"Es un gran error creerse más de lo que uno es,
o menos de lo que uno vale". Goethe
Una voz popular asegura que el ocio es la madre de todos los vicios, la verdad no está equivocada tal afirmación, pues de ser errónea, entonces amigo lector, ¿por qué existe tanta delincuencia en el mundo? Si no es por culpa del ocio, esa gente que no encuentra nada productivo que hacer para mejorar su vida y recurre a falta de talento a la salida fácil, como lo es el robar, extorsionar, secuestrar, prostituirse, etc., por supuesto que dirás que no todo es causa de esa inacción o el exagerado abuso del tiempo libre, es más bien ocasionado por la precaria situación económica que existe hoy, y que ha generado el desempleo.
Más una cosa es cierto, de que hay empleos, claro que los hay, que no quieran ocupar esos puestos es otra cosa, pues resulta más cómodo intentar ganarse la vida de una forma sencilla y rápida a cuestas de los que sí lo tienen. Retomando el tema del ocio, muchas veces el estar sin hacer nada afecta a las personas de una forma mental, por ejemplo genera mucha ansiedad, que con el transcurrir del tiempo se vuelve nerviosismo; cuando estamos inactivos buscamos en qué ocuparnos, ya sea mordiéndonos las uñas de las manos, mordiendo al prójimo o teniendo pensamientos extraños, como el intentar fornicar con la esposa del vecino, saber qué hacen los de al lado, etc.
Los distractores que nos inventamos para controlar esa ansiedad son muchos, esperar el fin de semana para ponerte una borrachera e intentar ser feliz, consumir estupefacientes con el pretexto de evadir la realidad, comer a todas horas como si se fueran a terminar los alimentos con tal de mantenerte ocupado, entre otros defectos que al hacerlos tan repetidamente se transforman en vicios; todos estos abusos sin lugar a dudas nos conducirán a la autodestrucción.
Muchas veces ese afán de autodestruirnos es lo que a algunos los mantiene vivos, mi padre murió de cirrosis hepática a causa de consumir galones de alcohol a diario, cuando el médico se la diagnosticó, le prohibió estrictamente continuar consumiendo bebidas embriagantes, al mes de que lo hizo murió, uno de sus amigos en la noche del velorio frente a su féretro exclamó que le habían quitado la razón de vivir al evitarle que continuara embriagándose. ¡Vaya, entonces si es nefasto tener razones autodestructivas para continuar siendo alguien en este mundo!
Cuando la persona a causa de la angustia pierde la razón, y busca un pretexto para la autodestrucción o no puede controlar sus emociones, resulta necesario apoyarse de alguna institución que le brinde asistencia moral, psicológica y social, bajo esas razones de ser son creados los grupos anónimos que a través de diversos programas de autoayuda pretenden que los grupos que ahí se conformen logren recuperarse de su dependencia, la cual puede ser desde alcoholismo, drogadicción, gula, hasta neurosis.
Son tan efectivos los métodos desarrollados en esas asociaciones, que muchas veces me he preguntado, ¿por qué no crean un grupo de perversos anónimos? dedicado a atender a todos esos sujetos que muchas veces tienen la sensación de vivir en una jungla, donde luchan por ver quién es el más importante, quién es el que tiene el poder, el que manda. Esos que quieren tener atribuciones para controlar a muchos, dominar a quien sea, es decir, ser obedecidos a toda costa, que las cosas se hagan como ello desean.
Efectivamente sería grandioso que existiera una entidad donde se brindará atención psicosocial a esos que les agradan los títulos y las adulaciones, les gusta ser los primeros lugares en todo… lamentablemente y ridículo a la vez es que se dicen y se sienten gente humilde o abnegada. Disfrazando el lobo que son, con una piel de cordero, pero que buscan a toda costa ascender escalafones que les permitan alcanzar puestos autoritarios y al ejecutar tales acciones no se fijan a quienes pisan, más sí lo hacen para tener claro contra quien conspiran o a quienes reprimen con tal de lograr ese “huesito”, dejando de lado el sentido de ocupar un mejor puesto en la vida, que desde mi óptica es el servir a los demás.
Imagina un espacio así, donde estos tipos ruines y mezquinos pudieran reformarse e integrarse a la vida de la gente común, estaría maravilloso. Pero bueno, no cuesta nada soñar, por cierto amigo, ¿cómo empleas tus atribuciones?
Son una serie de artículos que ya han sido publicados en diversos periodícos locales.
miércoles, 30 de septiembre de 2009
miércoles, 23 de septiembre de 2009
Relaciones laborales de tipo sentimental
Un conocido empresario comentaba cierto día, que él a diario procura ofrecer a sus empleados una relación profesional llena de cordialidad y amistad lo cual le reditúa una favorable producción; lo único que evita siempre es que éstos se involucren de forma sentimental, ya que según a su entender, a pesar de ser buenos trabajadores, el sostener una relación como el noviazgo e inclusive el matrimonio puede llegar a afectar su desempeño, pues conviven en un mismo espacio laboral, donde se dan cuenta de las amistades que tienen, el tipo de bromas que se hacen entre sus conocidos, y si a ello se le agregan los problemas de pareja, ambos se empiezan a aislar del equipo de trabajo, y comienza a mermar la convivencia, echando a perder el sentido armónico de las relaciones laborales.
Una vez que detecta la existencia en su negocio de alguna relación de pareja, cita a ambos y les solicita sean discretos en sostenerla en el interior de sus respectivos campos de empleo y en dado caso de que ellos se desempeñen en un mismo departamento, les da a elegir cual de los dos deberá cambiar de puesto.
Como está la situación económica, es obvio que uno de los dos tendrá que ceder y separarse de su acostumbrada forma de empleo, empezando de nuevo en otro sitio dentro de la empresa, llegando incluso hasta perder las aspiraciones de ascenso. Esta clase de jefes debería estar consciente de que en una situación sentimental, es casi nada lo que pueden hacer, pues todo dependerá del criterio y sentido ético de cada uno de los involucrados en la relación.
Una justificante a favor de tal situación es el clásico juego amoroso entre compañeros que va más allá de una simple amistad, como lo es el acariciarse las manos, pasarlas sobre la espalda, hombros o piernas del compañero e incluso el saludar de beso al muy estilo Don Francisco, intentando equivocarse con tal de rozar los labios del colega, al grado de darse un ósculo en la boca; ese juego de seducción en repetidas ocasiones deja de ser un simple flirteo y se transforma en un affaire, que a la larga puede generar un conflicto, por ejemplo, si uno de los dos ya es casado o tiene compromisos sentimentales con alguien más.
Esto ha dado a que en diversos centros de trabajo se establezcan una serie de reglas implícitas como lo es permitir sostener relaciones con gente de menor rango laboral, más nunca con alguien que ocupe un puesto superior, si llegase a suceder, la persona de menor jerarquía tendrá que ser despedida bajo tal justificación.
Tales conductas, además de discriminantes llegan a ser desmotivantes, pues tener que valorar entre conservar el puesto o tener un romance, significa muchas de las veces perder el entusiasmo, respeto y cariño por la organización, el ánimo por superarse o destacar de forma profesional.
Mientras los patrones continúen evidenciando que las relaciones de tipo sentimental entre sus empleados afectan la toma de decisiones laborales y entorpecen el óptimo funcionamiento del mismo, continuaran existiendo las barreras de subordinación. Además podrán evitar que se susciten en sus respectivas oficinas o negocios, pero, ¿y afuera? Será prácticamente imposible evitarlas, es precisamente ahí donde tiene aplicación el dicho popular, “ojos que no ven, corazón que no siente”, más eso si, todo con medida, nada con exceso.
Una vez que detecta la existencia en su negocio de alguna relación de pareja, cita a ambos y les solicita sean discretos en sostenerla en el interior de sus respectivos campos de empleo y en dado caso de que ellos se desempeñen en un mismo departamento, les da a elegir cual de los dos deberá cambiar de puesto.
Como está la situación económica, es obvio que uno de los dos tendrá que ceder y separarse de su acostumbrada forma de empleo, empezando de nuevo en otro sitio dentro de la empresa, llegando incluso hasta perder las aspiraciones de ascenso. Esta clase de jefes debería estar consciente de que en una situación sentimental, es casi nada lo que pueden hacer, pues todo dependerá del criterio y sentido ético de cada uno de los involucrados en la relación.
Una justificante a favor de tal situación es el clásico juego amoroso entre compañeros que va más allá de una simple amistad, como lo es el acariciarse las manos, pasarlas sobre la espalda, hombros o piernas del compañero e incluso el saludar de beso al muy estilo Don Francisco, intentando equivocarse con tal de rozar los labios del colega, al grado de darse un ósculo en la boca; ese juego de seducción en repetidas ocasiones deja de ser un simple flirteo y se transforma en un affaire, que a la larga puede generar un conflicto, por ejemplo, si uno de los dos ya es casado o tiene compromisos sentimentales con alguien más.
Esto ha dado a que en diversos centros de trabajo se establezcan una serie de reglas implícitas como lo es permitir sostener relaciones con gente de menor rango laboral, más nunca con alguien que ocupe un puesto superior, si llegase a suceder, la persona de menor jerarquía tendrá que ser despedida bajo tal justificación.
Tales conductas, además de discriminantes llegan a ser desmotivantes, pues tener que valorar entre conservar el puesto o tener un romance, significa muchas de las veces perder el entusiasmo, respeto y cariño por la organización, el ánimo por superarse o destacar de forma profesional.
Mientras los patrones continúen evidenciando que las relaciones de tipo sentimental entre sus empleados afectan la toma de decisiones laborales y entorpecen el óptimo funcionamiento del mismo, continuaran existiendo las barreras de subordinación. Además podrán evitar que se susciten en sus respectivas oficinas o negocios, pero, ¿y afuera? Será prácticamente imposible evitarlas, es precisamente ahí donde tiene aplicación el dicho popular, “ojos que no ven, corazón que no siente”, más eso si, todo con medida, nada con exceso.
miércoles, 9 de septiembre de 2009
El receso de Tánatos
“Al día siguiente no murió nadie”
José Saramago
Un amigo dice detestar a las cucarachas, la primera razón por la cual experimenta tal sentimiento hacia los blátidos es porque son asquerosos y siempre habitan en los desechos, actividad por la cual resulta obvio tal mérito; la segunda razón es porque serán las únicas que sobrevivirán a un holocausto nuclear, por lo tanto siente envidia hacia este bicho por su capacidad de ser inmune.
Sobrevivir o ser inmortal, son términos que atraen la atención humana, ¿qué sucedería si la muerte dejará de cumplir su misión sobre la vida? Algo semejante ocurre en la novela “Las intermitencias de la muerte”, del escritor portugués José Saramago, en ella describe como un día la muerte suspende sus labores, entonces ya nadie deja de existir, lo cual da origen a una serie de trastornos de todo tipo, desde el social hasta el aspecto religioso, pero mejor ya no se las platico, prefiero que ustedes mismos la disfruten de la fuente directa.
Actualmente a la muerte la hemos puesto en receso, pues han fallecido más personas debido a la degradación humana que por causas naturales, existen políticos que quieren hacer su labor estableciendo pena de muerte, favoreciendo al aborto, etc., infinidad de gente que mata por ella sin su permiso; considero que esa falta de actividad podría ocasionarle que sus huesitos padecieran de osteoporosis a causa de su obligada inactividad y la bien afilada hoz se oxide.
En nuestro país morirse es cosa de risa, a los cadáveres se les nombra difuntos, el mexicano bromea con la “huesuda”, es más, existe un mixtura de muertos vivientes en México como en ningún otro país, por ejemplo todos aquellos cantantes, actores, actrices, políticos, candidatos a la presidencia y gobernadores que murieron en el ejercicio de su funciones pero que viven en el eterno recuerdo de cada uno de nosotros. Lo más curioso es que muchos aseguren que todavía andan sus ánimas pululando por allí, si no me creen, busquen las evidencias que un tal señor de apellido Trejo presenta en televisión nacional.
Esa idea de permanecer unido a los que ya no existen, es como una especie de dependencia, un cordón umbilical que se crea y fomenta gracias al recuerdo, se conservan las cosas como museo personal del difunto, se guardan con recelo, se espera con ahínco el “día del juicio final” para reencontrarse con los desaparecidos que en realidad nunca se fueron, pues son parte del patrimonio de las generaciones futuras.
Además el más allá debe de ser un sitio estupendo, ya que todos los que se han mudado para ese lugar nunca han regresado, ¿será acaso que la vida es tan horrible que nadie quiere experimentarla de nuevo? Por otro lado ningún ser humano conoce su fecha de expiración, sabrá que ya está caducando, pero cuando se irá de forma definitiva, nadie.
Hace unos días murió el hombre más longevo del mundo, creo que tenía como 113 años, se imaginan lo aburrido que ha de haber estado, ya sin poder hacer muchas cosas, sólo sentado, acostado o caminando lentamente, desde mi óptica eso es vegetativo, para ello queremos ser eternos, para complicarnos más la vida y complicársela a los demás, sería ideal no morir pero siempre conservando óptimos estado de salud física y mental.
Ahora con la crisis que se vive en todos lados, un condiscípulo asesor en bienes y raíces siempre recomienda como mejor inversión el establecer depósitos de cerveza, pues borrachos siempre los hay por doquier y lo que tampoco nunca falla instalar casas funerarias; y como diría Abel Membrillo, “recuerde que lo que mata no es la bala, es el agujero”.
José Saramago
Un amigo dice detestar a las cucarachas, la primera razón por la cual experimenta tal sentimiento hacia los blátidos es porque son asquerosos y siempre habitan en los desechos, actividad por la cual resulta obvio tal mérito; la segunda razón es porque serán las únicas que sobrevivirán a un holocausto nuclear, por lo tanto siente envidia hacia este bicho por su capacidad de ser inmune.
Sobrevivir o ser inmortal, son términos que atraen la atención humana, ¿qué sucedería si la muerte dejará de cumplir su misión sobre la vida? Algo semejante ocurre en la novela “Las intermitencias de la muerte”, del escritor portugués José Saramago, en ella describe como un día la muerte suspende sus labores, entonces ya nadie deja de existir, lo cual da origen a una serie de trastornos de todo tipo, desde el social hasta el aspecto religioso, pero mejor ya no se las platico, prefiero que ustedes mismos la disfruten de la fuente directa.
Actualmente a la muerte la hemos puesto en receso, pues han fallecido más personas debido a la degradación humana que por causas naturales, existen políticos que quieren hacer su labor estableciendo pena de muerte, favoreciendo al aborto, etc., infinidad de gente que mata por ella sin su permiso; considero que esa falta de actividad podría ocasionarle que sus huesitos padecieran de osteoporosis a causa de su obligada inactividad y la bien afilada hoz se oxide.
En nuestro país morirse es cosa de risa, a los cadáveres se les nombra difuntos, el mexicano bromea con la “huesuda”, es más, existe un mixtura de muertos vivientes en México como en ningún otro país, por ejemplo todos aquellos cantantes, actores, actrices, políticos, candidatos a la presidencia y gobernadores que murieron en el ejercicio de su funciones pero que viven en el eterno recuerdo de cada uno de nosotros. Lo más curioso es que muchos aseguren que todavía andan sus ánimas pululando por allí, si no me creen, busquen las evidencias que un tal señor de apellido Trejo presenta en televisión nacional.
Esa idea de permanecer unido a los que ya no existen, es como una especie de dependencia, un cordón umbilical que se crea y fomenta gracias al recuerdo, se conservan las cosas como museo personal del difunto, se guardan con recelo, se espera con ahínco el “día del juicio final” para reencontrarse con los desaparecidos que en realidad nunca se fueron, pues son parte del patrimonio de las generaciones futuras.
Además el más allá debe de ser un sitio estupendo, ya que todos los que se han mudado para ese lugar nunca han regresado, ¿será acaso que la vida es tan horrible que nadie quiere experimentarla de nuevo? Por otro lado ningún ser humano conoce su fecha de expiración, sabrá que ya está caducando, pero cuando se irá de forma definitiva, nadie.
Hace unos días murió el hombre más longevo del mundo, creo que tenía como 113 años, se imaginan lo aburrido que ha de haber estado, ya sin poder hacer muchas cosas, sólo sentado, acostado o caminando lentamente, desde mi óptica eso es vegetativo, para ello queremos ser eternos, para complicarnos más la vida y complicársela a los demás, sería ideal no morir pero siempre conservando óptimos estado de salud física y mental.
Ahora con la crisis que se vive en todos lados, un condiscípulo asesor en bienes y raíces siempre recomienda como mejor inversión el establecer depósitos de cerveza, pues borrachos siempre los hay por doquier y lo que tampoco nunca falla instalar casas funerarias; y como diría Abel Membrillo, “recuerde que lo que mata no es la bala, es el agujero”.
miércoles, 2 de septiembre de 2009
Quejosos
A Mario Bonales por la idea, gracias totales.
Cierto día un colega se quejaba amargamente de la carga laboral que se le concede a diario en comparación con la de sus demás compañeros, en eso vino a mi mente la recomendación que otro conocido me hizo una vez que yo le externé un comentario igual de doloso que el de éste, resulta que mi amigo aquella vez hizo que reflexionará sobre la vida de las personas que no cuentan con un empleo semejante al nuestro.
Esto trae a mí la imagen del paletero que todas las mañanas al filo de las nueve como si fuese un británico por lo puntual pasa por la fachada de mi casa lanzando un grito semejante al de un berrido o cuando alguien se encuentra molesto, y a lo mejor, sí está incómodo, tal vez por que esa faena que desarrolla a veces le da para alimentarse y otras ni siquiera para un taco le alcanza, además nunca podrá contar con una pensión cuando sus manos roladas dejen de empujar el pesado carrito, menos aún el contar con un seguro médico que cubra una enfermedad, no quiero imaginar qué sucedería si sufriese un accidente, ¿se calificaría como riesgo de trabajo? ¡Claro que no! Alguien me dijo una vez, el jodido no tiene derecho a enfermarse, y creo que es totalmente cierto.
Que tal el caso de la dama que se dedica a ejercer el oficio más antiguo del mundo, la prostitución, imagina tener encuentros cóitales con sujetos que físicamente no son atractivos, soportar su sentido del humor, perversiones y desaseo entre otros atributos desfavorables. ¿Cuál es su principal riesgo laboral? Contagiarse de enfermedades que puedan curarse con antibióticos y hasta de alguna incurable que la despache al otro mundo; otro de los accidentes laborales que este oficio acarrea consigo es el sufrir maltratos físicos y verbales, que el método de protección se rompa o en el peor de los casos obtener un orgasmo de parte de algún desconocido que con el paso del tiempo se vuelva adicción.
Qué sucederá cuando el recurso principal económico pierda su macices, el maquillaje no logre ocultar las inclemencias del paso del tiempo, ¿acaso una pensión le aguarda? Para nada, es más ya nadie la regalará ni un trago de aguardiente para mitigar el dolor y la cruda realidad.
El abuelo en sus ratos reflexivos me platicaba un breve relato que tiempo más adelante encontré escrito en un hermoso libro del hispano literato Félix María De Samaniego titulado “Fábulas Morales”, el cual viene a colación con lo hoy tratado, y a continuación reseño:
Resulta que un asno envidiaba las actividades del cerdo de la granja en donde ambos convivían, pues todo el día éste retozaba en su chiquero y aparte de no hacer prácticamente nada, más de seis veces se le ofrecían suculentos manjares que gustoso comía a Dios dar, mientras el pobre burro trabajaba cargando infinidad de objetos sobre su arqueado lomo, y cuando se negaba así hacerlo el amo lo castigaba dándole latigazos sobre sus enancas.
Cierto día llegado el cumpleaños del patrón cogieron al puerco y lo llevaron amarrado de las cuatro patas hacia la cocina, de pronto las grandes orejas del burro escucharon un enorme chillido y pasada una hora con ojos de pánico observó como la piel del marrano fue colgada cual vil ropa sobre un tendedero y uno de los empleados con su filoso cuchillo afeitaba los vellos de éste para después echarlos en un enorme olla hirviendo, donde se alcanzaba a ver los demás miembros del cerdo.
Entonces el asno haciendo un esfuerzo en su angosto cerebro piensa y reflexiona lo siguiente, “Si esto les sucede a los ociosos que tantos favores del amo recibieron, mejor me dedico a trabajar y me importa un bledo que me insulten o castiguen”.
Moraleja, si en su espacio laboral existe personal de la fuerza área o de plano no soporta los proyectos del que se siente el “subjefe”, tome en consideración que ellos pertenecen a la raza porcina y algún día tendrán su escarmiento; además recuerde a la gente que depende de su empleo, cumpla de forma óptima con el, échele ganas y no se sienta un burro, por el contrario, usted es el trabajador con mayor capacidad que la empresa tiene a sus servicios.
Cierto día un colega se quejaba amargamente de la carga laboral que se le concede a diario en comparación con la de sus demás compañeros, en eso vino a mi mente la recomendación que otro conocido me hizo una vez que yo le externé un comentario igual de doloso que el de éste, resulta que mi amigo aquella vez hizo que reflexionará sobre la vida de las personas que no cuentan con un empleo semejante al nuestro.
Esto trae a mí la imagen del paletero que todas las mañanas al filo de las nueve como si fuese un británico por lo puntual pasa por la fachada de mi casa lanzando un grito semejante al de un berrido o cuando alguien se encuentra molesto, y a lo mejor, sí está incómodo, tal vez por que esa faena que desarrolla a veces le da para alimentarse y otras ni siquiera para un taco le alcanza, además nunca podrá contar con una pensión cuando sus manos roladas dejen de empujar el pesado carrito, menos aún el contar con un seguro médico que cubra una enfermedad, no quiero imaginar qué sucedería si sufriese un accidente, ¿se calificaría como riesgo de trabajo? ¡Claro que no! Alguien me dijo una vez, el jodido no tiene derecho a enfermarse, y creo que es totalmente cierto.
Que tal el caso de la dama que se dedica a ejercer el oficio más antiguo del mundo, la prostitución, imagina tener encuentros cóitales con sujetos que físicamente no son atractivos, soportar su sentido del humor, perversiones y desaseo entre otros atributos desfavorables. ¿Cuál es su principal riesgo laboral? Contagiarse de enfermedades que puedan curarse con antibióticos y hasta de alguna incurable que la despache al otro mundo; otro de los accidentes laborales que este oficio acarrea consigo es el sufrir maltratos físicos y verbales, que el método de protección se rompa o en el peor de los casos obtener un orgasmo de parte de algún desconocido que con el paso del tiempo se vuelva adicción.
Qué sucederá cuando el recurso principal económico pierda su macices, el maquillaje no logre ocultar las inclemencias del paso del tiempo, ¿acaso una pensión le aguarda? Para nada, es más ya nadie la regalará ni un trago de aguardiente para mitigar el dolor y la cruda realidad.
El abuelo en sus ratos reflexivos me platicaba un breve relato que tiempo más adelante encontré escrito en un hermoso libro del hispano literato Félix María De Samaniego titulado “Fábulas Morales”, el cual viene a colación con lo hoy tratado, y a continuación reseño:
Resulta que un asno envidiaba las actividades del cerdo de la granja en donde ambos convivían, pues todo el día éste retozaba en su chiquero y aparte de no hacer prácticamente nada, más de seis veces se le ofrecían suculentos manjares que gustoso comía a Dios dar, mientras el pobre burro trabajaba cargando infinidad de objetos sobre su arqueado lomo, y cuando se negaba así hacerlo el amo lo castigaba dándole latigazos sobre sus enancas.
Cierto día llegado el cumpleaños del patrón cogieron al puerco y lo llevaron amarrado de las cuatro patas hacia la cocina, de pronto las grandes orejas del burro escucharon un enorme chillido y pasada una hora con ojos de pánico observó como la piel del marrano fue colgada cual vil ropa sobre un tendedero y uno de los empleados con su filoso cuchillo afeitaba los vellos de éste para después echarlos en un enorme olla hirviendo, donde se alcanzaba a ver los demás miembros del cerdo.
Entonces el asno haciendo un esfuerzo en su angosto cerebro piensa y reflexiona lo siguiente, “Si esto les sucede a los ociosos que tantos favores del amo recibieron, mejor me dedico a trabajar y me importa un bledo que me insulten o castiguen”.
Moraleja, si en su espacio laboral existe personal de la fuerza área o de plano no soporta los proyectos del que se siente el “subjefe”, tome en consideración que ellos pertenecen a la raza porcina y algún día tendrán su escarmiento; además recuerde a la gente que depende de su empleo, cumpla de forma óptima con el, échele ganas y no se sienta un burro, por el contrario, usted es el trabajador con mayor capacidad que la empresa tiene a sus servicios.
miércoles, 26 de agosto de 2009
El tiempo, ese compañero fiel de la vida
Me van a volver histérico las agujas del reloj.
Se burlan de mí, corren al sprint con mi torpe corazón.
La Orquesta Mondragón.
Hace unas épocas mi sobrina a la edad de seis años, y como ustedes saben esa inquieta edad del ser humano es la de los porqués, con cierto aire de inocencia cuestionaba sobre la invención del tiempo; la madre y el padre al verse imposibilitados ante el asedio de que cada respuesta generaba a su vez una nueva pregunta, decidieron hacerme partícipe de tan ilustre y didáctica actividad considerando que debido a mi perfil docente tengo el deber de disipar las dudas, ¡óigame, ese jodido estereotipo la verdad nos amoló! Uno muchas veces tiene el deber, más no la capacidad.
En el afán de no defraudar a la nueva generación familiar, hurgué en lo más recóndito de mi cerebro ideas sencillas y que precisaran a la vez el tema, intentando diseñar una especie de epítome. Mi breviario lo inicié explicando como lo hubiera hecho la narradora de cuentos infantiles Milissa Sierra; por cierto hace unas semanas regalé a mis sobrinitos de 4 y 8 años una colección de discos compactos con los cuentos y fábulas de esta excelente narradora, y ni siquiera se inmutaron, después de escuchar el primero de ellos el mayor con cara de fuchi exclamó “¡qué aburrido, tío, mejor vamos a jugar con el Wii!”.
Regresando al tema del delicado asunto de hacer entender a una menor el concepto del tiempo, inicié diciéndole: Érase una ciudad rutinaria donde todos sus habitantes vivían en armonía y santa paz, el horizonte cada día pintaba de azul celeste el cielo, las aves volaban y cantaban en los jardines; precisamente en esa ciudad tranquila había un hombre que se aburría y desesperaba porque su vida era tan monótona gracias a depender para casi todas sus actividades del reloj; sintiose enfermo y fue a consulta médica.
El galeno una vez hecho la revisión de rutina le prohibió estrictamente el uso del reloj de pulsera y todos los que tuviera en casa, pues a causa de la presión que él mismo ejercía en relación con el tiempo había dañado su corazón ocasionándole una arritmia; al llegar a su hogar hizo algo fantástico, tomó un pesado marro, colocó sobre una mesa de acero su despertador y lo hizo añicos, después cogió el de pared e hizo lo mismo, así sucesivamente con todos los que tenía, cada vez que destruía los aparatos sentía que su corazón se iba descongestionando y respiraba con mayor facilidad, en otras palabras lo inundaba un profunda satisfacción que lo tranquilizaba.
Mientras disfrutaba de la actividad su memoria recordaba cuando a la edad de cuatro años su papá como regalo de cumpleaños le obsequió un relojito con la imagen de Mickey Mouse, en donde las manecillas eran sus brazos y al girar emulaban cierto movimiento aeróbico, que resultaba gracioso.
Su padre le explicó el funcionamiento de este extraño artefacto y a partir de ese momento todo lo medía en relación a él, la hora en que iniciaba el programa favorito del televisor, cuando consumían sus respectivos alimentos, el inicio, duración y conclusión del recreo; lo más triste fue darse cuenta que no todos cumplían con el horario que cronometraba el suyo, es decir, que cada quien tenía pequeñas, medianas y grandes diferencias. Por ejemplo muchas veces sus minuteros indicaban la hora de término de la jornada escolar y la dirección sonaba el timbre mucho después, las funciones del circo, cine y cualquier espectáculo iniciaban con varios minutos de atraso, lo cual generaba cierta ansiedad, que con el transcurrir de los días se iba convirtiendo en nerviosismo.
En la adolescencia fue cuando inició su martirio, pues el despertador le daba verdaderos dolores de cabeza, sonando cuando el sueño era tan placentero, le causaba también miles de discusiones con sus novias, pues a veces éstas por estarse maquillando, peinando o cambiando de ropa, no llegaban puntuales a las citas, lo cual le obligaba a cambiarlas por otras cual vil objeto; se desesperaba porque el calendario no avanzaba más aprisa para llegar a la mayoría de edad y poder ser considerado un adulto, otras veces transcurrían tan rápido los días que le alcanzaban las fechas en que tenía que entregar los trabajos escolares, resultando angustioso y estresante.
Siendo ya adulto al estar ejerciendo su profesión no podía escaparse de la influencia que el horario de la vida ejercía sobre su persona, puntualidad en las reuniones laborales, la hora de ingreso, salida y las que nunca su jefe consideraba, las horas extras; en sí, para él, cada hora, minuto y segundo significaba intentos, fracasos y éxitos.
Se le hacían escurridizo los días que convivía con su familia cada fin de semana, lo poco que duraban las vacaciones, lo ingrato de ir envejeciendo cada año, pues la edad con el transcurrir de los días cada vez desgastaban su cuerpo; igual descubrió como las pasiones y sentimientos con el acontecer diario pueden transformarse del amor al odio o viceversa.
Cuando acabó de destruir todos sus relojes deslindándose de su tiranía se cercioró que en el momento de desempeñar tan relajante ejercicio, muchos habían nacido, otro montón disfrutaban de sus ceremonias nupciales y miles pasaban a mejor vida, y él ni en cuenta, era como si en ese lapso hubiese dejado de existir para el mundo, gracias a su particular método de ignorarlo.
La niña haciendo una mueca de angustia exclamó, ¡todo eso causa el tiempo! Tratando de tranquilizarla parafraseé a Serrat argumentando, por eso hay que vivir todos los días como si fueran domingos y gozarlos con los que te quieren como si fuera el último.
Hoy ella ya no es tan niña, tiene 16 años, vive a tope las horas de cada fecha en su calendario, algunas veces sujeta a las reglas que las agujas del reloj le imponen, otras le vale un comino; mientras su tío observa preocupado como los años de vida se le escurren cual agua entre los dedos y le pesan las horas que pasa dormido sin hacer nada de provecho.
Se burlan de mí, corren al sprint con mi torpe corazón.
La Orquesta Mondragón.
Hace unas épocas mi sobrina a la edad de seis años, y como ustedes saben esa inquieta edad del ser humano es la de los porqués, con cierto aire de inocencia cuestionaba sobre la invención del tiempo; la madre y el padre al verse imposibilitados ante el asedio de que cada respuesta generaba a su vez una nueva pregunta, decidieron hacerme partícipe de tan ilustre y didáctica actividad considerando que debido a mi perfil docente tengo el deber de disipar las dudas, ¡óigame, ese jodido estereotipo la verdad nos amoló! Uno muchas veces tiene el deber, más no la capacidad.
En el afán de no defraudar a la nueva generación familiar, hurgué en lo más recóndito de mi cerebro ideas sencillas y que precisaran a la vez el tema, intentando diseñar una especie de epítome. Mi breviario lo inicié explicando como lo hubiera hecho la narradora de cuentos infantiles Milissa Sierra; por cierto hace unas semanas regalé a mis sobrinitos de 4 y 8 años una colección de discos compactos con los cuentos y fábulas de esta excelente narradora, y ni siquiera se inmutaron, después de escuchar el primero de ellos el mayor con cara de fuchi exclamó “¡qué aburrido, tío, mejor vamos a jugar con el Wii!”.
Regresando al tema del delicado asunto de hacer entender a una menor el concepto del tiempo, inicié diciéndole: Érase una ciudad rutinaria donde todos sus habitantes vivían en armonía y santa paz, el horizonte cada día pintaba de azul celeste el cielo, las aves volaban y cantaban en los jardines; precisamente en esa ciudad tranquila había un hombre que se aburría y desesperaba porque su vida era tan monótona gracias a depender para casi todas sus actividades del reloj; sintiose enfermo y fue a consulta médica.
El galeno una vez hecho la revisión de rutina le prohibió estrictamente el uso del reloj de pulsera y todos los que tuviera en casa, pues a causa de la presión que él mismo ejercía en relación con el tiempo había dañado su corazón ocasionándole una arritmia; al llegar a su hogar hizo algo fantástico, tomó un pesado marro, colocó sobre una mesa de acero su despertador y lo hizo añicos, después cogió el de pared e hizo lo mismo, así sucesivamente con todos los que tenía, cada vez que destruía los aparatos sentía que su corazón se iba descongestionando y respiraba con mayor facilidad, en otras palabras lo inundaba un profunda satisfacción que lo tranquilizaba.
Mientras disfrutaba de la actividad su memoria recordaba cuando a la edad de cuatro años su papá como regalo de cumpleaños le obsequió un relojito con la imagen de Mickey Mouse, en donde las manecillas eran sus brazos y al girar emulaban cierto movimiento aeróbico, que resultaba gracioso.
Su padre le explicó el funcionamiento de este extraño artefacto y a partir de ese momento todo lo medía en relación a él, la hora en que iniciaba el programa favorito del televisor, cuando consumían sus respectivos alimentos, el inicio, duración y conclusión del recreo; lo más triste fue darse cuenta que no todos cumplían con el horario que cronometraba el suyo, es decir, que cada quien tenía pequeñas, medianas y grandes diferencias. Por ejemplo muchas veces sus minuteros indicaban la hora de término de la jornada escolar y la dirección sonaba el timbre mucho después, las funciones del circo, cine y cualquier espectáculo iniciaban con varios minutos de atraso, lo cual generaba cierta ansiedad, que con el transcurrir de los días se iba convirtiendo en nerviosismo.
En la adolescencia fue cuando inició su martirio, pues el despertador le daba verdaderos dolores de cabeza, sonando cuando el sueño era tan placentero, le causaba también miles de discusiones con sus novias, pues a veces éstas por estarse maquillando, peinando o cambiando de ropa, no llegaban puntuales a las citas, lo cual le obligaba a cambiarlas por otras cual vil objeto; se desesperaba porque el calendario no avanzaba más aprisa para llegar a la mayoría de edad y poder ser considerado un adulto, otras veces transcurrían tan rápido los días que le alcanzaban las fechas en que tenía que entregar los trabajos escolares, resultando angustioso y estresante.
Siendo ya adulto al estar ejerciendo su profesión no podía escaparse de la influencia que el horario de la vida ejercía sobre su persona, puntualidad en las reuniones laborales, la hora de ingreso, salida y las que nunca su jefe consideraba, las horas extras; en sí, para él, cada hora, minuto y segundo significaba intentos, fracasos y éxitos.
Se le hacían escurridizo los días que convivía con su familia cada fin de semana, lo poco que duraban las vacaciones, lo ingrato de ir envejeciendo cada año, pues la edad con el transcurrir de los días cada vez desgastaban su cuerpo; igual descubrió como las pasiones y sentimientos con el acontecer diario pueden transformarse del amor al odio o viceversa.
Cuando acabó de destruir todos sus relojes deslindándose de su tiranía se cercioró que en el momento de desempeñar tan relajante ejercicio, muchos habían nacido, otro montón disfrutaban de sus ceremonias nupciales y miles pasaban a mejor vida, y él ni en cuenta, era como si en ese lapso hubiese dejado de existir para el mundo, gracias a su particular método de ignorarlo.
La niña haciendo una mueca de angustia exclamó, ¡todo eso causa el tiempo! Tratando de tranquilizarla parafraseé a Serrat argumentando, por eso hay que vivir todos los días como si fueran domingos y gozarlos con los que te quieren como si fuera el último.
Hoy ella ya no es tan niña, tiene 16 años, vive a tope las horas de cada fecha en su calendario, algunas veces sujeta a las reglas que las agujas del reloj le imponen, otras le vale un comino; mientras su tío observa preocupado como los años de vida se le escurren cual agua entre los dedos y le pesan las horas que pasa dormido sin hacer nada de provecho.
miércoles, 19 de agosto de 2009
Injusticia de la vida
“Amor yo no quiero llegar a viejo, ven y estírame el pellejo.”
Dominio popular
Muchas veces es tanta la preocupación por que la edad no se note que recurrimos a diversos métodos como las cremas antiarrugas, tintes para el cabello, inyecciones de botox y hasta las más peligrosas cirugías estéticas; todo esto con tal de reafirmar esa jodida inseguridad que la necesidad de aceptación social nos impone. Una cosa es segura, podemos engañar las apariencias más el estuche con el transcurrir de los años se va desgastando, nos vamos volviendo achacosos; es un hecho que las actividades cada vez las desempeñamos con mayor lentitud, los reflejos disminuyen y somos cada mes más torpes que en el pasado, llegando el día en que desesperamos a quienes nos rodean.
Todo ese asunto radica en el empeño por aparentar los años que no se tienen, es obvio que nos sintamos orgullosos cuando alguien nos elogia por que lucimos más joven de nuestra edad real, pero al intentar realizar cierta actividad que invierte algún esfuerzo físico nuestro cuerpo nos restriega el elogio denotando algunas veces incapacidad, dificultad, pesadez e impotencia; pero a sabiendas de que somos observados ese mismo orgullo hace que realicemos un esfuerzo a pesar de que en la noche antes de acostarnos tengamos que embalsamar los músculos y tendones lastimados con ungüentos y consumir analgésicos para poder dormir tranquilos o soportar los próximos días.
Un claro ejemplo de que el pasar de los años deja mella es la calvicie, de forma patética consumimos infinidad de vitaminas, lociones, enjuagues y shampoo que la mercadotecnia nos exhibe como benéficos para conservar cada uno de nuestros folículos pilosos en su lugar; conforme se nos empiezan a notar las entradas, bueno algunos ya tenemos salidas, exigimos al peluquero cortes que las disimulen, drásticamente cambiamos de peinado según el lado que empiece a despejarse, embarramos cada cabello de tal forma que nuestra cabeza se asemeja a un madeja de estambre. Seamos sinceros y reconozcamos que la única fórmula que detiene la caída del pelo es el suelo.
Los que padecemos ciertas enfermedades crónicas degenerativas como consecuencia de seguir al pie de la letra el slogan incluido en la comida chatarra que degustábamos por allá en las décadas de los setentas y ochentas, que recomendaba consumir a diario leche, carne y huevos; el médico para mantenernos saludables nos restringe ciertos “alimentos” que a la larga afectan el organismo, pero, ¿cómo vas a dejar de disfrutar las delicias del aceitoso chicharrón, el suculento pozole o evitar saborear esas tostadas de pata y cuero fritas en manteca? Para ello a diario digerimos infinidad de pastillas que gustosamente cada mes nos receta el galeno, entonces, ¿para qué acudir a la cita médica?
Con el transcurrir de lustros y que posteriormente se convierten en décadas el género masculino sufre una metamorfosis en sus gustos por el sexo opuesto, en la adolescencia experimentaba diversos sueños húmedos con señoras maduritas, al llegar al climaterio para reafirmar su vigencia en el plano sexual -y por ende el atractivo-, busca tener relaciones ahora con féminas de menor edad, es decir, entre más joven sea ésta su hombría será más sólida.
En este tesonero afán por conservar vigente la virilidad recurre al desmesurado consumo de pastillas azules, que algunas veces el único músculo que paran es el corazón, también a métodos para abatir la disfunción eréctil recomendados por exfutbolistas brasileros, y que por cierto causan molestias estomacales. Pasada la vorágine del consumismo y dándose cuenta que los años no pasan de largo, que se van acumulando en el cuerpo, queda un vacío interior, el anciano se siente frustrado por su realidad y auto engañado por los impulsos de su propio ego.
Es en este lapso cuando uno debe decidir si es el momento de aprovechar la experiencia y dar las zancadas más rápidas para llegar a la meta jubilosos llenos de entusiasmo por el tiempo que ya se vivió aceptando sus límites o pensar que seguimos siendo viejos con cuerpos de jóvenes, para lo cual no hay que olvidar que aunque el anciano se tiñe las greñas a la moda, ruco se queda.
Dominio popular
Muchas veces es tanta la preocupación por que la edad no se note que recurrimos a diversos métodos como las cremas antiarrugas, tintes para el cabello, inyecciones de botox y hasta las más peligrosas cirugías estéticas; todo esto con tal de reafirmar esa jodida inseguridad que la necesidad de aceptación social nos impone. Una cosa es segura, podemos engañar las apariencias más el estuche con el transcurrir de los años se va desgastando, nos vamos volviendo achacosos; es un hecho que las actividades cada vez las desempeñamos con mayor lentitud, los reflejos disminuyen y somos cada mes más torpes que en el pasado, llegando el día en que desesperamos a quienes nos rodean.
Todo ese asunto radica en el empeño por aparentar los años que no se tienen, es obvio que nos sintamos orgullosos cuando alguien nos elogia por que lucimos más joven de nuestra edad real, pero al intentar realizar cierta actividad que invierte algún esfuerzo físico nuestro cuerpo nos restriega el elogio denotando algunas veces incapacidad, dificultad, pesadez e impotencia; pero a sabiendas de que somos observados ese mismo orgullo hace que realicemos un esfuerzo a pesar de que en la noche antes de acostarnos tengamos que embalsamar los músculos y tendones lastimados con ungüentos y consumir analgésicos para poder dormir tranquilos o soportar los próximos días.
Un claro ejemplo de que el pasar de los años deja mella es la calvicie, de forma patética consumimos infinidad de vitaminas, lociones, enjuagues y shampoo que la mercadotecnia nos exhibe como benéficos para conservar cada uno de nuestros folículos pilosos en su lugar; conforme se nos empiezan a notar las entradas, bueno algunos ya tenemos salidas, exigimos al peluquero cortes que las disimulen, drásticamente cambiamos de peinado según el lado que empiece a despejarse, embarramos cada cabello de tal forma que nuestra cabeza se asemeja a un madeja de estambre. Seamos sinceros y reconozcamos que la única fórmula que detiene la caída del pelo es el suelo.
Los que padecemos ciertas enfermedades crónicas degenerativas como consecuencia de seguir al pie de la letra el slogan incluido en la comida chatarra que degustábamos por allá en las décadas de los setentas y ochentas, que recomendaba consumir a diario leche, carne y huevos; el médico para mantenernos saludables nos restringe ciertos “alimentos” que a la larga afectan el organismo, pero, ¿cómo vas a dejar de disfrutar las delicias del aceitoso chicharrón, el suculento pozole o evitar saborear esas tostadas de pata y cuero fritas en manteca? Para ello a diario digerimos infinidad de pastillas que gustosamente cada mes nos receta el galeno, entonces, ¿para qué acudir a la cita médica?
Con el transcurrir de lustros y que posteriormente se convierten en décadas el género masculino sufre una metamorfosis en sus gustos por el sexo opuesto, en la adolescencia experimentaba diversos sueños húmedos con señoras maduritas, al llegar al climaterio para reafirmar su vigencia en el plano sexual -y por ende el atractivo-, busca tener relaciones ahora con féminas de menor edad, es decir, entre más joven sea ésta su hombría será más sólida.
En este tesonero afán por conservar vigente la virilidad recurre al desmesurado consumo de pastillas azules, que algunas veces el único músculo que paran es el corazón, también a métodos para abatir la disfunción eréctil recomendados por exfutbolistas brasileros, y que por cierto causan molestias estomacales. Pasada la vorágine del consumismo y dándose cuenta que los años no pasan de largo, que se van acumulando en el cuerpo, queda un vacío interior, el anciano se siente frustrado por su realidad y auto engañado por los impulsos de su propio ego.
Es en este lapso cuando uno debe decidir si es el momento de aprovechar la experiencia y dar las zancadas más rápidas para llegar a la meta jubilosos llenos de entusiasmo por el tiempo que ya se vivió aceptando sus límites o pensar que seguimos siendo viejos con cuerpos de jóvenes, para lo cual no hay que olvidar que aunque el anciano se tiñe las greñas a la moda, ruco se queda.
miércoles, 12 de agosto de 2009
Divas de oficina
“Nunca falta alguien así”, solía decir una tía para referirse a las actitudes que ciertos individuos ponen de manifiesto ante el desarrollo de sus funciones o actividades; lo anterior es citado a raíz de que hace unos días fui a resolver ciertos pendientes administrativos en un conocido complejo; además me parece absurdo que en un sitio donde se jactan de la eficiencia en sus servicios tengan sillas para que los clientes esperen su turno.
Al llegar, la recepcionista con una amplia sonrisa en sus carminados labios y con voz de telefonista de hotel de cinco estrellas preguntó cuál era la intención de la “visita” a ese concurrido lugar; una vez explicadas las razones de mi estancia ahí, amablemente con su bien cuidada mano derecha señaló el departamento al que debía acudir, así como el nombre del servidor público que atendería el caso.
En esa oficina una secretaria de imagen pulcra antes de asegurarme si el licenciado “perenganito” se encontraba, hizo una serie de preguntas tipo careo judicial; con la información obtenida, se puso de pie y me dijo con voz de recluta desvelado, “por favor, espere un momento, voy a comunicarle al responsable su situación”. Transcurridos cinco minutos se abre la puerta del privado donde el servidor público atiende a las personas, entre sonrisas, guiños y uno que otro chascarrillo sale la secretaria para decirme que en veinte minutos me recibirán.
Mientras las manecillas del reloj de pared indicaban que los veinte minutos habían llegado a su fin, mi ánimo empezaba a inquietarse, por un lado ya me había enfadado el clásico sonidito del Messenger cada nueve segundos que emitía la computadora, al igual que las pinches llamadas telefónicas de la secretaria a sus conocidos para intercambiar mitotes y lo peor es que al parecer entre más jocosos eran me miraba de reojo como si yo fuera participe de ellas y querría dar mi punto de vista en relación a esos temas.
A los cuarenta minutos hace su arribo el personal de intendencia con escoba, trapeador y cubeta en manos dispuesto a realizar sus labores, mientras barre bromea con ella, como si fuera otro objeto más me pide levantar los pies para limpiar el sitio que ocupo, igual lo hace cuando trapea, y casi adivino que me refresca la memoria de mi santa madre cuando los bajo después haber pasado el trapeador, ¿acaso quiere que sea un contorsionista o practique yoga?
Diez minutos más, llega un vendedor ambulante y nos ofrece fruta picada, ella compra una ración que le agrega mucho limón aderezado con chile en polvo, de pronto arriba al lugar un sujeto impecablemente vestido, al parecer es muy importante pues la mecanógrafa hace reverencias casi de hinojos, coge el teléfono para contactarse con su jefe, el sujeto inmediatamente ingresa al privado, mientra sigo aquí como dice la canción, arrepentido de no haber adquirido algo de la fruta, pues el hambre empieza a surtir sus primeros estragos sobre mi estómago.
Quince minutos después el individuo sale del privado con el supuesto servidor público, el cual le tiene puesto su brazo derecho sobre la espalda de éste, por fin lo conozco, ni me voltea a ver haciéndome sentir como Sam Wheat, el personaje de la película “Ghost”; a su regreso se dirige con la oficinista para preguntarle que pendientes tiene, mientras ella me señala le expone mi caso, sin mirarme dice “dile qué espere un momento”, pasa a su privado y cierra la puerta a sus espaldas. A los tres minutos suena el interfono, una vez colgado el auricular la mujer con una sonrisita indica la puerta y me pide que ingrese con su jefe.
En el interior el tipo se encuentra sentado en su cómodo sillón ejecutivo frente a él una enorme pantalla plana de computadora, sin despegar la vista de ésta pregunta, ¿Qué se le ofrece? Aspiro de forma profunda rogando a la paciencia fuerza de resistencia, empiezo con la letanía de mis asuntos, mientras el tipo escribe sobre el teclado, de nueva cuenta escucho el sonidito del Messenger, lo cual me hace dudar entre si se encuentra tomando nota de lo que le voy diciendo o está enfrascado en una charla virtual. De pronto suena su celular, al cerciorarse de quién es la llamada sin pedir disculpas se pone de pie y da la media vuelta para contestarlo, empieza a alzar la voz como especie de reprimenda; después de cinco minutos se sienta y por la frente a pesar de lo frío del clima artificial escurre una ligera gota de sudor, noto entre las mangas de su saco sastre lamparones de humedad producto de su transpiración ocasionada por la elevada presión arterial que se generó.
Exasperado abre un cajón de su escritorio y extrae ciertos papeles, los coloca sobre el cristal que protege el mueble, me dice que para darle solución a lo mío necesito cubrir todos los requisitos que ahí se indican, por lo tanto debo llenarlos y regresar con ellos más tarde. Con franqueza creo que eso fue lo peor, más de cortesía que por ánimo agradezco “sus atenciones” y salgo del asfixiante sitio. Para colmo de males al abandonar el lugar la secretaria exclama, “¡Qué tenga un excelente día!”, haciendo un esfuerzo por aflojar las mandíbulas balbuceo “Igualmente, gracias”.
Me preguntó, ¿qué culpa tiene uno de toparse con burócratas tan ineptos? Sólo porque gracias al azar del destino estos tipos ocupan puestos que les concedió el nepotismo o compadrazgo. Quienes pagamos las consecuencias somos los que menos la debemos, líbranos Dios de personas así. Dicen que una computadora quita del empleo aproximadamente a diez personas, si son sujetos que valen la pena en su trabajo, ¡que pena! Pero si se trata de diez próceres sindicalizados. ¡En hora buena!
Al llegar, la recepcionista con una amplia sonrisa en sus carminados labios y con voz de telefonista de hotel de cinco estrellas preguntó cuál era la intención de la “visita” a ese concurrido lugar; una vez explicadas las razones de mi estancia ahí, amablemente con su bien cuidada mano derecha señaló el departamento al que debía acudir, así como el nombre del servidor público que atendería el caso.
En esa oficina una secretaria de imagen pulcra antes de asegurarme si el licenciado “perenganito” se encontraba, hizo una serie de preguntas tipo careo judicial; con la información obtenida, se puso de pie y me dijo con voz de recluta desvelado, “por favor, espere un momento, voy a comunicarle al responsable su situación”. Transcurridos cinco minutos se abre la puerta del privado donde el servidor público atiende a las personas, entre sonrisas, guiños y uno que otro chascarrillo sale la secretaria para decirme que en veinte minutos me recibirán.
Mientras las manecillas del reloj de pared indicaban que los veinte minutos habían llegado a su fin, mi ánimo empezaba a inquietarse, por un lado ya me había enfadado el clásico sonidito del Messenger cada nueve segundos que emitía la computadora, al igual que las pinches llamadas telefónicas de la secretaria a sus conocidos para intercambiar mitotes y lo peor es que al parecer entre más jocosos eran me miraba de reojo como si yo fuera participe de ellas y querría dar mi punto de vista en relación a esos temas.
A los cuarenta minutos hace su arribo el personal de intendencia con escoba, trapeador y cubeta en manos dispuesto a realizar sus labores, mientras barre bromea con ella, como si fuera otro objeto más me pide levantar los pies para limpiar el sitio que ocupo, igual lo hace cuando trapea, y casi adivino que me refresca la memoria de mi santa madre cuando los bajo después haber pasado el trapeador, ¿acaso quiere que sea un contorsionista o practique yoga?
Diez minutos más, llega un vendedor ambulante y nos ofrece fruta picada, ella compra una ración que le agrega mucho limón aderezado con chile en polvo, de pronto arriba al lugar un sujeto impecablemente vestido, al parecer es muy importante pues la mecanógrafa hace reverencias casi de hinojos, coge el teléfono para contactarse con su jefe, el sujeto inmediatamente ingresa al privado, mientra sigo aquí como dice la canción, arrepentido de no haber adquirido algo de la fruta, pues el hambre empieza a surtir sus primeros estragos sobre mi estómago.
Quince minutos después el individuo sale del privado con el supuesto servidor público, el cual le tiene puesto su brazo derecho sobre la espalda de éste, por fin lo conozco, ni me voltea a ver haciéndome sentir como Sam Wheat, el personaje de la película “Ghost”; a su regreso se dirige con la oficinista para preguntarle que pendientes tiene, mientras ella me señala le expone mi caso, sin mirarme dice “dile qué espere un momento”, pasa a su privado y cierra la puerta a sus espaldas. A los tres minutos suena el interfono, una vez colgado el auricular la mujer con una sonrisita indica la puerta y me pide que ingrese con su jefe.
En el interior el tipo se encuentra sentado en su cómodo sillón ejecutivo frente a él una enorme pantalla plana de computadora, sin despegar la vista de ésta pregunta, ¿Qué se le ofrece? Aspiro de forma profunda rogando a la paciencia fuerza de resistencia, empiezo con la letanía de mis asuntos, mientras el tipo escribe sobre el teclado, de nueva cuenta escucho el sonidito del Messenger, lo cual me hace dudar entre si se encuentra tomando nota de lo que le voy diciendo o está enfrascado en una charla virtual. De pronto suena su celular, al cerciorarse de quién es la llamada sin pedir disculpas se pone de pie y da la media vuelta para contestarlo, empieza a alzar la voz como especie de reprimenda; después de cinco minutos se sienta y por la frente a pesar de lo frío del clima artificial escurre una ligera gota de sudor, noto entre las mangas de su saco sastre lamparones de humedad producto de su transpiración ocasionada por la elevada presión arterial que se generó.
Exasperado abre un cajón de su escritorio y extrae ciertos papeles, los coloca sobre el cristal que protege el mueble, me dice que para darle solución a lo mío necesito cubrir todos los requisitos que ahí se indican, por lo tanto debo llenarlos y regresar con ellos más tarde. Con franqueza creo que eso fue lo peor, más de cortesía que por ánimo agradezco “sus atenciones” y salgo del asfixiante sitio. Para colmo de males al abandonar el lugar la secretaria exclama, “¡Qué tenga un excelente día!”, haciendo un esfuerzo por aflojar las mandíbulas balbuceo “Igualmente, gracias”.
Me preguntó, ¿qué culpa tiene uno de toparse con burócratas tan ineptos? Sólo porque gracias al azar del destino estos tipos ocupan puestos que les concedió el nepotismo o compadrazgo. Quienes pagamos las consecuencias somos los que menos la debemos, líbranos Dios de personas así. Dicen que una computadora quita del empleo aproximadamente a diez personas, si son sujetos que valen la pena en su trabajo, ¡que pena! Pero si se trata de diez próceres sindicalizados. ¡En hora buena!
Suscribirse a:
Entradas (Atom)