Se avecina el Día de Muertos, fecha en que la chaviza, gracias al tesón de los profesores, sustituye de su agringada existencia al Halloween por la ofrenda o altar de muertos, de igual forma los fantasma se cambian por las ánimas, se pone de moda en supermercados el tradicional pan de muerto -¡guácala!- no sé, le hubieran puesto otro nombrecito, algo así como pan de calaca.
Mientras la vida huele a perones y jugo de caña de la Feria, por su parte un servidor a mitad de semana sufriendo y suplicando que la horripilante flojera abandone este cuerpo chambeador o que de perdis se espere al puentezuco para entonces si ignorar el tiznado ring, ring del maldito despertador y dormir cual lirón.
Son épocas de recordar a los que ya se fueron, sólo que acá nadie muere, todos viven en la memoria o como dicen “no estaba muerto, andaba de parranda”, si no me creen, pos…busquen la nota en internet de que el difunto vocalista de Nirvana, Kurt Cobain está vivito y coleando en Perú.
Entre el amasijo de muertos vivientes como Elvis Presley, Michael Jackson y nuestro Pedro Infante, hay quienes estando vivos se consideran difuntos; tal es el caso de Paul McCartney, ya que quien supuestamente, hasta la fecha continua sacando discos, realizando conciertos, además de posar para fotografías y hacer videos es en realidad un guardia de seguridad que se asemeja un resto a él, pues el pobre de Paul murió en un accidente automovilístico.
A ciencia cierta no ha sido comprobado que los cadáveres vuelvan a la vida, -¡lector, por favor, no confundir con las otras formas de entregar el equipo que los humanos practicamos!- A pesar de que la ciencia niega el regreso de las ánimas, quien aquí les escribe tuvo una escalofriante experiencia con un ser de ultratumba, de esas que te sacan un pedazo del alma del miedo.
Resulta que durante mi infancia cuando aún no necesitaba de ortodoncia ni brackets, continuamente acompañaba a mamá a una mercería a surtir de artículos para su empleo como costurera.
En una de tantas, nos causó extraño que sobre la cortina metálica del ingreso al negocio hubiera colgado un moño negro, ese listón que simboliza el luto por la pérdida de alguien. Al llegar fuimos amablemente atendidos por el esposo de la dueña, quien al tomar la orden de mi madre, dirigió sus pasos rumbo al cuarto contiguo a surtirla; mientras esperábamos, del fondo del pasillo de ese antiguo caserón se acercó la señora, preguntándonos si ya se nos atendía, a lo que mi jefa asintió con un -¡ajá!- sin pronunciar palabra la mujer dio un giro y se retiró, minutos más arribó el marido con el pedido, lo entregó y nos retiramos.
Íbamos a media cuadra cuando nos aborda doña Rufina, amiga de la infancia de mi jefecita, haciéndole la pregunta obligada de dónde iba o venía, muy cortés ella explicó santo y seña de lo que habíamos hecho. Intrigada doña Pina le dice a mamá que le agradaba mucho que ya estuviera abierta la mercería, señal de que el marido había superado la muerte de su esposa, incrédula mi mamá dijo: ¡eso no es cierto, si ella misma salió a atendernos! ¿Verdad que sí hijo? Lo meritito cierto es que yo también la vi con estos ojos que se comerán los gusanos, pues ellos “que sabrán lo que siento porque me verán por dentro y verán mi corazón” (gracias Fobia por la frase), que ella salió y se fue dejándonos la incógnita de que su ánima resultó ser una más que purga con nosotros la vida.
Son una serie de artículos que ya han sido publicados en diversos periodícos locales.
jueves, 27 de octubre de 2016
jueves, 20 de octubre de 2016
La realeza del siglo XXI
En algunos países la realeza es absoluta, también la hay constitucional y en otros es representativa, en el nuestro existe, pero… pues simplemente no ejerce soberanía alguna, pues carecen de privilegios, no poseen riquezas ni poder, son más bien alimento al placer voyerista. Acá les conocemos como lady y lord, siendo fácilmente visibles en algunos videos donde dan marcha a su actuar, convirtiéndose para la proliferante sociedad en el banquillo de los acusados ya que les realizan juicios morales sobre su proceder.
Se les otorga tales títulos de nobleza de forma irónica, porque sus actitudes se asocian con individuos de clase alta, de esos que gozan de mucha autoridad. Hay que patentizar este fenómeno de las ladies y lores, pues gracias a nuestro ingenio es como se crean estos términos a los videos de denuncia donde proliferan los seres ordinarios, quienes patéticamente son los más ridículos y a quienes gracias a sus actos de superioridad los vuelven virales los usuarios de las llamadas redes sociales.
El disfrute del video no radica en observar a los supuestamente pudientes cometer actos comprometedores como infringir leyes, exigir sus derechos como si fueran individuos poderosos, sino en esos juicios clasistas donde se expone todo el resentimiento social que sabiamente supieron explotar José Alfredo Jiménez en la canción “El hijo del pueblo” y Luis Alcaraz con su “Quinto patio”.
En las diversas redes sociales se perifonean esas evidencias de prepotencia o lo que se llega a considerar como faltas a la moral, gracias a la oportunidad que ofrece la telefonía celular de captar a través de su cámara el momento justo en que alguien está cometiendo una estupidez, logrando su principal tarea, socializar el ridículo. Cual discípulos de Óscar Cadena, quien con su cámara captara infraganti a individuos allá por mis entrañables 80´s y que popularizó la obertura de la ópera “El barbero de Sevilla”, a tal grado que algunos le atribuyen su autoría a este hombre en lugar de a Gioacchino Rossini.
Hoy contamos con una Cámara Fregadanti, donde se maximizan los estereotipos negativos, que de tanta divulgación a veces llego a cuestionar, ¿hasta dónde podemos transgredir la privacidad de las personas? Pues las redes sociales son rudas, prejuiciosas, doble moralistas, simplemente porque la mano del ser humano cual Rey Midas a la inversa echa a perder todo lo que toca, ¡por favor no repliquen esas jodidísimas evidencias!
Si existen teléfonos inteligentes, pues también quienes los utilizan lo sean, es ridículo que ahora ya ni puedas divertirte a tus anchas en alguna fiesta, pues hay la probabilidad de que alguien esté operando la lente de su celular y capte acciones que para algunos pudieran resultar ofensivas o pasadas de lanza. La medida más certera para evitarlo es que al ingresar a cualquier guateque se retengan los aparatos hasta que salgan del antro, fiesta o congal, para así no correr el riesgo de pertenecer a tan patético linaje.
Se les otorga tales títulos de nobleza de forma irónica, porque sus actitudes se asocian con individuos de clase alta, de esos que gozan de mucha autoridad. Hay que patentizar este fenómeno de las ladies y lores, pues gracias a nuestro ingenio es como se crean estos términos a los videos de denuncia donde proliferan los seres ordinarios, quienes patéticamente son los más ridículos y a quienes gracias a sus actos de superioridad los vuelven virales los usuarios de las llamadas redes sociales.
El disfrute del video no radica en observar a los supuestamente pudientes cometer actos comprometedores como infringir leyes, exigir sus derechos como si fueran individuos poderosos, sino en esos juicios clasistas donde se expone todo el resentimiento social que sabiamente supieron explotar José Alfredo Jiménez en la canción “El hijo del pueblo” y Luis Alcaraz con su “Quinto patio”.
En las diversas redes sociales se perifonean esas evidencias de prepotencia o lo que se llega a considerar como faltas a la moral, gracias a la oportunidad que ofrece la telefonía celular de captar a través de su cámara el momento justo en que alguien está cometiendo una estupidez, logrando su principal tarea, socializar el ridículo. Cual discípulos de Óscar Cadena, quien con su cámara captara infraganti a individuos allá por mis entrañables 80´s y que popularizó la obertura de la ópera “El barbero de Sevilla”, a tal grado que algunos le atribuyen su autoría a este hombre en lugar de a Gioacchino Rossini.
Hoy contamos con una Cámara Fregadanti, donde se maximizan los estereotipos negativos, que de tanta divulgación a veces llego a cuestionar, ¿hasta dónde podemos transgredir la privacidad de las personas? Pues las redes sociales son rudas, prejuiciosas, doble moralistas, simplemente porque la mano del ser humano cual Rey Midas a la inversa echa a perder todo lo que toca, ¡por favor no repliquen esas jodidísimas evidencias!
Si existen teléfonos inteligentes, pues también quienes los utilizan lo sean, es ridículo que ahora ya ni puedas divertirte a tus anchas en alguna fiesta, pues hay la probabilidad de que alguien esté operando la lente de su celular y capte acciones que para algunos pudieran resultar ofensivas o pasadas de lanza. La medida más certera para evitarlo es que al ingresar a cualquier guateque se retengan los aparatos hasta que salgan del antro, fiesta o congal, para así no correr el riesgo de pertenecer a tan patético linaje.
jueves, 13 de octubre de 2016
El día de la empanada
Transcurría la jornada de clases tan normal que casi ni en cuenta de que en ese momento estuviera vivo ocupando un espacio sobre la tierra, es más, ni consciente estaba de que respiraba mientras ceremoniosamente realizaba el pase de lista, de pronto entre el cuchicheo estudiantil uno de ellos le dice a otro: ¡padrino, mis empanadas! ¿Y eso qué wee? –responde el joven. Muy ufano éste replica, ¡a qué tarado estas! ¿Qué no sabes? Mañana es el día de la empanada.
De pronto mi cerebro hizo una especie de scratch –por si alguien no lo sabe, es el sonido de un disco de vinilo cuando la aguja se brinca debido a alguna imperfección–, y me dije a mi mismo, si octubre es uno de los meses que más me agradan debido a que en el último de sus domingos recuperaremos la tiznada hora de sueño que el ingrato abril nos robó, también porque se avecina la feria con su olor a perones, nueces y dátiles. ¿Cómo alguien puede descartar el tan esperado día cuatro?
En esa fecha los memoriosos panaderos dejan de elaborar las conchas, moños, cuernitos y salados –en casa así les llamamos al bísquets, ¿ok?– con tal de obligarnos a comer las empanadas bajo el pretexto de que la tradición villalvarense, festeja así a San Francisco de Asís durante el novenario que culmina precisamente en ese día, y pese a ello, este imberbe estudiante se pasa por las axilas a tan milagroso santo al darle crédito únicamente a ese pan relleno de pulpa.
Es notorio que a los chicos sólo les importa la suspensión de clases que acarrea un puente vacacional o un día feriado, además gracias a la magia de los diputados a veces ni coincide el día de descanso con la efeméride, pero el motivo por el cual están disfrutando de un receso atascando plazas comerciales y cines es lo que menos interesa. Entonces que no nos cauce admiración que tanto el día de la Independencia (¡momento, náquever con la película!) como el de la Revolución sean considerado simplemente como días del “desfile”, dejando de lado a los héroes nacionales, bueno, sí el 12 de octubre piensan que es el día de la endoscopía por aquello de Colón.
De pronto mi cerebro hizo una especie de scratch –por si alguien no lo sabe, es el sonido de un disco de vinilo cuando la aguja se brinca debido a alguna imperfección–, y me dije a mi mismo, si octubre es uno de los meses que más me agradan debido a que en el último de sus domingos recuperaremos la tiznada hora de sueño que el ingrato abril nos robó, también porque se avecina la feria con su olor a perones, nueces y dátiles. ¿Cómo alguien puede descartar el tan esperado día cuatro?
En esa fecha los memoriosos panaderos dejan de elaborar las conchas, moños, cuernitos y salados –en casa así les llamamos al bísquets, ¿ok?– con tal de obligarnos a comer las empanadas bajo el pretexto de que la tradición villalvarense, festeja así a San Francisco de Asís durante el novenario que culmina precisamente en ese día, y pese a ello, este imberbe estudiante se pasa por las axilas a tan milagroso santo al darle crédito únicamente a ese pan relleno de pulpa.
Es notorio que a los chicos sólo les importa la suspensión de clases que acarrea un puente vacacional o un día feriado, además gracias a la magia de los diputados a veces ni coincide el día de descanso con la efeméride, pero el motivo por el cual están disfrutando de un receso atascando plazas comerciales y cines es lo que menos interesa. Entonces que no nos cauce admiración que tanto el día de la Independencia (¡momento, náquever con la película!) como el de la Revolución sean considerado simplemente como días del “desfile”, dejando de lado a los héroes nacionales, bueno, sí el 12 de octubre piensan que es el día de la endoscopía por aquello de Colón.
jueves, 6 de octubre de 2016
Voy a pasármelo bien
Los que me conocen y no saben quién soy, no les extraña que a mí no me gusten las fiestas, no es que sea un antisocial como los ignorantes dicen por el simple hecho de no ir a un festejo, es que la neta me aburro fácilmente e incluso a veces parezco entristecido, y… ustedes saben los guateques es de sentirse bien, bailar –pos la neta ni mover el bote se, mucho menos sacudir la chancla–, moverse, desinhibirse, hacer la guaguara con alguien o tomarte unos drinks, pero ni refresco tomo, menos aún alcohol, ¡así o más aburrido!
La onda de las fiestas a mí ni me laten, ni me latirán jamás, eso de ir a un sitio con adornitos o desbordando elegancia que nunca han tenido los organizadores para poner cara de mascota recién comprada no es lo mío. Claro que he ido a una que otra, pero no…no me han atrapado como a muchos que andan en busca de una para pasarla chido, además es común toparte con esos que se cuelan en los festejos a hacerla de tos y a sentirse mal o peor aún, hacer sentir mal a los demás, neta que me surran quienes para justificar su pendejez le reparten la culpa a todo mundo, o sea, uno que tiznados es responsable de que su vida siempre esté nublada.
Igual te encuentras con el invitado que se la lleva nada más criticando, “mira a la quinceañera, esta re bien… revientruda pues el vestido le queda como forro de cuaderno de primaria de lo estirado”. “Al cantante del grupo versátil le han de decir el comal, por calentar gorditas”, “se casaron porque la novia ya tenía el cofre levantado”, ¡ashh! Si vas a donde la gente se divierte a desparramar tu mala leche, a incomodar a los demás con tus inútiles comentarios, mejor quédate en casa, que te soporten tus familiares y no quienes ni tus parientes son.
Al igual que un presagio, el estar consciente que voy a pasar un rato desagradable al no tener nada que hacer en eventos donde otros se la pasan bien, es como realizar una profecía autocumplida, entonces, a que tiznados voy, y por favorcito absténganse a invitarme a cualquier BBC (bodas, bautizos y comuniones), pues estaré más nervioso y ansioso que un presbítero en el table por retirarme a mi hogar a pasármela bien.
La onda de las fiestas a mí ni me laten, ni me latirán jamás, eso de ir a un sitio con adornitos o desbordando elegancia que nunca han tenido los organizadores para poner cara de mascota recién comprada no es lo mío. Claro que he ido a una que otra, pero no…no me han atrapado como a muchos que andan en busca de una para pasarla chido, además es común toparte con esos que se cuelan en los festejos a hacerla de tos y a sentirse mal o peor aún, hacer sentir mal a los demás, neta que me surran quienes para justificar su pendejez le reparten la culpa a todo mundo, o sea, uno que tiznados es responsable de que su vida siempre esté nublada.
Igual te encuentras con el invitado que se la lleva nada más criticando, “mira a la quinceañera, esta re bien… revientruda pues el vestido le queda como forro de cuaderno de primaria de lo estirado”. “Al cantante del grupo versátil le han de decir el comal, por calentar gorditas”, “se casaron porque la novia ya tenía el cofre levantado”, ¡ashh! Si vas a donde la gente se divierte a desparramar tu mala leche, a incomodar a los demás con tus inútiles comentarios, mejor quédate en casa, que te soporten tus familiares y no quienes ni tus parientes son.
Al igual que un presagio, el estar consciente que voy a pasar un rato desagradable al no tener nada que hacer en eventos donde otros se la pasan bien, es como realizar una profecía autocumplida, entonces, a que tiznados voy, y por favorcito absténganse a invitarme a cualquier BBC (bodas, bautizos y comuniones), pues estaré más nervioso y ansioso que un presbítero en el table por retirarme a mi hogar a pasármela bien.
jueves, 29 de septiembre de 2016
¿Realidad o ficción?
Año 1987, estoy en la fila número 23 del cine Diana, ese que una vez se edificó glorioso por la calle Nigromante, en la primera función me chuté Volver al Futuro II, ahora veo la segunda que proyectan –en ese tiempo veías dos películas diferentes por un solo boleto–, que obviamente es la de estreno, muy bien acompañado de las calientitas palomitas y el respectivo chesco adquiridos en la surtida dulcería, ¡cómo olvidar esa barra de chocolate con relleno de rompope, wow! Al igual que la cinta anterior, esta también aborda temas futurísticos, imagino que esa acción y efecto de estar a la moda con los filmes que presentan escenarios del mañana. A lo largo de la película no hay coches que vuelen, ni motojet, tampoco patinetas que floten, mas los personajes visten ropajes como si esta fuera confeccionada por terlenka –lector Millennials, hago referencia al nombre patentado de una fibra textil sintética de moda en la década de los sesentas–, muy entallada al cuerpo.
Han transcurrido treinta minutos del film cuando de pronto aparece ese movimiento involuntario de abrir la boca para respirar lenta y profundamente en señal de aburrimiento, ocasionado por lo repetitivo y flojo de la trama, lo único que si atrae la atención es que supuestamente en el siglo veintiuno las personas cargan unas cajitas a donde quiera que van, que continuamente observan y con el dedo recorren su pantalla como si buscaran algo o se pudiera tocar lo que se ve en ellas. A tal acción le denominan socializar a pesar de que se encuentren completamente solos al ejecutarla, además, a veces eso que ven, les hace hablar, carcajearse o molestarse y decir improperios cual soliloquio.
De acuerdo al guion, hay un ente que nadie ve, pero todos saben de su existencia pues se interconectan a través de él, incluso, como ya han desaparecido las bibliotecas ese espectro es quien abastece de conocimientos a la humanidad, pues cada habitante continuamente le suministra información que ellos mismos generan. Es tanta su influencia en la sociedad del nuevo milenio que a través de él se denuncia, juzga, ofende e incluso se intimida, algo así como la Santa Inquisición del oscurantismo medieval, nada más que en lugar de acusar de herejía, ahora se pretende dar lecciones mediante los juicios morales de los usuarios, o sea, continúan tan estrechos de moral como en el medievo.
En ese futuro imaginario importan cosa de nada los asaltos a joyerías y bancos, la policía impone severamente la justicia a quienes birlan datos del sistema que se generan en el programa cibernético de la entelequia; incluso llegan a encarcelar a todo individuo que suplante a otro, pues en esos tiempos es fácil hacerlo debido a que cada humano mínimo cuenta con dos o tres formas de comunicación con las cuales según eso se contactan con los demás, por cierto muchos de esos contacto a veces ni los han conocido en la vida real.
Como lo comenté en párrafos anteriores, pese a la información futurística atrayente, la trama esta del bostezo, incluso al término de la función estuve tentado a reclamarle a la taquilla por exhibir churros de tan pésimo calibre, con argumentos que de seguro nunca ocurrirían en la vida real, puro pinche alucine de alguien que se fumó cigarros de esos que dan risa.
Han transcurrido treinta minutos del film cuando de pronto aparece ese movimiento involuntario de abrir la boca para respirar lenta y profundamente en señal de aburrimiento, ocasionado por lo repetitivo y flojo de la trama, lo único que si atrae la atención es que supuestamente en el siglo veintiuno las personas cargan unas cajitas a donde quiera que van, que continuamente observan y con el dedo recorren su pantalla como si buscaran algo o se pudiera tocar lo que se ve en ellas. A tal acción le denominan socializar a pesar de que se encuentren completamente solos al ejecutarla, además, a veces eso que ven, les hace hablar, carcajearse o molestarse y decir improperios cual soliloquio.
De acuerdo al guion, hay un ente que nadie ve, pero todos saben de su existencia pues se interconectan a través de él, incluso, como ya han desaparecido las bibliotecas ese espectro es quien abastece de conocimientos a la humanidad, pues cada habitante continuamente le suministra información que ellos mismos generan. Es tanta su influencia en la sociedad del nuevo milenio que a través de él se denuncia, juzga, ofende e incluso se intimida, algo así como la Santa Inquisición del oscurantismo medieval, nada más que en lugar de acusar de herejía, ahora se pretende dar lecciones mediante los juicios morales de los usuarios, o sea, continúan tan estrechos de moral como en el medievo.
En ese futuro imaginario importan cosa de nada los asaltos a joyerías y bancos, la policía impone severamente la justicia a quienes birlan datos del sistema que se generan en el programa cibernético de la entelequia; incluso llegan a encarcelar a todo individuo que suplante a otro, pues en esos tiempos es fácil hacerlo debido a que cada humano mínimo cuenta con dos o tres formas de comunicación con las cuales según eso se contactan con los demás, por cierto muchos de esos contacto a veces ni los han conocido en la vida real.
Como lo comenté en párrafos anteriores, pese a la información futurística atrayente, la trama esta del bostezo, incluso al término de la función estuve tentado a reclamarle a la taquilla por exhibir churros de tan pésimo calibre, con argumentos que de seguro nunca ocurrirían en la vida real, puro pinche alucine de alguien que se fumó cigarros de esos que dan risa.
jueves, 22 de septiembre de 2016
Mi época cuaternaria
Cuando estudié el bachillerato, experimenté una especie de salto pa´tras darwiniano, pues de ser el joven siempre bien portado que nunca se atrevería levantarle la falda a la flojera, ese que se arrepentía de haber pisado un blátido, llegó el momento de que renegué de mis progenitores e incluso me dieron tantita pena algunas de sus actitudes, pues como que ingresar a una escuela donde no hay quien te exigiera, casi, casi, obligara a permanecer en el aula, era como estar en una cárcel sin puertas, ya que si el ojete del profesor te sacaba de la clase sentías como quien anda con libertad provisional, además, si encontrabas a alguien podías anteponer la orgullosa justificación de: “me sacó porque lo hice enca… nojar”.
El centro de acopio de aquellos a quienes les otorgaban tal liberación bajo caución era la cafetería, sitio que se abarrotaba en el receso, tiempo en el cual los discípulos de Raffles, el ladrón de las manos de seda, hacían gala de sus habilidades sustrayendo golosinas y pastelitos — ¡ah, cómo extraño esos del logotipo del ave palmípeda!—; si en esos tiempos hubiera tenido la úlcera gástrica de hoy, lo más probable es que no habría sobrevivido a las tortas cubanas atascadas de chile habanero que presumíamos tragar a velocidades extremas y que te dejaban como cicatriz de guerra un tremendo ardor de galillo, alimento no recomendable para personas que se hacen de la boca chiquita.
Mis compañeros además de sus respectivos nombres de pila, respondían sin titubeos cuando alguien les llamaba por Pinzas, Tubas, Ceviche, Pasilla y el Cuñado, ese que contaba con unas hermanas de buen ver. En las listas improvisadas de los profes siempre se colaban cuando éstos hacían el pase reglamentario nombres como: Aquiles Baeza, Rolando Mota o Zoila Vaca Del Campo para sumarse a la guasa popular de mi salón.
En sus amplias canchas, además de la clásica cascarita que nos hacía sentir rockstar de balompié, de los que infla el Carnal de las Estrellas, ahí donde éramos árbitro y equipo a la vez, en las improvisadas bancas se consumían muchísimos tacos de taquicardia, uno que otro sin interesarle el fútbol llanero bien que aprovechaba para echar pasión con su respectiva jainita, ¡ay móndrigo, no te la vayas a acabar!
Compartíamos instalaciones con otro plantel que laboraba en turno opuesto al nuestro, según eso, los que a él asistían eran rete bien estudiosos — ¡na, que se los crea su abuela!—, ya que presumían de tener un nivel académico más alto, y eso que también compartíamos plan de estudios, sólo que según ellos, su planta docente si seguía al pie de la letra los contenidos programáticos y a los alumnos se les motivaba con estímulos académicos a generar hábitos de lectura y cálculo matemático. Además eran bien pinche fresas, o sea, goeee, a nosotros papi nos deja en la meritita puerta del bachi y a ustedes les toca llegar en el camión todos magullados por los brincos de baches y coladeras chuecas, ¡ahí le dejo, porque alguien puede llegar a pensar que estoy ardido! La neta, no, me es intramuscular.
Sin importar cuál de los dos planteles era mejor, la formación que recibí fue útil para rifármela solo, ser organizado para estudiar, investigar por cuenta propia cualquier tema, sin la necesidad de tener un área, pues gracias a mis entrañables profesores, aprendí que el conocimiento es plural y diverso, otra cosa que agradezco y reconozco a mi bachillerato, es que aceptaban por igual a todos sin distinción de alguna diversidad, coexistiendo sin líos, metaleros, rancheros, nerds, fresas y nacos. Un oasis de la variedad pensante en la era cuaternaria.
El centro de acopio de aquellos a quienes les otorgaban tal liberación bajo caución era la cafetería, sitio que se abarrotaba en el receso, tiempo en el cual los discípulos de Raffles, el ladrón de las manos de seda, hacían gala de sus habilidades sustrayendo golosinas y pastelitos — ¡ah, cómo extraño esos del logotipo del ave palmípeda!—; si en esos tiempos hubiera tenido la úlcera gástrica de hoy, lo más probable es que no habría sobrevivido a las tortas cubanas atascadas de chile habanero que presumíamos tragar a velocidades extremas y que te dejaban como cicatriz de guerra un tremendo ardor de galillo, alimento no recomendable para personas que se hacen de la boca chiquita.
Mis compañeros además de sus respectivos nombres de pila, respondían sin titubeos cuando alguien les llamaba por Pinzas, Tubas, Ceviche, Pasilla y el Cuñado, ese que contaba con unas hermanas de buen ver. En las listas improvisadas de los profes siempre se colaban cuando éstos hacían el pase reglamentario nombres como: Aquiles Baeza, Rolando Mota o Zoila Vaca Del Campo para sumarse a la guasa popular de mi salón.
En sus amplias canchas, además de la clásica cascarita que nos hacía sentir rockstar de balompié, de los que infla el Carnal de las Estrellas, ahí donde éramos árbitro y equipo a la vez, en las improvisadas bancas se consumían muchísimos tacos de taquicardia, uno que otro sin interesarle el fútbol llanero bien que aprovechaba para echar pasión con su respectiva jainita, ¡ay móndrigo, no te la vayas a acabar!
Compartíamos instalaciones con otro plantel que laboraba en turno opuesto al nuestro, según eso, los que a él asistían eran rete bien estudiosos — ¡na, que se los crea su abuela!—, ya que presumían de tener un nivel académico más alto, y eso que también compartíamos plan de estudios, sólo que según ellos, su planta docente si seguía al pie de la letra los contenidos programáticos y a los alumnos se les motivaba con estímulos académicos a generar hábitos de lectura y cálculo matemático. Además eran bien pinche fresas, o sea, goeee, a nosotros papi nos deja en la meritita puerta del bachi y a ustedes les toca llegar en el camión todos magullados por los brincos de baches y coladeras chuecas, ¡ahí le dejo, porque alguien puede llegar a pensar que estoy ardido! La neta, no, me es intramuscular.
Sin importar cuál de los dos planteles era mejor, la formación que recibí fue útil para rifármela solo, ser organizado para estudiar, investigar por cuenta propia cualquier tema, sin la necesidad de tener un área, pues gracias a mis entrañables profesores, aprendí que el conocimiento es plural y diverso, otra cosa que agradezco y reconozco a mi bachillerato, es que aceptaban por igual a todos sin distinción de alguna diversidad, coexistiendo sin líos, metaleros, rancheros, nerds, fresas y nacos. Un oasis de la variedad pensante en la era cuaternaria.
jueves, 15 de septiembre de 2016
Vida pedagógica
Hace unos días recibí de obsequio el libro “Memoria y presente. Tres décadas de Pedagogía en Colima”, donde amuebladas cabezas vierten sus recuerdos sobre el papel, cuyas letras proyectan en la memoria miope del lector la nostalgia de volver a caminar por los pasillos azuliverde de mi entrañable escuela, oler el lápiz que impregnaba las aulas, así como recordar también la aromática fragancia de hojear los cuadernos, ocupar nuevamente el muro del balcón de la segunda planta y sentirse sobre una atalaya, volver a ver la naranja silla de plástico que utilizaba para recibir clases y que avanzaba conmigo en cada semestre, pues era la única en la que cabía el volumen de los 140 kilos que pesaba en esas épocas.
Conforme iba leyendo cada una de las 223 páginas que lo integran volvía a ver a los profesores que compartieron con nosotros además de las asignaturas, sus anécdotas familiares, las dificultades domésticas que implicaban el matrimonio, los anhelos de regresar a su tierra natal y saber que ahí esperaban al docente, el viejo perro y las ricas tortillas hechas en el comal por su mamá. Lo único que no logro encontrar entre esas letras del libro cuya portada es una combinación de naranja y rojo, es alguien que hiciera alusión de forma amplia a la revista “Vida Pedagógica”, ¡híjole, a ella sí que me la olvidaron! Sólo un exdirector en menos de un párrafo la describe.
A tal revista, le guardo un hermoso cariño, pues era el medio de difusión de quienes en ese entonces integrábamos la comunidad estudiantil de la facultad, y que nos dábamos a la tarea de diseñar un número cada mes, sin el interés de recibir a cambio una calificación o punto extra en las asignaturas, pues se elaboraba por el deseo y gusto de intercambiar ideas, opiniones, puntos de vista, entre otras cosas muy de nosotros, cuya intención era el acto universal de crear, razón por la cual a través de ella lográbamos que su existencia nos llenara de felicidad y plenitud.
No escatimábamos la inversión de tiempo en fotocopiar el material, transcribir los artículos de compañeros y uno que otro docente que se colaba con su humilde colaboración, pegarlos con cinta adhesiva a hojas tamaño oficio, reproducirlas, engraparlas y recortar los bordes hasta que cada ejemplar viera la luz, después pasar a los grupos –que en ese entonces era uno por semestre, sí éramos pocos pero bien productivos– con la intención de venderla, ¿y qué creen? Se agotaban, pues ciertos textos a veces se transformaban en temas de clase de alguna materia.
A mí me correspondió formar parte de ella como articulista, que en un principio me daba la impresión de participar en la segunda época de aquella revista también creada por estudiantes denominada “Praxis Educativa”, y que en cierto momento llegué a leer uno de sus ejemplares, y a quienes les debemos la motivación de construir ideas gracias a la infinita paciencia y escasa inspiración pero que nos legaba una sólida experiencia, la de hacer de nuestra facultad, una casa creativa que no se embelesaba en politizar la formación académica, sino, en contribuir en la profesionalización de su comunidad estudiantil.
Conforme iba leyendo cada una de las 223 páginas que lo integran volvía a ver a los profesores que compartieron con nosotros además de las asignaturas, sus anécdotas familiares, las dificultades domésticas que implicaban el matrimonio, los anhelos de regresar a su tierra natal y saber que ahí esperaban al docente, el viejo perro y las ricas tortillas hechas en el comal por su mamá. Lo único que no logro encontrar entre esas letras del libro cuya portada es una combinación de naranja y rojo, es alguien que hiciera alusión de forma amplia a la revista “Vida Pedagógica”, ¡híjole, a ella sí que me la olvidaron! Sólo un exdirector en menos de un párrafo la describe.
A tal revista, le guardo un hermoso cariño, pues era el medio de difusión de quienes en ese entonces integrábamos la comunidad estudiantil de la facultad, y que nos dábamos a la tarea de diseñar un número cada mes, sin el interés de recibir a cambio una calificación o punto extra en las asignaturas, pues se elaboraba por el deseo y gusto de intercambiar ideas, opiniones, puntos de vista, entre otras cosas muy de nosotros, cuya intención era el acto universal de crear, razón por la cual a través de ella lográbamos que su existencia nos llenara de felicidad y plenitud.
No escatimábamos la inversión de tiempo en fotocopiar el material, transcribir los artículos de compañeros y uno que otro docente que se colaba con su humilde colaboración, pegarlos con cinta adhesiva a hojas tamaño oficio, reproducirlas, engraparlas y recortar los bordes hasta que cada ejemplar viera la luz, después pasar a los grupos –que en ese entonces era uno por semestre, sí éramos pocos pero bien productivos– con la intención de venderla, ¿y qué creen? Se agotaban, pues ciertos textos a veces se transformaban en temas de clase de alguna materia.
A mí me correspondió formar parte de ella como articulista, que en un principio me daba la impresión de participar en la segunda época de aquella revista también creada por estudiantes denominada “Praxis Educativa”, y que en cierto momento llegué a leer uno de sus ejemplares, y a quienes les debemos la motivación de construir ideas gracias a la infinita paciencia y escasa inspiración pero que nos legaba una sólida experiencia, la de hacer de nuestra facultad, una casa creativa que no se embelesaba en politizar la formación académica, sino, en contribuir en la profesionalización de su comunidad estudiantil.
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