miércoles, 26 de noviembre de 2014

Choque coche

La gente que me conoce pero no saben quién soy, continuamente preguntan por qué no tengo coche, amablemente respondo que al no saber manejar mi vida, ¿cómo quieren que maneje un carro? Siendo honesto en más de una ocasión la necesidad por llegar a tiempo, ha hecho que me haga el mismo cuestionamiento envuelto en sentimientos de arrepentimiento, como una forma de evadir tal sensación, inmediatamente la imaginación hace que me situé en un escenario árido, deprimente, en el cual estoy enojado, frustrado y triste, acabo de tener un accidente automovilístico.

Es una transitada avenida, el tráfico kamikaze ha ocasionado que con mi carro – sí, ese que cuenta con un equipo de audio que vale más que el mismo vehículo– me haya estampado contra la parte trasera de un BMW conducido por una señora de pelo rubio con raíz pintada de oscuro; como siempre a esa ingrata que nadie se quiere echar que es la culpa, ninguno de los dos supuestamente la tiene, pues existen mil y un argumentos que nos exoneran de responsabilidad alguna, pues según eso cada quien conducía por su derecha, además ninguno intentó rebasar por el acotamiento, al igual de señalar con las direccionales el rumbo a tiempo o en el último de los casos el semáforo aún estaba en verde cuando pasamos
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Conforme transcurren los minutos, los curiosos ya están encima documentándolo con sus celulares, incluso hasta los pasajeros de las rutas lo hacen, es probable que sin mi autorización y ni la de la señora rubia Miss Clairol aparezcamos en alguna red social con cara de tarados, en fin, ellos ahora son el medio informativo más rápido que un adolescente precoz con revista del conejito en el baño.

Hemos causado un embotellamiento terrible, los conductores que transitan a velocidad de caracol practicando tai chi, de seguro nos refrescan la memoria de nuestras jefecitas, eso es lo de menos, pues los dos sabemos que si nos movemos existe la probabilidad que la aseguradora no nos cubra una buena cantidad de los daños, o sea, aparte de que les estas pagando, son unos desconfiados. Ambos comenzamos a experimentar una profunda desesperación, pues sabemos que a partir de ese momento tenemos que dejar en manos del mecánico nuestro medio de transporte particular y tener que recurrir al uso de taxis o camiones colectivos.

Así pasarán los días y los gastos de transporte volverán anoréxica la cartera, llegando a la conclusión de que todo ese dinero que he pagado puntualmente cada mes a la compañía de seguros, no existiera. Pues al final de cuentas los pagos del pasaje, las llamadas con voz de buena onda –dizque para agradarles con tal de que le echen mecánica más rápido– a la agencia automotriz para preguntar si ya lo tienen reparado e incluso las miles de veces que personalmente acudiría, se resolverían al realizar de forma directa sin intermediaros el pago de la reparación.

La verdad no es justo que te vendan la idea de que con asegurar tu carro evitarás un titipuchal de broncas, si al final de cuentas vas a desembolsar dinero, en pocas palabras la compañía de seguros perfecta no existe, es puro negocio; creo que para ser de las buenas, tendría que ofrecerte en calidad de préstamo, mientras el tuyo se encuentra en el taller, un coche para suavizar y economizar a la vez tu vida. Claro que éste no va contar con el sofisticado equipo de sonido ni los cómodos asientos forrados en piel de retina de mosca, ni los cristales eléctricos o el aire acondicionado, pero a cambio te encontrarás varios bolígrafos con el logotipo de la compañía, boletines promocionales y calcomanías, en fin se vale soñar.

Pasado un tiempo, la desesperación va a ocasionar que lleguen sentimientos de arrepentimiento por no haberle pedido el número telefónico a la señora rubia de marca, para hacerle efectivo el pago de indemnización por el chorro de gastos realizados, insistirle a que comprenda que por tratarse de un vehículo de aseguradora los ojetes de la agencia lo dejarán hasta al último, ¡que pinche coraje! Esto y otras más, son las razones por las que no quiero automóvil, es decir, que no exista un pretexto extra para experimentar esas respuestas emocionales ante el incumplimiento de la voluntad individual como lo son la impotencia y la frustración, de por si vivimos en un mundo de infelices y ser parte de esa estadística no es mi objetivo.

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Ignorancia azul

Hace un resto de tiempo que el abuelo Churío ya no está en este mundo, por lo tanto nunca supo de la existencia del VIH y la enfermedad del SIDA o del ébola, la caída del Muro de Berlín, las guerras del Golfo Pérsico, de Afganistán y de Irak, el 11-S, la legalización de la marihuana y los matrimonios homosexuales, los cambios tecnológicos que repercutieron en la comunicación encabezados por internet; sucesos que con toda probabilidad mi abuelo habría observado y fiscalizado con su peculiar sarcasmo.

Les puedo asegurar de que si hoy viviera, se estaría sujetando su enorme panza tuxquera con tal de contener las carcajadas producto de la admiración burlona que le ocasionaría el saber de la existencia de un controversial símbolo, el cual como muchos otros, ha sido modificado su razón de ser gracias a la malversación de su uso. Me refiero a la nueva función que agregó el WhatsApp, la cual consiste en colorear en tono azul celeste las palomitas dobles que antes indicaban de recibido el mensaje y ahora al ponerse azul alertan a los usuarios de que su mensaje ha sido, dicen que leído, más yo diría que ha sido visto, pues muchos ni lo leemos con atención o simplemente lo checamos para saber de quién es.

Para algunos, tal función fue recibida con beneplácito, mientras que a otros les cayó como patada de mula en los bajos, pues ya no van a poder fingir que aún no les llega ningún mensaje o que de lo “ocupado” que están, no han tenido tiempo para revisarlo, incluso hay quienes interponen que con ello han perdido el derecho a su privacidad. ¡Sí cómo no! Así o más incongruentes. Digo, si quieren privacidad, pues para qué tiznados instalaron el Güats.

Lo curioso de todo esto, es que también estas palomitas -que se asemejan a dos logotipos de conocido desodorante apareándose-, se hayan convertido en símbolos que causen sensaciones celoso-psicópata-obsesivos en algunos individuos al percatarse que son totalmente ignorados por sus receptores. Ante tal drama por parte de los emisores, quienes los reciben han intentado desde aplicar la excusa de que se le descargó el celular, poner el aparato en el “modo avión”, regresar a viejas versiones del WhatsApp, desconectarse de la red o ya de plano desinstalarlo y utilizar alguna aplicación semejante; recurrir a sitios web donde les aseguran proporcionarles herramientas para disimularlo, consiguiendo solamente facilitar de forma inocente su número telefónico a desconocidos.

Como dicen: “La culpa no es del indio, sino del que lo hace compadre”, ya que uno es el responsable de esto. Aquí no es como el Facebook, pues a todos los que tenemos agregados en el guatsap los conocemos, pero no sabemos quiénes son. Es decir: “Caras vemos corazones no sabemos”. ¿A poco no es bien entretenido pasar cierto tiempo de diversión en el baño observando las fotos y leyendo los estados de nuestros contactos?

Lamentablemente es patético que la unión de dos palomitas azules esté generando división al hacer sentir a sus usuarios que son ignorados, cuando no se responde el mensaje a tiempo. Si tanto le preocupan estos símbolos, déjese de tonterías y haga los diálogos artesanales, o sea, hable de frente con las personas y lo que quiere decir expréselo cuando estén a su lado.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

¿Un presente?

En esta época ya comienzan a vislumbrarse el arribo de las vacaciones, el anhelado tiempo de asueto de todo obrero cumplido, bueno. Los flojos también las esperan. Es que se aburren tanto de no hacer nada, que bien se merecen su descansito. En estos días aciagos en los que vivimos, tener vacaciones es complicado, pues con lo caro que está todo ahora sólo un 60% viaja y el resto nos quedamos a invadir las plazas.

Es precisamente en días feriados cuando nos damos cuenta de lo sobrepoblado que se encuentra nuestro estado, pues durante esos periodos no hay la competencia al estilo “Fast & Furious”, de los choferes por llegar a tiempo a su empleo o dejar a la chamacada en las escuelas. Los recorridos que antes se hacían en treinta minutos ahora, como el tráfico ha menguado por el éxodo vacacional, se realizan en veinte minutos o menos.

Curiosamente todo está vacío a excepción de los centros comerciales que se encuentran atiborrados de individuos que no desembolsan un céntimo, pero se la viven ahí, contemplando los escaparates, imaginándose portar la ropa de los maniquíes o teniendo el guajiro sueño de que algún día saldrán de la sofisticada y glamurosa tienda departamental cargados de bolsas. Mientras no sea con basura, ya es ganancia.

No hay mejor coco wash del mercadeo que promocionar esas ventas con el veinte o cuarenta por ciento de descuento y empezar a pagar hasta marzo del próximo año. Es cuando la gente se empeña en comprar desde ahora los regalos de Navidad. Irónicamente, por allá de la tercera semana de diciembre harán lo mismo.

No sé si a ustedes les pasa, pero con tanta pinche influencia comercial, cada navidad se nos complica seleccionar el obsequio adecuado, a veces regalamos puras mamarrachadas que quien lo recibe, mientras no le quite la envoltura, se hace mil y un expectativas de que es lo que tanto le indujeron las estrategia de marketing que necesitaba. Al abrirlo, ¡oh desilusión! Es cuando dan ganas de romper con el mito de paz y armonía al querer arrojarle a los pies su tiznadera.

Si se pone a reflexionar en lo que le han regalado en las últimas tres navidades, piense si ese obsequio, en cuanto lo vieron sus pupilas se ensancharon y exclamó: “¡No maches, qué chingón!”. O sea, que eso que recibió lo haya deseado siempre, que hasta hoy le sea útil. Aquí no cuentan los calzones de licra, ni los calcetines de rombos color rojo o, peor aún, la corbata fucsia que ni siquiera sabe anudársela.

Una corbata está bien, pero ni que fuera empleado bancario o de la tienda esa que se dice ser parte de la vida… del consumidor. Digo: no voy a impartir clases de traje o me presento a la oficina como ejecutivo. En lo más mínimo y claro que no. Sólo una vez al año las utilizo, si es necesario. En definitiva, la corbata no es lo mío.

Ya estamos en vísperas del desembolse económico y para muestra ya está “El Buen Fin”… pero de tu cartera. Piense bien en lo que regalará, visualice la utilidad que representará eso para la persona y qué tanto lo necesita, si cumple con ello, adelante y si no, pues regale afecto que es gratis. Hay tanta gente carente de ello que con su ejemplo tal vez se vuelvan afectuosos.

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Ay va la neta

¡México lindo y qué Rigo! Por supuesto que me refiero al de la Costa Azul, ese que ahora forma parte del amasijo de muertos vivientes que caminan por la senda del recuerdo de todos nosotros. ¿A poco no cada vez Pedro Infante canta más bonito? Como dijera el maistro Alex Lora: “Si quieres conocer tus defectos, ¡cásate! Y si quieres conocer tus cualidades, ¡muérete!”. Ora sí que el hecho de estar aquí, donde en el día hacemos la guerra y por las noches el amor, con este adagio sale sobrando estar.

Creo que lo que importa es lo que hacemos en vida y ya cuando seamos difuntos, la gente que se quedó lo platicará por uno aquí, justo en donde y a pesar del precio del limón, ese cítrico sigue siendo el acompañante de todos los alimentos, incluso hasta para remedio -ojo, no es medicamento, es remedio-; aquí, donde a pesar de contar con cadenas de supermercados, las marchantitas van al mandado a los tianguis. ¡Qué bueno es apoyar la economía de nuestra gente! Lo ridículo es que contando con estados que producen café de primera, incluso de exportación, sigamos consumiendo el de manufactura extranjera.

Aquí, donde es todo un lio ir de compras con un billete de alta denominación, pues curiosamente si una tienda no tiene cambio, en ninguna parte lo habrá; justo en un lugar en donde hacemos fiesta incluso en los velorios, a los cuales asisten además de los familiares cercanos y lejanos, hasta personas que ni siquiera conocías; aquí, donde se organiza un guateque y tenemos la difusa idea de que aparentamos bonanza si los realizamos en McDonald´s o Starbucks, ¡quesque porque le da cache! Lo que muchos ignoran es que a esos sitios en otros países es donde acuden los indigentes, y en una nación donde a los afroamericanos, asiáticos y gringos los consideramos el centro de atención, pero lamentablemente seguimos viendo como inferiores a cualquier sudamericano, además de detestar a los argentinos.

Los mexicanos no somos racistas, somos clasistas. Es más, la mayoría a pesar de ser clasemedieros, nos sentimos de la hi-socialité, con la vaga idea de que un sinónimo de ello es ser consumista, o sea, salir con las bolsas de los centros comerciales llenas de cosas que ni siquiera necesitamos. Consideramos al presidente y los gobernadores nuestros iguales, los tuteamos e incluso les ponemos sobrenombres; tendemos a llamarle a las personas y a algunas cosas en diminutivo, así como si las apreciáramos de verdad o las viéramos como pobrecitos; estamos conscientes de cuánto dura un ahorita y cuándo es al ratito.

Nos escandalizamos del maltrato a los animales y se nos hace natural ver a gente arriesgar el pellejo en los semáforos por unas monedas, pero libres de impuestos. Dicen que somos homofóbicos y cuando albureamos hacemos referencia a temas fálicos. Pese al disfraz de civilización de algunos, nunca hemos dejado de ser machistas. Un claro ejemplo es el nalgapower, es decir, cuando se contrata a las damitas no por sus habilidades laborales, sino por otras cualidades. En pocas palabras continuamos pensando con las hormonas en lugar de las neuronas. Nos incomoda que cada seis meses cambie el horario, pero nos importa un carajo ser puntuales.

Ya de por sí a la raza no le gusta la escuela, peor aún que en los baños no les pongan jabón y rollo, entonces, ¿cómo queremos que estudien? Ahora que toco este tema, me da no sé qué cuando llegas a los baños públicos de algún mercado o plaza y te cobran por utilizarlos, además, si ya diste el cover, es injusto que te racionalicen a 18 cuadritos.

Dizque la zorra nunca se ve su cola, es por ello que aquí le paro, pues van a preguntarse: ¿a poco este no hace lo mesmo? ¡Claro! Me cuachalanga rete harto el pozole los sábados con tortilla, el birote relleno de frijoles fritos con litros de refresco por las mañanas, salirme a sentar al quicio de la puerta en las tardes al caer el sol, hacerme ojo de hormiga cuando llega el abonero, ponerme contento cuando es quincena a pesar que sólo sea por ese día y pedir prestado centavos que nunca pagaré.

miércoles, 29 de octubre de 2014

Lenguaje moderno

En días pasados, la Real Academia de la Lengua Española incluyó en su diccionario las palabras más utilizadas en la internet. Tal torcedura de brazo fue debido a la vulgarización de frases, nombres y términos que inundan las redes sociales -esto no significa que entre más corriente más ambiente, ¿o sí? -, considerando que por lo menos tales palabras hayan sido empleadas un promedio de veinticinco mil veces. Otro dato curioso es que la mayoría son derivaciones del habla inglesa. Lo cual refresca en mi memoria a los primos radicados en Los Ángeles, con sus decires como “parquear”, “troca”, “pucharle”, “marqueta”, entre otras aberraciones de nuestro idioma ocasionado por el forzado spanglish ¿o será ingléspañol?

Según cifras extraídas del sitio de la revista Algarabía, los alemanes en su lenguaje tienen 185,000 palabras, los franceses cuentan unas cien mil, mientras que los vecinos del norte (entiéndame usted los gringos), como siempre queriendo ser los primeros, poseen 300,000; los hispanoparlantes, esa inmensa minoría, llegamos a las 200,000; es decir, el doble que los franceses, quince mil más que los germanos y cien mil abajo de los estadounidenses. Pero ahora, con la inclusión o más bien adopción del lenguaje moderno de la era digital al nuestro, lo más probable es que las incrementemos.

Como esas palabras ya son parte de nuestro patrimonio lingüístico, y si usted es de las personas que gusta de presumir su amplio diccionario al hablar, puede recurrir a ellas. Por ejemplo, en lugar de señalarle a alguien que lo que dice nadie lo hará público en papel, simplemente afirme: “eso que dices, bloguealo”. La manera más fácil de lograr la comunicación entre usted y esa persona que es lenta para comprender las cosas más simples, es “chatear” -no estoy haciendo promoción a la fonda de La Chata-. Los profesores, en lugar de decirles a sus estudiantes: “Les dejo la siguiente tarea y podrán utilizar el término copypastear”, que en nuestra actualidad es la acción a la que los educandos equiparan el realizar una investigación documental.

Al hecho de personalizar las prendas de vestir -que por cierto, algunos en lugar de mejorarlas las empeoran-, se le denominará customizar. Siendo honesto, no le encuentro sentido estético a colocarle pedrería o maripositas a esa blusa guinda de muy mal gusto. Al ejercicio de descombrar la basura virtual hasta descargar un archivo se le conoce como downloadear, finísimo vocablo que ahora lo podrá emplear para afirmar que se encuentra compilando música o videos para su colección privada.

Al hecho de borrar evidencias que perjudiquen la reputación, a partir de hoy lo llamaremos destaguear. Antes, a la acción de quienes les encantaba observar y sacar conclusiones de ello, se le conocía como crítica, ahora que se electrificó la mirada es factible que digamos, ¡mira me están escaneando!

A la persona que entre charlas saca a relucir sus múltiples personalidades y que por cierto nadie se las conocía, lo más seguro que en esos momentos está feisbuqueando. Por otro lado, olvídese de decir reenvíame tal o cual información, ahora se escuchará más moderno diciendo forwardeame los mensajes. Al arte de erradicar esos defectos del rostro o las facturas de la edad en las imágenes, algo así como una cirugía estética en dos dimensiones, es digno del lenguaje de los grandes salones llamarle fotoshopear.

Los pocos que leen esto se preguntarán: ¿Si estoy en contra de la deformación del lenguaje, por qué le doy más impulso al ser sarcástico con este texto? Simplemente es una sana crítica a ese ridículo empeño de buscar siempre un equivalente en castellano a cada tecnicismo extranjero, cuando a veces ni siquiera existe, pero nuestro ingenio lo adapta solamente agregándole una fonética en castellano. Espero que con estas y otras palabras adaptadas a nuestro idioma, las nuevas generaciones incrementen su vocabulario y erradiquen la absurda expresión de wey, que es utilizada como si fuera una coma en su habla, ¡verda wee!

jueves, 23 de octubre de 2014

Se arreglan metidas de pata

En el ambiente de la política desde el año 1984, cierto autor gringo al escribir un editorial en el periódico New York Times, fue el primero en utilizar el término “Spin Doctors”, para hacer alusión a esa estrategia de influenciar a los votantes a través de la imagen del candidato, es decir, la apariencia física de éste, así como también el ritmo, cadencia y acento de su voz. Recuerdan las botas y cinturones del expresidente Vicente Fox, su forma de hablar -chiquillos y chiquillas-, que indudablemente repercutió en el subconsciente del electorado hasta el grado de obtener sus votos.

Ya ocupando la silla presidencial, al preciso se le fueron las ancas cuando se le ocurrió en plena rueda de prensa llamar a las abnegadas amas de casa, “lavadoras de dos patas” y que posteriormente intentó disculparse diciendo: “Si alguna mujer se sintió agraviada, cuenta con mis disculpas más sentidas. Pero mi intención fue clara y lo que estoy impulsando es una gran equidad de género en el país." Con semejante justificación, imagino que se ganó el aprecio del público femenino. La verdad es que no se echó a la bolsa a todas las damas, pero sus frases se acuñaron al léxico nacional, como su trillada utilización del verbo “apanicar”, que en realidad no significa nada en nuestro castellano, pero que se deriva del inglés “to panic”, que significa tener miedo o pánico.

Los gabachos -no me refiero a los franceses que pululan por el río Gabas-, sino a los vecinos del país del norti, son quienes también adjudican al término “spin”, cierta virtud para disfrazar los errores cometidos por candidatos y políticos en acciones positivas que incluso llegan a manipular y engañar haciéndose pasar por ambigüedades, verdades no comprobadas o afirmaciones negativas que se vuelven positivas, e incluso hasta en eufemismos. Como la torpeza de ese candidato al atribuirle la autoría de una obra de Carlos Fuentes a Enrique Krauze, generando polémica que se transformó en guasa gracias al ingenio mexicano y que debido a la difusión de los medios llegó convertirse en simpatía, o sea, bien manipulado el “spin”.

Esa táctica de darle un giro a las metidas de pata en México para volverlas aciertos es funcional, pues en un país donde la doble moral impera así de simple: escuchas un chiste que alude a los genitales en su término más peyorativo, la gente se retuerce de la risa, pero pasado el momento, son capaces de clasificarlo de vulgar y soez, más no descartan la posibilidad de decírselo a otros. Bajo tal subjetividad, a veces resulta imposible distinguir en dónde termina la extravagancia y empieza la ridiculez o cuál es el límite entre una equivocación y un acierto, pues las burlas acerca de las torpezas o acciones engorrosas desde la óptica política se transforman en estrategias de publicidad gratuita, es decir, no hay excremento que no se limpie.

Entonces apreciado lector, si en las próximas elecciones uno de los candidatos a ocupar un puesto público, le piden que opine sobra la obra de Benedetti, y éste hace referencia a la exquisitez de su sabor o que le fascinan la Maxxima y la Hawaiana, ni se mofe, pues existe la posibilidad de que con ello se vuelva el favorito y gane el puesto que pretende.

miércoles, 15 de octubre de 2014

¿Qué onda?

Cuando cursaba los estudios de licenciatura conocí a una profesora española que venía de intercambio, en un momento de relax de su clase, nos preguntó sobre un personaje nacional que es muy mencionado por sus tierras, tal individuo es Jalisco, obviamente que le aclaramos que se trata de uno de los estados que integran nuestro país y no de una persona, a lo que la mujer argumento que esa confusión era ocasionada por una canción donde se asegura que se trata de una linda persona a la que le dicen que no se raje y que tiene una novia llamada Guadalajara, como la ciudad, uno de los compañeros le aclaró que es por culpa de Manuel Esperón, quien escribió la letra cuyo estribillo hace alusión al estado como si se tratase de un ser humano.

Aclarado lo anterior y ya en plan de feedback cultural, nos cuestionó sobre el significado de la palabra “onda”, híjole aquí sí que necesito disculparme con las generaciones actuales, pues probablemente ya ni la utilicen en su lenguaje, tal frase se integró a nuestro hablar por la década de los sesentas, misma que como el término chingar, también generó toda una familia semántica.

Lo que empezó como un saludo genérico que cambiaba al ¡qué tal!, ¡qué hay! Incluso al quihubo por el entonces modernizante, ¡qué onda! Y que con el paso del tiempo fue adquiriendo ciertas derivaciones, pues el ingenio de factura nacional lo mutó en qué hongo, qué Honduras, hasta se afresó con ondiux, que por cierto es muy naca también; tal frase hizo entrar a nuestro país en onda, lo que significaba un ambiente donde la adolescencia del México de los sesentas tenía la ilusión de poder cambiar al mundo.

Con la llegada de la Nueva Onda –expresión que incluso me hace sentir más anticuado de lo que estoy al escribirla, nuestro lenguaje acuñó otra palabra más, que nos sería útil para expresarnos, por ejemplo a las personas accesibles y de carácter amable les decían el o la buena onda, también existía el antagónico para hacer referencia a quienes eran unos gorgojos y ojetes, a esos les llamaban los mala onda; si te distraías era común justificarte con ¡se me fue la onda! Cuando captabas el sentido de algo, lo comprendías o entrabas en ambiente, definitivamente estabas agarrando la onda, incluso también la utilizaban todos aquellos que se introducían en su cuerpo cualquier tipo de droga, cabe aclarar que las varitas de incienso no cuentan para entrar en ese estado, eso es otra onda, o sea, que implica un mejor nivel de percepción.

Cuando alguien nos fastidiaba le poníamos un estate sosiego al advertirle, que en buena onda no estuviera molestando, claro que con esto algunos se sacaban de onda, es decir, se paniqueban e incluso se decepcionaban por esta llamada de atención; razón por la cual llegábamos a preguntar, ¿cuál es la onda? Si lo hacíamos con voz tranquila era para saber algo, pero si lo pronunciábamos de forma agresiva equivalía a un interrogatorio tipo judicial pero sin tehuacanazo. En el plano sexoso, cuando alguien le demostraba a otro cierto interés carnal, se decía que le estaba tirando la onda y cuando una pareja estaba en pleno ejercicio de los arrumacos intercambiando fluidos por la trompita, era común indicar que ellos tenían onda.

Al integrarse esta palabra a nuestro caló, la literatura en sus intentos inútiles por llegar a la juventud y también a los no tan jóvenes, crea una corriente narrativa y poética, donde el veracruzano Parménides García Saldaña o el acapulqueño José Agustín intentarían romper con los tabúes que la sociedad de esa época imponía al rock, sexo y drogas, además de supuestamente corromper a la literatura tradicional con una escritura que expresaba un lenguaje coloquial y abierto, a raíz de esto, a quienes les agradaba esta literatura los bautizaban como onderos.

Por lo tanto, si en su diccionario parlanchín aún persiste este término, no se preocupe al pensar que no ha evolucionado, lo que sucede es que continúa atrapado en esa época de las flores y símbolos de amor, destilando paz, pero sobretodo mucho amor, eso es la onda de hoy.