir mi opinión y no el sentir de los demás, hagan de cuenta que es mi forma de platicar con ustedes, y como ya saben hay con quienes se puede platicar, así como hay con quienes ni ganas dan de entablar una charla.

jueves, 15 de agosto de 2019

El teléfono descompuesto

Cuando intentamos comunicarnos de forma verbal o escrita -que de esta manera no debiera existir ningún enredo-, entre tanta palabra, hacemos un laberinto y no toda la información llega como la pensamos, es decir, se pierde o ignora. Haga un recuento de cuántas veces en plena charla con su pioresnada sucede algo así: -Cariño, ¿me pongo vestido o falda? A lo que tú simplemente contestas – ¡Ajá! Entonces ella arremete colérica: ¿Sí qué? ¡Pareces nango o te haces! Dando origen a posibles argumentos que se convertirán en causantes de divorcio. Lamentablemente tu mujer intentó hacer llegar el mensaje, ella quiso que la información se trasmitiera, pero desgraciadamente el mensaje no se descifró al cien por ciento, es más, hasta se tergiversó por ti.

Algo semejante acontece cuando en plena reunión laboral recibes un mensaje así: ¿Para cenar sándwich o ensalada? Al término de la reunión lo miras y ahora te encuentras veinte mensajes llenos de reproches, a los cinco minutos llega otro con: ¡Estás mudo o qué!

En la actualidad la información que uno recibe tiende a la entropía, donde de un conjunto de mensajes o ideas que el emisor cree enviar, solo uno es captado, y pior, de forma incompleta, debido tal vez al medio ambiente o la influencia de otros factores, que bien pudiera ser estar en la lela.

Igual a veces uno por la ansiedad de trasmitir el mensaje dice menos de lo que cree comunicar o por la infinidad de cosas que nos distraen equivocamos o captamos erróneamente el mensaje: -Bebé, estoy solita, vente a la casa. – ¡Órale, que bien! ¿Llevo algo para langarear? -Tonto, a lo mejor ni tiempo tenemos para comer. – ¿Vamos a hacerlo? – ¡Octavio, eres un puerco! Solo piensas en eso, ¡qué asco! Uno puede pensar bien lo que se va a decir, pero el medio donde se recibe ese mensaje llega a influir en su distorsión. Entonces vienen las rencillas, los malentendidos, las palomitas en azul sin respuesta, los mensajes de WhatsApp del mero chiplocudo de la chamba que se pierden con todas esas respuestas de “recibido”, en pocas palabras, nuestra forma de comunicarnos es el reflejo de lo que hacemos y lo que pensamos o simplemente seguimos jugando al teléfono descompuesto.

jueves, 8 de agosto de 2019

¡Perdónalos Nietzsche, porque no saben lo que hacen!

Cuando a Nietzsche -¡Ah! ¿Fue conocido tuyo o qué?-, le preguntaban por qué únicamente la escritora rusa Lou Andreas-Salome había sido amiga, crítica y consejera, en lugar de su pareja, -pues como ustedes saben, ella se unió a Paul Rée-, éste respondía con el aforismo: “En el momento de casarse debemos plantearnos esta pregunta: ¿Crees poder conversar con tu mujer hasta que seas viejo? Todo lo demás del matrimonio es transitorio, pues la mayor parte de la vida común está dedicada a la conversación”.

Eso lo decía Nietzsche -¿era tu cuate o cómo?-, simplemente porque fue un sujeto enamoradizo que se rendía ante el género femenino fácilmente, obvio que no por todas era bien correspondido, para olvidar amargos momentos se inventó el misógino aforismo: “El hombre ama dos cosas: el peligro y el juego. Por eso ama a la mujer, el más peligroso de los juegos”. Frase que se la adjudicó a Zaratustra, tal vez porque no quería que sus poemas que frecuentemente escribía perdieran credibilidad, recuerden que es considerado de los mejores en su lengua natal.

Entonces no es de extrañar que en el lenguaje de pareja, uno de los dos recurra para entablar comunicación a diálogos como: No, estoy bien, solo estoy cansado, justo iba a llamarte, nunca llegó tu mensaje mi amor, en un ratito llego, ahorita te contesto, sigo en reunión, eres única y especial -como todas las demás-, etc., con tal de continuar juntos, y si ya no tiene a alguien, lo más seguro es que al buen San Antonio lo tengan mollera al suelo, ¡perdónalos Nietzsche, porque no saben lo que hacen!

jueves, 11 de julio de 2019

En la red social más antigua.

Salgo de esa reunión de profesores atolondrado más que otras veces, pues como es sabido por ustedes, la magnitud de los asuntos abordados en ella son inversamente proporcionales a la escasez de acuerdos del cuórum, así como sorprendido de que ahora mis colegas para mantener vigente sus diálogos tengan que recurrir a lo que se escribe en algunos memes, por ejemplo, rematar una frase lapidaria con: “se tenía que decir y se dijo”, sí, ese donde el pollito Kiiroitori azota su ala contra una mesa. La verdad, en un adolescente se le justifica por lo reducido de su lenguaje limitado a lo que lee a través de las redes sociales, pero a un académico, que mínimo leyó los textos obligados durante sus estudios, pues como que no.

Después de bajar de la ruta, mientras dirijo humildemente los pasos sobre esa antediluviana red social, o sea, la calle -que por cierto, está en riesgo de extinción y no quiero que se pierda en el olvido como el MetroFLOG y MySpace-, me aproximo al jardín de la colonia, cuando de pronto detengo el andar para observar a varias señoras ataviadas en mallas practicar zumba a ritmo de Farandulera, dándome la impresión de que las ahí presentes ni atención ponen al “quieren que entiendan que bailando la ponga en posición”, ellas bailan al ritmo de letras machistas que cosifican a las mujeres, tal vez para algunos, con ello sepulten el esfuerzo de quienes han luchado por la igualdad de género y sea una falta de respeto al feminismo.

No soy nadie para censurarlas, además, la liberación femenina implica que como todo ser humano, hagan de sus cuerpos lo que se les antoje y si deciden perder la grasa ejercitándolo mediante canciones de lenguaje sexista y misógino, pues es su gusto y punto, si con ello reafirmen su libertad y autonomía. Aprovecho también, desde acá, para pedirles que no dejemos de utilizar esa red social que es la vía pública, sigamos haciendo de forma artesanal grupos de chat en cualquier acera o esquina, salgamos a la calle a vernos las caras y constatar que con quien hablamos denota sentimientos a través de sus gesticulaciones al charlar y no mediante un frío emoji.

jueves, 4 de julio de 2019

Barro.

Una mañana cualquiera de cierto país, en su elegante oficina el diplomático de agricultura de esa región recibió a un ingeniero cuyo nombre no mencionaré con tal de evitar ofender a alguien que se llame igual -como sabemos, gracias a la Biblia y a las telenovelas muchos tienen el mismo nombre a pesar de no ser idénticos-, con la intención de presentar un estudio minucioso sobre lo que consideraba que los mercados rurales requerían.

Él lo miró y le dijo: No lo voy a leer hasta que no vea barro. ¿Qué barro?, preguntó el ingeniero. El barro en sus botas de recorrer todos esos campos, le respondió. Es más, no quiero oír nada de usted sobre los mercados rurales hasta que no pueda decirme qué clase de cerveza beben esos agricultores, qué hacen sus hijos después de la escuela y de qué hablan cuando están en el almuerzo durante el receso de la jornada laboral.

Pero este informe está basado en una investigación muy documentada, le replicó el agrónomo. Barro, quiero ver barro en sus botas, reiteró el diplomático. Oiga, ¿tiene por casualidad un par de botas? No, respondió con timidez el profesional. Enérgicamente el funcionario le pidió que se retirara de su oficina y no volviera hasta que no hubiera hecho lo que le dijo.

A veces nuestros conocimientos se limitan a fuentes documentales que enriquecen nuestro vocabulario como si fuéramos eruditas en el ámbito de cualquier ciencia, pero si las suelas de nuestros zapatos no se embarran de esa ciencia con la acción de intercambiar experiencias en el lugar donde se manifiestan, entonces aprendimos teorías tan perfectas que no tienen nada que ver con la realidad, son ideas de escritorio, individuos atornillados a sus sillas que no ven más allá de su monitor del computador.

jueves, 27 de junio de 2019

Suerte.

Gracias a un lector, por fin me cayó el veinte de que no a todas las personas les importan esas cosas que rondan por mi cabeza, ¡neta, es que a todos les vale un carajo lo que escribo! Creo que esta vibra enojona que traigo ha hecho que la gente empiece a alejarse de mí, es más, hasta mi pareja está cansándose de eso y ya ni le caigo bien cuando sonrío. De nada sirvió ir a la pirámide de El Chanal durante el equinoccio de primavera a llenarme de energía positiva, si un comentario iba a atrofiar mis torpes intentos de articulista, creo que ya es momento de quitar esos ajos con el moño rojo y el borreguito detrás de la puerta, para atraer la fortuna y alejar la energía negativa.

Salí corriendo al mercado “Manuel Álvarez” en busca de un Pajarito de la Suerte, esas aves que salían de sus jaulitas coloridas para sacar con su pico de una caja cierto papelito al azar con el destino astrológico escrito a cambio de una dotación de alpiste, para mi desgracia los locatarios aseguran que desde hace más de veinte años que ni se ve ninguno, ya se imaginarán por qué la profesión de estas aves desapareció; le pido al yerbero un trébol de cuatro hojas, sale con el cuento de que se le acabaron. En un fallido intento por tocarle la cabeza al pelirrojo carnicero, éste se molesta al grado de refrescarme la memoria de mi santa jefecita; voy a la casa esotérica de al lado en busca de una herradura con colorines incrustados que tampoco encuentro y el administrador se encabrona cuando en mi desesperación intento sobarle la panza a la efigie del Buda de la entrada, para colmo en el restaurant chino se terminaron las galletas de la suerte, además, los muy ojetes no quisieron venderme ese gato dorado tipo cerámico que mueve la manita.

Ahora comprendo por qué esos aspirantes a licenciatura el pasado jueves, antes de realizar el Examen Nacional de Ingreso, se deseaban suerte, y quien firma lo que escribe en su terco escepticismo se admiró de escucharlos, pensando: ¡No manches, basta con estudiar bien! Siempre he creído que si un pájaro hace sus necesidades fisiológicas sobre la cabeza de alguien es pura casualidad, si me toca el corte de caja en el súper o la fila es larga para realizar algún pago es por culpa del destino, igual también cuando me estoy haciendo del baño y la persona que se encuentra adentro no sale. Suerte, ¿dónde andas ahora que tanto te necesito? ¡Buaaaa!