¿Cuántas veces has experimentado miedo? Yo, uta un titipuchal de veces más que ustedes. Esa angustia que invade mi estado de ánimo debido a la ignorancia o imaginación del tipo de daño que sufriré ante lo desconocido. Claro que muchas veces, las expectativas de pánico imaginarias sobrepasan a la realidad en sí. Agreguémosle que para controlar nuestros ímpetus, durante la infancia los progenitores utilizaban al miedo como una forma de intimidación, convirtiéndose en el clásico “estate sosiego”.
Gracias a ese método de domesticarnos es como muchos supimos de la existencia del Chamuco, el Robachicos, la Llorona, el Diablo, entre otros espectros que curiosamente nunca los vimos. Eso sí, el escuchar el rechinar de los arbustos cuando el viento los movía sobre el cristal de la ventana durante la noche, se nos ponía la piel de gallina. Igual de terrible era lo kilométrico que se encontraba el cuarto de baño de tu habitación a deshoras de la madrugada, pues significaba todo un reto a quienes nos despertaban las ganas de orinar, llegar hasta ahí a encender la luz, al igual que cuando nos retirábamos. También nos hacían falta agallas para sacar los objetos que se nos iban bajo la cama en la noche, pues resultaba menos peligroso hacerlo al día siguiente. Esos monstros, sin lugar a dudas, eran la cristalización de nuestros miedos, pánico y temores infundados.
Años más adelante, cuando la infancia es mancillada por el monstruo de la adultez, florecen las inseguridades gracias al recelo o aprensión. Esta vez, el miedo es el resultado de la probabilidad de que suceda algo contrario a lo que se desea. Es cuando te das cuenta de que el miedo nunca se ha separado de ti, sólo que ahora, todas aquellas aberraciones que tejió la imaginación de mamá o papá se han transformado en otras más malignas como el pavor a ser despedido y andar tocando puertas para conseguir un empleo; las atemorizantes deudas que cada quincena tocan a la puerta de casa y de la conciencia; el mezquino rechazo que te machaca la autoestima hasta hacerte sentir un microbio y el vergonzante desprestigio con su amiga la bruja humillación quienes te empujan al abismo del desequilibrio emocional.
Desafortunadamente ya no están el Santo ni Blue Demon, menos aún Chabelo y Pepito para que se solidaricen en la lucha contra esas abominaciones, ahora eres tu quien los enfrentará. Lo único que no debes de olvidar es que así como los espectros de la infancia, estos sólo habitan entre los muebles de tu cabeza y depende en gran parte de ti exorcizarlos para siempre con el agua bendita del manantial de tu esfuerzo, compromiso y tenacidad.
Son una serie de artículos que ya han sido publicados en diversos periodícos locales.
miércoles, 24 de junio de 2015
miércoles, 17 de junio de 2015
Pasajero de la vida
Andando por las calles a pesar de no contar con coche propio, a veces me detengo a observar la señalización vial y caigo a la reflexión de que hace falta una más, esa que advierta a los conductores: “Precaución, cruce de personas con WhatsApp”. Considero que con ello se evitaría el discriminado apalcuachamiento de tanto zombiephone que deambula por la ciudad.
Estoy consciente de que utilizar un medio de transporte es una necesidad, lo único que no me gusta es la dependencia que a veces se genera entre el vehículo y la persona, pues es ridículo que te quedes estático por el simple hecho de que tu carro se descompuso o tener que ir a la tienda de la esquina manejando. El argumento que interpongo a favor es que si no puedo manejar mi vida, entonces, ¿cómo voy a manejar un automóvil?
Más, reflexionando un poco, la mayor parte de nuestra vida nos la pasamos de pasajeros: recordemos que durante nueve meses mamá nos llevó a distintos lugares en su vientre de cuna, una vez que nos separamos de ella, fuimos transportados por esa carriola que nos hizo ver nuestro alrededor como especie de turismo; sólo faltaba que mamá dijera “Favor de abstenerse de sacar las manos y de tomar fotografías con flash”. Luego vino la andadera -a los que estamos gorditos nos causó una callosidad justo donde una vez estuvo la cintura- con la cual movíamos las piernas igual que los Picapiedras en su Troncomóvil.
Cuántas vueltas satelitales dimos a la cuadra montados en nuestro triciclo de indígena marca, después sobre la bicicleta y lo bien que nos sentimos al evolucionar dejando en la prehistoria las dos llantitas traseras. Posteriormente nos deslizamos por la vida adolescente sobre una patineta. Tiempo después, con el viento golpeando la cara, experimentamos la libertad al conducir una moto.
Viajamos bien acompañados en el servicio de primera clase que ofrece sauna, aromaterapia y masaje, o séase, el camión colectivo; compartimos diversos estados de humor con los múltiples chóferes de taxi. Años más adelante, regresamos a la andadera debido al desgaste de nuestros huesos y por andar queriendo realizar actividades impropias de la edad. Después nos volvieron a sacar a pasear, remitiéndonos nuevamente al turismo, pero esta vez más aburrido, puesto que ahora hemos perdido la capacidad de asombro y casi siempre nos llevan al mismo sitio, nos guste o no en la silla de ruedas.
Lamentablemente, cuando ya no tengamos uso de nuestras facultades vitales, realizaremos el último viaje, esta vez sin boleto de regreso. Mucha gente nos acompañará, algunos tristes por nuestra partida, otros satisfechos por lo bien que viajaron con nosotros. Ese paseo ya no lo realizaremos ni por voluntad propia ni por la de nadie más, y a pesar de que algunos nunca supimos manejar un carro, tampoco pudimos manejar la vida, pero de que fuimos pasajeros, eso nadie nos lo puede negar.
Estoy consciente de que utilizar un medio de transporte es una necesidad, lo único que no me gusta es la dependencia que a veces se genera entre el vehículo y la persona, pues es ridículo que te quedes estático por el simple hecho de que tu carro se descompuso o tener que ir a la tienda de la esquina manejando. El argumento que interpongo a favor es que si no puedo manejar mi vida, entonces, ¿cómo voy a manejar un automóvil?
Más, reflexionando un poco, la mayor parte de nuestra vida nos la pasamos de pasajeros: recordemos que durante nueve meses mamá nos llevó a distintos lugares en su vientre de cuna, una vez que nos separamos de ella, fuimos transportados por esa carriola que nos hizo ver nuestro alrededor como especie de turismo; sólo faltaba que mamá dijera “Favor de abstenerse de sacar las manos y de tomar fotografías con flash”. Luego vino la andadera -a los que estamos gorditos nos causó una callosidad justo donde una vez estuvo la cintura- con la cual movíamos las piernas igual que los Picapiedras en su Troncomóvil.
Cuántas vueltas satelitales dimos a la cuadra montados en nuestro triciclo de indígena marca, después sobre la bicicleta y lo bien que nos sentimos al evolucionar dejando en la prehistoria las dos llantitas traseras. Posteriormente nos deslizamos por la vida adolescente sobre una patineta. Tiempo después, con el viento golpeando la cara, experimentamos la libertad al conducir una moto.
Viajamos bien acompañados en el servicio de primera clase que ofrece sauna, aromaterapia y masaje, o séase, el camión colectivo; compartimos diversos estados de humor con los múltiples chóferes de taxi. Años más adelante, regresamos a la andadera debido al desgaste de nuestros huesos y por andar queriendo realizar actividades impropias de la edad. Después nos volvieron a sacar a pasear, remitiéndonos nuevamente al turismo, pero esta vez más aburrido, puesto que ahora hemos perdido la capacidad de asombro y casi siempre nos llevan al mismo sitio, nos guste o no en la silla de ruedas.
Lamentablemente, cuando ya no tengamos uso de nuestras facultades vitales, realizaremos el último viaje, esta vez sin boleto de regreso. Mucha gente nos acompañará, algunos tristes por nuestra partida, otros satisfechos por lo bien que viajaron con nosotros. Ese paseo ya no lo realizaremos ni por voluntad propia ni por la de nadie más, y a pesar de que algunos nunca supimos manejar un carro, tampoco pudimos manejar la vida, pero de que fuimos pasajeros, eso nadie nos lo puede negar.
miércoles, 10 de junio de 2015
Ensayo sobre la miopía
Durante los últimos quince años he utilizado lentes para mejorar la vista, pues mis ojos, según el oftalmólogo, padecen un error refractivo que consiste en que los objetos cercanos los puedo ver con bastante claridad, mientras que los distantes se miran como si fueran una pintura impresionista, en pocas palabras: soy miope.
La miopía es un desorden visual, no una enfermedad, o sea, no es contagiosa a pesar de que según cifras del sector salud, un 27% de los mexinacos semos miopes. Desde que estoy consciente de este problema, las personas sarcásticamente afirman que si traigo lentes, por qué me los quito para leer o checar el WhatsApp; lo que no comprenden es que de cerca si veo y las micas entorpecen la visibilidad, además no estoy ciego, utilizo gafas para mejorar la vista, no es que quiera verme hípster. ¿Qué no entienden? ¡Es una necesidad, las antiparras son mis ojos! Ridículo el chistosito que cuando te mira sin ellos sale con la estupidez de: “¿Cuántos dedos ves?” ¡Ay, no mammy blue! Inche indiorante: veo borroso no cosas de menos o de más.
Antes de utilizar gafas, muchos de mis conocidos se incomodaban porque al saludarme a lo lejos, yo ni en cuenta. Lo que ellos no sabían era que no los distinguía, es más, ni estando a escasos metros. Ahora que ya las porto me encuentro con ciertas personas non gratas, y es cuando desearía no traerlas.
Otra situación humillante es el grosor de las micas: a veces ocasionan que los ojos se vean como de pulga o cuando algún conocido se pone mis anteojos, inmediatamente entra a la dimensión desconocida sin necesidad de algún estupefaciente, exclamando: “¡No manches, que horrible ves!” Tristemente evidencia que su capacidad intelectual no le ayuda mucho, no entiende que sin ellos el mundo de lejos lo miro empañado y no deforme como él lo ve porque no sufre de ese trastorno visual.
Existe una operación para corregir tal desperfecto en el control de calidad de mi organismo, con la cual erradicar el historial de topo que he llevado, pero he llegado a la conclusión que utilizando espejuelos uno aparenta cierta respetabilidad, un aire de sabiondo a pesar de la miopía intelectual y si te van a golpear se la piensan dos veces, pues te consideran un discapacitado. Por otro lado, con ellos o sin ellos, de todas formas me he tropezado, pisado excremento canino e incluso he estado a punto de morir atropellado al cruzar las avenidas por no ver los coches. Además, si algún día decidiera someterme a la intervención quirúrgica, lo más probable es que extrañaría a la miopía que muestra el futuro empañado, así como mi realidad misma.
La miopía es un desorden visual, no una enfermedad, o sea, no es contagiosa a pesar de que según cifras del sector salud, un 27% de los mexinacos semos miopes. Desde que estoy consciente de este problema, las personas sarcásticamente afirman que si traigo lentes, por qué me los quito para leer o checar el WhatsApp; lo que no comprenden es que de cerca si veo y las micas entorpecen la visibilidad, además no estoy ciego, utilizo gafas para mejorar la vista, no es que quiera verme hípster. ¿Qué no entienden? ¡Es una necesidad, las antiparras son mis ojos! Ridículo el chistosito que cuando te mira sin ellos sale con la estupidez de: “¿Cuántos dedos ves?” ¡Ay, no mammy blue! Inche indiorante: veo borroso no cosas de menos o de más.
Antes de utilizar gafas, muchos de mis conocidos se incomodaban porque al saludarme a lo lejos, yo ni en cuenta. Lo que ellos no sabían era que no los distinguía, es más, ni estando a escasos metros. Ahora que ya las porto me encuentro con ciertas personas non gratas, y es cuando desearía no traerlas.
Otra situación humillante es el grosor de las micas: a veces ocasionan que los ojos se vean como de pulga o cuando algún conocido se pone mis anteojos, inmediatamente entra a la dimensión desconocida sin necesidad de algún estupefaciente, exclamando: “¡No manches, que horrible ves!” Tristemente evidencia que su capacidad intelectual no le ayuda mucho, no entiende que sin ellos el mundo de lejos lo miro empañado y no deforme como él lo ve porque no sufre de ese trastorno visual.
Existe una operación para corregir tal desperfecto en el control de calidad de mi organismo, con la cual erradicar el historial de topo que he llevado, pero he llegado a la conclusión que utilizando espejuelos uno aparenta cierta respetabilidad, un aire de sabiondo a pesar de la miopía intelectual y si te van a golpear se la piensan dos veces, pues te consideran un discapacitado. Por otro lado, con ellos o sin ellos, de todas formas me he tropezado, pisado excremento canino e incluso he estado a punto de morir atropellado al cruzar las avenidas por no ver los coches. Además, si algún día decidiera someterme a la intervención quirúrgica, lo más probable es que extrañaría a la miopía que muestra el futuro empañado, así como mi realidad misma.
miércoles, 3 de junio de 2015
Contexto electoral
A unos cuantos días de las elecciones, en lo que va de estos últimos meses los candidatos en su pugna por ocupar un puesto de elección popular, sólo han evidenciado el descrédito de la clase política y los partidos que los representan, pues han concientizado a la ciudadanía que únicamente cada tres o cuatro años, con tal de ganar su simpatía, les dan infinidad de obsequios como despensas que a veces incluye comida chatarra, tortas al vapor frías, refrescos calientes, camisetas de algodón tipo oblea (a la primera lavada se romperán), termos que se balancean cuando son depositados sobre una superficie plana y mochilas que a los tres días de uso rasgan sus costuras. Si a eso le agregamos un sinnúmero de promesas de las cuales sólo cumplirán aquellas que se apegan a la realidad -bueno, si es que se acuerdan de ellas cuando ya estén ocupando el puesto– y no los sueños guajiros que plantearon.
No sé si nuestros políticos están conscientes de que todo lo anterior puede ocasionar que las personas se harten de tanta salpicadera de lodo que se hace durante el contexto electoral, y a la mera hora intenten protestar anulando su voto o absteniéndose de acudir a las urnas. Como pueblo debemos de evitar hacer las dos acciones antes mencionadas, pues no es razonable culpar a quienes sí ejercieron su deber ciudadano del Gobierno que tenemos o lo peor, llegar a niveles de afirmar que si ganó equis persona fue porque los votantes lo eligieron, y si éste resulta corrupto, entonces todos los que votaron por él fueron sus cómplices, ¡Hágame el favor!
Sabemos que entre los candidatos actuales es difícil elegir, pero si no votamos por alguien es peor. El domingo sé parte de quién decide y demuestra tu capacidad de elección, más si no lo haces, entonces no hay razón justificable para que te quejes de algo en lo que no participaste. Recuerda, hoy miras las fotos de los postulantes con su mejor sonrisa, date el gusto de quitárselas votando, ten la plena seguridad de que quién pierda vivirá el resto de sus días amargado y los que ganen, pues con tanto trabajo que tendrán ni tiempo habrá para sonreír.
No sé si nuestros políticos están conscientes de que todo lo anterior puede ocasionar que las personas se harten de tanta salpicadera de lodo que se hace durante el contexto electoral, y a la mera hora intenten protestar anulando su voto o absteniéndose de acudir a las urnas. Como pueblo debemos de evitar hacer las dos acciones antes mencionadas, pues no es razonable culpar a quienes sí ejercieron su deber ciudadano del Gobierno que tenemos o lo peor, llegar a niveles de afirmar que si ganó equis persona fue porque los votantes lo eligieron, y si éste resulta corrupto, entonces todos los que votaron por él fueron sus cómplices, ¡Hágame el favor!
Sabemos que entre los candidatos actuales es difícil elegir, pero si no votamos por alguien es peor. El domingo sé parte de quién decide y demuestra tu capacidad de elección, más si no lo haces, entonces no hay razón justificable para que te quejes de algo en lo que no participaste. Recuerda, hoy miras las fotos de los postulantes con su mejor sonrisa, date el gusto de quitárselas votando, ten la plena seguridad de que quién pierda vivirá el resto de sus días amargado y los que ganen, pues con tanto trabajo que tendrán ni tiempo habrá para sonreír.
miércoles, 27 de mayo de 2015
Lenguaje apurado
A veces nos horrorizamos de las atrocidades a nuestro lenguaje que se difunden por redes sociales o whatsappeando, tales como “ola ke ace”, “kien iso la t-ea?”, etcétera, pero, ¿a alguien le ha caído el veinte de que nosotros al hablar a veces decimos aberraciones peores? De tan común que las pronunciamos hasta dan la impresión de que decirlas de esa forma es correcto. ¡A ca´on! ¿Y cuáles son? Allí les van y luego no me salgas como picho que tú nunca las has dicho.
Es recurrente cuando uno titubea ante cierta autenticidad decir “¿Veá que si?” o “¿Edá que si?” Al afirmar lo hacemos con un “ehí” en vez de un sí. Al experimentar esa disposición a socializar solemos expresar “tevoadecir algo”, y lueguito lo reafirmamos con “fíate”. Para denotar una necesidad apremiante solemos comentar: “Amigo, necito que me prestes una feria”; cuando queremos realizar un desplazamiento en grupo es común las expresiones de “juimonos” o “ámonos”. Otra rapidez lingüística que implica despedida pero de forma individual es “yamboy”, además de otra muy mentada que se utiliza con la intención de verse al día siguiente es “ayla vemos, tamañana”. Existen órdenes como “hazte patrás” para indicar que se retraigan y cuando conminamos a que alguien sea paciente lo hacemos con un “pérate”, rematándolo con el “tantito”.
Aceptamos nuestra ignorancia a través del “yocuvoasaber”. A veces, al negar algo imitamos a las gallinas con un “claquenó”, reclamamos o como los canes marcamos nuestros terruños con “hítese” o “zakesé”, buscamos objetos extraviados con un “onta” y denotamos cierta desubicación con el balbuciente “ontoi”. Indicamos el clima húmedo con “tayoviendo”, somos capaces de especificar una temporalidad que se ubica entre el ahora y nunca con el “orita”, mientras aceptamos positivamente con un “tagüeno” o el “yastás”. Llamamos la atención con “íralo” al igual que descalificamos algo con la frase “náquever”.
En este mundo que gira de prisa, que los años pasan más rápido que el anterior e incluso a muerto gente que en otros años estaba viva, es común que nuestro lenguaje sea igual de apurado que la vida misma, tal vez debido a la ansiedad por comunicarnos que muchas veces nos consume. Sin más que decir, “ ayla” vemos, hasta el próximo.
Es recurrente cuando uno titubea ante cierta autenticidad decir “¿Veá que si?” o “¿Edá que si?” Al afirmar lo hacemos con un “ehí” en vez de un sí. Al experimentar esa disposición a socializar solemos expresar “tevoadecir algo”, y lueguito lo reafirmamos con “fíate”. Para denotar una necesidad apremiante solemos comentar: “Amigo, necito que me prestes una feria”; cuando queremos realizar un desplazamiento en grupo es común las expresiones de “juimonos” o “ámonos”. Otra rapidez lingüística que implica despedida pero de forma individual es “yamboy”, además de otra muy mentada que se utiliza con la intención de verse al día siguiente es “ayla vemos, tamañana”. Existen órdenes como “hazte patrás” para indicar que se retraigan y cuando conminamos a que alguien sea paciente lo hacemos con un “pérate”, rematándolo con el “tantito”.
Aceptamos nuestra ignorancia a través del “yocuvoasaber”. A veces, al negar algo imitamos a las gallinas con un “claquenó”, reclamamos o como los canes marcamos nuestros terruños con “hítese” o “zakesé”, buscamos objetos extraviados con un “onta” y denotamos cierta desubicación con el balbuciente “ontoi”. Indicamos el clima húmedo con “tayoviendo”, somos capaces de especificar una temporalidad que se ubica entre el ahora y nunca con el “orita”, mientras aceptamos positivamente con un “tagüeno” o el “yastás”. Llamamos la atención con “íralo” al igual que descalificamos algo con la frase “náquever”.
En este mundo que gira de prisa, que los años pasan más rápido que el anterior e incluso a muerto gente que en otros años estaba viva, es común que nuestro lenguaje sea igual de apurado que la vida misma, tal vez debido a la ansiedad por comunicarnos que muchas veces nos consume. Sin más que decir, “ ayla” vemos, hasta el próximo.
miércoles, 20 de mayo de 2015
¡Leer, o no leer, esa es la cuestión!
Hay quienes afirman que nosotros no leemos, que nuestra sociedad además de ser falsa como dice la canción de José Alfredo, no es lectora, ¿eso es una realidad? También habrá quienes argumenten que si lo hacemos, pues es común observar avisos, señalamientos y publicidad en la calle, además de documentos y títulos, los postits de colores – ¡ah, que pinche naco es llenar de ellos el carro del festejado! –, si a esto le sumamos toda esa cantidad de letras que enviamos a través del WhatsApp, las frasecitas doble moral de nuestro muro en el feis, el número de caracteres de un tweet, etcétera, entonces decir que los mexicanos no leen es una falacia.
A que voy con estos argumentos que para los letrados tal vez sea otra de mis idioteces, es que la idea de que no leemos los mexinacos es absurda, pues en realidad si lo hacemos, es decir, no le dedicamos tiempo a chutarnos un libro completito, que creo ahí radica la queja de quienes si leen uno o tal vez varios libros. Ya que toco este asunto, si ustedes quieren pueden consultar en YouTube, un video donde a varios políticos les preguntan por tres libros que marcaron su vida, la mayoría de los encuestados resultaron muy religiosos, pues la Biblia fue el texto más citado, además de concentrar su lectura en un autor alternativo de nombre Frankan, quien escribió dos obras de la literatura universal: La Metamorfosis y El Diario de Ana Frankan. ¡Qué bueno que no dijeron Mago Frank! Claro que hago alusión al del Conejo Blas.
Uno de ellos en su desesperación por la balconeada, se atrevió a decir que no se puede comer pinole y chiflar al mismo tiempo, es decir, o haces propuestas políticas o lees, excusa que bien podemos todos argumentar a favor nuestro por el empleo que desempeñamos, pero en la profesión de la docencia sería absurdo decir que no leemos, digo, ya de perdida los textos que nos regalan las editoriales, pero a veces ni eso, pues es tarea del alumno hacerlo por nosotros. Razón por la cual también a quienes ejercemos la docencia se nos llega a juzgar por no leer, lo cual en lugar de acercarnos a la lectura, termina por hacer un muro de prejuicios entre el acervo bibliográfico y la práctica profesional, dejándola en manos de la infalible improvisación.
Además tal afirmación de que no se lee en nuestro país no es muy específica, ¿se refiere a que no se lee nada o a que no se lee algo en particular? Por otro lado, los mexicanos que si leen en comparación con la producción editorial se aleja de ellos en porcentajes enormes. La queja será siempre por no incrementar nuestro acervo cultural a través de libros, pero, ¿todos son buenos? ¡Claro que no! Hay autores que son cloroformo puro, otros que están del bostezo, ahora bien, si consideramos entonces la calidad del contenido bibliográfico, porqué insistir en que se lean libros y no otras cosas, pues la creación literaria ha cambiado, ya que evolucionamos de la hoja impresa a la página de un blog en internet, lo que significa que ahora un lector es aquel que lee 140 caracteres y lo hace a diario. Entonces, ¿leemos o no leemos? Esa es la cuestión.
A que voy con estos argumentos que para los letrados tal vez sea otra de mis idioteces, es que la idea de que no leemos los mexinacos es absurda, pues en realidad si lo hacemos, es decir, no le dedicamos tiempo a chutarnos un libro completito, que creo ahí radica la queja de quienes si leen uno o tal vez varios libros. Ya que toco este asunto, si ustedes quieren pueden consultar en YouTube, un video donde a varios políticos les preguntan por tres libros que marcaron su vida, la mayoría de los encuestados resultaron muy religiosos, pues la Biblia fue el texto más citado, además de concentrar su lectura en un autor alternativo de nombre Frankan, quien escribió dos obras de la literatura universal: La Metamorfosis y El Diario de Ana Frankan. ¡Qué bueno que no dijeron Mago Frank! Claro que hago alusión al del Conejo Blas.
Uno de ellos en su desesperación por la balconeada, se atrevió a decir que no se puede comer pinole y chiflar al mismo tiempo, es decir, o haces propuestas políticas o lees, excusa que bien podemos todos argumentar a favor nuestro por el empleo que desempeñamos, pero en la profesión de la docencia sería absurdo decir que no leemos, digo, ya de perdida los textos que nos regalan las editoriales, pero a veces ni eso, pues es tarea del alumno hacerlo por nosotros. Razón por la cual también a quienes ejercemos la docencia se nos llega a juzgar por no leer, lo cual en lugar de acercarnos a la lectura, termina por hacer un muro de prejuicios entre el acervo bibliográfico y la práctica profesional, dejándola en manos de la infalible improvisación.
Además tal afirmación de que no se lee en nuestro país no es muy específica, ¿se refiere a que no se lee nada o a que no se lee algo en particular? Por otro lado, los mexicanos que si leen en comparación con la producción editorial se aleja de ellos en porcentajes enormes. La queja será siempre por no incrementar nuestro acervo cultural a través de libros, pero, ¿todos son buenos? ¡Claro que no! Hay autores que son cloroformo puro, otros que están del bostezo, ahora bien, si consideramos entonces la calidad del contenido bibliográfico, porqué insistir en que se lean libros y no otras cosas, pues la creación literaria ha cambiado, ya que evolucionamos de la hoja impresa a la página de un blog en internet, lo que significa que ahora un lector es aquel que lee 140 caracteres y lo hace a diario. Entonces, ¿leemos o no leemos? Esa es la cuestión.
miércoles, 13 de mayo de 2015
Los años pasan y pesan
No sé si sea la crisis de los cuarentas, pero en últimas fechas como que los años pesan, ya no rio a carcajadas de cualquier situación como antes, cuando escucho canciones de la década de los ochentas lagrimeo, antes las fiestas BBC, o sea, bodas, bautizos y comuniones eran el espacio propicio para entre charlas etílicas observar a las curvilíneas damas y bailar con la música del grupo versátil, ahora se han convertido en eventos de hueva, porque ni platicar se puede con el ruido tan alto de los grupillos chafas que contratan y soportar a los conocidos en estado de ebriedad es lo peor.
Hace veinte años ni siquiera me preocupaba la soltería, es más, consideraba que tener un compromiso era algo totalmente aburrido, hoy disfruto de estar con mi pareja, la soledad nunca me ha atormentado como a otros, pero estando con la mujer que amo, trato de no ser tan cursi, pero eso sí, espero que lleguemos juntos al asilo. ¡Ah, lo que si harta es la pinche gente preguntando que para cuándo es la boda y si nunca vamos a tener hijos! Situación que me remite 35 años atrás cuando mi madre con su actitud de mánager me advertía de no cometer cierta estupidez hormonal con alguna. Además, desde los 18 años he tenido la necesidad de reproducirme, más nunca me llamó la atención procrear y en la actualidad es algo que continúa sin interesarme.
Ahora que recuerdo a la jefecita, cuando estaba entre los 16 y 30 años ella era la mujer que además de quererla mucho, también discutía conmigo e incluso llegaba a creer que conspiraba en mi contra a toda hora y se esmeraba por ridiculizarme ante mis amigos, ahora he llegado a la conclusión que es una sabia que todo el tiempo ha tenido la razón. Pues de no ser por su tesón obligándome a cumplir con ciertas actividades que en mi perezosa adolescencia siempre hacían que me cansara antes de realizarlas, y que al final de cuentas ella terminara haciendo, no hubiera comprendido que la responsabilidad son todas esas obligaciones que si no las realizas tú, nadie más las hará por ti.
Los fines de semana de ahora ya no son las desveladas de antaño bajo el lema “hasta que desaparezca la luna”, despilfarrando el dinero que no me ganaba con el sudor de mi frente e incluso hasta perdiendo la dignidad por tarugadas, ahora disfruto el tiempo relajado los domingos viendo películas o escuchando música con una fresca bebida. Antes era de la idea de que únicamente las gallinas y los enfermos se acostaban temprano, ahora hacerlo de esa forma es todo un logro, pues madrugar es el momento ideal para aprovechar el resto del día y no como en la pubertad que llegaba a considerar a las mañanas como el mejor momento para dormir. Hacer planes en la actualidad ya no significa revisar la agenda de teléfonos para acordar con tus amigos las idas al cine o a los centros comerciales, es elaborar la lista del súper, calcular la cantidad de ropa a lavar y preparar los alimentos.
Hablando de alimentación, ésta en la actualidad consiste en un régimen de comidas bajas de calorías, escaza de azúcares y grasas, extrañando cuando en la mocedad le empacaba a cualquier antojo que se cruzara por mi vista. Atrás han quedado los días de becario en casa, cuando creía que el empleo era una ocupación que remuneraba dinero, pero por lo bien que vivía mantenido por mis papás era algo que podía esperar, hoy sé que es la única forma de sobrevivencia, lo que si he sido consciente desde mis años prehistóricos es que debo guardar centavos para el futuro, esto es algo que aún tengo pensado hacer.
Después de acuñar fechas, onomásticos y etapas, coincido con la idea aristotélica de que cada persona al nacer somos una tabla rasa en la cual vamos escribiendo lo que nosotros queramos y obvió está que las consecuencias de algún garabato también, desde los primeros años y hasta la fecha he esperado lograr la madurez que mis padres exigían, tal vez algún día llegará.
Hace veinte años ni siquiera me preocupaba la soltería, es más, consideraba que tener un compromiso era algo totalmente aburrido, hoy disfruto de estar con mi pareja, la soledad nunca me ha atormentado como a otros, pero estando con la mujer que amo, trato de no ser tan cursi, pero eso sí, espero que lleguemos juntos al asilo. ¡Ah, lo que si harta es la pinche gente preguntando que para cuándo es la boda y si nunca vamos a tener hijos! Situación que me remite 35 años atrás cuando mi madre con su actitud de mánager me advertía de no cometer cierta estupidez hormonal con alguna. Además, desde los 18 años he tenido la necesidad de reproducirme, más nunca me llamó la atención procrear y en la actualidad es algo que continúa sin interesarme.
Ahora que recuerdo a la jefecita, cuando estaba entre los 16 y 30 años ella era la mujer que además de quererla mucho, también discutía conmigo e incluso llegaba a creer que conspiraba en mi contra a toda hora y se esmeraba por ridiculizarme ante mis amigos, ahora he llegado a la conclusión que es una sabia que todo el tiempo ha tenido la razón. Pues de no ser por su tesón obligándome a cumplir con ciertas actividades que en mi perezosa adolescencia siempre hacían que me cansara antes de realizarlas, y que al final de cuentas ella terminara haciendo, no hubiera comprendido que la responsabilidad son todas esas obligaciones que si no las realizas tú, nadie más las hará por ti.
Los fines de semana de ahora ya no son las desveladas de antaño bajo el lema “hasta que desaparezca la luna”, despilfarrando el dinero que no me ganaba con el sudor de mi frente e incluso hasta perdiendo la dignidad por tarugadas, ahora disfruto el tiempo relajado los domingos viendo películas o escuchando música con una fresca bebida. Antes era de la idea de que únicamente las gallinas y los enfermos se acostaban temprano, ahora hacerlo de esa forma es todo un logro, pues madrugar es el momento ideal para aprovechar el resto del día y no como en la pubertad que llegaba a considerar a las mañanas como el mejor momento para dormir. Hacer planes en la actualidad ya no significa revisar la agenda de teléfonos para acordar con tus amigos las idas al cine o a los centros comerciales, es elaborar la lista del súper, calcular la cantidad de ropa a lavar y preparar los alimentos.
Hablando de alimentación, ésta en la actualidad consiste en un régimen de comidas bajas de calorías, escaza de azúcares y grasas, extrañando cuando en la mocedad le empacaba a cualquier antojo que se cruzara por mi vista. Atrás han quedado los días de becario en casa, cuando creía que el empleo era una ocupación que remuneraba dinero, pero por lo bien que vivía mantenido por mis papás era algo que podía esperar, hoy sé que es la única forma de sobrevivencia, lo que si he sido consciente desde mis años prehistóricos es que debo guardar centavos para el futuro, esto es algo que aún tengo pensado hacer.
Después de acuñar fechas, onomásticos y etapas, coincido con la idea aristotélica de que cada persona al nacer somos una tabla rasa en la cual vamos escribiendo lo que nosotros queramos y obvió está que las consecuencias de algún garabato también, desde los primeros años y hasta la fecha he esperado lograr la madurez que mis padres exigían, tal vez algún día llegará.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)