miércoles, 27 de mayo de 2009

Buscar lo encontrado

Recuerdo que durante mi infancia por ver toda la barra de caricaturas del Tío Gamboín frente al televisor estuve a punto de que me salieran hemorroides, pues horas y horas permanecía sentado sobre el suelo, imagino que al terminar de ver la programación las nalgas estarían más rojas que el trasero de un mandril. Por cierto era molesto que un viernes de cada mes interrumpieran las caricaturas de “Tom y Jerry” para poner un segmento dedicado a los Partidos Políticos, a un sujeto de escasos ocho años qué jodidos le van a interesar esas cochinadas de los adultos.

Entre cada bloque de dibujos animados era común que salieran fotografías de personas perdidas y una voz varonil que decía: “canal Cinco al servicio de la comunidad”, para luego empezar a describir los rasgos físicos de los desaparecidos, además casi nunca repetían a los sujetos de tantos que había, algunos tenían hasta año y medio de que no se sabía nada de ellos, otra característica común es que en su mayoría todos eran capitalinos o de las inmediaciones al D.F., rara vez pude ver a un paisano; como decía el abuelo.“sólo un pendejo aborigen se extraviaría aquí, pues es tan chico nuestro estado que lo puedes recorrer caminando de un extremo a otro en dos días”. Por supuesto que ese comentario data de la década de los ochentas, antes de que exageráramos en la reproducción de bebés justificando que es por el clima y diéramos inicio a invadir territorios de reptiles y aves para fincar nuestras casas.

Es penoso que en la actualidad ya no se hable de personas perdidas, ahora son secuestrados, llegan a nuestra bandeja de correo electrónico mensajes alusivos a infantes clasificados de esta forma, esto significa que en el presente Peter Pan puede llegar a ser considerado como un secuestrador, pues los niños que habitan con él la “Tierra de Nunca Jamás” dejarían de lado el mote de perdidos para pasar a ser denominados como raptados de acuerdo a ese lenguaje que la publicidad de nuestro país ha generado, y al eterno adolescente en mallas verdes de seguro lo estarían acusando diversas asociaciones públicas que actúan en beneficio de la niñez hasta de pedófilo.

Ahora los que se consideran como extraviados son las mascotas, razón por la cual resulta común toparse en las calles con fotostáticas de pequeños avisos rudimentarios y artesanales con la foto y características de la raza canina o felina del animalito perdido; me atrevo a asegurar que a lo mejor algún triste dueño de mascota en su desesperación no descarta la posibilidad de que se trate de un secuestro e imagina a unos tipos con la complexión física de los cómplices de la malvada Cruella DeVil, plagiando cachorritos o mininos, posteriormente hacerle llamadas anónimas para ultimar detalles sobre el monto del secuestro y la operación de entrega.

Gracioso resultaría que en las cápsulas sobre personas perdidas o secuestradas que en párrafos anteriores se hicieron mención ahora también exhibieran sabuesos y micifuz, así que para no quedar exento y en cumplimiento del deber civil y ciudadano expongo el siguiente aviso:

Se solicita la amable colaboración de todos los lectores para tratar de localizar un trozo de vida que deje ir, se trata de varios años, no de un simple mes como le aconteció a Joaquín Sabina con abril. Se busca sujeto de robusta figura que nunca se preocupa por equidistar las calorías de sus alimentos, de cachetes tipo Corn Pops, caminar lento y encorvado cuya edad oscila entre los 16 y 25 años. Viste playera con estampado de Robert Smith de The Cure, pantalón de mezclilla deslavado y con remiendos entre las piernas, choclos de lona con lamparones por la suciedad acumulada y desgastados de la suela; abundante cabello ensortijado y con patillas de rockero obligado.

Suele ser sinvergüenza y degenerado por la presión de su generación, rebelde de causa perdida por lo ridículo de sus ideas, su pasión son los perdedores pues le motivan a superarse a diario, sus amigos son los locos, borrachos y ladrones, cuando experimenta que su corazón empieza a enamorarse, como las aves, emigra de ese nido; no porta ni un centavo, es más ni siquiera utiliza cartera pero es feliz.

La última vez que se le vio fue en un puesto de cassettes piratas en el tianguis con una bicicleta tísica del óxido, y desde entonces se ignora su paradero. Si usted lo encuentra deambulando por las calles de la nostalgia, por favor pídame que me reúna conmigo lo más rápido posible. ¡Me urge! Pues he dejado de ser él, convirtiéndome en un viejo terco y aburrido que gracias a esta crisis de los cuarentas dudo algunas veces de mi proceder actual.

miércoles, 20 de mayo de 2009

Las horas de oscuridad

Son las dos con quince minutos en la madrugada de un día cualquiera, llevo más de hora y media despierto, fantaseando que en algún momento voy a quedar dormido, el sueño se fue de pinta gracias al ruido provocado por el festejo de los vecinos de al lado, ¡sólo a ellos se les ocurre hacer fiesta entre semana! Cuatro cincuenta de la mañana suena el despertador, como un resorte me levanto no sin antes darle un manotazo al interruptor del reloj para que deje de sonar su taladrante chillido.

Cinco y cuarto hago mis aeróbicos mentales, de pronto un grito tipo sirena de ambulancia me vuelve a la realidad, sigo sentado en la cama con la mirada perdida y cavilando, gracias a mi mujer por recordarme que mi imaginación está más despierta que mi estado físico; al meterme a la regadera el cálculo por termar el agua falla, los primeros 25 litros están para congelar carne, al tratar de moderarlo se pone tan caliente que experimento lo que los pollos sienten al primer hervor. Una vez enjabonado el chorro empieza a disminuir hasta quedar un hilillo y luego desaparecer, resulta que por un descuido olvidé pagar la cuenta y la cortaron precisamente hoy, de forma rauda voy al patio y con el agua de la pileta me quito la espuma a plena intemperie, cuando me estoy secando de forma violenta empiezo a estornudar, ahora sólo falta que haya contraído gripe.

Seis con catorce minutos aparezco frente al espejo con la misma cara de ayer, empuño el rastrillo y la navaja al tratar de darme la primera afeitada me corta, con ardor y sufrimiento termino de hacerlo y al ponerme la loción imito a Kevin McAllister de la película “Home Alone” con el tremendo grito de dolor. Seis veinticinco cerrando el último botón de mi guayabera éste se desprende, al no contar con tiempo suficiente para colocarlo de nuevo me fajo y trato de ocultarlo. Seis menos treinta al ingresar a la cocina muevo el interruptor de la luz y el foco no ilumina, señal de que se fundió, tomo un cerillo y enciendo la estufa la flama del quemador hace honor a su nombre sobre mis dedos, huele a cabello quemado son los vellos de mis manos.

Seis treinta y cinco echo sobre el sartén un par de huevos, la yema se revienta y todo queda hecho un collage; de forma imprudente al llevarme un bocado mancho la camisa de salsa, mi mujer está ya sacando el coche y no me he cepillado los dientes, corro al lavabo a hacerlo, precisamente ahí se me ocurre la brillante idea de quitarme la mancha con agua y jabón de tocador, como ustedes saben la camisa queda como mapamundi de tanto lamparón.

Seis con cuarenta, soy torturado con el sonido de un claxon que repetidamente suena, y la voz de mi pareja diciendo: “Apúrate que se hace tarde”; seis cuarenta y cinco velozmente subo al auto y al cerrar la puerta tan fuerte ocasiono que el cristal se afloje quedando chueco, con justificada razón me llaman la atención. Seis cincuenta el congestionamiento de autos hace la vida más lenta, haciendo alarde de imprudencia infinidad de automovilistas se pasan el semáforo en rojo, mientras el frío que entra por mi ventana cala hasta los huesos, de nuevo estornudo y experimento un ligero escurrimiento nasal que es detenido gracias a la ayuda de un pañuelo desechable.

Siete exactas faltan tres cuadras y llegamos, gracias a la desvelada bostezo al hacerlo se le ocurre a un insecto introducirse por mi boca llegando a la faringe, comienzo a toser hasta expulsarlo, lo escupo pero me deja la sensación de que continua aún ahí, esto se vuelve un ligero ardor en mi garganta que conforme transcurren los minutos me empiezo a poner afónico. Lo peor tengo clase a primera hora, ¿cómo diablos le voy a hacer para impartirlas con el tono de voz así?

A estas alturas a pesar del cepillado con la pasta dental de menta mi boca tiene un ligero sabor a centavo egipcio; siete y cinco al bajar del carro no logro cerciorarme de que el jardinero acaba de regar y piso un charco el lodo salpica el pantalón caqui y moja el interior del zapato hasta llegar al calcetín, la humedad empieza a sentirse por toda la planta del pie dejando un efecto helado; de pronto experimento un molesto cosquilleo por la garganta y emito una combinación entre estornudo y tosido que no logro descifra a que categoría de enfermedad respiratoria pertenece.

Siete con diez ingreso al aula percibo un aroma a gel y hormona, miro a los estudiantes muy bien arreglados, copetes parados de rostro brillosos por la acumulación de grasa y acné me reciben con una sonrisa y saludan amablemente, este es el primer aliento de frescura, encuentro que en todos esos inocentes jóvenes existe suficiente energía e ilusión para sacudir mi mala vibra, entonces me digo que a pesar de los malos tiempos, algo tienen de bueno.

miércoles, 13 de mayo de 2009

El Virus de la Duda

Aquellos que leen mis intentos de columna, ya se habrán dado cuenta de los defectos y torpezas que cometo al redactar, igual han podido percibir que no me agrada abordar temas que son tan actuales que todo mundo habla de ellos, considero que si lo hago estaría pecando de oportunista y correría el riesgo de ser víctima de mi propia ignorancia, pues existen personas que son expertas en el ramo que de seguro serían los propicios para tratarlos mejor con su sapiencia.

A qué va todo esto, simplemente es porque en los días que llevamos acosados por la mala influencia de la influenza, hemos vivido momentos aciagos, me da pena aceptarlo pero cuando los medios informaban que sólo se había manifestado en el Estado de México y Distrito Federal, nosotros bien a gusto, nos tocábamos, acudíamos a restaurantes, cines, antros, etc., lo malo fue cuando la contingencia sanitaria se hizo a nivel nacional; de forma abrupta fueron apareciendo casos en distintos estados y el nuestro no quedó exento. Es más, creo que hasta la tierra también se contagió, recordemos ese enorme estornudo del 27 de abril.

Debido a la ignorancia empezaron las especulaciones, con ojos desorbitados veíamos en los diversos canales televisivos de noticias cómo se contagiaban las personas e incluso se hablaba de muertes; nuestra costumbre de tocarnos por cualquier motivo el miedo nos la empezó a erradicar, los saludos y toda forma de contacto físico con otro semejante era algo indebido, poco a poco comenzamos adoptar el saludo de los apaches. De tanto lavarme las manos he llegado a emular el comportamiento obsesivo-compulsivo del excéntrico magnate Howard Hughes, pues a pesar de hacerlo de forma constante siempre tengo la incertidumbre de si en realidad las traigo limpias.

Cuando por fin habíamos encontrado nuestra tabla de náufragos en el cubrebocas y nos sentíamos seguros, un conocido comentarista de noticias haciendo alarde de su habilidad de reportero en televisión nacional exhibía lo inútil que resultaba el utilizarlo como “protección” ante la infección. Incluso hoy se dice que los de un color son más resistentes que lo de otro, lo cierto es que siguen agotados en las farmacias al igual que las presentaciones de vitamina “C” y el gel antibacterial.

Resultaba patético observar en el televisor como en un canal privado que repite las noticias cada hora, sus presentadores con amplia sonrisa ofrecían estadísticas nefastas sobre el avance del contagio en nuestro país, demostrando al mundo entero que los mexicanos éramos los culpables de su proliferación gracias a la negligencia de las personas por sus malos hábitos de higiene; además de hacer de Perote Veracruz el sitio más temido.

Con toda esta negra publicidad empezó a proliferar entre la gente una nueva cepa de racismo, ahora todo aquel que estornudaba, tosía, tenía escurrimiento nasal o su voz era algo afónica se convertía en un ser repudiado y non grato; ¿Por qué tanta escandalosa admiración del trato otorgado a nuestros paisanos por los chinos, si el enemigo está en casa?

Basta de tanta ridiculez, estamos conscientes de los daños colaterales que produce esta epidemia, pero poner un cerco a todas las personas sin antes estar seguros si padece la enfermedad; me atrevo asegurar que más de alguno ha experimentado la curiosidad por observar la apariencia real de un portador del virus o ya de perdida ver el cortejo fúnebre de una víctima, prueba de ello es que según la encuesta Mitofsky, el 94% de los mexicanos no conoce físicamente un caso, entonces es seguro que el morbo provoque tales actos inhumanos.

Es una lástima que el dolor ajeno lo hemos llegado a considerar como una forma de entretenimiento, gracias a programas de televisión en donde exhiben como actos circenses la crudeza infrahumana, lo cual de tanto observarla nos va haciendo insensibles, ¿qué sucede cuando lo vivimos en carne propia? Honestamente no nos gusta y queremos que nadie se entere, como dice la canción “que nadie sepa mi sufrir”.

En el periodo de contingencia sanitaria como una especie de terapia que sirviera de analgesia para el sistema nervioso por iniciativa propia decidí venir a la oficina a continuar con mis labores administrativas, de lo solitario que se encontraba todo el inmueble me sentía como en la versión post apocalíptica de la novela de ciencia ficción de Richard Burton Matheson, “I Am Legend”, temeroso aguardaba el ataque de los zombies antes de que terminará el alba; y el caminar por las avenidas traían a mi memoria viñetas del inicio de la película “Vanilla Sky”.

Un campo que saturaba a diario con datos sobre el virus de la influenza humana fue la Internet, aproximadamente 1, 690, 000 páginas en español lo abordan, y en nuestro país 17.1 millones de individuos tienen acceso a la Web, lo que significa que cada quién puede generar su propia versión; ciertos correos electrónicos señalaban que todo ese asunto es un complot político, por lo que no hay que preocuparse; si se tratase de una farsa como ahí se dice, entonces su precio es demasiado elevado. Algunos sitios indican que la mayoría de las personas lo están tomando como moda, hay que recordar la broma antihigiénica de hacer cubrebocas con diseños, así como las diversas canciones alusivas al virus A-H1N1 que circulan por la red.

Curiosamente concluida la contingencia cierto porcentaje de la gente se quito el protector de bocas y con él, el pánico y las precauciones se suavizaron, como si el virus tuviera fecha de caducidad o se rigiera por un calendario.

Cuentan que un día un sujeto se encontró con la Peste y le preguntó a dónde iba: A equis lugar - le contestó ésta – voy a matar cinco mil personas.

Pasó una semana y cuando el sujeto se volvió a encontrar con ella al regresar de su viaje le reclamó indignado: ¡Me dijiste que ibas a matar a cinco mil personas, y mataste a cincuenta mil! No - respondió la Peste. Yo sólo maté a cinco mil, el resto se murió de miedo.

miércoles, 22 de abril de 2009

Soundtrack

Cuenta la abuela que en su época había una canción llamada "Amor chiquito", era muy popular por considerarse diabólica, pues según el mito, al sonar la melodía en una vieja rocola de cantina en cierto pueblo polvoriento, una manada de cerdos que yacían retozando en su chiquero al escuchar los armoniosos acordes del tema irguiéndose sobre sus dos patas traseras emulando a los humanos empezaron a bailar, los aborígenes asustados por tal hecho relacionaron las estrofas con el mismísimo Satán al considerar a los puerquitos poseídos; a partir de ello inició una fuerte propaganda negativa en relación a la copla, pues ya nadie la quería escuchar por el miedo a ser tentados por Lucifer y tener que recurrir a los servicios de algún sacerdote para practicarse un exorcismo.

Resulta sorprendente cómo la música siempre toma connotaciones distintas según el contexto en que se escucha, para algunos es tranquilizante y a la vez onírica, mientras que para otros es fuente inspiradora de acciones que pueden ser positivas o negativas.

Por ejemplo en la antigua Roma el emperador Nerón durante su estancia en Antium, para inspirarse a componer una canción con su lira mandó a incendiar dos tercios de la ciudad romana; mientras que él, extasiado contemplaba las gigantescas lenguas de fuego y surgía en su interior la musa que le inspiraría el cántico que según expertos sirvió de pretexto para remodelar la citada metrópoli. Decenas de personas murieron en el incendio pero el sacrificio de todos estos inocentes dio a luz a una nueva fachada de Roma; tal vez Nerón tuvo una motivación divina de Apolo el dios del sol, a quien se le atribuye el diseño de la lira, que vino a opacar el sonido de la flauta y el arpa, instrumento que al ser tocado transmitía a los mortales los secretos de la vida y la muerte.

También la música ha sido utilizada como un arma intimidante, que me dicen de las mañanitas que el adolorido novio animado por los tequilas que consumió lleva a su ofendida pareja con tal de llegar a una reconciliación, imaginemos una madrugada tranquila y de pronto escuchar el desentonado guitarreo y canto del mariachi tipo berrido, ¡eso si es terrible! Existe el mito de que en la prisión de Guantánamo para torturar a los prisioneros se acondiciono una mazmorra con varias bocinas en donde durante cierto lapso de tiempo se obligaba a los internos a escuchar a altos decibeles un selecto tracklist que incluía canciones de Metallica, System of a Down y Barney, lo cual se dice producía además de humillación, cierto aislamiento sensorial; con una visita a casa de mis sobrinos basta para experimentar en mis tímpanos la experiencia de los presidiarios con las horribles melodías del dinosaurio púrpura.

Una tienda de discos compactos en su eslogan publicitario señala "La vida sin música sería un error", en contextos de dolo y muerte podría parafrasearse de la siguiente manera: "La muerte sin música sería un error"; quién no recuerda un sepelio sin la triste y necrófila balada de "La tumba será el final", "Que me entierren con la banda" y el eterno adiós con "Las golondrinas" o la triste despedida de “Amor eterno”, en fin, una fúnebre lista de canciones que acompañan a los dolientes en el sepelio de ese ser querido que se mudó al perpetuo recuerdo.

A 15 años del asesinato del candidato del PRI a la presidencia de la República, Luis Donaldo Colosio Murrieta, en Lomas Taurinas a manos del nongrato Mario Aburto Martínez, el cual actualmente purga una condena de 45 años en la prisión de Almoloya de Juárez, dicen los allí presentes que mientras se escuchaban las notas de "La culebra", interpretada por la popular "Banda Machos", el asesino apretaba el percutor del arma que dejaría inerte a tan destacado hombre, quedando guardado este hecho en la indeleble memoria de los mexicanos y haciendo de la citada canción una pieza más del repertorio caótico del cancionero oscuro de la humanidad; sin olvidar, claro está, a todos aquellos suicidas que han acompañado su deceso con música de diversos estilos, dejando un amargo sonido a sus a familiares.

Fernando Savater dice que si no existiera el sexo la muerte ni siquiera la conoceríamos, y para las artes de practicar el coito muchos tenemos nuestra propia banda sonora, una selección de canciones eróticas que acompañan el cadencioso movimiento de pelvis e inspira al intercambio de fluidos entre dos personas. Es común cuando se escucha una letra de cierta melodía relacionarla con el aspecto romántico y posteriormente circunscribirla al plano sensual; no se trata de baladas que en sí conjuguen versos obscenos con melodías tranquilas, más bien cada tema inspira en la imaginación del escucha cierta inquietud de su libido que lo lleva al limbo de sus más ocultos deseos sexuales y porque no combinarlos con el deseo acostumbrado de sudar por el simple hecho de darle gusto al cuerpo.

La música es percibida por el oído, la imaginación es la responsable de situarla en alguna parte del cerebro y a partir de ahí darle rienda suelta construyendo escenarios ficticios como pequeños cortos de película, que sin lugar a dudas se guardan como recuerdos y por obvias razones al coincidir con la realidad es evocada, por ello no es de extrañarse cuando casualmente sorprendemos a alguien haciendo alguna actividad tarareando o silbando una tonada de canción, que precisamente no es la que está de moda, es la que esa persona considera debe de sonar en el momento ideal; no hay que confundir tal situación con el enamoramiento, pues como sabemos en ese lapsus humano el individuo puede comportarse como un perfecto idiota y sentirse un ser sublime que lo mismo le da una cumbia como un bolero para recordar al ser amado.

En toda la vida la música nos acompaña, ya sea en la celebración del bautizo, cada vez que festejamos el cumpleaños de alguien y hasta en el entierro de nuestros difuntos. Así como también cada quien tiene su propia lista de música en donde pueden mezclarse melodías destinadas al culto de Afrodita, Hades y Dioniso, razones sobran para ponerle ritmo a la existencia, entonces no queda otra que seguir disfrutando de la propia banda sonora antes de que aparezcan los créditos finales.

miércoles, 1 de abril de 2009

Hoy qué pena me doy

¡Esta columna no aporta nada, por favor no la lea!
Una mañana la secretaria que atiende la oficina donde laboro como personal administrativo, amablemente me hizo el favor de pasarme una llamada telefónica a la extensión común, al levantar el auricular escuché la voz de una mujer, cuya edad por su tono de expresión calculo se aproximaba a los 35 años, al exclamar el clásico, “bueno”, la verdad no entiendo porqué todo mundo dice esa palabra cuando responde al teléfono, considero que se trata de la mala castellanización del inglés “Hello”, que en realidad significa “Hola”, y por costumbre se hizo habitual traducirla de esa pésima manera.

La abnegada dama al cerciorarse que era yo quien había contestado, me abordó diciendo “Miré usted no tengo la menor idea de porque escribe toda esa basura, sus ideas son repetitivas e insípidas, además de ser aburridas e insolentes”. Con tono tranquilo respondí, “de acuerdo señora, es su opinión y la respeto, lo tomaré en cuenta”. Entonces ella replicó con agudeza, “óigame usted, no soy ninguna señora”. Cerciorándome de su enfado le dije, “discúlpeme señorita”.

Al parecer esto la indignó más y con gritos recalcó, “a usted no le importa si lo soy o no, lo único que deseo es quejarme de lo que escribe, pues a veces es muy insultante y anticuado, su sarcasmo es grotesco y está chapado a la antigua, por favor evolucione, modernícese, lo único que denota es lo infeliz que ha de ser su forma de vida; muchas veces al intentar ser humorístico se ha pasado de absurdo y tiene la gracia de un rottweiler, pervierte a la juventud con esas soeces que redacta, a veces me pregunto si es profesor, en donde dará clases con esa pésima actitud, lo peor es que seguido intenta ser muy reflexivo, con ínfulas de intelectual, y la verdad ni sentido tiene tales intenciones, es escaso de creatividad y gracia. Considero que en un manicomio con una camisa de fuerza se vería mucho mejor”.

De acuerdo, tomaré en cuenta lo que me acaba de señalar para perfeccionarme, solamente le recuerdo que éste es un país libre, y gracias a nuestra soberanía podemos presumir que también es democrático, razón por la cual la invito a brincarse la página para así evitar el leer la columna o simplemente no pase sus ojos por el título del artículo; a lo que la mujer aseveró, “no me la saltaré nada más porque usted quiere, porque no se me da mi regalada gana, y, pues a veces lo que he leído me conmueve y hasta ha llegado a sensibilizarme”. ¿Dice usted que le conmuevo y sensibilizo? ¿Entonces para que me llamó, si al fin de cuentas me dice ahora todo lo contrario?

Abruptamente la mujer sin decir otra palabra colgó y me dejó escuchando el eterno silbido de que la línea se había cerrado, me quedé totalmente intrigado, perplejo y molesto a la vez por no haber tenido identificador de llamadas en el teléfono. Para justificar este loco momento trate de hacer un recuento de a cuantos he ofendido en mis actividades y llegué a la conclusión de que son un montón de gente, efectivamente con o sin intención he incomodado al prójimo, ya sea directa, indirecta y hasta de omisión les he faltado al respeto con mis ideas.

También una cosa es cierta, casi todo mundo se ofende de todo, pues al hacer lo que practicamos a más de alguno habremos de agraviar, es bueno que alguien se incomode, pues al hacerlo nos hace poner los pies de nuevo en la tierra, es decir, nos baja de esa nube que nosotros mismos nos creamos como escudería de defensa personal a nuestros prejuicios. Más hay que tener mucha cautela y aprender a diferenciar entre una crítica constructiva y una destructiva.

Como ustedes saben existen personas que no están de acuerdo con las ideas de uno, resulta positivo que te lo digan, y lo es aun más si además de ello te lo explican dando sus puntos de vista sobre el desacuerdo; les incomodas, pero te dicen porque, y por esas razones uno no debe ofenderse, seguro que alguno de ellos también te ha incomodado más de una vez; hay que aprender aceptar que no todas las personas van a estar de acuerdo con lo que digamos, hagamos o dejemos de hacer, todos tenemos los mismos derechos y ahí van implícito los desacuerdos, además no somos monedita de oro, ¿verdad?

Mientras la crítica destructiva es como un machete filoso, rasga a la persona, la desmenuza, está planeada para incomodar y joder de manera simultanea; las personas que las utilizan, en raras ocasiones tiene argumentos para fundamentar sus razones de la inquietud que les causamos, lanzan el zarpazo y esconden las garras; huyen por la salida fácil, y vergonzosamente se escudan en otros que sin deberla te los enfrentan. Ante este tipo de crítica uno no tiene porque enojarse, pues hay que recordar que algunas veces la boca se llena de lo que tiene el corazón, ojo, no la razón, o sea, tal actitud es más visceral que cerebral.

Entonces para que escuchar a un irrazonable, mejor a palabras necias debemos de tener oídos objetivos, que nos permitan distinguir las intenciones de esos comentarios y seleccionar lo que nos hará mejorar como persona y desechar lo que es simple envidia o mezquindad.

Es común en nuestra especie buscar razones para justificarlo todo, siempre queremos encontrar culpables para condenarlos o responsables para premiarlos. Razones que enjuician, señalan y critican con el firme propósito de hacernos sentir despejados, pues cada vez que recurrimos a tales acciones nos sentimos deshogados, tranquilos, como si lo que hicimos fue lo correcto, en pocas palabras como si nada hubiera pasado, y a veces muchos somos candil de la calle que al llegar a nuestra oscura casa ni un ápice de luz la ilumina.

miércoles, 25 de marzo de 2009

De regreso al oscurantismo

En la novela “El nombre de la rosa” del italiano Umberto Eco se describe una fábula detectivesca situada en un monasterio de la Edad Media, en donde los monjes se esmeran por conservar la sabiduría de los libros apartada de los plebeyos y a costa de la vida misma de sus propios compañeros, pues de acuerdo a su óptica éstos aún no están lo suficiente aptos para recibir tal erudición; en pleno siglo veintiuno nos hemos encontrado con personas que se dedican a la insana acción de no dar a conocer la información considerada sustanciosa a los demás, acto que quizás ellos equiparan al incauto robo del fuego a los dioses por parte de Prometeo; con los únicos que se atreven a compartir las novedades, conocimientos y datos que les resultan valiosos es con los que consideran sus camaradas, que también son igual de narcisistas o tal vez un poco peor a ellos.

Esa egoísta cultura de restringir el conocimiento a unos cuantos sólo ve la luz pública si es para beneficio personal, como el obtener un codiciado reconocimiento social, una serie de beneficios económicos o para ascender de puesto laboral; tal clase de gente las podemos encontrar en el interior de un hogar, al igual que en recintos escolares, oficinas de atención pública, y cualquier parte donde confluya la información.

Su actuar pude simplificarse así, te sabes la receta de un platillo exquisito, pues ni madres que dices cómo se hace o cuáles son los ingredientes, eso sí, te regocijas de orgullo cuando alguien exclama lo sabroso que está, igual que tú, lo ha hecho el Coronel Harland Sanders con su pollo a la Kentucky Fried Chicken, el farmacéutico John Pemberton, junto con el empresario Asa Griggs Candler con la fórmula de la gaseosa Coca Cola. Qué decir del compañero de clase que jamás comparte sus apuntes escolares, acaso teme que le destituyan del cuadro de honor otro que es un tipo desaliñado y menos pulcro que él o de una supuesta inferior inteligencia.

Cuando los motivos son mercantiles, se justifica pues hay que ganarle a la competencia, pero cuando te niegas a compartir un conocimiento que te implicó varios meses aprenderlo con una persona que gracias a su capacidad cognitiva lo asimila en una hora; se transforma en envidia, producto de ese fuerte complejo de inferioridad. Entonces para qué existe la escuela, lugar donde se enseñan y aprenden los conocimientos que otros aportaron. ¿Acaso los teóricos que se instruyen en los recintos escolares se encuentran exentos de envidia?

Resulta reprobable el restringir conocimientos, sabiduría e información que podría agilizar el ritmo de vida de una escuela, oficina, negocio o familia sólo por el simple hecho de engrandecer el ego sintiéndose el que sabe más que los demás; qué pasaría si Louis Pasteur no hubiera hecho público su descubrimiento sobre la "pasteurización", infinidad de productos alimenticios no tendrían la garantía de su conservación, igual si Thomas Alva Edison se habría reservado para sí mismo el perfeccionamiento de la lámpara incandescente estaríamos en penumbras, bueno algunos lo estamos, pero es por esa jodida costumbre tipo Opus Dei de negar la sabiduría a quienes se consideran faltos de intelecto, maduración o agilidad mental.

Ocultar el conocimiento por el simple estatus de pretender saber más que los otros, es una barbarie, resulta penoso que existan personas celosas, egoístas y con aires de que el tener dominio sobre la información, los hiciera destacar de los otros, a veces en ese patético despotismo termina siendo el bibliotecario de su propia persona y nadie le otorga mérito, es decir, es y será siempre el gato del sistema o de otro que lo aprovecha para beneficio particular.

La raíz de esta situación tal vez tenga su origen en la sensibilización, ¿existe alguien que eduque en la cultura del compartir? Creo que sólo entre parientes muy cercanos, pues en sí, casi todos estamos inmersos en la cultura de la competitividad, desde pequeños nos inculcaron que siempre hay que ser mejores que otros, y por supuesto que para ser mejor que otros jamás les debemos de confiar nuestros secretos que nos hacen “socialmente mejores”, ¿acaso un mago descubre sus trucos después de cada acto? Que yo recuerde únicamente Beto el boticario y gracias a tal actitud ha sido muchas veces sancionado por el sindicato de magos.

Por lógica si uno sabe algo que podría beneficiar al prójimo, resulta necesario compartirlo, razón por la cual la cultura y los conocimientos deben de estar libres de prejuicios egoístas, pero como lo señala Carlos Ruiz Zafón en su libro “La sombra del viento”, “en la vida lo único que sienta cátedra es el prejuicio”; gracias a esas razones proliferan tantos expertos que se jactan de dominar diversas ramas del conocimiento a pesar de ser auténticos analfabetos pasivos que siguen fomentando la semilla de su ignorancia.

También es común emplear las tácticas de la filosofía del miedo, que consiste en manipular la ignorancia a favor, asustando con mitos a quienes se pretenden acercar al conocimiento, a la abuela siempre le aconsejaban sus padres que para leer la Biblia antes tenía que rezar un rosario para que se le iluminara la razón, ¡no pues mientras desempeñaba esta santa acción lo más común es que se le quitarían las ganas de adentrarse en la lectura! Tal ejemplo Hegel lo clasificaría como una reacción clásica del temor servil del siervo hacia su amo. Pero este mismo filósofo alemán asegura que de ese miedo puede suscitarse la rebelión que fomenta la revolución con propósitos de sustituir al amo por el esclavo.

El meollo del asunto de negar el saber radica entonces en que si la persona adquiere ciertos conocimientos surgirán diversas inquietudes que pondrán de manifiesto dudas sobre la verdadera capacidad y por ende la credibilidad de los que supuestamente se autonombran letrados; de ahí el deshonesto pretexto de argumentar que algunas lecturas son muy pesadas y difíciles de entender para equis edad.

Considero que para aprender en esta vida no es necesario llegar a cierta edad, pues uno puede disfrutar de la información y trasformarla en conocimiento en cualquier etapa de la vida; psicólogos norteamericanos recomiendan a los padres y madres de familia comentar las noticias, hechos y sucesos que se están manifestando en el mundo, para concientizarlos que su entorno no se limita al hogar y escuela.

miércoles, 18 de marzo de 2009

El mundo en que copiamos

Un colega docente preocupado comentaba cierto día que con eso del uso del Internet, la vida escolar era cada vez más suave, pero tan ligera que ahora las tareas de consulta se las hacen llegar hasta con anuncios, no les quitan los hipervínculos y la ruta de ubicación del sitio o referencias de la página oficial, pero lo más triste es que ni siquiera leen lo que bajan, pues con tan sólo observar el encabezado y cerciorarse que coincide con el tema a desarrollar, lo copian y pegan en el procesador de texto.

Este profesor en el último trabajo escolar les dejó a sus estudiantes hacer un ensayo sobre el video documental “Una verdad incómoda” (An Inconvenient Truth) del norteamericano Al Gore. La consigna era ver el DVD, para posteriormente hacer una crítica de acuerdo a su particular punto de vista, pedía para este ensayo cinco hojas nada más, cabe aclarar que uno corre el riesgo de ser linchado por sus propios estudiantes si llega a exceder el límite de cuartillas establecida de forma mental por ellos.

Esta vez no se trataba de leer un libro, lo que equivale a cloroformo puro, pues desde la óptica estudiantil el leer textos para una clase en particular es un acto aburrido y de hueva; se trataba únicamente de observar con detenimiento el video y sacar sus propias conclusiones; de los cincuenta ensayos recibidos un 95% eran redacciones al pie de la letra copiadas de diversos espacios virtuales en donde se hacían análisis, comentarios, críticas y síntesis del citado documental; por supuesto que hubo infinidad de bajas calificaciones y la abulia de casi todos los discípulos respecto a la asignatura y por ende sobre quien la imparte se hizo latente.

Es una pena que este ejercicio heredado por la Internet a la escuela, haga del quehacer académico de nuestros estudiantes unos embusteros, hipócritas, y mediocres; en esa forma fácil de practicar el cortar y pegar, dejan de lado el crédito intelectual de quien fue la idea original, pues con escribir su nombre a un trabajo o tarea que se bajaron de la red están cometiendo con toda le extensión de la palabra un plagio.

Dicen que se trata de la “sociedad del conocimiento”, más bien es la sociedad de la satisfacción instantánea, que funciona así, nos dejan una tarea en la escuela o realizar un trabajo en el empleo que requiera de cierta capacidad intelectual, pues lo más común es conectarte a la red, ir a un motor de búsqueda, escribir el tag de lo que interesa y por arte de la tecnología obtienes lo que otros se desgataron sus neuronas para que uno simplemente se apodere de ello y lo que es peor presentarlo como una idea original y propia.

Y así tenemos excelentes fotografías dignas ganadoras de concurso sobre tareas escolares, algunos planes y programas de estudio de ciertas carreras patito pero que deslumbran a quien desconoce su procedencia, artículos y columnistas que impresionan por la vanguardia de los temas abordados, reglamentos y cánones de empresas bien estructurados, trabajos que gracias a nuestra ignorancia, ni cuenta nos damos que no son cien porciento originales.

¿Por qué sucede esto? Simplemente es porque el ser humano por naturaleza es flojo, las cosas fáciles siempre son más atractivas que la de engorrosa dificultad, bajo tal premisa no es más simple utilizar la basta información que abunda en la red, entonces para que fueron creados los motores de búsqueda, las enciclopedias electrónicas y los comandos de copy/paste; tal parece que hemos hecho del recortar, copiar y pegar sinónimos de investigación.

De la misma forma actualmente ser autodidacta equivale a sentarse en una cómoda silla frente al monitor de la computadora y bajar la información, conocimientos e ideas de otros para tener personalidad intelectual semipropia, olvidando que muchas de las veces eso datos pueden resultar falsos o escasos de protocolos y fundamentos científicos.

Antes solíamos consultar sobre una duda a los libros, diccionarios, enciclopedias o en el más sencillo de los casos preguntarle de forma directa a quien creíamos que era docto sobre ese tema, con esa averiguación ya podíamos opinar sin miedo a equivocarnos o a parecer un pelele, más cuando alguien ponía en duda nuestra modesta aportación, decíamos, eso lo sé porque lo leí en equis libro, tal periódico o me lo comentó fulanito que es una eminencia en tal rama de la ciencia.

Una compañera profesora consciente de la situación sugería en plenaria docente que como resultaba ineludible que los alumnos obtuvieran información de sitios en línea, porque no exigíamos que si los obtenían de la red, pues de pérdida fueran de páginas gubernamentales, educativas y sin fines de lucro, es decir no comerciales, esto traería consigo descartar todos aquellos trabajos que no estuvieran dentro de las categorías antes mencionadas, plausible la aportación, pero algunos jóvenes resultan más sagaces y de seguro van a disfrazar las páginas prohibidas o simplemente no las citaran en la bibliografía alegando que son ideas propias.

¿A que nos puede llevar el indiscriminado abuso del plagio en Internet? Entre los factores que motivan a nuestro alumnos a sentirse bien en la escuela o seguir en ella es el reconocimiento de sus logros, y a sabiendas que la tecnología es su frente común, entonces sencillamente no nos queda otra más que evaluar habilidades en lugar de conocimientos, medir qué tan diestro es un sujeto en el uso buscadores en red, enfrentar entonces la calidad de elaboración de un trabajo contra rapidez, la eficacia que demuestra al hacer la pregunta correcta a un motor de búsqueda y que éste le proporcione en menos tiempo y con mayor certeza la información solicitada.

¿Esta es la ruta correcta? Creo que no, pues vamos a dejar de lado el aprendizaje propio de cada asignatura, estaremos centrándonos únicamente en las habilidades, destrezas y las competencias del uso de las TICs, y dejando de lado la recuperación de información, su interpretación y lo más importante, la reflexión o análisis del texto; existe una frase de José Ortega y Gasset que resume la importancia de la originalidad, “Si vives con ideas propias vives tu vida, más si esas ideas con las que vives son ajenas eres vivido”.