miércoles, 30 de mayo de 2012

Estigmas


Un gran educador cierta vez dijo que los peores momentos de su vida los había pasado en la escuela que cuando estuvo preso, tal afirmación produce el siguiente cuestionamiento, ¿por qué para algunos el permanecer en la escuela resulta muchas veces un sufrimiento? Para mí en la actualidad es mi segundo hogar, es como una especie de guarida, es algo así como un teflón donde no se adhieren los problemas del hogar, la oficina, entre otros. Puede ser que desde la óptica docente en la que me encuentro tal vez no logro cerciorarme del daño que ocasiono a mis estudiantes.

De igual forma pudiese ser que de lo bien que encuentro el ejercer la docencia no percibo lo mal que soy como educador, pues uno durante cada clase además de hacer llegar los contenidos programáticos también comunica sus inquietudes, formas de pensamiento, ilusiones de como debieran ser las cosas y peor aún como queremos que sean las personas, llegando en repetidas ocasiones a convertirnos en dictadores de conductas hacia los ingenuos discípulos.

A poco no es una egolatría esa jodida muestra de autoridad cuando obligamos al estudiante a ponerse de pie ante nuestra presencia al arribar al salón –ni que fuéramos una deidad a la que hay que venerar–; qué tal la pinche jalada que solemos imponer al asegurar a los jóvenes que después del profesor nadie entra al aula y que se atengan a sus faltas; igual de mamón resulta el encargar a un discípulo de nuestra preferencia el pase de lista de sus compañeros, mientras nosotros todavía no llegamos al recinto escolar, ya que eso nos brinda fácilmente diez o quince minutos para hacernos el tarugo antes de iniciar la clase, tal vez charlando con las secretarias en la dirección o colegas por los pasillos de la escuela.

Es común en secundaria que los profesores pierdan hasta quince minutos de sus cátedras obligando a los muchachos a que fajen sus camisas y blusas, traigan los zapatos lustrados y el cabello ordinariamente peinado; como si estas acciones fomentaran hábitos, pero lo más patético es que cuando ingresan al nivel medio superior toda la labor que se hizo por fomentar esa imagen pública digna de una persona educada pasa a la ignominia, ¿será porque se impuso, en lugar de explicar o crear conciencia sobre la identidad de la escuela?

Otra piedra incómoda en el zapato de la educación formal, es cuando el que enseña se siente el poseedor del conocimiento o peor aún, creer que lo que explica es una verdad absoluta y fuente de verdades ordinarias que no pueden ser refutadas – ¡por favor, si la información que intenta transmitir la obtuvo de Wikipedia!–, provocando que las participaciones de sus alumnos se limiten a reafirmar lo que el profesor dijo.

Otra acción castrante de iniciativa en los jóvenes, es cuando se deben de seguir una serie de pasos tan sistematizados que no permiten al escolar buscar otras alternativas que lo lleven a un mismo resultado, trátese de un problema matemático, búsqueda de información en la Internet o algún diseño de cierto prototipo didáctico.

A raíz de lo expuesto, creo que todas estas cosas hacen de la escuela un suplicio para quienes asisten con la difusa idea de superación personal; pero eso sí, gracias a tales argucias de transmisión del conocimiento legamos a la sociedad individuos que para pedir la palabra tienen que levantar su mano derecha, sentirse culpables cuando en plena reunión de trabajo o familiar les lleguen las ganas de orinar y tengan que abandonar el lugar con tal satisfacer su necesidad fisiológica haciéndolo con cierto remordimiento, tener que recibir repetidas veces la misma instrucción para ejecutar una acción como si se tratase de cierta actividad escolar.

Lo más lamentable de la docencia es que nos olvidamos de fomentar virtudes que vagamente uno como profesor llega a considerar que son de carácter doméstico como lo es la honestidad, el respeto por lo ajeno, la justicia y la solidaridad; si en alguna de nuestras clases hacemos hincapié en inculcar estas virtudes, entonces ahora si podemos afirma que “Televisa idiotiza, y el maestro concientiza”, ojo, no es lo mismo crear conciencia que estigmatizar con base a ese antiguo lema de que la letra con sangre entra.

miércoles, 23 de mayo de 2012

Conductores suicidas


Tal vez suene pesimista, pero es una pena que en nuestro Estado no exista una sólida cultura de vialidad y tránsito vehicular, pese a que no tengo coche, pues con trabajos puedo manejar mi vida, cómo jodidos me voy a hacer responsable de ir detrás del volante de un automóvil sin saber manejarlo de forma correcta. En mi experiencia como peatón he podido darme cuenta que a pesar de tratarse de dos seres humanos, los roles tanto de chofer como de peatón son antagónicos, tengo la ligera sospecha de que cuando el transeúnte se vuelve conductor se olvida de su rol anterior, demostrando cierta desconsideración por los individuos que recorremos las calles y avenidas a pie.

Es como si la persona que deambula por las calles fuera un obstáculo, es decir, los conductores se vuelven amnésicos y erradican de sus conciencias –bueno si es que la tienen después de sentirse poderosos al poseer un lujoso carro–, aquello de que primero es el peatón; doblan las esquinas sin anunciarse a través de la luz direccional y ni se cercioran de que nadie intente cruzarse; en los semáforos invaden la zona a rayas donde se supone la gente debe pasar, ceder el paso ya no es una muestra de amabilidad, ahora es señal de piedad o como si te estuvieran haciendo un favor; creo que los andariegos para los que conducen son considerados una boya más.

Algunos psicólogos justifican que esas formas de conducir, muchas veces son producto del estrés o el tiempo que se pierde en esas pruebas de paciencia que a diario son sometidos, gracias a los tramos de asfalto en reparación o construcciones de puentes.

También es cierto que cualquier joven después de salirle el pelo en la mano o cambiar sus zapatillas “Mí Alegría” por unas de verdad, deciden aprender los mecanismos de manipular un vehículo, y una vez que los saben, sus progenitores con tal de quitárselos de encima les sueltan las llaves o les compran una ranfla para que se salgan a pasear, más bien, a poner en riesgo la vida de sus semejantes pues ni siquiera conocen un ápice las reglas de tránsito y vialidad, ah pero eso sí, se sienten como pavorreales, así se vea la unidad que conducen como cualquier coche de la película “Cars”, o sea, no se ve quien lo conduce, siendo esto lo que menos importa, pues para ellos las calles son autopistas de Fórmula 1.

Ese chavito tal vez sea el mismo que cuando salía de la primaria o secundaria, el agente de tránsito erróneamente le puso el mal ejemplo de que a pesar de estar en verde la luz del semáforo, éste se puede pasar, pues al fin de cuentas en ese momento el agente vial lo acompaña y por sus puros tanates los choferes tendrán que detenerse, no sería mejor que ese agente le enseñase a respetar al semáforo desde temprana edad para que cuando llegue a manejar tenga la firme noción de su uso.

Otro constante peligro son los usuarios que al familiarizarse con su transporte se les hace fácil realizar llamadas de celular, enviar mensajes de texto, ir hablando por radio, maquillarse o agacharse a recoger objetos en plena marcha, platicar con el copiloto como si estuvieran en un restaurante, en fin miles de acrobacias dignas de los pilotos suicidas.

Entonces a los viandantes, lo único que nos queda es salir con los sentidos bien alertas, como lo hacen los perros callejeros – ¡vaya que ellos son más hábiles para sortear las transitadas avenidas que nosotros!–, pues no vayamos a toparnos por ahí a algún ingenuo automovilista que al sentirse el amo del camino, nos convierta en estadística de la tasa de mortandad en el Estado.

miércoles, 16 de mayo de 2012

Una fórmula infalible


Pese a los avances en materia de medicina y tecnología algunas personas continúan creyendo en las artes oscuras, brujería, hechicería, entre otros sortilegios que un ser humano invoca para supuestamente perjudicar a otro. Muchas veces me pregunto, ¿cómo esa gente que cree fielmente en la brujería se dice cristiana? Pues indudablemente le concede mayor poder a un insignificante homo sapiens que a su Dios, a poco este charlatán ejerce más influencia que la religión en sí que profesa.

A lo largo de mi corta vida, he conocido individuos que invierten enormes sumas de dinero, para “curar” sus males, hacerse limpias con aromáticas ramas de pirul y albahaca, huevos de gallina negra o simplemente adquieren amuletos para tener suerte en el amor, los negocios o incluso para influenciar a otros, esto me recuerda al ratón Timoteo, que obsequia la “pluma mágica”, a Dumbo para que pierda el miedo a volar, o sea, simplemente son refuerzos de nuestras inseguridades.

De igual forma no comprendo como hoy existe gente que cree en los horóscopos o en las predicciones del futuro que ciertas señoras de maquillaje exagerado y estrafalarias vestiduras hacen al “leer” una antigua baraja o la simple mano. Si esa gente pudiera conocer el futuro a través de esas místicas personas, ¿de que le serviría? ¿Para ser mejor, para vivir con más coherencia y amor? ¿Además de que le sería útil a un indígena tarahumara conocer su horóscopo del mes? Bueno, realmente, no sé, es más, ni tengo idea.

Para mi mal, el único medicamento que tengo es la autoaceptación; desde que lo leí en un libro de psicología, donde decían que el camino para tener una vida más sana y feliz, es saber aceptarnos y amarnos a nosotros mismos con nuestros valores y limitaciones.

Convertirnos en nuestro mejor amigo, pues de nada sirve despreciarnos o torturarnos sin piedad, porque la verdad, somos bien ojetes con nosotros mismos, incluso muchas veces hasta nos declaramos la guerra, provocando una división interna, que se transforma en un desarrollo enfermizo, ¿entonces cómo chingados vamos a estar aliviados, si uno mismo es la enfermedad? Solo el que se ama a si mismo puede crecer de manera sana y segura, pero sin abusar, evitando caer en narcisismos, ¡ché, si sos tan simpático porque nadie se te acerca!

Como seremos felices en un mundo de infelices, erradicando en nosotros esos sentimientos de culpa; pues si lamentablemente cometí un error, debo de aceptar que si lo hice, pedir disculpas a quien ofendí, reparar el daño y como hacen los felinos lamer mis heridas. Así, no tendré la idea de que al prójimo que afecté, estará por ahí acechándome para en el momento menos inesperado perjudicarme o que recurra a los servicios de un hechicero para que me haga un encanto maligno.

Cada individuo necesita saberse perdonado, el perdón es el remedio para recuperar la autoaceptación, si se está consiente de que las diferencias se han eliminado, entonces estaremos seguros de que la amistad o el cariño entre los demás individuos y uno es el de siempre, contando con la certeza de que existe esa empatía que genera el sentimiento de la amistad; saber perdonar y perdonarnos nos libera de recuerdo humillantes y de sentimientos de culpa que nos deprimen; ese perdón nos hace crecer de forma sana a pesar de nuestros errores y miserias.

Siendo precisamente en ese ánimo cuando nos sentimos apreciados por uno mismo, no por nuestros logros y éxitos, sino por esa capacidad de apreciarnos como lo que somos, sin la necesidad de esperar a que sea martes o viernes para acudir con algún brujo que nos haga una limpia a nuestros males o leer a diario lo que nos deparan los astros para el día de hoy que lo único que pretenden con todo esto es obtener dinero a partir de nuestras inseguridades.

miércoles, 9 de mayo de 2012

A toda madre


Se han fijado como en infraestructura escuelas, oficinas de gobierno, hospitales y cárceles se parecen, es más, muchas veces por las condiciones del inmueble, conforme pasan los años y deja de cumplir con su funcionalidad institucional se transforman en cualquiera de las antes mencionadas; pues una metamorfosis de ese tipo es del que fui testigo durante la extinta infancia.

Hace varios años, en el espacio donde hoy se localizan las oficinas del DIF Estatal, se ubicaba la prisión del Estado, en ese entonces estando guardadito en su interior mi papá por fumar hierba mala en plena vía pública, fue cuando conocí a una serie de singulares sujetos sin nombres ni apellidos, sólo se identificaban entre ellos por sus apodos y motes que se habían ganado por mérito propio; también resultaba curioso como todos compartían su estancia al lado de homosexuales que permanecían presos por lo que actualmente nos parece una simpleza, el hecho de haber declarado abiertamente su preferencia sexual, razón por la cual en aquel entonces eran llamados mujercitos.

Entre esos personajes, había uno al que todos conocían como el Cocaleca, porque se iba quedando calvo y también porque era bien pinche cocainómano, cada domingo de visita familiar, me llamaba mucho la atención su singular forma de bailar, a este individuo la única música que lo hacia sacudir el esqueleto era el mambo, siendo su canción predilecta la de “Mambo Café”, cuando el grupo musical que organizaba las tertulias dominicales en prisión la interpretaba, el cuerpo del Coca se movía como el de un epiléptico.

Siempre vestía una guayabera color beis, su pantalón de dril a cuadros con las bastas dobladas hasta el tobillo, pues como calzaba huaraches de araña, le incomodaba que se le fuera a ensuciar. El delito por el cual estaba cubriendo una sentencia de cincuenta años fue el de haber intentado sustraer las cuatro polveras del Ford Deluxe V8, de un acaudalado político.

Nunca vi un domingo que alguien le fuera a visitar, es más, hasta los promotores de cierta religión cristiana ni se le arrimaban, pues decía que la única persona que le leía bien bonito la Biblia era su Jechu –contracción de las palabras jefecita chula, que alguna vez utilizaron los Polivoces-, era tanta su devoción por su progenitora que la respetable mujer nunca se enteró de que su hijo se encontraba preso, para ella, él andaba de marinero en el Puerto de Veracruz.

En vísperas del diez de mayo, cuando gracias a la bien armada estrategia mercantil, nos hacen reconocer que todos tenemos mamá, al Coca le invadía la nostalgia al recordar cuando en su infancia durante el homenaje a las madres, puso sensible a la autora de sus días, gracias a la excelente recitación que hizo de la elegía de Salvador Díaz Mirón, “Mamá soy Paquito”, frente a una caja forrada en papel de china blanca, haciéndole brotar lagrimas de orgullo a ese tótem mexicano que denominamos mamá.

Inspirado por todo el aluvión de sentimientos se propuso ir a visitar a su sacrosanta madrecita; ya había estudiado la situación, se introduciría al costal de desperdicios de la cocina que es el único que nunca vacían, más si pican con un afilado trinche, pero bien valía la pena soportar unos piquetitos por ver a la cabecita de cebolla restirar sus arrugas al sonreírle y sentir sus roladas manos acariciar su espalda cuando lo abrazase.

Con tal motivación se animó a fugarse la noche del nueve de mayo, logrando salir ileso y caminar por las apenas transitadas calles rumbo al barrio de la Salud, donde se ubicaba el lastimero cuartucho de vecindad hogar de la venerable Jechu. La anciana lloró de gusto al ver a aquel hombre que llegó triunfante a entregarle mil quinientos pesos que juntó de su supuesto honorable empleo.

En la madrugada del once, sin hacer ruido abandonó la vecindad, no sin antes tomar la desinflada pelota que los inquietos chamacos dejaron abandonada por el patio; al presentarse a las puertas del presidio ante los celadores, cínicamente al entrar exclamó, “¡es que se nos fue la pelota, pus… me mandaron por ella!”

Por este hecho se aventó seis meses en la “Loba”, una celda sin luz ni agua potable que se encuentra tres metros bajo el nivel de la superficie, pero para el Cocaleca, el castigo valió la pena, pues a cambio pudo disfrutar un día con mamá. La última vez que supe de este singular personaje, fue un sábado de Gloria cuando financiado por cierto grupo, llevó al acto litúrgico el busto de Jesús Malverde a bendecir, y aprovechando la ignorancia del párroco, se ganó unos pesitos para sobrevivir en sus ya 84 años.

miércoles, 25 de abril de 2012

¡Corre y se va corriendo… la infancia!


Dicen que la infancia es la edad dorada, la época de ensueño, pero de acuerdo a mi ingrata experiencia es también la que más apesta… hoy muchos dirán, ¿a este qué le pasa? Si ser chamaco es pura felicidad, ¡pobre amargado! Claro si hacemos alusión a la niñez actual por supuesto que sí, todo para ellos es miel sobre hojuelas, ¿pero qué tal a los niños de la década de los ochentas, setentas y ya ni le sigo? A todos los nacidos en esas épocas nos tocó vivir momentos oscuros, aciagos, caóticos, pues se nos tenía estrictamente prohibido entre otras cosas el escuchar las charlas de los “adultos”, la única plática que si nos compartían eran sobre esos temas que infundieran miedo, para que luego por las noches hicieras el tremendo sacrificio de aguantarte las ganas de hacer pis, por el méndigo temor de que algún espectro te saliera rumbo al oscuro baño.

Uno tenía que obedecer a todo aquel que fuera mayorcito, ahí se contaban también tus hermanos, los cuales se empeñaban en hacerte la vida de cuadritos, además no tenías el derecho de replicar, pues si llegabas a cuestionar, tus padres te callaban ya sea con un bofetón o un improperio, a diferencia de los infantes de hoy, que hasta a sus progenitores pueden demandar por tales injusticias.

Durante mi niñez intentando olvidar esos momentos tristes me refugiaba en los juegos, disfrutaba de los que implicaran menos desgaste físico, pues como siempre he padecido discapacidad metabólica lo cual me ha regalado unos kilillos extras, prefería el sedentarismo para ahorrar fatigas, entonces los de mesa eran la neta. El que más disfruté fue la lotería, llenar los dieciséis casilleros que integran la planilla con piedritas, maíz, frijol o lo más exquisito galletas de animalitos que nos comíamos mientras salía la carta correspondiente.

Eran fascinantes los representativos dibujos de las barajas, me divertía mucho al ver a la elegante dama y el gallardo catrín, la impúdica sirena mostrando sus bien dotados pechos–sin necesidad de cirugía o photoshop como los de hoy-, la solitaria escalera, el tricolor barril, el afamado músico con su guitarra bajo el brazo y el escandaloso borracho –en cuya imagen daba la impresión de salir de la cantina, pues muchas veces a ese sitio se ingresa buenisano, entonces si estuviera entrando pues no sería un ebrio-, imaginar comer la roja sandía, la siempre verde pera y el amarillo melón; ahora con la globalización la lotería moderna ha de incluir entre las frutas tropicales al kiwi, al carambolo, y al rambután; de igual forma para evitar cualquier segregación racial, al negrito se le llamaría afroamericano, además para dejar de lado las omisiones se incluirían las cartas del oriental y el europeo.

Mas existe un juego que a pesar de que mi infancia quedó atrás hace varias décadas, aún lo juego con las personas que a diario interactúo, me refiero a “La víbora de la mar”, se acuerdan, ese que nos señala la razón de la vida con el corito de “los de adelante corren mucho y los de atrás se quedarán”, sentencia que nos remite a las dinámicas escolares de cualquier nivel educativo donde los que no le echan ganas pues allí seguirán formando parte del sistema, y los que llegamos a ser profesionales, si no hacemos bien nuestro trabajo pues también nos quedaremos rezagados.

La mexicana que vende frutas siempre ha sido cruel conmigo, pues al plantear sus dos opciones, ser melón o sandía, o sea, entrarle a las drogas para experimentar o ser el templo de mis pecados sin cerradura, elegir la profesión que más convenga a mi vocación o a los intereses familiares, tener hijos o educar mi propia vida. Chin, tantas opciones para un individuo que se encuentra totalmente apendejado con su propio desarrollo. Luego viene lo peor, ¿con quién te vas, con melón o con sandia? El problema radica en la elección correcta, pero aquí como en todo juego, uno es sólo, nadie ayuda a nadie, entonces si llego a equivocarme, fácilmente seré clasificado como “la vieja del otro día”.

Si usted apreciado lector se encuentra en los años con terminación “enta”, probablemente habrá o seguirá jugando al reptil marítimo y me dará la razón de que la extinta infancia además de doler… apesta.

miércoles, 18 de abril de 2012

Señales


Conforme pasan los días empiezo a creer que la tan trillada profecía maya del fin del mundo se está cumpliendo, ¡entonces qué significado tiene que a principios de abril se presenten ciertas lloviznas y el volcán se cubra de nieve, algo así como las nevadas primaverales europeas! Igual de extraño resulta que después del equinoccio de primavera al clima le haya valido madres la llegada de tan jariosa estación del año y el frío aún continúe tanto por las noches como en las madrugadas haciéndonos aguadas las relaciones íntimas, y es que con el gélido ambiente todo se empequeñece, además por las tardes hace un calor infernal que nos convierte en húmedas esponjas humanas, y como que no se antojan los arrumacos.

Otros le atribuyen tales alteraciones climáticas al desgaste de nuestro planeta, puede que tengan razón, pero en lo que no comulgo con ellos es con la idea de que si podas los árboles con el propósito de erradicar cierta plaga o fauna nociva, los supuestos ambientalistas te satanicen a tal grado de clasificarte como su enemigo, digo, uno los está podando no cortándolos de tajo, además si son tan ecologistas como lo presumen, pues entonces no utilicen gadgets tecnológicos para beneficio propio como el smartphone, las tablets, los GPS y las pantallas de plasma, que como es sabido son producto de esa pinche industrialización que tanto le ha partido la mandarina a gajos a la madre Tierra.

A final de cuentas tengo la impresión que esos ambientalistas son como los rábanos, se miran de un color distinto por fuera que al de adentro, pues si son tan amigos de la naturaleza porqué no se van a vivir a una cueva, les aseguro que no aguantarían ni un día sin las comodidades de la urbanización que tanto critican.

Además de las manifestaciones climáticas extraordinarias, también he sido testigo de actitudes fuera de lo común en algunas personas, cierto día al cruzar por una esquina me quedé boquiabierto al ver como un chofer de taxi me cedió el paso, es más, cuando le di las gracias tuvo la amable respuesta en decirme “primero está el peatón, mi jefe”, órale, se acabó su hermetismo, ya son capaces de denotar un trato amable a quien no es su cliente; ese mismo día vi como un complaciente conductor de sitio se extirpó de su asiento para abrir la cajuela del coche e introducir en ella el equipaje de un sorprendido caballero.

Algo similar viví cuando al viajar en ruta de autotransporte colectivo, pude observar como un sujeto con cara de gañán le dejaba su asiento a la señora cuarentona de gorda pantorrilla y cuerpo de uva; mis oídos se impactaron al escuchar que el estrepitoso sonido de música chúntara que siempre emiten los estéreos de estos camiones ahora eran suavizados con las melódicas notas de las seis variaciones para piano en re mayor de Ludwig van Beethoven, no cabe duda, estamos en los últimos días.

Para sentir más pánico por la aproximación de tan apocalíptica fecha, una tarde fue el vecino a regresarme las tijeras para podar césped; cierto conocido me pagó los quinientos pesos que le presté hace como tres años y pidió disculpas por su atraso; un antiguo compañero de la facultad regresó mi cd de grandes éxitos de Andy Gibb que le presté un mes antes de egresar de la licenciatura.

Mis alumnos ahora se muestran más atentos a la clase, se piden prestado los útiles escolares sin displicencia, solicitan permiso de forma amable al ingresar a la aula y saludan cuando llego a ella, es decir, ya no con su clásico sarcasmo, al contrario se les escuchan las palabras con sinceridad, cuando alguien se equivoca nadie se burla, si se llegan a faltar al respeto, se piden disculpas mutuamente, ¡uta, esto sí que es de pánico! ¿no creen?

Con todos estos acontecimientos paranormales, a uno le invade el desasosiego, entonces sólo resta buscar refugio en los templos para rogar al creador su perdón, pues de continuar presentándose tales señales, lo más probable es que ya nos falte poco para la extinción, y si la tierra insiste con sus ensayos de baile, lo único viable para salvaguardar el pellejo es irse a Yucatán.

miércoles, 28 de marzo de 2012

El Real Mandil


Dicen que en nuestro país existe aún el prejuicio del “machismo”, ese comportamiento prepotente del género masculino sobre las mujeres, donde ponen de manifiesto todas las actitudes y prácticas sexistas que las mismísimas madres latinoamericanas se encargan de fomentar en sus pequeños hijos y que también evidencian en su clásica representación a través del jodido sometimiento y actitud autodiscraminatoria de las mamás sacrificadas.

Siendo sincero difiero de tal afirmación, pues ahora con la liberación femenina, las abnegadas mujeres se han transformado en patriarcas y jerarcas a la vez del hogar donde habitan, actitud muchas veces concedida por sus propias parejas, quienes prefieren dejar las riendas de la casa en manos de ellas, justificando que su atención está centrada en las múltiples actividades laborales que al término de la jornada se factura en cansancio, entonces las obligaciones de la familia para ellos son nimiedades.

Igual muchos buscan en sus respectivas parejas ese estereotipo o patrón de mujer que vieron durante la infancia en la imagen de sus progenitoras, al no encontrar tal coincidencia este lamentable hecho se va convirtiendo en una causante de divorcio, razón por la cual durante la vida adulta de muchos caballeros es posible observar los cambios de damas como en el juego de la “Estrella China”; lo más ingrato es que se separan valiéndoles un carajo afectar a terceros.

Cuando por fin es encontrada esa “media naranja”, éste como autómata se va sometiendo a una devoción maternal hacia su cónyuge, considerándola enfermera, chef y psicóloga, es más, hasta podría se catalogada como una especie de domadora que amansa a esa bestia que los machos solemos ser.

Es en ese momento cuando el cándido hombre se escuda en los slogan de igualdad de género para evitar ser blanco de burlas de sus homólogos, quienes son igual o tal vez un poco peor de lo que ellos han denominado como “mandilones”, es decir, ese arquetipo que algunas veces hace las labores del hogar, las cuales erróneamente fueron inculcadas por sus respectivas madres como exclusivas de las hembras, donde se considera que por el simple hecho de ser mujer, estas llevan en sus genes lavar platos, planchar la ropa y cambiar pañales.

El meollo de la guasa radica en hacer una caricatura del marido que colabora –ojo, no es ayuda- en las labores de la casa, bajo ese estúpido concepto de intentar ocultar ante los de su mismo sexo algo que equidista las responsabilidades de la administración de un hogar. A raíz de ello tengo dos interrogantes, ¿por qué avergonzarnos de un hecho compartido? ¿Qué no es de hombres ser responsables?

Lo irónico de todo esto es que a pesar de que en algún momento de nuestra vida la inmensa minoría de los hombres hemos sido “mandilones”, no somos lo suficiente machitos de reconocerlo públicamente, digo, para qué nos hacemos tarados, todos pertenecemos al Real Mandil, y es un honor formar parte de tan ínclito club que nos hace estrechar lazos con nuestra pareja.