Ya quedaron atrás los días de asueto en el paradisiaco Parque Regional, cuando disfrutaba del candente sol sentado a la orilla del tobogán cascada degustando una exquisita galleta de soda con sardina acompañada de mi vaso jaibolero llenito de chesco bien heladote; llegó el mes de abril con su clásico robo de la irrecuperable hora de sueño, la difícil adaptación a un horario que camufla de ser temprano y en realidad es tardísimo, mientras uno engañado pierde el tiempo embelesado por la inmortalidad del crustáceo.
Tal como llegó el mes del “niño” –así sin distinción de género, pero bien publicitario para cualquier estrategia de mercadotecnia–, en un abrir y cerrar de ojos está yéndose, como el agua entre los dedos; durante la llamada semana “mayor” y la que le sigue, algunos tienen el privilegio de gozar de vacaciones, es cuando se vuelven pata de perro para ir a visitar lugares plagados de más gente y de vendedores ambulantes que ofertan hasta la dentadura postiza de sus abuelitas con imán para que la coloques en la puerta del refrigerador.
Las agencias de viajes hacen su agosto promocionando destinos turísticos de ensueño, cual vampiros succionan los escasos ahorros de los turistas, quienes al finalizar el periodo vacacional los veremos hacer un tour por las diversas casas de empeño intentando cotizar su pantalla de led lo más alto posible con tal de recuperar las pérdidas. Es por ello que decidí emprender un viaje virtual, ahora con eso de la modernidad, uno no puede quedarse al margen, echándole una revisadita al Google Maps me encontré con lugares que si la censura me lo permite enunciaré.
Inspirada en la estación de trenes para designarle tan rimbombante nombre, existe en Minnesota tierra de nuestros paisanos del norte, una pintoresca ciudad llamada Vergas, cuyo orgullo de sus 311 habitantes es contar con el ave más grande del mundo, no se asusten señores de la moral, decencia y las buenas costumbres, se refieren a una estatua que se ubica en una especie de parque natural conocido como The Loon on Long Lake. Como complemento al nombre de la ciudad anterior, en Francia existe un distrito que apenas tienen once casas en la cual viven 159 comunas y cuyo nombre es Condom, desconozco que tal vez el reducido número de pobladores se deba a tan preservativo nombre del lugar.
Ya basta de ser malinchista, ha llegado el momento de recurrir a los espacios geográficos de nuestro Mexicantlán de las tunas, acá hay lugares dignos del florido lenguaje de Doña Lourdes Ruiz, la reina del albur de Tepito, para empezar el más suavecito, Santo Tomás de los Plátanos, población que colinda con un pueblito llamado Colorines allá por el estado de México. Un poco subidito de tono para los oídos castos y pulcros en el meritito Chihuahua esta Pitorreal, mientras que en Guerrero existe un espacio en el poblado de El Coloso denominado Tres Palos. Qué lindo es Tlaxcala con sus mujeres hermosas que tienen cara de rosa y son de Panzacola. ¡Hey! No es una ofensa o falta de respeto al género femenino, lo que pasa es que la frase hace referencia a las damas que habitan ese pintoresco municipio de Papalotla de Xicohténcantl.
Ya para finalizar, les tengo el destino turístico más visitado de palabra, se sitúa a dos horas de la ciudad de Guadalajara, Jalisco, en una pequeña comunidad, bueno si se puede llamar así, pues tiene sólo dos habitantes, es más, en toda la república mexicana existen cuatro comunidades con ese nombre, cuya característica similar es que se encuentran con muy poca población, me refiero a La Chingada, ese hospitalario lugar donde cada minuto alguien envía a su semejantes incómodos. Si estos nombres le parecieron ofensivos o con doble sentido, Aguascalientes no canta mal las rancheras.
Son una serie de artículos que ya han sido publicados en diversos periodícos locales.
miércoles, 29 de abril de 2015
miércoles, 22 de abril de 2015
Hit parade electoral
Vivimos en tiempos de efervescencia electoral, los candidatos en su intento por ocupar un puesto de elección popular revuelcan el agua que a cucharaditas ellos mismo se la beberán, uno no sale de un susto cuando ya lo están impresionando con otro; como si se asesoraran de la pluma de la entrañable Yolanda Vargas Dulché, nos chutamos las tristezas y penurias biográficas de los aspirantes a ocupar un puesto político, algunos electores hasta se motivan a salir del fango en que están inmersos con tal de realizar una proeza como la que ellos describen en su superación personal, imagino que el equipo de asesores de campaña se habrán leído “Despertando al Gigante Interior” de Anthony Robbins.
En su intento por ganar popularidad, las campañas de cada candidato, además de contaminar a la Ciudad de las Palmeras y los taxis amarillos, con imágenes grotescas photoshopeadas –mención aparte es el tormento psicológico de sus spots llenos de promesas inalcanzables–, ahora lo hacen de manera auditiva a través de medios de transporte que a toda hora transitan por las calles con su estrepitoso sonido. No se trata de jingles, son canciones covereadas –o sea, se las piratean– y una que otra original, los géneros musicales son variados, desde corridos, cumbias, salsa y hasta reggaetón. Mientras que las canciones creadas poseen una letra tan profunda como la de “La mesa que más aplauda”, si, la del estribillo za, za, za, y a tu za y a tu za o simplemente para evitarse la quebrada de maceta se parodian un canción que fue one hit wonder al estilo de Los Polivoces y ya quedó, ¿habrán pagado regalías a la Sociedad de Autores y Compositores de México? ¡Obvio, cuentan con el capital suficiente para pagar los derechos de autor!
Algunas de las acciones antes mencionadas erróneamente les llaman “ingenio nacional”, pero la verdad es de dar pena considerar que los nuestros no tiene un mayor potencial creativo, claro que tal proceder pone en evidencia la carente creatividad de los promotores de campaña y ellos no son todo el país, son más bien, una inmensa minoría, que la verdad, me la pensaría en pagarle a alguien por el simple hecho de que desgasto sus escasas neuronas en elegir una canción famosa, le hizo arreglos –sí se le puede llamar de esa forma a tal mediocridad– a la letra, con tal de que quien la escuche conjugue lo atractivo del ritmo con el espectro político de quien se está promoviendo. Pues como es sabido la música despierta emociones, al generar redes de asociación entre algún recuerdo con ciertas referencias culturales y personales del escucha.
Ahora con esa lógica de campaña musical-voto, que consiste en meterle mano a las canciones famosas para promover ofertas políticas e imágenes de postulantes, lo cual tristemente resume la personalidad y la forma de ver la vida de ellos, es de dar pena. Respetables candidatos, no se dejen llevar por individuos nefastos que sólo quieren sus centavos, digo, alguien de su comité de campaña de perdida debió decirles que no se expusieran a tanta ridiculez.
Lo rescatable es que con tanto ruido en la vía pública, ya hicieron que les cayera el veinte a todos esos que solían circular con sus estéreos del coche a tope de volumen, dándose cuenta de lo naco que es realizar eso; también cuando uno escucha tales canciones puede llegar a confundirlos con los del gas o el de las paletas redondas de la Villa. Por otro lado en lugar de las clásicas encuestas electorales para saber quien goza de simpatía, las estaciones de radio o los sitios de internet semejantes al del Billboard, pueden realizar un Hit Parade con los temas, para saber quien ocupa los primeros lugares de popularidad.
En su intento por ganar popularidad, las campañas de cada candidato, además de contaminar a la Ciudad de las Palmeras y los taxis amarillos, con imágenes grotescas photoshopeadas –mención aparte es el tormento psicológico de sus spots llenos de promesas inalcanzables–, ahora lo hacen de manera auditiva a través de medios de transporte que a toda hora transitan por las calles con su estrepitoso sonido. No se trata de jingles, son canciones covereadas –o sea, se las piratean– y una que otra original, los géneros musicales son variados, desde corridos, cumbias, salsa y hasta reggaetón. Mientras que las canciones creadas poseen una letra tan profunda como la de “La mesa que más aplauda”, si, la del estribillo za, za, za, y a tu za y a tu za o simplemente para evitarse la quebrada de maceta se parodian un canción que fue one hit wonder al estilo de Los Polivoces y ya quedó, ¿habrán pagado regalías a la Sociedad de Autores y Compositores de México? ¡Obvio, cuentan con el capital suficiente para pagar los derechos de autor!
Algunas de las acciones antes mencionadas erróneamente les llaman “ingenio nacional”, pero la verdad es de dar pena considerar que los nuestros no tiene un mayor potencial creativo, claro que tal proceder pone en evidencia la carente creatividad de los promotores de campaña y ellos no son todo el país, son más bien, una inmensa minoría, que la verdad, me la pensaría en pagarle a alguien por el simple hecho de que desgasto sus escasas neuronas en elegir una canción famosa, le hizo arreglos –sí se le puede llamar de esa forma a tal mediocridad– a la letra, con tal de que quien la escuche conjugue lo atractivo del ritmo con el espectro político de quien se está promoviendo. Pues como es sabido la música despierta emociones, al generar redes de asociación entre algún recuerdo con ciertas referencias culturales y personales del escucha.
Ahora con esa lógica de campaña musical-voto, que consiste en meterle mano a las canciones famosas para promover ofertas políticas e imágenes de postulantes, lo cual tristemente resume la personalidad y la forma de ver la vida de ellos, es de dar pena. Respetables candidatos, no se dejen llevar por individuos nefastos que sólo quieren sus centavos, digo, alguien de su comité de campaña de perdida debió decirles que no se expusieran a tanta ridiculez.
Lo rescatable es que con tanto ruido en la vía pública, ya hicieron que les cayera el veinte a todos esos que solían circular con sus estéreos del coche a tope de volumen, dándose cuenta de lo naco que es realizar eso; también cuando uno escucha tales canciones puede llegar a confundirlos con los del gas o el de las paletas redondas de la Villa. Por otro lado en lugar de las clásicas encuestas electorales para saber quien goza de simpatía, las estaciones de radio o los sitios de internet semejantes al del Billboard, pueden realizar un Hit Parade con los temas, para saber quien ocupa los primeros lugares de popularidad.
miércoles, 15 de abril de 2015
Poderes extrasensoriales.
A Ramón y Martín.
Era un atardecer de cualquier domingo, avanzaba con flojera la década de los setentas, los pantalones acampanados en terlenca, zapatos de alto tacón y las camisas de bolitas en poliéster eran la onda y obvio las minifaldas a go-go para las chamorrudas damas la neta, ese día después de ir a dar vueltas como satélite al jardín de San Francisco de Almoloyan, mis hermanos y el que escribe llegábamos corriendo a encender el televisor de bulbos blanco y negro que había en nuestra humilde casa, el motivo de la prisa era ver en el programa que transmitían todos los domingos un segmento donde se presentaría Uri Geller, quien era un especie de "mentalista", cuyo poder psíquico le permitía doblar cucharas y llaves, incluso el televidente podría realizar tal hazaña desde el otro lado de la convexa pantalla, al concentrarse y lograr sintonía telepática con el ilusionista israelí.
Mi hermano Ramón que en ese entonces se sentía con habilidades místicas –pues a sus 16 años presumía de ser el que a más chicas atraía a sus dominios sentimentales– había reunido la llave de la cerradura, dos cucharas y un tenedor, para que en sincronía telepática con el Uri, las doblara. Para colmo del ansia que experimentábamos, el señor de los gruesos lentes de botella nos hizo que nos chutáramos antes al finalista del festival OTI, José María Napoleón, quién además de interpretar la susodicha canción con la que participó en el tiznado festival, cantó otras tres más y fue expuesto ante televisión nacional a los chascarrillos del presentador.
Con su clásico "Aún hay más" y para trastorno de ansiedad nuestro, como inicio del esperado bloque presentó al Mago Chen Kai, quien acompañado de señoritas en paños menores hizo su acto de las sedas multicolores y sacarse de la chistera una paloma, años más adelante este mismo prestidigitador me sorprendería al aparecer en las “Tentadoras” cinta dirigida por Rafael Portillo, cuyo slogan era “una película de muchas risas y poca ropa”, donde interpretaba al asistente de mago que era Andrés García.
Mientras eso sucedía en la cuadrada pantalla, en el exterior sentados frente a ella cual vacas rumiábamos las semillas de calabaza que esa noche mi ágüela había preparado; por fin llegó el momento cumbre o como dijera el magazo Beto el Boticario, la hora cuchí-cuchí, vestido con camisa floreada y pantalón de mezclilla estaba sentado en un set tipo sala de espera Uri Geller, el presentador lo saluda como si fuera un primo que viene del extranjero y explica al auditorio que ha llegado tiempo de establecer comunicación con el ilusionista, mi hermano cierra sus ojos, respira profundamente, no sin antes amarrar a su cabeza el paliacate con el que se descongestionaba la nariz papá tratando de emular a su héroe el profesor Zovek, toma entre sus mano la llave de la casa y como si tuviera reumas la empieza a sobar, sorprendidos nos damos cuenta que el metal comienza a doblarse, mi carnal ufano la coge con las dos manos e intenta unirla, logrando trozarla, atónitos exclamamos: ¡ah, pinche vato, qué chingón eres!
Motivado por este mérito, toma el tenedor y lo dobla, luego hace lo mismo con las cucharas, mientras mi otro brother y un servidor emocionados lanzamos gritos de júbilo, vitoreándolo, animado por ello arroja los cubiertos y levanta los brazos cual campeón de boxeo. Ante tal alboroto, la jefecita hace su aparición y descubre que prácticamente nos habíamos quedado sin llave de la cerradura y descompletado el juego de cubiertos que la tía Chuy le regaló un diez de mayo.
Esa noche, el televisor se apagó muy temprano, las camas nos recibieron mucho antes de lo acostumbrado y nos fuimos a dormir calientitos –no precisamente por lo abrigado, pero la ilusión de mi hermano de poseer poderes extrasensoriales nadie se la quitó. Sabía de su fuerza de voluntad, pues años atrás gracias a la influencia del largometraje Operación Dragón, al demostrar sus pericias en artes marciales había tumbado una pared de capuchino que dividía el patio del gallinero, ahora imaginaba lo que haría el lunes en la escuela con sus nuevas habilidades, tal vez doblar la cancelería y que todos pudiéramos entrar y salir de ella sin la necesidad de pedirle autorización al director Don Quirí Pascuas, ¡eso estaría como tablero de taxi, de alto peluche!
Era un atardecer de cualquier domingo, avanzaba con flojera la década de los setentas, los pantalones acampanados en terlenca, zapatos de alto tacón y las camisas de bolitas en poliéster eran la onda y obvio las minifaldas a go-go para las chamorrudas damas la neta, ese día después de ir a dar vueltas como satélite al jardín de San Francisco de Almoloyan, mis hermanos y el que escribe llegábamos corriendo a encender el televisor de bulbos blanco y negro que había en nuestra humilde casa, el motivo de la prisa era ver en el programa que transmitían todos los domingos un segmento donde se presentaría Uri Geller, quien era un especie de "mentalista", cuyo poder psíquico le permitía doblar cucharas y llaves, incluso el televidente podría realizar tal hazaña desde el otro lado de la convexa pantalla, al concentrarse y lograr sintonía telepática con el ilusionista israelí.
Mi hermano Ramón que en ese entonces se sentía con habilidades místicas –pues a sus 16 años presumía de ser el que a más chicas atraía a sus dominios sentimentales– había reunido la llave de la cerradura, dos cucharas y un tenedor, para que en sincronía telepática con el Uri, las doblara. Para colmo del ansia que experimentábamos, el señor de los gruesos lentes de botella nos hizo que nos chutáramos antes al finalista del festival OTI, José María Napoleón, quién además de interpretar la susodicha canción con la que participó en el tiznado festival, cantó otras tres más y fue expuesto ante televisión nacional a los chascarrillos del presentador.
Con su clásico "Aún hay más" y para trastorno de ansiedad nuestro, como inicio del esperado bloque presentó al Mago Chen Kai, quien acompañado de señoritas en paños menores hizo su acto de las sedas multicolores y sacarse de la chistera una paloma, años más adelante este mismo prestidigitador me sorprendería al aparecer en las “Tentadoras” cinta dirigida por Rafael Portillo, cuyo slogan era “una película de muchas risas y poca ropa”, donde interpretaba al asistente de mago que era Andrés García.
Mientras eso sucedía en la cuadrada pantalla, en el exterior sentados frente a ella cual vacas rumiábamos las semillas de calabaza que esa noche mi ágüela había preparado; por fin llegó el momento cumbre o como dijera el magazo Beto el Boticario, la hora cuchí-cuchí, vestido con camisa floreada y pantalón de mezclilla estaba sentado en un set tipo sala de espera Uri Geller, el presentador lo saluda como si fuera un primo que viene del extranjero y explica al auditorio que ha llegado tiempo de establecer comunicación con el ilusionista, mi hermano cierra sus ojos, respira profundamente, no sin antes amarrar a su cabeza el paliacate con el que se descongestionaba la nariz papá tratando de emular a su héroe el profesor Zovek, toma entre sus mano la llave de la casa y como si tuviera reumas la empieza a sobar, sorprendidos nos damos cuenta que el metal comienza a doblarse, mi carnal ufano la coge con las dos manos e intenta unirla, logrando trozarla, atónitos exclamamos: ¡ah, pinche vato, qué chingón eres!
Motivado por este mérito, toma el tenedor y lo dobla, luego hace lo mismo con las cucharas, mientras mi otro brother y un servidor emocionados lanzamos gritos de júbilo, vitoreándolo, animado por ello arroja los cubiertos y levanta los brazos cual campeón de boxeo. Ante tal alboroto, la jefecita hace su aparición y descubre que prácticamente nos habíamos quedado sin llave de la cerradura y descompletado el juego de cubiertos que la tía Chuy le regaló un diez de mayo.
Esa noche, el televisor se apagó muy temprano, las camas nos recibieron mucho antes de lo acostumbrado y nos fuimos a dormir calientitos –no precisamente por lo abrigado, pero la ilusión de mi hermano de poseer poderes extrasensoriales nadie se la quitó. Sabía de su fuerza de voluntad, pues años atrás gracias a la influencia del largometraje Operación Dragón, al demostrar sus pericias en artes marciales había tumbado una pared de capuchino que dividía el patio del gallinero, ahora imaginaba lo que haría el lunes en la escuela con sus nuevas habilidades, tal vez doblar la cancelería y que todos pudiéramos entrar y salir de ella sin la necesidad de pedirle autorización al director Don Quirí Pascuas, ¡eso estaría como tablero de taxi, de alto peluche!
miércoles, 25 de marzo de 2015
Al profe con desprecio
Estoy seguro que en más de una ocasión hemos hecho la mimesis de transmitir conocimientos, pues la enseñanza es una actividad que todo mundo quiere practicar. Algunos sin estar dentro de un aula han inculcado a quienes consideran neófitos en los menesteres de la vida las reglas de cortesía, los valores, el respeto, el cuidado de las costumbres y ciertos hábitos saludables, incluso hasta algún oficio a pesar de no tener vocación.
La escuela siempre ha sido un espacio donde los adultos confían la formación académica de sus vástagos a un grupo de perfectos desconocidos; a veces ellos los llegan a “conocer” por lo que sus hijos les comentan acerca de la actitud que asumen éstos durante el desarrollo de las clases. Mediante esa descripción, los padres de familia forman un concepto del profesional que atiende a sus retoños, a veces positivamente otras negativamente, es decir, los odian o aprecian aun sin conocerlos.
Es en las aulas donde ese grupo de individuos que cada ciclo escolar como guion histriónico actúan frente a un grupo los mismos contenidos programáticos, pues conscientes están de que sus discípulos se encuentran inertes, como si estuvieran pegados a los pupitres, guiados como autómatas, no por ellos sino por el índice de algún libro de texto que ancla sus contenidos en el pizarrón, que al combinarse con la verborrea redituará en una boleta de calificaciones enajenante, tanto para los alumnos como para sus propios progenitores, siendo éstos últimos quienes a partir de esos resultados evaluarán si el desempeño del docente fue correcto, sumado al concepto que los jóvenes les crearon del profesor, dando como resultado un cóctel fatal y otras no tanto para la reputación de quien ha hecho de la enseñanza su oficio.
El ambiente de aprendizaje, además de combinar información con instrumentos que lo faciliten, también conjuga otros factores que coinciden por el simple hecho de ser un proceso de comunicación, como lo son el sarcasmo que lleva consigo la intención de amedrentar los ímpetus de la juventud, las marcadas diferencias de clases sociales con su divisionismo y lo que ahora les ha dado por llamar a los expertos como “bullying” escolar, que es la intimidación o acoso que se suscita entre quienes forman parte de una escuela.
El “bullying” en las escuelas se manifiesta de forma verbal, física y hasta psicológica, algunas veces se evidencia en la relación alumno-alumno, otras en la de profesor-alumno. Cabe aclarar que se ha dejado de lado o pasado desapercibido por autoridades cuando el maltrato es de los estudiantes hacia el profesor. Al igual que las otras formas de manifestarse, la violencia dominante es el aspecto emocional. Los rasgos más comunes suelen ser cuando el docente decide dejar tarea recibiendo abucheos como respuesta o la típica frase de “ya es hora profe”, donde abruptamente invitan al catedrático a desalojar el aula. ¡Y qué decir de todos esos apodos generados a partir de ciertas características personales del educador!
Otro lamentable hecho y que fomenta aún más ese tipo de “bullying” son las páginas de Facebook que los jóvenes crean con tal de deshonrar a través de la mofa, en relación a fotos tomadas sin o peor aún con el consentimiento -que este hecho la verdad me embarga de pena y rabia, pues en ella el inocente profesor hasta posó muy amablemente con los educandos ignorando sus negras intenciones- de los profesores. En esos sitios es común el pitorrearse de las muletillas y cacofonías del mentor, haciendo comentarios llenos de improperios, poniéndolo en jocosas situaciones sobre su profesional actuar en las clases.
El daño está hecho, las páginas siguen en la nube de internet para que generaciones futuras den continuidad a la guasa. Lo más patético es que el aludido ignora la existencia de ellas y lo más nefasto es que a veces algunas autoridades educativas las han visto y en lugar de hacer algo al respecto, les dan “me gusta” y suelen pasarlas a sus contactos con el disfraz de asombro, fomentando la falta de respeto. Lector: si te has topado con la que hicieron en mi honor, no continúes haciéndome tan deshonorable publicidad. Yo soy Marcial y tú no.
La escuela siempre ha sido un espacio donde los adultos confían la formación académica de sus vástagos a un grupo de perfectos desconocidos; a veces ellos los llegan a “conocer” por lo que sus hijos les comentan acerca de la actitud que asumen éstos durante el desarrollo de las clases. Mediante esa descripción, los padres de familia forman un concepto del profesional que atiende a sus retoños, a veces positivamente otras negativamente, es decir, los odian o aprecian aun sin conocerlos.
Es en las aulas donde ese grupo de individuos que cada ciclo escolar como guion histriónico actúan frente a un grupo los mismos contenidos programáticos, pues conscientes están de que sus discípulos se encuentran inertes, como si estuvieran pegados a los pupitres, guiados como autómatas, no por ellos sino por el índice de algún libro de texto que ancla sus contenidos en el pizarrón, que al combinarse con la verborrea redituará en una boleta de calificaciones enajenante, tanto para los alumnos como para sus propios progenitores, siendo éstos últimos quienes a partir de esos resultados evaluarán si el desempeño del docente fue correcto, sumado al concepto que los jóvenes les crearon del profesor, dando como resultado un cóctel fatal y otras no tanto para la reputación de quien ha hecho de la enseñanza su oficio.
El ambiente de aprendizaje, además de combinar información con instrumentos que lo faciliten, también conjuga otros factores que coinciden por el simple hecho de ser un proceso de comunicación, como lo son el sarcasmo que lleva consigo la intención de amedrentar los ímpetus de la juventud, las marcadas diferencias de clases sociales con su divisionismo y lo que ahora les ha dado por llamar a los expertos como “bullying” escolar, que es la intimidación o acoso que se suscita entre quienes forman parte de una escuela.
El “bullying” en las escuelas se manifiesta de forma verbal, física y hasta psicológica, algunas veces se evidencia en la relación alumno-alumno, otras en la de profesor-alumno. Cabe aclarar que se ha dejado de lado o pasado desapercibido por autoridades cuando el maltrato es de los estudiantes hacia el profesor. Al igual que las otras formas de manifestarse, la violencia dominante es el aspecto emocional. Los rasgos más comunes suelen ser cuando el docente decide dejar tarea recibiendo abucheos como respuesta o la típica frase de “ya es hora profe”, donde abruptamente invitan al catedrático a desalojar el aula. ¡Y qué decir de todos esos apodos generados a partir de ciertas características personales del educador!
Otro lamentable hecho y que fomenta aún más ese tipo de “bullying” son las páginas de Facebook que los jóvenes crean con tal de deshonrar a través de la mofa, en relación a fotos tomadas sin o peor aún con el consentimiento -que este hecho la verdad me embarga de pena y rabia, pues en ella el inocente profesor hasta posó muy amablemente con los educandos ignorando sus negras intenciones- de los profesores. En esos sitios es común el pitorrearse de las muletillas y cacofonías del mentor, haciendo comentarios llenos de improperios, poniéndolo en jocosas situaciones sobre su profesional actuar en las clases.
El daño está hecho, las páginas siguen en la nube de internet para que generaciones futuras den continuidad a la guasa. Lo más patético es que el aludido ignora la existencia de ellas y lo más nefasto es que a veces algunas autoridades educativas las han visto y en lugar de hacer algo al respecto, les dan “me gusta” y suelen pasarlas a sus contactos con el disfraz de asombro, fomentando la falta de respeto. Lector: si te has topado con la que hicieron en mi honor, no continúes haciéndome tan deshonorable publicidad. Yo soy Marcial y tú no.
miércoles, 18 de marzo de 2015
Lado B
Nuestra ciudad tiene calles asfaltadas que hierven con la temperatura del medio día, inundadas de coches que trajinan con rumbos diversos, algunos con la música de sus reproductores a tope, como reclamando la atención de los demás, mientras gente invisible camina sobre las banquetas acaloradas por el oxidado clima entre vendedores ambulantes, quienes dejan escapar berridos que buscan captar la atención de algunos zombis que deambulan con la mirada fija en las pequeña pantallas de sus celulares. Es una pena que saber escuchar en nuestros días equivalga a dejar el celular a un lado y poner atención al que te habla. ¡Órale, eso sí es una muestra de respeto, ca´on!
En la actualidad, la gente se entretiene de igual forma en fiestas, cumpleaños, bautizos, sepelios, manifestaciones, huelgas... en fin, todo tipo de eventos donde el pretexto sea pasársela a gusto. Pues todo ello quedará documentado en sus teléfonos móviles. ¡Hay que dejar patente en alguna red social que existimos! Es tanta la demanda de internet, que ahora las nuevas generaciones saben que los recién nacidos se descargan de algún sitio web y ya es argumento antediluviano afirmar que los bebés vienen de París o que los trae esa plumífera ave llamada cigüeña -es más, no es verdad que el cigüeñal sea el lugar donde ella hace su nido y sino me crees, pos consúltalo en Wikipedia-.
Conforme avanzamos tecnológicamente, la amistad se hace más fraternal. Sólo basta crear un perfil en alguna red social y de inmediato tendrás amigos desconocidos. Así de sencillo es el nuevo proceso de socialización. Creo que no es el internet quien reafirma los lazos de amistad, más bien es la ilusión de pensar que quien está al otro lado del monitor es el amigo ideal. Imagino que es por ello que ahora se cuidan mucho, pues evitan contagios al no tocarse y las muestras de amor consisten en mandarse guiños que a más de alguno, seguro, provocará un orgasmo. Y qué decir de la acumulación de “Me gusta” que hacen sentir millonario al más miserable de los seres vivos, así de positivo es el lado B de la vida, tan positiva que la palabra acosadores ha sido modificada por un término más bonito como el de seguidores.
Las relaciones de noviazgo o los matrimonios se formalizan o se desintegran, ya no por el Registro Civil ni a través de una celebración religiosa, la fuente fidedigna es el Facebook. Ahí nos damos cuenta de la disponibilidad sentimental del prójimo. Y como siempre, la mano del ser humano con su toque de Rey Midas a la inversa, en lugar de sacarle alguna utilidad positiva a lo que hizo, convierte las redes sociales en escaparates donde fomentar aún más los prejuicios a través de personas que buscan generar pánico, infundir miedos o incrementar más adeptos a sus filas, almacenando cerebros débiles para su banco de masas encefálicas, etiquetándote imágenes de vírgenes de seda, santos de alcoba o vendiéndote más porquerías que no necesitas, hecho lamentable que bien merece una McDescalificación con papas y refrescos, o sea, cada vez más está de la burguer.
Ya entrando en el argot del ciberespacio, al hecho de mofarse por la ingenuidad de alguien se denomina trollear, en pocas palabras cuando te vieron la cara de inocente por el pánico infundado gracias al chupacabras o que Rigo Tovar -sí, ese que cantaba con su Costa Azul la del “Sirenito”- continúa gozando las mieles de sus millones en Suiza, lejos de sus mujeres, definitivamente te trollearon. Esa palabra fue acuñada en la más moderna edición del diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, discutiendo sus académicos únicamente si es correcto escribirla con doble L. Sólo espero que no se dejen llevar por la vorágine de la mothernización y terminen aceptando palabras como: “ola k ase”.
Mientras sigamos utilizando ese pijama de una sola pieza que la gente madura la considera inadecuada, es decir, continuemos de mamelucos en las redes sociales o cualquier artilugio tecnológico, la chamacada seguirá enganchándose a ellos sin fines académicos, sintiéndose una lumbrera que encandila a sus progenitores, quienes los llegan a considerar unos sabios por el simple hecho de manejar esos gadgets, razón por la cual para las actuales generaciones no existe motivo de respetar a los rucos que ya no evolucionan, entonces lo único que les queda a sus madres es estar cada vez más atadas a ellos como sirvientas. Ante tal situación, con tal de evitar la depre, prefiero jugar, uno por burro, dos, patada y coz, tres, el burro al revés, cuatro... ya ni le sigo.
En la actualidad, la gente se entretiene de igual forma en fiestas, cumpleaños, bautizos, sepelios, manifestaciones, huelgas... en fin, todo tipo de eventos donde el pretexto sea pasársela a gusto. Pues todo ello quedará documentado en sus teléfonos móviles. ¡Hay que dejar patente en alguna red social que existimos! Es tanta la demanda de internet, que ahora las nuevas generaciones saben que los recién nacidos se descargan de algún sitio web y ya es argumento antediluviano afirmar que los bebés vienen de París o que los trae esa plumífera ave llamada cigüeña -es más, no es verdad que el cigüeñal sea el lugar donde ella hace su nido y sino me crees, pos consúltalo en Wikipedia-.
Conforme avanzamos tecnológicamente, la amistad se hace más fraternal. Sólo basta crear un perfil en alguna red social y de inmediato tendrás amigos desconocidos. Así de sencillo es el nuevo proceso de socialización. Creo que no es el internet quien reafirma los lazos de amistad, más bien es la ilusión de pensar que quien está al otro lado del monitor es el amigo ideal. Imagino que es por ello que ahora se cuidan mucho, pues evitan contagios al no tocarse y las muestras de amor consisten en mandarse guiños que a más de alguno, seguro, provocará un orgasmo. Y qué decir de la acumulación de “Me gusta” que hacen sentir millonario al más miserable de los seres vivos, así de positivo es el lado B de la vida, tan positiva que la palabra acosadores ha sido modificada por un término más bonito como el de seguidores.
Las relaciones de noviazgo o los matrimonios se formalizan o se desintegran, ya no por el Registro Civil ni a través de una celebración religiosa, la fuente fidedigna es el Facebook. Ahí nos damos cuenta de la disponibilidad sentimental del prójimo. Y como siempre, la mano del ser humano con su toque de Rey Midas a la inversa, en lugar de sacarle alguna utilidad positiva a lo que hizo, convierte las redes sociales en escaparates donde fomentar aún más los prejuicios a través de personas que buscan generar pánico, infundir miedos o incrementar más adeptos a sus filas, almacenando cerebros débiles para su banco de masas encefálicas, etiquetándote imágenes de vírgenes de seda, santos de alcoba o vendiéndote más porquerías que no necesitas, hecho lamentable que bien merece una McDescalificación con papas y refrescos, o sea, cada vez más está de la burguer.
Ya entrando en el argot del ciberespacio, al hecho de mofarse por la ingenuidad de alguien se denomina trollear, en pocas palabras cuando te vieron la cara de inocente por el pánico infundado gracias al chupacabras o que Rigo Tovar -sí, ese que cantaba con su Costa Azul la del “Sirenito”- continúa gozando las mieles de sus millones en Suiza, lejos de sus mujeres, definitivamente te trollearon. Esa palabra fue acuñada en la más moderna edición del diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, discutiendo sus académicos únicamente si es correcto escribirla con doble L. Sólo espero que no se dejen llevar por la vorágine de la mothernización y terminen aceptando palabras como: “ola k ase”.
Mientras sigamos utilizando ese pijama de una sola pieza que la gente madura la considera inadecuada, es decir, continuemos de mamelucos en las redes sociales o cualquier artilugio tecnológico, la chamacada seguirá enganchándose a ellos sin fines académicos, sintiéndose una lumbrera que encandila a sus progenitores, quienes los llegan a considerar unos sabios por el simple hecho de manejar esos gadgets, razón por la cual para las actuales generaciones no existe motivo de respetar a los rucos que ya no evolucionan, entonces lo único que les queda a sus madres es estar cada vez más atadas a ellos como sirvientas. Ante tal situación, con tal de evitar la depre, prefiero jugar, uno por burro, dos, patada y coz, tres, el burro al revés, cuatro... ya ni le sigo.
miércoles, 11 de marzo de 2015
Pedagogo de profesión
Ciertos alumnos preguntan en qué licenciatura estoy formado y orgulloso respondo que en la de Pedagogía, lo cual remite a mi memoria miope a la época cuando la cursaba, en un principio ubicada en el campus central y al año de haberla iniciado, como gitanos urbanos, nos mudamos al aún sin terminar edificio que actualmente se ubica en el campus Villa de Álvarez. Entre golpes de martillos, piropos de albañiles a mis compañeras de grupo y uno que otro guaco, recibíamos clases cinco generaciones que durante la década de los noventas nos formaba un elocuente equipo docente firmemente encausados por una dama que ocupaba el puesto de directora.
Las clases se fundamentaban en libros aprobados por la SEP o algún consejo editorial, no como ahora que un sitio web cuya información de dudosa procedencia es la panacea escolar. Profesores que con sus opiniones y las nuestras nos hacían reflexionar sobre la problemática educativa. ¡Afortunadamente aún no inventaban las aburridísimas diapositivas del PowerPoint que aletargan el intelecto! Durante las prácticas nos enfrentábamos a casos reales. Hoy ello se resume a una hojita con problemáticas planeadas por alguien y para colmo cuentan con su respectiva respuesta, la cual si no coincide con tu resultado echa al resumidero de la ignorancia la capacidad inventiva de solución, volviendo a caer en el circulo vicioso de que educar es obligar a recibir la información para después repetirla de sopetón y no acordarse nunca más de ella.
Por las madrugadas, cuando dirigía humildemente los pasos a mi entrañable facultad, continuamente encontraba a una señora, la cual siempre a esas horas del amanecer barría la banqueta y seguido cuestionaba la utilidad de mis estudios. Haciendo un esfuerzo para evitar caer en el error de esos expertos que explican algo sencillo de forma tan confusa que hacen pensar a sus interlocutores que tal confusión es debido a su propia falta de intelecto, recurría al discurso aquel que circunscribe a la Pedagogía como una ciencia donde se generan diversos conocimientos y que gracias ella, las personas se vuelven capaces de realizar acciones en pro de la educación.
Apelando a tal argumento, continuaba el caminar con la seguridad de haber definido y explicado mi futura profesión. Años más adelante, en el campo laboral, un jefe en plena reunión informativa de forma sarcástica volvería a poner en duda la práctica profesional del pedagogo, al encontrarse al mando de una oficina donde todos sus subalternos ostentaban ese título. Recuerdo que un compañero de trabajo, cuando cargábamos con enormes cajas de exámenes o hacíamos el tiraje, compaginación y engrapado de los mismos, incluso hasta su respectiva calificación -algo así como chorrocientos mil-, comentaba que tales acciones no se incluían en el perfil de egreso, pero que eran funciones adyacentes a nuestro desempeño laboral, las cuales debemos de realizar para completar el ciclo profesional en el que nos circunscribimos.
Creo que con esto último es fácil justificar la esencia del pedagogo, pues podemos desempeñarnos como peces en el agua dentro del ámbito educativo. Esto lo digo con la certeza de un individuo que cursó un Bachillerato en el área físico-matemático, que pese a ser el mejor promedio de su generación, por una hermosa casualidad del destino, al ir pasando por las afueras de una aula donde ocho aspirantes a la Licenciatura en Pedagogía llevaban una semana de cursos de inducción, fue invitado por la directora a escuchar una sesión. Desde ese momento decidió quedarse hasta concluir cuatro años y medio -¡en esas épocas, así de extenso era el plan de estudios, no es que fuera un teflón!-. Lo único que me disgustó fue que al iniciar el primer semestre, de ser nueve los convencidos en cursar la carrera, el grupo lo completaron con 41 rechazados de otras licenciaturas, quienes no cesaban de manifestar su inconformidad.
Durante la estancia en los muros de la facultad, creamos un polémico buzón de sugerencias que el director de ese periodo aplaudió. Sin tener que recurrir a primeros auxilios, resucitamos la revista Vida Pedagógica, espacio de expresión de estudiantes y profesores donde algunos hacíamos nuestros pininos en los ámbitos editoriales y redacción de artículos de opinión. Tal publicación centraba sus textos en la educación, con ningún afán político ni demagogia estudiantil. Estábamos conscientes de que lo nuestro no eran las pachangas, ni las reinas de belleza, pero cuando realizábamos un evento social lo hacíamos tipo premios Revista Eres. En pocas palabras fueron años donde la mixtura del aprendizaje con la diversión hacía de nuestra estancia un ambiente familiar.
Para mí y tal vez para alguien más, la Facultad de Pedagogía fue un segundo hogar, un espacio donde a través de la conducción de los profesores, desarrollamos las potencialidades que se evidenciarían en el campo laboral. Con este texto quiero agradecer a aquellos que fueron guía, compañía y familia durante más de cuatro años que formé parte de sus vidas. No los pienso nombrar, pues excedería el número de caracteres del artículo y también podría herir susceptibilidades al omitir a algunos, pero ustedes saben quiénes son.
Las clases se fundamentaban en libros aprobados por la SEP o algún consejo editorial, no como ahora que un sitio web cuya información de dudosa procedencia es la panacea escolar. Profesores que con sus opiniones y las nuestras nos hacían reflexionar sobre la problemática educativa. ¡Afortunadamente aún no inventaban las aburridísimas diapositivas del PowerPoint que aletargan el intelecto! Durante las prácticas nos enfrentábamos a casos reales. Hoy ello se resume a una hojita con problemáticas planeadas por alguien y para colmo cuentan con su respectiva respuesta, la cual si no coincide con tu resultado echa al resumidero de la ignorancia la capacidad inventiva de solución, volviendo a caer en el circulo vicioso de que educar es obligar a recibir la información para después repetirla de sopetón y no acordarse nunca más de ella.
Por las madrugadas, cuando dirigía humildemente los pasos a mi entrañable facultad, continuamente encontraba a una señora, la cual siempre a esas horas del amanecer barría la banqueta y seguido cuestionaba la utilidad de mis estudios. Haciendo un esfuerzo para evitar caer en el error de esos expertos que explican algo sencillo de forma tan confusa que hacen pensar a sus interlocutores que tal confusión es debido a su propia falta de intelecto, recurría al discurso aquel que circunscribe a la Pedagogía como una ciencia donde se generan diversos conocimientos y que gracias ella, las personas se vuelven capaces de realizar acciones en pro de la educación.
Apelando a tal argumento, continuaba el caminar con la seguridad de haber definido y explicado mi futura profesión. Años más adelante, en el campo laboral, un jefe en plena reunión informativa de forma sarcástica volvería a poner en duda la práctica profesional del pedagogo, al encontrarse al mando de una oficina donde todos sus subalternos ostentaban ese título. Recuerdo que un compañero de trabajo, cuando cargábamos con enormes cajas de exámenes o hacíamos el tiraje, compaginación y engrapado de los mismos, incluso hasta su respectiva calificación -algo así como chorrocientos mil-, comentaba que tales acciones no se incluían en el perfil de egreso, pero que eran funciones adyacentes a nuestro desempeño laboral, las cuales debemos de realizar para completar el ciclo profesional en el que nos circunscribimos.
Creo que con esto último es fácil justificar la esencia del pedagogo, pues podemos desempeñarnos como peces en el agua dentro del ámbito educativo. Esto lo digo con la certeza de un individuo que cursó un Bachillerato en el área físico-matemático, que pese a ser el mejor promedio de su generación, por una hermosa casualidad del destino, al ir pasando por las afueras de una aula donde ocho aspirantes a la Licenciatura en Pedagogía llevaban una semana de cursos de inducción, fue invitado por la directora a escuchar una sesión. Desde ese momento decidió quedarse hasta concluir cuatro años y medio -¡en esas épocas, así de extenso era el plan de estudios, no es que fuera un teflón!-. Lo único que me disgustó fue que al iniciar el primer semestre, de ser nueve los convencidos en cursar la carrera, el grupo lo completaron con 41 rechazados de otras licenciaturas, quienes no cesaban de manifestar su inconformidad.
Durante la estancia en los muros de la facultad, creamos un polémico buzón de sugerencias que el director de ese periodo aplaudió. Sin tener que recurrir a primeros auxilios, resucitamos la revista Vida Pedagógica, espacio de expresión de estudiantes y profesores donde algunos hacíamos nuestros pininos en los ámbitos editoriales y redacción de artículos de opinión. Tal publicación centraba sus textos en la educación, con ningún afán político ni demagogia estudiantil. Estábamos conscientes de que lo nuestro no eran las pachangas, ni las reinas de belleza, pero cuando realizábamos un evento social lo hacíamos tipo premios Revista Eres. En pocas palabras fueron años donde la mixtura del aprendizaje con la diversión hacía de nuestra estancia un ambiente familiar.
Para mí y tal vez para alguien más, la Facultad de Pedagogía fue un segundo hogar, un espacio donde a través de la conducción de los profesores, desarrollamos las potencialidades que se evidenciarían en el campo laboral. Con este texto quiero agradecer a aquellos que fueron guía, compañía y familia durante más de cuatro años que formé parte de sus vidas. No los pienso nombrar, pues excedería el número de caracteres del artículo y también podría herir susceptibilidades al omitir a algunos, pero ustedes saben quiénes son.
miércoles, 4 de marzo de 2015
Más de cien mentiras que valen la pena
A escasos días de que nos roben una hora que nos hará modificar nuestros hábitos, un volcán que ha despertado de su letargo y valiéndole un carajo las prohibiciones de fumar continua exhalando humo sin escrúpulo alguno, mientras nosotros tenemos que fingir ingenuidad ante ello, pues como es sabido por ustedes, la verdad muchas veces recurre a las mentiras para que no pese tanto. Es más, llega incluso a ser más importante la mentira que una verdad. ¡Híjole, existen tantas falsedades que con el paso de los años se han convertido en verdades absolutas! Esto da la impresión de que la línea delgada que separa a ambas declaraciones es invisible e incluso atemporal.
Ya nos lo advirtió Esopo en su fabula de “El pastor y el lobo”, donde al mentiroso nunca se le cree a pesar de que diga la verdad. Si echamos un ojo a los libros, nos encontraremos que en la literatura un mentiroso por excelencia es Pinocho, quien ocupa moralmente un lugar ejemplar dentro de la enseñanza de las buenas costumbres, pues la moraleja de su mitómano actuar ha servido para valorar los riegos que conlleva el decir mentiras. Siendo honesto, ni nos preocupa que nos crezca la nariz, pues hemos encontrado en mentir el pretexto ideal para justificarnos.
Ignorar a un personaje ficticio como lo es la marioneta de madera del texto de Carlo Lorenzini, resulta justificable, pero faltar al octavo mandamiento de un decálogo que Dios escribió como alianza entre los humanos, es otra cosa. Sólo hay que recordar que los Diez Mandamientos son un conjunto de principios éticos y de culto, tanto en la religión judía como en la cristiana, además de que en el mundo, quienes profesan el cristianismo, son más de dos billones de individuos. Ante esto, ¿cómo es posible que la mayoría de ellos aprueben las llamadas mentiras piadosas?
La mentira ha sido y será siempre un fin para justificar nuestro actuar. Todos hemos recurrido a ellas en algún momento. Lo malo es cuando se vuelven patológicas, es decir, gente que se cree sus propios embustes. También es cierto que hay quienes les agradan escucharlas, inclusive las prefieren más que a la verdad misma. Basta evocar la letra de aquel bolero: “Si das a mi vivir la dicha de tu amor fingido, miénteme una eternidad que me hace tu maldad feliz”. Pese a que seas un mártir de la pasión, a quien le va del cocol en las relaciones de pareja, justificas tu actitud argumentando que en si la vida es una mentira.
“Lo diré de chía, pero es de horchata”: todos utilizamos las falacias como especie de auxiliar en los procesos de socialización. De entrada, nuestra mamá, cuando alguien desagradable preguntaba por ella, inmediatamente nos ilustraba en el arte de mentir al pedirnos de favor que le dijéramos a esa persona que no estaba o cuando nuestro intestino grande se estaba devorando al chico de tanta hambre y para tranquilizarnos nos decía que la comida estaría lista en dos minutos. ¡Ajá!
Me atrevo a afirmar que con tal de justificarnos ya sea por error, descuido o porque ya estamos chocheando y se nos olvida algún detalle, hemos recurrido a mentiras como “te prometo que no me voy a burlar”, “nunca recibí ese correo”, “estoy bien”, “te lo juro por mi madre”, “voy en camino para allá”, “jamás vuelvo a emborracharme”, “este año voy a cambiar”, “estoy a gusto así”, etcétera.
No hay que hacernos guajes: de que somos mentirosos y lo seguiremos siendo. Eso si es una verdad irrefutable, pues las falacias disfrazan el lobo que somos, de blanco corderito. Además, para mentir hay que tener buena memoria, eso que ni qué. ¡Entonces no salgas con tu choro de que nunca has mentido! Si en más de una ocasión le habrás dicho a tu pareja: “Mi amor, eres única”. Claro, sólo que te faltó agregar “como todas las demás”. Después de esa y más de cien mentiras que según nosotros valen la pena, no nos quejemos porque tenemos un país tan desconfiado e incrédulo y más ahora que se avecinan las elecciones.
Ya nos lo advirtió Esopo en su fabula de “El pastor y el lobo”, donde al mentiroso nunca se le cree a pesar de que diga la verdad. Si echamos un ojo a los libros, nos encontraremos que en la literatura un mentiroso por excelencia es Pinocho, quien ocupa moralmente un lugar ejemplar dentro de la enseñanza de las buenas costumbres, pues la moraleja de su mitómano actuar ha servido para valorar los riegos que conlleva el decir mentiras. Siendo honesto, ni nos preocupa que nos crezca la nariz, pues hemos encontrado en mentir el pretexto ideal para justificarnos.
Ignorar a un personaje ficticio como lo es la marioneta de madera del texto de Carlo Lorenzini, resulta justificable, pero faltar al octavo mandamiento de un decálogo que Dios escribió como alianza entre los humanos, es otra cosa. Sólo hay que recordar que los Diez Mandamientos son un conjunto de principios éticos y de culto, tanto en la religión judía como en la cristiana, además de que en el mundo, quienes profesan el cristianismo, son más de dos billones de individuos. Ante esto, ¿cómo es posible que la mayoría de ellos aprueben las llamadas mentiras piadosas?
La mentira ha sido y será siempre un fin para justificar nuestro actuar. Todos hemos recurrido a ellas en algún momento. Lo malo es cuando se vuelven patológicas, es decir, gente que se cree sus propios embustes. También es cierto que hay quienes les agradan escucharlas, inclusive las prefieren más que a la verdad misma. Basta evocar la letra de aquel bolero: “Si das a mi vivir la dicha de tu amor fingido, miénteme una eternidad que me hace tu maldad feliz”. Pese a que seas un mártir de la pasión, a quien le va del cocol en las relaciones de pareja, justificas tu actitud argumentando que en si la vida es una mentira.
“Lo diré de chía, pero es de horchata”: todos utilizamos las falacias como especie de auxiliar en los procesos de socialización. De entrada, nuestra mamá, cuando alguien desagradable preguntaba por ella, inmediatamente nos ilustraba en el arte de mentir al pedirnos de favor que le dijéramos a esa persona que no estaba o cuando nuestro intestino grande se estaba devorando al chico de tanta hambre y para tranquilizarnos nos decía que la comida estaría lista en dos minutos. ¡Ajá!
Me atrevo a afirmar que con tal de justificarnos ya sea por error, descuido o porque ya estamos chocheando y se nos olvida algún detalle, hemos recurrido a mentiras como “te prometo que no me voy a burlar”, “nunca recibí ese correo”, “estoy bien”, “te lo juro por mi madre”, “voy en camino para allá”, “jamás vuelvo a emborracharme”, “este año voy a cambiar”, “estoy a gusto así”, etcétera.
No hay que hacernos guajes: de que somos mentirosos y lo seguiremos siendo. Eso si es una verdad irrefutable, pues las falacias disfrazan el lobo que somos, de blanco corderito. Además, para mentir hay que tener buena memoria, eso que ni qué. ¡Entonces no salgas con tu choro de que nunca has mentido! Si en más de una ocasión le habrás dicho a tu pareja: “Mi amor, eres única”. Claro, sólo que te faltó agregar “como todas las demás”. Después de esa y más de cien mentiras que según nosotros valen la pena, no nos quejemos porque tenemos un país tan desconfiado e incrédulo y más ahora que se avecinan las elecciones.
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