miércoles, 28 de enero de 2009

La experiencia del cine

Desde que era un infante el séptimo arte llamó mi atención, mi hermano en repetidas ocasiones me llevaba a ver películas de corta duración que en las paredes de la cancha de básquetbol de su escuela primaria proyectaban, la entrada tenía el costo de un tostón y por ese precio podías disfrutar de las divertidas travesuras del Pájaro Loco, Bugs Bunny o de ver volar a Superman sobre Metrópolis para rescatar al mundo de siniestros invasores.

Otro sitio digno de mencionarse eran los predios o lotes baldíos donde se asentaban grupos de gitanos y al anochecer sobre la superficie plana lateral de su transporte exhibían diversos largometrajes, además de deleitarnos el paladar con los exquisitos sándwich vegetarianos, pues casi no tenían carne, que nos vendían acompañados de una refrescante soda; sobre las extensas bancas de madera que nos dejaban el doloroso recuerdo de haber estado sobre ellas en nuestro coxis, fue donde descubrí al más espeluznante Hombre Lobo convertirse bajo la luz de la luna llena, ver emerger de las turbias aguas al monstruo de la Laguna Negra y como defendía a la débil damisela de los peligros del viejo oeste mexicano el intrépido y valiente Gastón Santos.

Cuando ingresé por vez primera a una sala de cine, fue algo pasmoso, primero al observar las prolongadas filas en los días de estreno, que casi siempre nos llegaban a un mes y medio de haberlo hecho a nivel nacional, embelesar el gusto con las aromáticas palomitas de maíz que se vendían en las antojadizas dulcerías; y cuando el proyector fallaba o se presentaba una sobrecarga de energía que suspendía la exhibición observar la interacción del público con un personaje que en todas las salas le llamaban “Cácaro”, mediante rechiflas e improperios que nos divertían a todos los asistentes.

A veces se multiplicaban más los insultos a la memoria de la santa madre de este personaje cuando curiosamente la cinta se cortaba en el preciso momento en que la actriz comenzaba a despojarse de sus ropas para lucir el escultural cuerpo; otro detalle era el prestar atención a algunos disgustados espectadores que solían reclamarle al termino de la función a la taquillera como si esta fuera la culpable de que la temática abordada en el film resultara un fecalismo cinematográfico.

Así mismo pude constatar como cuarenta años de campañas ecológicas se fueron al resumidero de nuestra inconsciencia, pues al final de cada función el lugar quedaba peor que un basurero municipal, con la idiota justificación de que al fin de cuentas para eso hay personal que recibe un salario por mantenerlo limpio.

En la edad de piedra que fue mi adolescencia las salas cinematográficas se convirtieron en espacios dignos para dar rienda suelta al libertinaje sexual en compañía de la novia de aquel entonces, pasando a un segundo plano el contenido fílmico, prestando más atención al evitar que algún hábil inspector nos descubriera y remitiera a las autoridades por faltas a la moral; el cine también fue una digna justificación para que el clan de amigos de aula abandonáramos la escuela con tal de ir a ver el grandioso estreno de esa semana.

Años más adelante lo utilice en repetidas ocasiones como terapia que remendaba el corazón cuando mujeres perversas me lo destrozaban, gracias al bálsamo curativo de los guiones cinematográficos que apartaban por más de dos horas mi pensamiento masoquista del amor profesado hacia esas hembras fatales.

Con el transcurrir del tiempo algunas salas sufrieron una metamorfosis, unas se transformaron en tiendas de muebles y oficinas corporativas, otras en iglesias que fomentan el amor al prójimo, las que conservan su estructura original son autenticas reservas ecológicas de fauna nociva que revisten de un pésimo aspecto a la ciudad, pero ahí siguen como inertes colosos mudos de toda aquella efervescencia que en su esplendorosa época albergaron.

Actualmente continúo acudiendo a los cines, igual que antaño no me convencen al cien por ciento los títulos que en castellano les otorgan a las películas extranjeras, gracias al avance tecnológico el Cácaro ya no existe y sólo vemos una película por el precio de un boleto, la exhibición inicia quince minutos después de la hora programada, es una rareza encontrarte una sala a tope de espectadores, y lo más decepcionante es que las actuales generaciones asisten no como auditorio sino al contrario lo transforman en sitios de esparcimiento social donde convergen sus mejores charlas en plena función, reciben un sin fin de llamadas a su teléfono móvil, las dulcerías son el restaurante ideal, motivo por el cual entran y salen a cada cinco o diez minutos obviamente entorpeciendo el regocijo a los que si vamos como espectador.

A pesar de todo cuando las luces se apagan y empiezan a escucharse los acordes de fanfarria que identifica a la compañía productora, apuro un bocado de palomitas para después engullirlas con la ayuda de un sorbo enorme de la refrescante gaseosa, como preámbulo al disfrute de una cinta, y es cuando suspiro convencido de que no hay mejor lugar para disfrutar de un filme que el cine.

miércoles, 21 de enero de 2009

Objetos olvidados

En cierta ocasión en el departamento de paquetería de una conocida tienda departamental por descuido olvidé un libro que para variar lo había adquirido en otro comercio ese mismo día, al día siguiente cuando fui a reclamarlo el responsable para hacer entrega del texto me hizo entrar en la bodega donde resguardan y clasifican los objetos que los distraídos clientes olvidamos, la sorpresa fue enorme y a la vez reconfortante pues resulta que no soy el único torpe descuidado que existe en esa tienda, al percatarme de la gran cantidad de cosas que según el empleado seguido dejan los consumidores.

Entre las cosas ahí resguardadas pude ver diez paraguas de una variedad de colores, un altero de revistas, diversos medicamentos, una cámara fotográfica, un par de guantes industriales, una docena de útiles escolares – que de seguro los dejaron a propósito, ya me figuro al estudiante justificándose: fíjese profesora que perdí mi tarea por eso no la traje-, dos calculadoras, prendas de vestir, tres cascos de motociclista, cuatro peluches, playeras de soccer que imagino fueron perdidas adrede, alguien dijo si perdió mi equipo favorito la copa, pues que también se pierda la camiseta.

Algunos de esos objetos llevan meses y nadie los reclama, a lo mejor la vergüenza impone cierto orgullo que no permite hacerlo al no aceptar la torpeza, otro motivo puede ser el poco valor que el objeto tiene sobre la persona o tal vez la amnesia del estrés cotidiano evita comparecer por él.

Lo anterior trae a mi recuerdo a aquella mujer que una vez conocí, estaba hospitalizada más de seis meses, para ella ese lapso de tiempo equivalían a largos años, en todo lo que llevaba enclaustrada en esa fría cama se había aprendido de memoria las cuatro paredes y el techo de su habitación, pues debido a lo grave de su enfermedad no podía moverse mucho, es más requería de ayuda para hacerlo, por lo tanto sus ojos eran los pies y brazos, los cuales llegaban hasta donde su visión se lo permitía; sin embargo su mente gracias a la imaginación traspasaban los gruesos muros de concreto llegando muy lejos.

Debido al cúmulo de recuerdos viaja hasta su cálido hogar, observa a su mascota que moviendo el rabo la recibe y ensaliva sus manos, el gato le ronronea y pasa suavemente su pelambre sobre sus cansadas pantorrillas; después se traslada a casa de su hijo, está vacía, pero ahí ve los objetos que seguido sacudía como una forma de agradecimiento y apoyo en las labores domésticas de la ingrata nuera, pues para ella esta anciana era un lastre que cargaba su marido gracias al estúpido complejo de Edipo, casi los toca y de pronto su cansado corazón se agita de contento abrigando la esperanza de algún día regresar y contemplar extasiada a sus nietos o que ya de perdida se acuerden que ella todo este tiempo yace en el hospital.

Sus demás hijos tan sólo la han visitado cinco horas contadas en todo el periodo que lleva ahí, no tienen tiempo pues siempre se encuentran ocupados con la vorágine de actividades que les factura el servicio laboral, acaso han olvidado que esta anciana invirtió mucho de su tiempo cuidándolos cuando eran niños, desgastó su cuerpo lavando y planchando ajeno para brindarles una vida diferente a la que ella tuvo. La nieta adolescente ha llamado tan sólo dos veces para preguntar por su estado de salud, bueno eso comenta la enfermera, y existe la posibilidad de que mienta para hacerla sentir bien.

¿Qué le resta, esperar y extrañar? Qué sucedería si la muerte le llega de pronto, todo lo que tenía por charlar con ellos no va a ser posible y tal vez entonces sí, sus familiares la recordaran y extrañaran; algunos supersticiosos neciamente recurrirán al auxilio de un médium espiritista para intentar de vana forma hablar con ella, hinchando así la cartera del impostor y quedándose vacíos como siempre lo han estado.

¿Por qué tenemos que materializar nuestro afecto cuando un calendario comercial nos lo indica? ¿Por qué siempre damos el afecto que nos sobra en lugar de dar afecto de sobra? A tales interrogantes sólo cada uno de nosotros puede dar respuesta de acuerdo a nuestra idiosincrasia, además quién esté libre de culpas que dispare el primer Gansito Marinela.

miércoles, 14 de enero de 2009

¡Alto! Dispárale, es dentista

Inicia un año más en el fiestero calendario de la beatitud, entre onomásticos y puentes vacacionales transcurrirán los días hasta completar 365, por lo que respecta a mi persona, nunca me gusta hacer propósitos, pues al final de cuentas ni me acuerdo de ellos; lo que no olvido es que en estas fechas son vísperas de mi primera visita al dentista, y ante tal suceso siempre me ocurren cosas desagradables, es como si existiera un mal karma entre este experto y yo.

Una vez después de denotar ápices de esperanza en la atiborrada sala de espera de un consultorio dental, además de enterarme del jet set nacional e internacional, gracias a la lectura obligada del “¡Hola!” y el “Tvnotas”, gozar del disfrute visual al apreciar las torneadas piernas de algunas damiselas que debido a la gentileza de lo corto de su falda motivaban más mi estancia en ese lugar en donde impera el aromático olor a eugenol que muchos profesionales de este ramo utilizan como anestésico local y cemento dental para restauraciones; llegado mi turno y al recostarme sobre el incomodo diván, cuando el odontólogo aproxima su lámpara tipo interrogatorio judicial y al colocarla frente a mi cara de pronto se apaga, con una sonrisa de disculpa me dice “señor lo siento pero creo que se fue la energía eléctrica”. Así esperamos por espacio de casi dos horas y nada, ese día no hubo electricidad, y si una gran perdida de tiempo, desahuciado dirigí mis pasos humildemente a una repostería para curar los traumas generados por tal situación.

En otra ocasión una vez colocado en el interior de mi boca el spray de xilocaina, esa sustancia amarga y desagradable que te hace sentir la boca como si fuera la de un paquidermo, repentinamente el instrumental eléctrico con el que iba a operar el médico se quemó; y ahí voy de nuevo a la calle esta vez, sin poder pronunciar palabra alguna pues al hacerlo escapaba de mis labios sin que pudiera evitarlo hilillos de saliva luciendo como un perro mastín napolitano; la última visita que hice fue un gesto heroico, resulta que la dentista angustiada me dijo que no tenía anestesia de ningún tipo, fingiendo ser muy valiente y fuerte a la vez, le dije que no había problema, que así hiciera la limpieza dental; ya supondrán el horrible dolor que soporté, pero eso sí, ninguna mueca expresé de disgusto con tal de aparentar hombría, maldito complejo de macho, esa vez por fin comprendí las frases de mi mujer en contra de esa actitud que los mexicano en repetidas ocasiones adoptamos.

Siempre me he preguntado si la fresa o turbina que utilizan para realizar su labor sopla, succiona o irriga, es más con tan sólo escuchar el espeluznante sonido que emite mis dientes se crispan, se me pone la piel de gallina y comienzo a sudar frío; además ellos quisieran que tuviéramos la boca tipo muppets, o sea, la rana René sería un excelente paciente. Al finalizar la consulta uno termina con tremendo dolor mandibular que no permite a veces ni hablar y mucho menos masticar, para colmo siempre nos piden apretar el algodón, igual de incómodo resulta el clásico lavado bucal después de la intervención ya que con eso de la escupida uno llega asemejarse a Alien, sin ser el octavo pasajero de ninguna nave espacial.

Otro dato que me inhibe con el especialista dental, es que a veces me topo con diestros en este ramo que padecen halitosis, óigame amigo hábleme de perfil o ya de perdida mastícate una menta, tienen sarro o caries –en pocas palabras no tienen la sonrisa de un campeón-, y eso honestamente dice mucho de su práctica, pues no predican con el buen ejemplo; su asistente que rara vez suele ser una atractiva mujer –bueno si uno corre con suerte-, a veces demuestra tener más experiencia en el ejercicio de esa labor que el titular al proporcionarle las herramientas propias para realizar la operación exacta sobre el paciente, y otras veces peca de inexperta al equivocarse en repetidas ocasiones llegando a ser clasificada por el propio médico como una asis-tonta.

Como resultado de mis visitas al dentista he perdido cuatro molares, tengo siete piezas con amalgama e incluso un canino está tres cuartas partes recubierto de resina, que según mi auto engañado ego me hace lucir como Pedro Navajas, y por supuesto mi cartera cada vez sin menos presupuesto, pues como se encuentra nuestra economía conforme pasa el tiempo se vuelven inalcanzables sus tarifas; mientras los muebles, remodelaciones de casa y viajes al extranjero de tales especialistas son financiados por el conglomerado de clientes que recurrimos a sus servicios.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Entre lo onírico y la realidad

Siempre he dicho que es mejor soñar despierto, más los sueños que a continuación relato ponen en duda mi realidad, pues a veces es tanta la imaginación que le imprimo a la vida que algunas veces llego a dudar sobre si lo que estoy viviendo es una quimera, una condición real o tal vez un poco peor, una pesadilla.

El primero de ellos acontece en los años noventas, en realidad esta década a mi nunca me gustó, a pesar de que tuvo sus momentos reconfortantes, por ejemplo el periodo de tregua y paz como cuando cayó el muro de Berlín y la desintegración de la URSS generando la consolidación de nuevos estados con todo y sus respectivos regimenes políticos, igual ambos sucesos sin lugar a dudas hicieron obsoletas y caducas todas las enciclopedias y las películas de espionaje así como complicarme la vida académica al tener que aprender los nombres de la Comunidad de Estados Independientes de la exunión Soviética.

Es precisamente a principios de esa década cuando me encontraba realizando mis estudios de bachillerato, entre el inadvertido olor a hormona, pero que bien se dejaba sentir en la libido generando grandes explosiones en las múltiples poluciones nocturnas y el tributo onanístico que le rendía a mi hermosa profesora de inglés, el acné haciendo lucir mi nariz de chile relleno como una asquerosa fresa putrefacta y las incontables brutalidades cometidas en el terco afán de ser alguien.

Frente al bachillerato donde hacía la mimesis de estudiante existe un enorme terreno en el cual se asentaba cada año un conjunto de gitanos, y cuando uno es adolescente es peor de curioso que los chimpancés, motivo por el cual algunos compañeros de clase y este, su inseguro servidor, continuamente acudíamos a su campamento con el propósito de contemplar a las bien dotadas hembras que formaban parte del clan. Por unas cuantas monedas las gitanas se ofrecían a leernos la mano, y mientras así lo hacían, nuestro cerebro fraguaba cual película francesa los mejores guiones eróticos al sentir el roce de su piel con la nuestra.

En una de esas visitas llevaba un propósito particular, esta vez iba a comprobar el mito, -no lo puedo clasificar como urbano pues estos sujetos son nómadas-, de que las hembras gitanas no utilizaban ropa interior, por la parte de arriba era obvio contemplar tal hecho, al observar el aleteo de las mariposas de sus tibios pechos libres, pero en la prenda de abajo había una larga falda que por un lado castraba toda razón de deducción y no permitía obtener una prueba fidedigna de tal patraña. Utilizando la argucia de la quiromancia a una de ellas le ofrecí unas monedas, gustosa la mujer se acerco, cogió mi mano derecha y empezó sus pronósticos, pasado los minutos y aprovechando que se encontraba ocupada sorpresivamente levante sus enaguas hasta poder apreciar lo que se ocultaba debajo de ellas, desde tal perspectiva pude comprobar que el mito era una realidad.

El enojo de la fémina fue tanto que con acento furibundo balbuceo unas frases en dialecto desconocido, asegurando al final de sus palabras en perfecto castellano que moriría a la edad de 51 años; a partir de ese día vivo en penitencia esperando esa fatídica fecha, siendo así un mártir de la ciencia gracias a mi noble intención por desmitificar las ficciones que los seres humanos creamos con tal de tener algo nuevo que contar. Por más que intento olvidar la sentencia engañándome de que fue un sueño, no puedo, pero bueno aún falta tiempo para que eso ocurra, mientras trataré de vivir como si fuera mi último día disfrutándolo al máximo; siempre he dicho que para sobrevivir en este mundo existen dos alternativas una es sufrir las cosas y otra es burlarse de ellas, y como ustedes se habrán dado cuenta, prefiero cada vez que se pueda optar por la segunda opción.

El segundo hecho ocurre en los inicios del siglo veintiuno una madrugada al abrir los ojos estoy acostado en una cama de hospital rodeado de dos jóvenes y una mujer de edad avanzada -que por cierto no pude verle el rostro gracias al paño que enjugaba sus lágrimas-, al ver mis manos note las arrugas y manchas de senectud, inmediatamente toqué mi cabeza para cerciorarme si a esa edad aún conservaba mi cabello, fue un alivio sentirlo, pero un sorpresa desagradable al darme cuenta que mi abdomen se encontraba lleno de tubos y mangueras, el brazo derecho conectado al suero y un marcador de pulso que como reloj de arena marcaba el latir del corazón y por ende era el cuenta gotas de mis días.

Reaccioné cuando uno de los chicos le comentó a la mujer madura, que por fin abría los ojos; de pronto ingresó a la sala una enfermera, de esas que suben la fiebre por lo bien proporcionada de su figura, y me dice “Don Marcial cómo se siente hoy”, al intentar responder inhalo aire y cierro los ojos, cuando los vuelvo abrir estoy de nuevo en mi habitación, sigo siendo el mismo, esta vez más intrigado y dando credibilidad a lo que una vez dijo Calderón De la Barca de que “la vida es un sueño”, pues a lo mejor esto que estoy viviendo es sólo un sueño más de mi verdadero yo que agoniza y tal vez es la razón que me mantiene aferrado a la vida en el lecho de muerte; así que por favor no me vengan a sonar el despertador, pues soñar para ustedes no cuesta nada, más para mi es vital.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Imágenes retro

Dime con quién andas y te diré quién eres, es un dicho popular que utilizan las personas para señalar algunas actitudes aceptables o reprobables de los individuos, para los fines que se pretenden tratar esta vez bien podría parafrasearse de la siguiente forma: “dime cómo viste y te diré quien es”, hace unos días la dueña de una conocida tienda de ropa para caballero decía que no imaginaba a un catedrático universitario impartiendo clases en jeans y camisa a cuadros; en verdad me sorprendió mucho y a la vez me angustió el saber que en repetidas ocasiones voy a la escuela arreglado de esa forma, y peor aún algunos colegas docentes lucen otros estilos de imagen que dentro del concepto de esta mujer no cuadrarían con el perfil que tiene del profesorado.

Es común imaginar a los que se dedican a ejercer la docencia y otras profesiones bajo ciertos estereotipos producto de la mercadotecnia que los medios de publicidad se han hecho cargo de infundir; prueba de ello es lo que me sucede cuando los alumnos se cercioran de que no tengo coche, pues de plano no soy un educador con cierta credibilidad pedagógica, es decir, todos los catedráticos deben de poseer un automóvil para poder considerarse como tal, ¿Cómo diablos voy a manejar un carro si ni siquiera sé manejar mi vida?

Esto me recuerda la primera vez que en una cabalgata villalvarence vi a mi profesor de dibujo con una cerveza de bote escupiendo a diestra y sin escrúpulos, también a aquella ocasión en que pude constatar la heterosexualidad del profesor de ciencias sociales al que todos tachaban de homosexual por el simple hecho de que no se había casado y ni novia tenía, llevándose al cuarto de un burdel a una bien formada sexo servidora; fue cuando comprendí que ellos también son humanos y tienen sus respectivas necesidades y aversiones.

Es un hecho entonces que la imagen proyectada por una persona en el ejercicio de su trabajo contribuye a que los demás clasifiquen en diversos tipos a esa profesión, y así nos podemos topar en el caso de la docencia con educadores elegantes y refinados por acudir a la escuela muy formal; el profesor tigre, por el sencillo hecho de siempre portar las mismas garras; el vaquerito, gracias a ir de botas y mezclilla; el diputado por traer siempre guayaberas; la Menchú, gracias a su autóctona forma de ataviarse; la caja fuerte, porque nunca se le encontraba la combinación de sus ropas; la institutriz sensual, la monja y la gitana, por razones que ya se imaginarán.

No es de sorprenderse que nuestra forma de vestir envíe diversos mensajes acerca de cómo pueden percibirnos o creen que somos, tal vez algunos sean inconscientes, pero de que los discípulos los traducen en conceptos de nosotros mismos es una realidad, ¿Cómo cuales? Para muestra que tal esos prolongados escotes que dejan entrever los torneados pechos de algunas profesoras, las diminutas faldas que al sentarse alborotan la libido de más de un pupilo o ese transparente vestido que deja ver el tanga y gran parte de las nalgas de aquella coqueta docente, así como el ajustado pantalón que como chaparreras de cowboy lucen sus anchas caderas. Y qué decir del profesor que lleva pantalón de manta sin calzones y que con los primeros rayos de luz trasluce sus genitales, el que se cree atleta y acude a la escuela de short, pants o bermuda, sin ser titular de ninguna asignatura del deporte, aquel que se siente musculoso y siempre porta camisetas ajustadas o sin manga dizque para lucir sus bíceps.

También muchos observan los accesorios que portamos, como la marca del reloj, el modelo de celular y sus respectivas funciones, la línea del automóvil y por supuesto el modelo, los equipos de sonido con que cuenta gracias a esa encantadora virtud que algunos colegas tienen de llegar al estacionamiento con el volumen a tope y escuchando los éxitos musicales del momento.

Pero no olvidemos que la mayoría de las personas pensamos del modo distinto al que actuamos, esto significa que existe una marcada diferencia entre razón y voluntad, lo que se traduce a que muchas de las veces nuestra imagen puede ser totalmente distinta a como somos en realidad, por ejemplo si alguien viste a diario elegante, no significa que se trate de un pudiente o de clase alta, igual puede suceder con quien consideramos su vestimenta como indecente y probablemente ni siquiera esté enterado de que luce de esa forma.

Cada quien es libre de elegir su estilo de vestir, pues forma parte de su propia personalidad, lo malo es cuando pretendemos imitar a alguien o queremos lucir a la moda con ropas que ni con milagros se nos acomoda, recuerde que no es casualidad que con ciertas vestimentas casuales perezcamos mamarrachos, digo no es lo mismo pretender ser metrosexual que verse femeninamente gay.
Una cosa si es segura, la impresión que demos con nuestra peculiar forma de vestir siempre quedara registrada en la memoria de los estudiantes, pues al evocar a su antigua escuela, vendrán los recuerdos del profesor con sus clásicas camisas color pastel, la que nunca usaba faldas, el que humedecía las mangas de su camisa por la transpiración, la que enseño más arriba de la rodilla y la que no mostró ni siquiera sus pantorrillas, etc. En fin una serie de recuerdos que se convertirán en horas completas de charlas envueltas de suspiros nostálgicos y añoradas épocas.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Dar es dar

El anoréxico calendario está a punto de llegar a su muerte por inanición, atrás quedó noviembre y el invertido aniversario de nuestra Revolución, gracias a la magia de los legisladores, están a la puerta las fechas en que se enternece el corazón del mexicano y como energúmeno corre a las tiendas departamentales por el regalo a sus seres queridos o mejor dicho con los que pretende quedar bien o esta comprometido de forma sentimental o social.

Decía el abuelo que cuando se es niño uno da las cosas sin la esperanza de recibir nada a cambio, simplemente se hace por cariño, respeto o admiración hacia el honrado; en estos tiempos modernos tal acción hecha por los infantes puede llegar a ser clasificada como un acto de inocencia que irradia en la idiotez.

¿Será que no entendemos el significado del concepto de gratitud? ¿Será que ignoramos su esencia? Vivimos en un medio donde lo único que importa son los méritos, es decir, si haces algo positivo obtendrás un resultado con el mismo signo, por otro lado bajo esta misma perspectiva existe la pésima costumbre de que si alguien te proporciona algo es porque quiere a cambio de ello otra cosa, que puede ser un favor comprometedor, el cual podría significar un apoyo económico, un ascenso laboral o hasta un intercambio sexual fortuito.

El orgullo muchas de las veces es otro inconveniente para demostrar la gratitud, así se pone de manifiesto en algunas instituciones que cada mes apoyan a sus empleados de forma económica con despensas, más para algunos trabajadores este hecho los hace sentir señalados al grado de percibir cierto aire denigrante por considerarlos como los necesitados; ante tal complejo de inferioridad recurren al mecanismo de defensa del orgullo, casi a punto de la soberbia, pues primero intentan esconderse de los demás cuando salen de tan loable acto, por lo que mejor preferirían que se las hicieran llegar por paquetería a sus respectivos domicilios, o sea, les dan la mano y toman el pie.

Es que estamos tan acostumbrados en que si deseamos obtener algo tenemos que hacer méritos; si no entonces para que se generan los escalafones en los empleos, porqué se paga para ser feliz en lugar de disfrutar de la felicidad que uno ya tiene, en resumidas cuentas hemos fincado un mundo donde la sociedad basa su estimación en el intercambio o trueque. A poco no es cierto que cuando alguien nos regala algo inmediatamente se nos viene la idea de que esa persona algo quiere obtener de nosotros; por ejemplo si es mi cumpleaños y recibo presentes esto genera un compromiso en hacer lo mismo a ellos en sus respectivos onomásticos, de forma semejante sucede cuando en épocas navideñas inviertes un buen billete en los obsequios de tus familiares y conocidos, pero cuando alguno de ellos te sale con el slogan de la PROFECOregale afecto, no lo compre”, de manera inmediata lo tachas de tacaño y ojete.

En lo personal me estresa mucho los regalos de navidad y considero que es por toda la expectativa que se genera a raíz de la difusión del amor materialista que los medios de comunicación inculcan; en otros tiempos si las personas no recibían un regalo ese día no pasaba nada, bastaba que al verle le felicitaras con un apretado abrazo o le hicieras un llamada telefónica en la madrugada del 25 para estrechar lazos de amistad y fraternidad; ahora con los mensajes de texto, tan fríos y por ahorrar tiempo aire todo se vuelve monótono por el compromiso que se genera en lugar del sentimiento que debiera ser, además si no haces un obsequio para ese día, estas demostrando falta de afecto y simpatía. Qué me dicen del clásico intercambio entre compañeros de trabajo, cuando te esmeraste por obsequiar un presente inolvidable y resulta que la persona que le correspondió darte a ti te brinda un mal sabor de boca con el barato o mísero regalo que te hace, ¿Qué acaso no contó la intención o el propósito de tan ínclita actividad?

Se aprecia con tristeza que ya ni siquiera importa el objeto que se recibe, sino la cotización del mismo, estimando con ello el estatus de la persona, sus niveles de codicia entre otras virtudes; que patético es entonces que el valor de una amistad sea el precio de sus obsequios, y claro que la mercadotecnia no desechó tal situación y puso en circulación el tan socorrido “certificado de regalo”, con el camuflaje de que si no sabe qué regalar, no se desespere para eso cuenta con esta argucia comercial que permitirá al agraciado escoger su regalo de acuerdo a su gusto, erradicando con ello el efecto maravilloso de la sorpresa o la ansiedad por abrirlo producto de la incertidumbre para ver su contenido.

¿Es prioritario invertir enormes cantidades de dinero para dar alegría a alguien en estas épocas crudas? Considero que es mejor obtener el afecto y la aprobación de la gente por lo que somos que por lo que damos; pero si ya de plano sus amistades son demasiado materialistas, pues hay sabrá usted lo que gasta en estas festividades decembrinas, pero si no desea hacerlo tiene dos opciones, una es cambiarse de religión y la otra es mucho más práctica vuélvase un ermitaño.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

A mis treinta y diez años

Hoy cumplo cuatro décadas de seguir aquí, puedo estar feliz porque atrás quedo una época más que ya no volverá, digo sólo un ser involutivo podría añorar con nostalgia el tiempo pasado; es tal el regocijo que siento que quiero agradecer a la señora Rosa González y su sala de belleza "D´ Rossmy" que aquella tarde del 68 peinó y maquilló a mi madre tan linda que motivó a mi padre a invitarla de nuevo como antaño al cine “Alameda” a ver una película francesa de esas que son prohibidas a menores.

Gracias también a mis tres hermanos que esa noche se fueron a dormir más temprano de lo acostumbrado sin respingar, igual de agradecido estoy con la cervecería “Cuauhtemoc” que de no haber sido por sus caguamas que conforme las ingería mi papá lo iban dejando actuar en el catre con sus famosos orgasmos de ocho minutos que tanto alarde hacia entre sus amigos. Gracias sin lugar a dudas a don Hilario Cárdenas el boticario que ese día le vendió a mi padre los nuevos profilácticos hechos con vejiga de borrego, los cuales permitían una sensibilidad tan natural que a los tres minutos de uso se rompían y fue así como me colé en el vientre de mamá durante nueve meses.

Una madrugada del día 26 de noviembre de ese mismo año gracias a la atención y cuidados de doña Susana, la partera familiar, me desprendí del cordón que me unía a mi madre –bueno aún sigo atado, pero eso le concierne a mi psicólogo-, y en lugar de llorar -como según platican porque yo no recuerdo- sonreí; a los seis años empezaron mis penas al ingresar a la escuela pues a falta de interés la profesora se mofó de mi capacidad intelectual lo que me obligó dejar la educación escolarizada por un considerable lapso de tiempo. Una hermosa cuarentona esposa de un funcionario político en el altar de su alcoba me hizo hombre a los 16; por su parte un vicioso excapitán militar me explicó que el mundo está lleno de insatisfechos y que para nadar en la abundancia antes hay que arrastrarse en el lodo, pero si quería vivir tranquilo y con la conciencia en paz que me volviera solitario y déjase a cada quien disfrutar de su hacer.

A través de la escuela de la vida aprendí que un amigo es aquel que te elogia por delante y te menosprecia por detrás, y que el amor, la amistad y la alegría son sentimientos que causan sufrimiento al tratar de prolongar su existencia, pues lo mejor es disfrutar los momentos en que éstos se manifiestan como si fueran los últimos en tu existencia.

En el bachillerato estudié teorías tan perfectas que ya no necesitaban funcionar en la realidad; ahí me di cuenta que al sexo uno le teme moralmente hasta que lo prueba varias veces, luego viene la diversión. Al llegar a la adolescencia en el arduo camino por tratar de encontrar mi verdadera personalidad y pretender ser original me olvide por completo de quien era en realidad, además de convertirme en un suicida sin vocación que siempre buscó el pecado entre los escombros de la generación de sus familiares.

Fue en la licenciatura donde encontré un hermano más que me enseñó el camino que hoy me trajo hasta aquí. De mi primer empleo aprendí que la gente se soporta siempre y cuando se tenga la cartera vacía; fue entonces cuando supe que con el dinero se pueden comprar novias y amigos de unos cuantos meses, comprendiendo así que la felicidad con dinero es efímera.

A la edad que ahora tengo me resulta más difícil realizar las cosas que antes con facilidad hacía, entre citas de libros y parafraseo de ciertos diálogos de películas prolongo la estancia de las damas en mi colchón; ya no práctico el onanismo, pues intento con ello ahorrar energías para los momentos de austeridad y así disfrutar cuando tenga a alguien con quien compartir esa placidez; la mujer de mis sueños es aquella desconocida con la que me cruzo por la calle y al pasar me esboza una peculiar sonrisa haciendo que mi ego vuelva sentir la vitalidad de antaño sólo que menos necio y más experto; camino más por miedo a sufrir otro desequilibrio cardiaco que por gusto, lo que me motiva a consumir el mismo número de pastillas al día que Elvis Presley, con la única diferencia que él las consumió en menos de una hora y yo lo hago en doce.

La madurez todavía no la alcanzo pues como Jorge Luis Borges decía "hasta los 60 años se llega", y es precisamente en esos tiempos tan oscuros y aciagos cuando te sientes como aquel plátano maduro lleno de manchas negras al que todo mundo le causa asco y no se antoja comer, añorando de forma equívoca volver a ser el mango verde al que todos deleita el paladar aderezado con chile y limón a pesar de ser una era oscura y cuaternaria.

En definitiva gracias a mis padres por todos estos años que han pasado y en los cuales nunca me han hecho sentir como un hijo no deseado, a mis hermanos por tolerar mis defectos y cualidades, a todas las mujeres que he conocido las tengo guardadas en los expedientes de mis fantasías y sobretodo a la grandeza y paciencia de Dios por seguir soportándome.