miércoles, 26 de agosto de 2009

El tiempo, ese compañero fiel de la vida

Me van a volver histérico las agujas del reloj.
Se burlan de mí, corren al sprint con mi torpe corazón.
La Orquesta Mondragón.

Hace unas épocas mi sobrina a la edad de seis años, y como ustedes saben esa inquieta edad del ser humano es la de los porqués, con cierto aire de inocencia cuestionaba sobre la invención del tiempo; la madre y el padre al verse imposibilitados ante el asedio de que cada respuesta generaba a su vez una nueva pregunta, decidieron hacerme partícipe de tan ilustre y didáctica actividad considerando que debido a mi perfil docente tengo el deber de disipar las dudas, ¡óigame, ese jodido estereotipo la verdad nos amoló! Uno muchas veces tiene el deber, más no la capacidad.

En el afán de no defraudar a la nueva generación familiar, hurgué en lo más recóndito de mi cerebro ideas sencillas y que precisaran a la vez el tema, intentando diseñar una especie de epítome. Mi breviario lo inicié explicando como lo hubiera hecho la narradora de cuentos infantiles Milissa Sierra; por cierto hace unas semanas regalé a mis sobrinitos de 4 y 8 años una colección de discos compactos con los cuentos y fábulas de esta excelente narradora, y ni siquiera se inmutaron, después de escuchar el primero de ellos el mayor con cara de fuchi exclamó “¡qué aburrido, tío, mejor vamos a jugar con el Wii!”.

Regresando al tema del delicado asunto de hacer entender a una menor el concepto del tiempo, inicié diciéndole: Érase una ciudad rutinaria donde todos sus habitantes vivían en armonía y santa paz, el horizonte cada día pintaba de azul celeste el cielo, las aves volaban y cantaban en los jardines; precisamente en esa ciudad tranquila había un hombre que se aburría y desesperaba porque su vida era tan monótona gracias a depender para casi todas sus actividades del reloj; sintiose enfermo y fue a consulta médica.

El galeno una vez hecho la revisión de rutina le prohibió estrictamente el uso del reloj de pulsera y todos los que tuviera en casa, pues a causa de la presión que él mismo ejercía en relación con el tiempo había dañado su corazón ocasionándole una arritmia; al llegar a su hogar hizo algo fantástico, tomó un pesado marro, colocó sobre una mesa de acero su despertador y lo hizo añicos, después cogió el de pared e hizo lo mismo, así sucesivamente con todos los que tenía, cada vez que destruía los aparatos sentía que su corazón se iba descongestionando y respiraba con mayor facilidad, en otras palabras lo inundaba un profunda satisfacción que lo tranquilizaba.

Mientras disfrutaba de la actividad su memoria recordaba cuando a la edad de cuatro años su papá como regalo de cumpleaños le obsequió un relojito con la imagen de Mickey Mouse, en donde las manecillas eran sus brazos y al girar emulaban cierto movimiento aeróbico, que resultaba gracioso.

Su padre le explicó el funcionamiento de este extraño artefacto y a partir de ese momento todo lo medía en relación a él, la hora en que iniciaba el programa favorito del televisor, cuando consumían sus respectivos alimentos, el inicio, duración y conclusión del recreo; lo más triste fue darse cuenta que no todos cumplían con el horario que cronometraba el suyo, es decir, que cada quien tenía pequeñas, medianas y grandes diferencias. Por ejemplo muchas veces sus minuteros indicaban la hora de término de la jornada escolar y la dirección sonaba el timbre mucho después, las funciones del circo, cine y cualquier espectáculo iniciaban con varios minutos de atraso, lo cual generaba cierta ansiedad, que con el transcurrir de los días se iba convirtiendo en nerviosismo.

En la adolescencia fue cuando inició su martirio, pues el despertador le daba verdaderos dolores de cabeza, sonando cuando el sueño era tan placentero, le causaba también miles de discusiones con sus novias, pues a veces éstas por estarse maquillando, peinando o cambiando de ropa, no llegaban puntuales a las citas, lo cual le obligaba a cambiarlas por otras cual vil objeto; se desesperaba porque el calendario no avanzaba más aprisa para llegar a la mayoría de edad y poder ser considerado un adulto, otras veces transcurrían tan rápido los días que le alcanzaban las fechas en que tenía que entregar los trabajos escolares, resultando angustioso y estresante.

Siendo ya adulto al estar ejerciendo su profesión no podía escaparse de la influencia que el horario de la vida ejercía sobre su persona, puntualidad en las reuniones laborales, la hora de ingreso, salida y las que nunca su jefe consideraba, las horas extras; en sí, para él, cada hora, minuto y segundo significaba intentos, fracasos y éxitos.

Se le hacían escurridizo los días que convivía con su familia cada fin de semana, lo poco que duraban las vacaciones, lo ingrato de ir envejeciendo cada año, pues la edad con el transcurrir de los días cada vez desgastaban su cuerpo; igual descubrió como las pasiones y sentimientos con el acontecer diario pueden transformarse del amor al odio o viceversa.

Cuando acabó de destruir todos sus relojes deslindándose de su tiranía se cercioró que en el momento de desempeñar tan relajante ejercicio, muchos habían nacido, otro montón disfrutaban de sus ceremonias nupciales y miles pasaban a mejor vida, y él ni en cuenta, era como si en ese lapso hubiese dejado de existir para el mundo, gracias a su particular método de ignorarlo.

La niña haciendo una mueca de angustia exclamó, ¡todo eso causa el tiempo! Tratando de tranquilizarla parafraseé a Serrat argumentando, por eso hay que vivir todos los días como si fueran domingos y gozarlos con los que te quieren como si fuera el último.

Hoy ella ya no es tan niña, tiene 16 años, vive a tope las horas de cada fecha en su calendario, algunas veces sujeta a las reglas que las agujas del reloj le imponen, otras le vale un comino; mientras su tío observa preocupado como los años de vida se le escurren cual agua entre los dedos y le pesan las horas que pasa dormido sin hacer nada de provecho.

miércoles, 19 de agosto de 2009

Injusticia de la vida

“Amor yo no quiero llegar a viejo, ven y estírame el pellejo.”
Dominio popular

Muchas veces es tanta la preocupación por que la edad no se note que recurrimos a diversos métodos como las cremas antiarrugas, tintes para el cabello, inyecciones de botox y hasta las más peligrosas cirugías estéticas; todo esto con tal de reafirmar esa jodida inseguridad que la necesidad de aceptación social nos impone. Una cosa es segura, podemos engañar las apariencias más el estuche con el transcurrir de los años se va desgastando, nos vamos volviendo achacosos; es un hecho que las actividades cada vez las desempeñamos con mayor lentitud, los reflejos disminuyen y somos cada mes más torpes que en el pasado, llegando el día en que desesperamos a quienes nos rodean.

Todo ese asunto radica en el empeño por aparentar los años que no se tienen, es obvio que nos sintamos orgullosos cuando alguien nos elogia por que lucimos más joven de nuestra edad real, pero al intentar realizar cierta actividad que invierte algún esfuerzo físico nuestro cuerpo nos restriega el elogio denotando algunas veces incapacidad, dificultad, pesadez e impotencia; pero a sabiendas de que somos observados ese mismo orgullo hace que realicemos un esfuerzo a pesar de que en la noche antes de acostarnos tengamos que embalsamar los músculos y tendones lastimados con ungüentos y consumir analgésicos para poder dormir tranquilos o soportar los próximos días.

Un claro ejemplo de que el pasar de los años deja mella es la calvicie, de forma patética consumimos infinidad de vitaminas, lociones, enjuagues y shampoo que la mercadotecnia nos exhibe como benéficos para conservar cada uno de nuestros folículos pilosos en su lugar; conforme se nos empiezan a notar las entradas, bueno algunos ya tenemos salidas, exigimos al peluquero cortes que las disimulen, drásticamente cambiamos de peinado según el lado que empiece a despejarse, embarramos cada cabello de tal forma que nuestra cabeza se asemeja a un madeja de estambre. Seamos sinceros y reconozcamos que la única fórmula que detiene la caída del pelo es el suelo.

Los que padecemos ciertas enfermedades crónicas degenerativas como consecuencia de seguir al pie de la letra el slogan incluido en la comida chatarra que degustábamos por allá en las décadas de los setentas y ochentas, que recomendaba consumir a diario leche, carne y huevos; el médico para mantenernos saludables nos restringe ciertos “alimentos” que a la larga afectan el organismo, pero, ¿cómo vas a dejar de disfrutar las delicias del aceitoso chicharrón, el suculento pozole o evitar saborear esas tostadas de pata y cuero fritas en manteca? Para ello a diario digerimos infinidad de pastillas que gustosamente cada mes nos receta el galeno, entonces, ¿para qué acudir a la cita médica?

Con el transcurrir de lustros y que posteriormente se convierten en décadas el género masculino sufre una metamorfosis en sus gustos por el sexo opuesto, en la adolescencia experimentaba diversos sueños húmedos con señoras maduritas, al llegar al climaterio para reafirmar su vigencia en el plano sexual -y por ende el atractivo-, busca tener relaciones ahora con féminas de menor edad, es decir, entre más joven sea ésta su hombría será más sólida.

En este tesonero afán por conservar vigente la virilidad recurre al desmesurado consumo de pastillas azules, que algunas veces el único músculo que paran es el corazón, también a métodos para abatir la disfunción eréctil recomendados por exfutbolistas brasileros, y que por cierto causan molestias estomacales. Pasada la vorágine del consumismo y dándose cuenta que los años no pasan de largo, que se van acumulando en el cuerpo, queda un vacío interior, el anciano se siente frustrado por su realidad y auto engañado por los impulsos de su propio ego.

Es en este lapso cuando uno debe decidir si es el momento de aprovechar la experiencia y dar las zancadas más rápidas para llegar a la meta jubilosos llenos de entusiasmo por el tiempo que ya se vivió aceptando sus límites o pensar que seguimos siendo viejos con cuerpos de jóvenes, para lo cual no hay que olvidar que aunque el anciano se tiñe las greñas a la moda, ruco se queda.

miércoles, 12 de agosto de 2009

Divas de oficina

“Nunca falta alguien así”, solía decir una tía para referirse a las actitudes que ciertos individuos ponen de manifiesto ante el desarrollo de sus funciones o actividades; lo anterior es citado a raíz de que hace unos días fui a resolver ciertos pendientes administrativos en un conocido complejo; además me parece absurdo que en un sitio donde se jactan de la eficiencia en sus servicios tengan sillas para que los clientes esperen su turno.

Al llegar, la recepcionista con una amplia sonrisa en sus carminados labios y con voz de telefonista de hotel de cinco estrellas preguntó cuál era la intención de la “visita” a ese concurrido lugar; una vez explicadas las razones de mi estancia ahí, amablemente con su bien cuidada mano derecha señaló el departamento al que debía acudir, así como el nombre del servidor público que atendería el caso.

En esa oficina una secretaria de imagen pulcra antes de asegurarme si el licenciado “perenganito” se encontraba, hizo una serie de preguntas tipo careo judicial; con la información obtenida, se puso de pie y me dijo con voz de recluta desvelado, “por favor, espere un momento, voy a comunicarle al responsable su situación”. Transcurridos cinco minutos se abre la puerta del privado donde el servidor público atiende a las personas, entre sonrisas, guiños y uno que otro chascarrillo sale la secretaria para decirme que en veinte minutos me recibirán.

Mientras las manecillas del reloj de pared indicaban que los veinte minutos habían llegado a su fin, mi ánimo empezaba a inquietarse, por un lado ya me había enfadado el clásico sonidito del Messenger cada nueve segundos que emitía la computadora, al igual que las pinches llamadas telefónicas de la secretaria a sus conocidos para intercambiar mitotes y lo peor es que al parecer entre más jocosos eran me miraba de reojo como si yo fuera participe de ellas y querría dar mi punto de vista en relación a esos temas.

A los cuarenta minutos hace su arribo el personal de intendencia con escoba, trapeador y cubeta en manos dispuesto a realizar sus labores, mientras barre bromea con ella, como si fuera otro objeto más me pide levantar los pies para limpiar el sitio que ocupo, igual lo hace cuando trapea, y casi adivino que me refresca la memoria de mi santa madre cuando los bajo después haber pasado el trapeador, ¿acaso quiere que sea un contorsionista o practique yoga?

Diez minutos más, llega un vendedor ambulante y nos ofrece fruta picada, ella compra una ración que le agrega mucho limón aderezado con chile en polvo, de pronto arriba al lugar un sujeto impecablemente vestido, al parecer es muy importante pues la mecanógrafa hace reverencias casi de hinojos, coge el teléfono para contactarse con su jefe, el sujeto inmediatamente ingresa al privado, mientra sigo aquí como dice la canción, arrepentido de no haber adquirido algo de la fruta, pues el hambre empieza a surtir sus primeros estragos sobre mi estómago.

Quince minutos después el individuo sale del privado con el supuesto servidor público, el cual le tiene puesto su brazo derecho sobre la espalda de éste, por fin lo conozco, ni me voltea a ver haciéndome sentir como Sam Wheat, el personaje de la película “Ghost”; a su regreso se dirige con la oficinista para preguntarle que pendientes tiene, mientras ella me señala le expone mi caso, sin mirarme dice “dile qué espere un momento”, pasa a su privado y cierra la puerta a sus espaldas. A los tres minutos suena el interfono, una vez colgado el auricular la mujer con una sonrisita indica la puerta y me pide que ingrese con su jefe.

En el interior el tipo se encuentra sentado en su cómodo sillón ejecutivo frente a él una enorme pantalla plana de computadora, sin despegar la vista de ésta pregunta, ¿Qué se le ofrece? Aspiro de forma profunda rogando a la paciencia fuerza de resistencia, empiezo con la letanía de mis asuntos, mientras el tipo escribe sobre el teclado, de nueva cuenta escucho el sonidito del Messenger, lo cual me hace dudar entre si se encuentra tomando nota de lo que le voy diciendo o está enfrascado en una charla virtual. De pronto suena su celular, al cerciorarse de quién es la llamada sin pedir disculpas se pone de pie y da la media vuelta para contestarlo, empieza a alzar la voz como especie de reprimenda; después de cinco minutos se sienta y por la frente a pesar de lo frío del clima artificial escurre una ligera gota de sudor, noto entre las mangas de su saco sastre lamparones de humedad producto de su transpiración ocasionada por la elevada presión arterial que se generó.

Exasperado abre un cajón de su escritorio y extrae ciertos papeles, los coloca sobre el cristal que protege el mueble, me dice que para darle solución a lo mío necesito cubrir todos los requisitos que ahí se indican, por lo tanto debo llenarlos y regresar con ellos más tarde. Con franqueza creo que eso fue lo peor, más de cortesía que por ánimo agradezco “sus atenciones” y salgo del asfixiante sitio. Para colmo de males al abandonar el lugar la secretaria exclama, “¡Qué tenga un excelente día!”, haciendo un esfuerzo por aflojar las mandíbulas balbuceo “Igualmente, gracias”.

Me preguntó, ¿qué culpa tiene uno de toparse con burócratas tan ineptos? Sólo porque gracias al azar del destino estos tipos ocupan puestos que les concedió el nepotismo o compadrazgo. Quienes pagamos las consecuencias somos los que menos la debemos, líbranos Dios de personas así. Dicen que una computadora quita del empleo aproximadamente a diez personas, si son sujetos que valen la pena en su trabajo, ¡que pena! Pero si se trata de diez próceres sindicalizados. ¡En hora buena!

miércoles, 8 de julio de 2009

A quien corresponda, sea correspondida

El origen del texto que a continuación les presento fue planeado para rendir homenaje a una profesora que por sus acciones se ganó mi aprecio y simpatía, como ustedes saben cuando uno compra ropa después de probarnos las prendas casi siempre quedan pequeños detalles que hay que corregir como las mangas o el talle, a diferencia de cuando vamos con algún sastre para que nos elabore la ropa, ésta nos queda de forma exacta, a la medida, espero con este escrito convertirme en costurero y hacerle un vestido a la talla de tan ínclita persona.

De forma común en mí, el día de la ceremonia de despedida, preferí ocultarme en el anonimato, apeñusqué el escrito entre las manos y adopté el papel de espectador, pues consideré redundante mi intervención, y peor aún sin ser invitado, más ahora creo que es el momento que vea la luz pública.

Hoy no es un día más, es una fecha sólo para una persona, pero también es un día menos de que no estará aquí en lo que llegó a considerar su segundo hogar, nuestro bachillerato. Maestra sin grado que con agrado ejerció la docencia, partidaria de la memoria y enemiga del olvido, pues tomó como bandera la nostalgia, motivo por el cual no encajaba algunas veces en su gusto las cosas que con prestancia impone la moda; por el correr de los años fue ahorrando su tiempo en el banco del ensayo y el error hasta comprar la savia experiencia que compartió contigo, conmigo y con ustedes.

Amiga de las letras y conjugaciones, en donde daba lo mismo leer verso y prosa al igual que canciones; Juan José Arreola y Carlos Fuentes pronto el polvo los cubrirá en esa añeja y solitaria biblioteca, pues quien daba crédito a su escritura ya no va estar, lo que sin lugar a dudas desperdiciará o posiblemente enlate su lectura, reduciendo así a los nuevos estudiantes a unos cuantos textos lo escaso de su cultura.

Ya no etiqueta a las personas, pues ese es oficio de críticos, simplemente en lo que una vez dijo manifestó su mayor humildad y una cierta verdad sin maquillaje, a pesar de no gustar lo mordaz de sus comentarios a más de alguno hizo reflexionar, prueba de ello es la jocosa sonrisa que me hacía exclamar al escuchar de su aguda voz aquello que del prójimo solía decir.

Los estudiantes no fueron su amor platónico, más bien quiso a quien más le quiso; más si me a trevo asegurar que entre sus amores se encuentra la docencia. Que sin opulencia en su andar cansado recorrió las aulas de este plantel no tan sagrado, compartiendo a complacencia su vasta experiencia.

Generación tras generación puso su granito de arena para evitar que sus pupilos cayeran en alguna degeneración, más ahora que ya no está, la jubilosa moda y la airosa publicidad barata les arrebatan a los putativos hijos que un día fueron prolijos de su orgullo profesional.

Siempre nos ha querido, nos ha respetado, nos ha pagado el doble de lo que le pedíamos, pues como ustedes saben, resulta a veces tan difícil intentar salir ileso de la magia frente a un grupo de estudiantes que nos mantiene preso y que sin caer en el escarnio nos da factura de satisfacción.

No imagino a tan notable dama sentada frente una ventana en su hogar viendo la vida pasar, pues desde su perspectiva una existencia así no es digna de ser vivida; pues entre sus planes no esta el envejecer sin dignidad, la jubilación no le quita agallas a la profesión que fue y es de su talla, por lo tanto así la recordaremos siempre.

Más a pesar de los años le puedo asegurar que con y sin ella frente a las aulas, las discotecas seguirán llenas y las bibliotecas permanecerán vacías. Y es que como una vez lo dijo “la intolerancia nace de la ignorancia, pero se cura con la lectura”, he aquí ese granito de arena que solía sumar a nuestra cultura.

Pero seguro estoy que a pesar de su retiro y eso es lo que en ella admiro seguirá peleando hasta el último día por abatir la ignorancia ya no frente a sus pupilos sino ante sus nietos; pues de su boca un día le oí decir que no existe herramienta más noble ante las adversidades de la vida que la pluma, lo que se escribe jamás se olvida, perpetua es y ante tal confrontación los educadores habremos de ganar.

Por eso hoy, mañana y siempre le deseo que sea muy feliz, si alguna vez caminado por la vereda nos llegamos encontrar, por favor preste atención a José Alfredo, y no se agache ni siga de frente haga un alto para estrechar su mano, pues la amistad nunca se encajona, y aprovecharé el momento para agradecerle profesora Ramona el compartir su vida docente con nosotros sus colegas y amigos.

miércoles, 1 de julio de 2009

Sólo los solos

Si me he quedado solo, es por falta de maldad”. François George
El otro día por la colonia donde tienen su casa hubo un apagón no previsto, duramos como dos horas sin energía eléctrica, en ese lapso de tiempo en que no había televisor, ni estéreo, mucho menos luz que permitiera leer algo, conforme avanzaban los minutos empecé a bostezar y noté que tal gesto no era por hambre mucho menos de sueño, mi sorpresa resultó enorme al percatarme que estaba sintiéndome aburrido, entonces reflexione y al hacer un análisis de cual era la causante de este estado de ánimo la sorpresa incremento, pues me estaba aburriendo de mi propia persona.

Ese momento tan íntimo en donde ningún jodido distractor funcionaba pude constatar que estar conmigo mismo es tedioso y cansado, ahora comprendo a mis abnegados discípulos las horas tan pesadas que han pasado a mi lado, soportando mi agrio humor, las descabelladas improvisaciones y lo que es peor: el pseudo sarcasmo.

A estas alturas es cuando por fin entiendo esas celebres palabras de “necesito cambiar de aire, ya me estoy cansando”, pues si es tal el tedio de vivir a diario con uno mismo que resulta pertinente evadirnos, dejar de hacer las pinches actividades de siempre, aquello que nos identifica como seres únicos e irrepetibles, razón por la cual recurrimos a la invención de otro yo que sea lo bastante agradable, no sólo para estar a gusto consigo, sino que también agrade a los demás y lo mandamos de Tour a algún sitio en donde no sea tan fácilmente identificable.

Una cosa que nunca podremos evadir es la razón de la naturaleza, pues desde que nacemos llegamos solos a este planeta, claro con excepción de los gemelos pero como es sabido con el paso de los años ya no se soportan, la realidad de la vida es que en soledad vinimos a este mundo y en soledad vamos a ser sepultados en cierta fecha desconocida, amenos de que no sea en un sismo y quedemos varios bajo los escombros será a solas nuestra muerte.

Algunos purgamos la ingrata condena de intentar conocernos a nosotros mismos, pero la verdad somos víctimas de nuestro propio engaño, muchas veces de lo bien que vivimos ni siquiera nos damos cuenta lo mal que estamos. Es tan severo el autoengaño que en repetidas ocasiones llegamos pensar que somos un manojo de virtudes positivas, que a todos les agradamos, les puedo asegurar que cinco personas que han convivido conmigo pueden decir de forma atinada como soy en realidad y por obvias razones si les llegara a escuchar opinar eso, reaccionaría molesto e incómodo a la vez por sus comentarios.

El ser humano a lo largo de la vida hace infinidad de intentos por no estar sólo, en su faena por no estar apartado de nadie ha inventado la radio para tener a quien escuchar, el teléfono, televisor, el noviazgo y lo más terrible el matrimonio, basta recordar la tanática frase protocolaria de la ceremonia religiosa católica de “hasta que la muerte los separe”, para erizar los vellos.

El matrimonio es una excusa estúpida que hemos inventado para gozar de la compañía de alguien, para Immanuel Kant casarse es comparable a realizar un arrendamiento de los genitales, donde las parejas reclaman como propiedad el uno del otro por el simple hecho de haber firmado un papel; El Ginebrino Jean-Jacques Rousseau una vez escribió que “la naturaleza ha hecho al hombre feliz y bueno, pero la sociedad lo deprava y lo hace miserable”.

Parejas que se han llenado de tantas cosas, pero siguen teniendo hambres, continuos vacíos existenciales pero hacen la mimesis de ser felices como aprobación de sus semejantes. Han convertido a su cónyuge en un simple “cumple-caprichos”, una extensión de sus propias nostalgias, el eterno suplidor de las deficiencias maternales, y, a veces, en un déspota, que no llena las expectativas que se tenían. La contraparte o media naranja en el transcurso de compartir el mismo espacio y con el descubrimiento del verdadero carácter se empieza a convertir en eternos dolores de cabeza, en los problemas que se suman a los que factura el empleo, en esperanzas frustradas, en llantos contenidos que se derraman al llegar a los límites de su propia necedad.

Es precisamente en este sentir cuando aquella unión que se juró eternidad sentimental, nunca leyó en la letra pequeñita del contrato que existía fecha de caducidad y que no habían puntos suspensivos; entonces llega la anorexia de besos que trae consigo una bulimia pasional por otras personas distintas a la de siempre, se rompe el convenio de permanecer juntos, volviendo a su soledad y al hartazgo de estar con ellos mismos, lo cual les motiva a pesar de los descalabros cuando se sienten sin nadie a encenderle de nueva cuenta una veladora a San Antonio para que les ponga enfrente el anhelado amor de su vida, que con el transcurrir de los años será el mismo cuento repetido.

Otra deplorable excusa por el disfrute de acompañamiento, que desde mi particular opinión resulta peor que la anterior es el engendrar hijos y creer que son propiedad o patrimonio de la perpetuidad de una generación; mi abuelo se atrevió a afirmar que los hijos son prestados, únicamente se nos está permitido darles alimentación, vestirlos y calzarlos hasta cierta edad, y ejemplificaba el hecho de que las aves al percatarse que sus crías pueden volar, las dejan a su propia voluntad, y como una muestra palpable del fracaso cuando se llegan a considerar a los críos como una posesión, narraba los casos de Pinocho el de Carlo Lorenzini y Almendrita o Pulgarcita de Hans Christian Andersen.

Así que la próxima vez que se encuentre más solo que Dios, realice un viaje interno, considerando aquello que una vez expreso Goethe, “no conocemos a los hombres cuando vienen a vernos: tenemos que visitarlos a ellos para averiguar cómo son”, esto significa que mediante esta introspección debemos realizar una disección en busca de nuestra parte maligna e intentar fumar la pipa de la paz con el lado oscuro que nunca percibimos nosotros pero que los demás bien que lo conocen, pues como dice un proverbio Libanés “Si el camello pudiera verse su joroba, se caería al suelo de vergüenza”.

miércoles, 24 de junio de 2009

Seduciendo vírgenes electorales

Es época de elecciones por donde quiera que uno voltee ve mantas alusivas ya sea para promocionar el voto o para promoverlo a favor de algún partido político, coches con calcamonías referentes a los nombres abreviados de los contendientes electorales, ¡hágame el favor, como si uno los conociera de siempre! Muros pintados sin caer en el graffiterismo. Vuelve lo patético de las bien armadas campañas de desprestigio entre los aspirantes, como es el acusarse de gángsters y echarse excremento mutuamente, lo cual me recuerda a las riñas que durante la infancia sostenía con otros chicos; el aluvión de gorras, playeras de algodón tipo túnica y alimentos provenientes del gasto público que se despilfarra de forma siniestra.

Por doquiera se escucha a personas discutiendo a favor o a contra de equis afiliación partidista, una absurda labor de convencimiento que la verdad es pura palabrería de sordos, es como si los ciegos se golpearán entre sí, es decir, nadie va lograr que se acepte un punto de vista común.

En estos comicios se tuvieron que acortar las fechas de campaña debido a la contingencia sanitaria, lo que significó menos tiempo de verle la fisonomía al candidato que nos repugna con su forzada sonrisa, de escuchar los corajes y ataques que desacrediten a los contendientes, menos tiempo de soportar las calvicies, bigotes tipo zapatistas y maquillaje a granel de los aspirantes a algún puesto público. Lo que sí se multiplicaron como conejos fueron los encuestadores y sus tediosos instrumentos, que al fin de cuentas son pura especulación, así como las estadísticas que arrojan, y por cierto cubren espacio privilegiado en los periódicos, con su tendencioso sentido; la verdad estos estudios no sirven de nada, son más bien un vulgar termómetro y lo que enuncian no se considera un fiel reflejo de las urnas electorales.

Muchas felicidades a todas esas personas que lograron tramitar su credencial de elector a tiempo, algunos la actualizaron, otros tal vez la estarán estrenando este cinco de julio, y espero también estrenen su cerebro votando de forma consciente por la persona que nos beneficie a todos en lugar de cruzar toda la boleta anulándolo. Esos primerizos que imagino han de ser nuestros adolescentes ojalá que no lo hayan hecho por mera presunción y moda o simplemente para que los dejarán ingresar al antro, rentar películas pornográficas en videoclubes chafas o tener acceso al table dance.

En nuestro estado son los jóvenes entre 18 y 45 años quienes integran el 40% del padrón electoral y también son los que menos participación tienen en los referéndums; pues algunos especialistas consideran que los mayores a 30 años tienen definido el sentido de responsabilidad e incluso cuentan con afiliación partidista o simpatizan con el contendiente que logra convencerlos. Mientras los que se ubican entre 18 hasta 29 años no les llama la atención el acudir a ejercer su derecho ciudadano, sumándose a las estadísticas del abstencionismo.

Estas vírgenes electorales como los consideró alguna vez una revista de circulación nacional porque para algunos es su primera vez que votan, también los llegamos a clasificar de inexpertos, faltos de criterio, es más, hasta de inmaduros, pero creo que los subestimamos, pues tienen claro que su aportación por cualquier partido va a tomarse en cuenta, saben con certeza de que por vez primera entraran en el juego democrático.

Además la persona no necesariamente tiene que ser analista o alcanzar un alto grado de intelectualidad para comprender la política; cualquiera que se dé un tiempo antes de votar para revisar minuciosamente las propuestas de los que se postulan a ocupar un puesto público podrá identificar quién quiere que sea el gobernador, presidente o diputado de nuestra entidad, y por ende ser el partido dominante durante los últimos años. Además si alguien le pregunta sobre ese delicado asunto del voto sabrá abordarlo y dar su modesta aportación.

Como sabemos desde preescolar y los niveles educativos subsecuentes el individuo en nuestro país recibe una formación cívica y ética donde le son inculcados el amor a la patria al igual que se adentra en el conocimiento de sus derechos y obligaciones como ciudadano, y a pesar de esto, votar es un proceso de escasa carga moral. Si a ello se le agrega el estereotipo de que el sujeto que llega a enfrascarse con el poder termina convirtiéndose en una especie de Rey Midas a la inversa, pues todo lo que toca lo convierte en una masa oscura y maloliente; lo cual sin lugar a dudas influye para que se llegue a considera el elegir a candidatos como algo corrupto o de dar el gane a quien no lo merece.

Por otro lado votar es un deber de todos, para que uno pueda ir ejercer este derecho y obligación, el país invierte una buena cantidad que se gasta en cada campaña política de las diversas agrupaciones; dependiendo de cada estado es la variación del costo del voto, es muy fácil saber cuanto cuesta nuestro voto, basta dividir el monto designado para el gasto electoral a los partidos políticos entre el actual padrón de electores, lo que significa que si el día de las elecciones acuden pocos a las urnas el coste del voto se incrementará.

Basta recordar que en las pasadas elecciones presidenciales el coste del voto nacional se aproximó a los sesenta mil pesos, el equivalente a lo que recibe cada mes una institución de atención pública; entonces si no acudimos a realizar nuestro voto indudablemente estaremos afectando la economía del país.

Si las elecciones se te hacen estúpidas, una perdida de tiempo o los candidatos petulantes y faltos de criterio, hay que considerar una cosa, que en toda nuestra vida no tendremos más opciones que decidir por las que se nos presenten, y para algunos efebos es la primera de todas las que tendrán a lo largo de su desarrollo como personas civilizadas. Hay que ser optimista y no defraudarnos porque alguno de los servidores públicos electos nos decepcionan, a pesar de no saber conducir automóvil y ni siquiera mi vida la sé manejar, aún espero el Volkswagen que hace años cierto postulante nos prometió.

miércoles, 17 de junio de 2009

Escuela aburrida escuela

Como profesor lo que más me deprime en clases es que a mitad de la sesión un alumno bostece tipo león enjaulado, eso para mí es un indicador de que la comunidad estudiantil se está aburriendo con los soliloquios que personificamos en las aulas, y si a ello le agregamos que la mayoría de los jóvenes están embarrados en los pupitres como si se estuvieran derritiendo, algunos otros tienen los clásicos cordones umbilicales que penden de sus orejas conectados al reproductor de mp3 camuflado entre sus ropas, unas cuantas damitas terminan su manicure o engrosan sus labios con el carmín frente el hipnótico espejo de bolsillo que tanto las seduce, ufff... el panorama luce terrible.

Es muy común en las escuelas del nivel medio superior que los estudiantes participen más en los momentos de bromas y chascarrillos entre cada pausa que se suscite durante el avance de la cátedra, que al abordar el contenido programático; lanzamos la pregunta sobre tal tópico de alguna materia escolar, y es seguro que de tanto silencio que se genera a raíz de ella se escuche el sonido del viento como en las películas de vaqueros, caso contrario cuando algún ocurrente narra cierta anécdota alusiva al tema con tintes picaresco, todo mundo se calla y hasta interactúan con él.

Entonces, ¿es necesario recurrir a organizar un despelote o imitar a algún comediante tipo Jim Carrey para hacer atractivas las clases? Siendo honesto en mis inicios docentes cometí el grave error de aparentar ser simpático, buscaba ejemplos burdos y ridículos, que por obvias razones terminaron ridícularizando mi imagen profesional, por otro lado a más de algún estudiante ofendía, pues no faltaba quien tuviera un pariente cercano que se asemejara a lo descrito. Como resultado de tal actitud, me faltaron al respeto, coseché infinidad de motes y alguna que otra reprimenda por parte del personal directivo.

Diversos expertos en el tema atribuyen tal actitud de los educandos a la etapa del desarrollo en la que se encuentran, pues según señalan el fenómeno del aburrimiento en la escuela se pone de manifiesto en la pubertad, gracias a los cambios físicos y mentales que trae consigo el adaptarse a un nuevo mundo académico, que en este caso es el bachillerato.

Esto significa que el proceso de adaptación de la secundaria a la preparatoria muchas veces es otro de los factores que influyen para que ocurra un descenso motivacional que impacte en el desempeño escolar; en las instituciones de educación media superior ya no existe nadie que vigile su comportamiento fuera de las aulas, igual dentro del salón muchos colegas docentes se hacen de la vista gorda con las actitudes fuera de lo normal que algunos estudiantes pongan de manifiesto, con tal de aparentar ser el buena onda.

También muchas veces este aburrimiento crónico repercute en el cristal de la motivación hacia el estudio, el cual se ve empañado por la pésima trayectoria académica de ciertos discípulos, por ejemplo aquellos que generan experiencias negativas con los contenidos escolares, disputas con profesores o entre sus propios compañeros de grupo, y que con el paso del tiempo se traducen en un rotundo fracaso, el cual es difícil de superar o al menos persistir por alcanzar el éxito. Entonces la escuela y los que la integramos nos volvemos para esta variedad de alumnos un tedio, que poco a poco se convierte en suplicio gracias a la terquedad de algunos padres de familia que los obligan a asistir a los espacios educativos, y como dice el dicho, una manzana putrefacta tiende a podrir a las otras.

Con el fracaso a cuestas el alumno considera irremediable su bajo desempeño, es más, lo percibe como algo incontrolable que no tiene sentido de mejora, entonces resulta en vano ocupar un recinto escolar fingiendo atención, elemento que más trabajo resulta de obtener, pues en su cerebro se fraguan temas de otro índole descartando por completo el académico.

Razón por la cual uno como docente debe de competir con los eventos estudiantiles de corte social que se propongan, como lo es fugarse de la escuela para asistir al cine o en el peor de los casos evadir la clase del profesor perenganito porque cansa; y después de transcurrir los minutos alguno de ellos dirá: “ya me estoy aburriendo de no hacer nada, vamos a la escuela a divertirnos con los otros”, y ahí van a incomodar a los que si tienen deseos de estar aprendiendo.

Para estos alumnos resulta más atractivo un desfile por las principales calles de la ciudad con las hermosas y sensuales candidatas a reinas de la belleza del plantel, que estar ocupando un incómodo sitio observando como un señor se siente el mas docto del lugar y pacta con Morfeo para que sus escuchas pestañeen por unos cuantos minutos.

Más, ¿qué sucedería si los estudiantes conscientes de su bajo desempeño buscarán la causa de todos sus males escolares? Tal vez descubrirían que les hace falta desarrollar cierta habilidad para el estudio, la cual se podría recuperar mediante algún método o técnica de aprendizaje, o probablemente sea producto de cierto hábito, costumbre etcétera que les afecta su rendimiento y entonces la modificarían a su favor.

Y uno como profesor qué debe hacer, ¿mantenerse al margen? Expertos recomiendan que los docentes tienen la obligación de informar a sus discípulos sobre las deficiencias que de acuerdo a la asignatura que imparte han detectado, con el propósito de que una vez que estén enterados de ellas las puedan superar, lo cual influirá en la imagen positiva del docente, además de fomentar la confianza y autoestima del estudiante en las clases.