jueves, 12 de junio de 2025

Fin de curso.


¡Ay, el final del curso! Ese momento en el que las y los profesores sacan la lista de asistencia como quien saca la carta de la baraja que te va a arruinar el juego. Porque algunos profes, en junio, se transforman. El resto del año parecen buena gente, pero en la evaluación final… ¡Ojo! Se convierten en una mezcla entre juez de MasterChef y notario público.

Tú entras a la última clase y el profe te mira con esa cara de: A ver, Pepito, ¿tú qué has hecho este semestre? Y tú piensas: Profe, pues, respirar, venir a clase y no causar mucho desmadre. Pero no, el profe quiere más. Quiere trabajos, exámenes, participación… ¡Y hasta que no le das la respuesta correcta, no te deja en paz!

Y luego está su método de calificación. Que eso es como la ruleta rusa:

Si has cumplido con las tareas, hay puntos.

Si has levantado la mano, medio punto.

Si no has molestado, otro medio.

Si has traído la bata de laboratorio el día de prácticas de biología… ¡Un aplauso, pero calificación, poca!

Y llega el momento de capturar las calificaciones en la aplicación esa donde ellos las suben, que parece que están hackeando la NASA. El profe, sudando, porque sabe que de su click depende tu recibimiento familiar en casa los próximos meses.

Y tú en casa, esperando la calificación como si fuera el Gran Sorteo Especial de la lotería. Que tu madre, en lugar de saludarte y abrazarte, sale con: ¿Qué tal, hijo? ¿Cómo te fue este semestre? Y tú: Pues depende de cómo se levante el profe mañana…

Porque hay profes que son de los de “es el fin de cursos y se viene el verano, playa, arena, jaiboles, todos aprobados, ¡alegría!”. Y otros que son de los de “aquí no aprueba nadie, para que luego anden con sus guasas entre los pasillos de que soy un Titanic”.

Y al final, tú ves la calificación y piensas: Pues ni tan mal, para lo que he hecho… Y tu madre: ¿Y esto? Y tú: Mamá, es que el profe califica por emociones, como los árbitros con el VAR, según el día que tenga… Después de redactar estos tres puntos, recuerdo que mis estudiantes comentan por ahí que soy un tipo ordinario, pero cómo explicarles que me vuelvo vulgar al concluir cada clase, esto último es un parafraseo de un fragmento de la canción “Ojos de gata” de Los Secretos, que a su vez parafrasearon el fragmento de “Y nos dieron las diez” de Joaquín Sabina.

jueves, 5 de junio de 2025

El sitio de mi recreo.



Se han fijado que en la era tecnológica del siglo XXI que vivimos, las personas ya no van al jardín de la colonia o el barrio, bajo el pretexto de que está sucio, que abunda la maleza o hay indigentes que molestan mucho. Quien firma lo que escribe, una calurosa tarde visitó el jardín la colonia, iba con mentalidad fitness, es decir, orbitar con los pies alrededor, que eso dicen que es bueno para la salud, con tal de despejar la mente, y yo pensé: Perfecto, una tarde tranquila, sin tener que invertir la neurona en tratar de resolver los problemas de la vida, que a veces me invento. Pero no, nada más al llegar, me encontré con un grupo de ancianos jugando a la baraja española, que parecía que estaban en una reunión secreta de gánsteres tipo Frank Coppola. ¡Qué tensión! Uno de ellos me miró y me dijo: ¡Oye gordo! ¿Quieres jugar? —La verdad, eso me encanta de las personas de la tercera edad, ya no tienen prejuicios y, como que vuelven a ser infantes, no es que te pierdan el respeto, es que, como no saben tu nombre, al tratar de socializar, te llaman como te ven—. Y yo, que soy más de perder que de ganar, le respondí: No, gracias, paso. Porque si pierdo, me quedo sin caminata en el jardín y sin dignidad.7

Luego vi a unos niños corriendo como si no hubiera un mañana, y me acordé de cuando era pequeño y corría igual, pero claro, ahora ni correr puedo, digo, si me canso de caminar de casa a la esquina. Y las madres de estos chamacos, con sus juguetes, bolsas de caché y la prohibidísima comida chatarra que apacigua por un rato esos ímpetus de la infancia, es que parece que van a una expedición al Kilimanjaro, no a un paseo por el jardín. Y los perros, ¡híjole, los perros! Que algunos parecen más humanos que nosotros. Vi unos que estaban más arreglados que yo, con sus collarcitos, paliacates, esos cortes kennel y todo, y las y los dueños detrás, con cara de este es mi bebé. Y claro, cuando un perro ve acercarse a otro, se para, le huele algo, y ahí empieza la guerra mundial de olores entre perros. Me quedé mirando, mientras concluía que eso es más complicado que una reunión de trabajo.

Al final, terminé sentado en una banca oxidándome con ella, mirando a la gente pasar, entonces empecé a silbar esa hermosa canción llena de nostalgia y poesía que ocasiona al oyente un viaje introspectivo y emotivo que escribió el español Antonio Vega, “El sitio de mi recreo”, lo cual me hizo reflexionar que nuestros jardines públicos son como la vida, repletos de personajes, historias y momentos para reírse un rato, son una especie de microcosmos. Y eso es lo bueno, que, aunque la vida a veces sea un hueso difícil de roer, siempre puedes encontrar un momento para disfrutar el jardín de tu recreo, aunque sea viendo a un perro marcando su territorio con el líquido de su vejiga.

jueves, 29 de mayo de 2025

Conditio sine qua non.


Una típica mañana de fin de semana, reviso el WhatsApp de la colonia y encuentro un mensaje en el que uno de mis vecinos, visiblemente sorprendido, narra cómo, al disponerse a limpiar la humedad matutina de su coche, descubre que la calavera izquierda está destrozada; incluso el impacto dañó parte de la fascia trasera. Junto a las piezas averiadas, encontró pegado un post-it con el nombre y número de teléfono de la persona responsable del accidente.

Aún dudoso, mi vecino nos consulta si sería prudente llamar al número, pues circula en redes sociales una modalidad de extorsión cuyo proceder es muy similar al suceso que acaba de experimentar. Las opiniones en el chat se convierten en una auténtica Torre de Babel. Imagino que, presionado por el impacto en su cartera, finalmente decidió hacer la llamada, y para su total satisfacción, fue atendido por una persona que le aseguró hacerse responsable de cubrir todos los desperfectos, siempre y cuando se le presentara la factura de los gastos realizados.

Este proceder me recordó aquella locución sustantiva que los primeros cristianos empleaban y que luego adoptaron filósofos como San Agustín y Santo Tomás de Aquino: Conditio Sine Qua Non. Esta expresión se utiliza para referirse a aquello que no es posible sin una condición determinada; es decir, aquello sin lo cual algo no se hará o se considerará como no hecho. Implica renunciar a cambiar las circunstancias y conformarse con lo que sucede, asumiendo la responsabilidad de las acciones y sus consecuencias, sin intentar modificar la situación. Es una actitud pasiva que, para los prejuiciosos, puede parecer derrotista y conducir a la victimización.

El filósofo Friedrich Nietzsche interpreta este concepto de manera hermosa, afirmando que cada ser humano tiene la posibilidad, si así lo decide y trabaja arduamente, de superar la heteronomía e inmadurez para caminar hacia una auténtica autonomía ética. Para implementar esta forma de pensar, es necesario analizar la causa de origen de la situación y valorar hasta dónde somos responsables de ella, con el fin de establecer una crítica informada y ser capaces de superar el nihilismo pasivo, así como el resentimiento al que frecuentemente sucumbimos cuando sentimos inconformidad ante la moral a la que estamos sometidos.

Animado por esta reflexión, me atreví a escribir en el grupo y sugerirle a mi vecino que le preguntara al honesto individuo: ¿quién es su Dios?, ¿cuál es la religión que profesa? y, por supuesto, si sus padres podrían ofrecernos un curso intensivo sobre cómo educar a hijas e hijos así.

jueves, 22 de mayo de 2025

¡Feliz Día del Estudiante!



Cada vez que ingreso a un aula de cualquier escuela, mi memoria miope pone a realizar su función a la nariz de chile relleno que tengo, tratando de volver a oler ese aroma de mis tiempos a viruta de lápiz, cuadernos hinchados de tanto sudor, libros de páginas llenas de lamparones y a gis – para los que no saben que escribí, hago referencia a la barra cilíndrica de yeso o greda con la cual se comunicaban los temas escolares a través de la escritura sobre un pizarrón –, pero ya no huele a eso, ahora es una mixtura entre limpiador diluible versátil y plantas de ornato, pues con el uso de los gadgets electrónicos algunas de las cosas antes mencionadas han dejado de existir. Pero eso sí, gracias a la confianza en la educación formal de parte de la humanidad, seguimos conservando estudiantes que llenen esas aulas, con su algarabía, ansiedades y estrés.

¿Sabes qué es lo más curioso de ser estudiante? Que pagas por aprender cosas que luego olvidas… ¡Pero te acuerdas de todo lo que no deberías haber hecho durante los años de escuela! Es que los sistemas educativos son como un videojuego: pasas de nivel, pero nunca sabes para qué te servirá lo que has aprendido. Lo digo con la experiencia que da el fracaso, existieron tantos temas que mis profesoras y profesores se esmeraron tanto, la verdad, ¡muchas gracias! Digo, un cabezota como yo fue difícil en que aprendiera algo que luego no le encontraría utilidad en la vida real, como la raíz cuadrada. He ido al mercado y nunca me han pedido sacar una raíz cuadrada para poder pagar. Y el bullying debido a mi sobrepeso, que antes ni así se llamaba, me refiero al bullying, lo viví en las aulas, efectivamente, la vida de estudiante puede ser dura, pero el Mundo es mucho más grande que el aula o la escuela en sí, y afuera de la escuela te pueden suceder cosas terribles.

Alumna y alumno, disfruta la estancia en la escuela; ser estudiante es como ser los atletas de la vida académica. Corren maratones de exámenes, saltan obstáculos de tareas y, a veces, hasta logran dormir sin soñar con fórmulas matemáticas. Así que, en este Día del Estudiante, quiero decirles a todos esos jóvenes valientes que, aunque no siempre lo parezca, están construyendo el futuro… o al menos, están construyendo un buen currículum. Y definitivamente, las aulas ya no huelen como antes.

jueves, 8 de mayo de 2025

El Día de la Madre.



¡El Día de la Madre! Esa jornada en la que todos nos volvemos poetas, cocineros y, sobre todo, unos ingratos de campeonato. Porque tú ves a tu madre el resto del año y, bueno, la quieres, sí, pero el segundo sábado de mayo… ¡la quieres más que al wifi! Ese día la casa huele a perfume de caché, a flores de semáforo y a desayuno en lujoso y campirano restaurante, en el que, por vez primera, así literal, te vale madre el lado derecho del menú.

Yo siempre he pensado que el Día de la Madre es como la selectividad de los hijos: te juzgan por todo lo que has hecho en el año. Que si no la llamaste, que si te olvidaste de su cumpleaños, que si el año pasado le regalaste una plancha… ¡Una plancha! Eso es como regalarle a tu padre una corbata de lunares amarillos, hombre, por favor.

Y luego están los regalos. Tú vas a la tienda y preguntas: “¿Qué le regalo a mi madre?” Y la dependienta, que, seguro que es madre, te mira con esa cara de “a ver si aciertas, pendejo”. Al final sales con una crema antiarrugas y un ramo de flores, y piensas: “¡Ya está, lo he logrado!” Pero tu madre lo abre y dice: “¿Crema antiarrugas? ¿Me estás llamando vieja?” Y tú: “No, mamá, es para que sigas igual de joven… que hace 20 años”.

Pero lo mejor es la comida familiar. Ahí se juntan todos: el cuñado que trae vino del bueno “para que lo pruebe la suegra, y conozca sus refinados gustos”, la abuela que dice que en sus tiempos no había Día de la Madre porque todos los días eran suyos, y tú, que te apuntas a fregar los platos para quedar bien, pero con el pinche miedo a que con el jabón se te resbale uno y termines descompletando la vajilla suiza.

En fin, que el Día de la Madre es ese día en el que todos intentamos devolverle un poquito de todo lo que nos ha dado… y aun así nos quedamos cortos. Porque madre no hay más que una, pero paciencia para aguantarnos… ¡tienen para regalar! Por cierto, ¡muchas felicidades mamá, ahora que te encuentras en mi corazón.

jueves, 10 de abril de 2025

¡Más de 50 años de monografías escolares en México!



Hace unos días, visitando la papelería que se ubica por mi barrio -digo, yo sí soy de barrio, no de fraccionamiento ni de cotos fufurufus-, escuché a un chavito preguntarle a la dependienta por la monografía de Vicente Ramón Guerrero Saldaña, conocido por la raza de educación básica como Vicente Guerrero, y cuando se lo entregó, aluciné, ahí estaba El Caudillo de la Independencia, con la misma imagen de mi época estudiantil, con vista de frente y perfil 3 cuartos, su clásico uniforme militar en azul con pechera roja con bordados fitomorfos dorados y botonadura dorada, los puños en fondo rojo bordados fitomorfos, charreteras doradas, fajilla azul, cinturón negro, ¡woooow! Se nota que el tiempo le hizo los mandados, a diferencia de a quien escribe este artículo.7

¡Más de 50 años de monografías escolares en México! ¿Y qué hemos aprendido? Que nuestros estudiantes siguen copiando y pegando de Wikipedia, pero ahora con mejor letra. Estas monografías, que en su momento fueron revolucionarias, hoy son como esos abuelos que te cuentan cómo era la vida antes de Internet: interesante, pero un poco desfasado. Aunque, claro, no podemos negar que fueron un primer paso para que los alumnos dejaran de escribir en piedra. Esas monografías eran el “Google de la época”, y es que, antes de la era digital, las y los estudiantes tenían que “peregrinar” de papelería en papelería para encontrar la información que ahora se obtiene en segundos. Las ilustraciones de las monografías eran el equivalente a los “memes” educativos de su tiempo, combinando información con imágenes que, aunque simples, eran efectivas para cumplir los caprichos académicos de la tirana guía de estudio del lacayo docente.

¿El siguiente paso? Quizás enseñarles a usar Google sin caer en el copy-paste compulsivo. ¡Eso sí sería un avance educativo! Lo que vale la pena reconocer y aunque les duela a los tecnófilos, las monografías, a pesar de su antigüedad, siguen siendo un símbolo de la resistencia del material físico frente a la avalancha digital.

jueves, 3 de abril de 2025

La aventura del mercado.



Cuenta el mito que deambulaba el filósofo por el típico mercado atascado de vendutas con sus cachivaches, montones de huaraches, el regateo de los clientes con los comerciantes, que enmudecieron al escuchar esa mítica frase que quienes hacemos la mimesis de lector de libros filosóficos acuñamos y atesoramos: “¡Cuántas cosas venden aquí que yo no necesito!”

Si, usté, después de leer esta frase, recuerda toda esa ropa en el closet o los utensilios de la cocina que hasta en el horno de la estufa se resguardan, no me culpe, es el efecto del filósofo, cuyo nombre omitiré para no cometer un error.

Pero, eso sí, ¡vaya que ir al mercado es como una aventura! Nada más que en lugar de dragones, te encuentras con fruteros que te miran como si fueras un espía intentando descubrir el secreto del tomate perfecto, encontrar la madurez del aguacate —¡Óigame, no lo magulle tanto que le va a causar un hematoma! —. Y luego, los vendedores de marisco, que te hablan de las delicias del pescado fresco como si estuvieran vendiendo el Santo Grial.

Pero, ¿sabes qué es lo mejor? Cuando te dicen que la lechuga es “orgánica” y tú te preguntas si antes era inorgánica, como si hubiera sido elaborada en una fábrica de ensaladas. ¡Es un espectáculo, te lo digo! Y al final, sales con una bolsa llena de verduras y la sensación de que has conquistado el mundo… o al menos, el mercado.