jueves, 19 de octubre de 2023

¡Sálvate!



Octubre, mes de series de terror, que la verdad, este género nunca me ha gustado, es que esos repetitivos temas de los espíritus -que no son chocarreros-, zombis -que tampoco son de Sahuayo-, asesinos o tramas psicológicas muy rebuscadas y profundas, que están bien de
 pinche hueva, y, además de los avistamientos de ovnis en el cielo mexicano, descubrimiento de presencias extraterrestres entre nosotros, sumémosle los extraños huracanes con nombres de lista de cualquier escuela de por acá: Adrián, Beatriz, Norma, Calvin, Otis, Dora, Pilar, Eugene, Ramón, Fernanda, Salma, Greg, Todd, Hilary, Verónica, Irwin, Wiley, Jova, Xina, Kenneth, York, Lidia y Zelda.

Todo ese sinfín de sorpresas que este octubre nos hace vivir, no se compara al miedo que se distribuye de forma gratuita en las redes sociales, con sus vídeos que erizan los vellos, mensajes de audio tipo pódcast con acentos de “El Monje Loco” o “La Mano Peluda” y esos larguísimos textos sobre catástrofes que se avecinan. Por ejemplo, si un huracán o tormenta tropical se acerca, el primer aluvión que nos inunda los Gigabytes del teléfono son esos amarillistas mensajes que de tantos, con tan solo ver caer las primeras gotas ya queremos poner distancia de por medio, tal como sucedió la vez pasada, que antes de concluir la jornada laboral, mientras disfrutaba de mis sagrados alimentos en una de las diversas cafeterías que pululan, a mi lado pasa una secretaria corriendo con zapatillas en mano, segundos después varios del personal de servicios del turno vespertino raudos con rostros angustiados a tropel se abren paso, era una estampida en donde mis compañeros trabajadores huían al cataclismo que se avecinaba, choques de coches en el estacionamiento, personas cargadas de bolsas con comida y hasta con 10 paquetes de palomitas de Rigo; enormes filas en los checadores.

Era como si estuviera viviendo una escena de aquella película del director alemán Roland Emmerich, “2012”, pues se escuchaban gritos de ¡Apúrate! ¡Ay, cómo se tardan en apagar sus computadoras! Jefes que abandonan las instalaciones antes que sus subalternos, para no tener responsabilidad alguna les dejan las llaves pa’ que dejen bien cerrada la oficina y al final, en esta ocasión como dijera Chava Flores en su canción “ni un chisguete”, pero eso sí, por la tarde volvimos a los saldos de series de Netflix. Tiempo después, pero ahora con chubasco intermitente se repitió el caos, las prisas por irse, largas filas en los checadores, líos en el estacionamiento por intentar salir al mismo tiempo, y en mi desordenada cabeza surgió la pregunta, ¿la prisa era por salvarse o temían que los regresarán?



jueves, 12 de octubre de 2023

El que domina la mente, lo domina todo.

Durante la infancia me alucinaba un buen con los cuentos de Kaliman y sus extraordinarios poderes, como telepatía, telequinesis y levitación, por cierto, la frase más perrona de él, que aún la llevo grabada es: “El que domina la mente, lo domina todo”; ¡híjole! Cuando a través del programa “Para gente grande” que conducía Ricardo Rocha estuvo de invitado Uri Geller quien con su tacto doblaba cubiertos, terminé bien hypeado, igual cuando Luke Skywalke, estirando su mano movía los objetos sin tenerlos que tocar, era la neta.

¿A qué voy con todo esto? Resulta que hace unos días tuve la fortuna de probar esa frase tan chingona de Kaliman. Ustedes no están para saberlo, ni yo para contárselos, pero este artículo tiene su antecedente, pues por varios meses, al salir de casa para dirigir mis humildes pasos hacia la chamba, todas las mañanas encontraba excremento de perro a un lado de la puerta del cancel de su casa, que es la mía – ¿creo que la frase es al revés? -, entonces, un sábado decidí a espiar para descubrir que la mascota era de mis vecinos, quienes le abrían su domicilio, el animal, este muy ufano salía, hacía sus necesidades fisiológicas afuera de mi cancel, la señora le volvía a abrir para que regresara a su casa y ellos muy a gusto, mientras que a mí me tocaba limpiar las inmundicias.

Fue cuando recordé esas infalibles enseñanzas de mi abuela materna, como aquella vez que llovía a cantaros y con una sinfonía de rayos a tope, nos enseñó que con las toallas tipo turbantes en la cabeza evitábamos atraer las descargas eléctricas de La Madre Naturaleza hacia nosotros. Esta vez, ella, la mujer anciana que lavaba ajeno, a quien yo le ayudaba  llevando la ropa a entregar a las amas de casa de la colonia Magisterial por una Coca-Cola y la bolsita de Pizzerolas de Sabritas, me develo uno de los misterios de la humanidad más ancestrales y poderosos, que simplemente consiste en enganchar ambos dedos índices de la mano y hacer fuerza para que un perro no haga caca, y ahí estaba la mascota de mis vecinos caminando como charro con las patas arqueadas y sin salir nada por su esfínter, mientras sus ladridos se asemejaban a los maullidos de aquel pobre gato viudo -gracias Chava Flores, por el texto-, mientras mi vecina echándome su mirada de refrescar la memoria de mi Santa Jefecita, balbuceaba que me iba a demandar por maltrato animal.

¿Cuál maltrato? ¡Si ni siquiera lo había tocado ni insultado! Pero en el interior de mi desordenada cabeza, se escuchaba la voz del Hombre Increíble, ataviado con su casaca de seda, turbante con una piedra rubí al centro decirme: “El que domina la mente, lo domina todo”, mientras mi abuela allá en el barrio que hay detrás de las estrellas, orgullosa les presumía a los ángeles y serafines la proeza de su nieto.

jueves, 5 de octubre de 2023

Incluso en esos tiempos.



Los abuelos de mi generación eran además de sabios, todos unos farmacéuticos, recuerdo que cuando estaba mal de la panza y me llegaba “él corre que te alcanza”, inmediatamente mi abuela, compraba una gaseosa sabor limón que le echaba 3 cucharadas de almidón de maíz o preparaba un brebaje al que llamaba “Limonate”, que incluía café molido, jugo de 2 limones, granitos de sal y agua, ¡vóytelas! Santo remedio. Y es que los bolillos con mantequilla repletos de azúcar eran la neta, al igual que los churros con chocolate en agua, así como “Los Machitos” con chile de molcajete -por cierto, ningún colectivo se incomodaba-; es más, algunos sexagenarios premiaban a sus nietecillos bien portados o que le iba bien en la primaria con una copita de vino tinto o rompope.

Cuando nos llegaba muy caro el recibo del cobro por el uso de la energía eléctrica, la abuela colocaba un vaso con agua sobre el medidor para que el próximo ya nos llegará más tolerable al bolsillo; con la seguridad de la bendición de nuestra jefecita íbamos a la playa tres adelante y cuatro en el asiento de atrás del coche, en esa época era común que hasta cuatro se subían en las motos para transportarse, los automóviles se podían estacionar en cualquier lugar a cualquier hora del día, y lo mejor, circulaban con menos prisa que hasta te podías echar una cascarita de fútbol o jugar al Changarais en la calle, con el único riesgo de que la pelota te la ponchara la vecina porque cayó en su casa y en el pior de los casos que al lanzar un palo del citado juego de origen filipino rompieras el cristal de alguna ventana.

Eran tiempos en los cuales ni las resorteras ni las ligas que tiraban cascaras de naranja o de lima se consideraban armas peligrosas. Disfrutabas las tardes lluviosas de agosto -sí, incluso en esos tiempos llovía, hoy no-, sentado alrededor de la silla mecedora cuando la abuelita te platicaba historias inverosímiles y como no existía Google, se las creíamos, las puertas y ventanas durante el día podían permanecer abiertas sin el miedo de que se metiera alguien a robar, uno podía salir de casa y estar incomunicado sin teléfono durante horas y horas sin que nadie te molestará, se jubilaban a los 30 años laborables, eran amigos de sus nietos, ahora no y, lo más lamentable, los han convertido en patéticas pilmamas.

jueves, 28 de septiembre de 2023

Mi historia entre tus redes.



Muchas veces lo he pensado, y más cuando entró en plan filosófico – ¡Ajá, brincos diera! -, de dejar de publicar en Facebook, porque me parce una incordia eso de que los demás piensen que con colocar un emoji ya interactuaron conmigo, y más ahora que en un pinche estudio realizado por una universidad “equis” extranjera, dice que si cambias una vez por semana la foto de perfil estás proyectando inseguridad, que si eres de esos que le encanta escribir Frases Famosas, es simplemente para justificar tus decisiones o que si escribes indirectas a tus contactos -chequen bien, no amigos, pues a varios que tienes agregados a veces ni los conoces-, simplemente estás demostrando tú cobardía al no encarar alguna situación y “lo pior”, que aquellos que les encanta colocar Memes, simplemente son personas que evidencian su propia falta de humor.

Ya ni la amuelan, en mi época los investigadores de las universidades, generaban cosas interesantes por ejemplo lentes de contacto que se disuelven en minutos en el ojo, identificaron proteínas que ayudan al diagnóstico temprano del glaucoma, un popote de bioplástico a partir de cáscaras de mango y baba de nopal, hasta un antibiótico contra la tuberculosis. Mientras que los actuales parecen que con sus descubrimientos se asemejan a los artículos de aquella revista de los 80’s llamada Eres: ¿qué tipo de Barbie o Ken eres según la foto de tú perfil?; ¡Aprende a colocar tu rostro con IA en una película de Bruce Willis!; Las 10 posturas preferidas por las chicas, la número 7 las vuelve locas; y uno imbécilmente le da clic y con eso les regalamos las direcciones de nuestros contactos, ojo, no amigos, jajajaja, lo repetí a propósito por puro sarcasmo viral.

Mientras que el hermano menor del Feis, siiiií, el WhatsApp va por el mismo camino, de entrada, el avatar que te ofrece ni se parece a uno, luego aquellos usuarios que cuelgan las palabritas de “ocupado, estoy durmiendo o en la escuela”, ¡weeee, si en realidad estuvieras así, no deberías estar leyendo lo que te envían! Neta que eso me convierte en un misántropo.

Si por alguna razón en sus muros o comentarios ven que les he puesto corazones, es que la verdad me da flojera quejarme. En conclusión, cuando tus contactos -no amigos, jajajaja- te sigan respondiendo con emojis, no te engañes, la neta es que les da hueva escribirte algo, mejor diles que te apliquen la de “Dejar de seguir”, o ya de plano tú mismo dale la función a lo que posteaste de “Esconder la publicación” y santo remedio.

jueves, 21 de septiembre de 2023

Testofobia.



El enemigo de los mexicanos, además de los penales y sus propios compatriotas, son los exámenes, ya sea escrito, impreso o digital, el examen es un rival fuerte que, con tan solo escucharlo, se nos pone la piel chinita o como vulgarmente se conoce, “de gallina”, ni se diga cuando lo estamos tratando de resolver, nos invade la transpiración en todos los recovecos anatómicos, de pronto se nos acaba el oxígeno, ocurre un accidente vial entre la sístole y la diástole, se bloquea el cerebro – ¡otra vez! -, se nos empieza a mover el mundo, y es que a nosotros los mexicanos, desde la infancia nos ha tocado bailar con la más fea, pues con tal de amedrentar esos ímpetus berrinchudos, los progenitores recurrían a la filosofía del miedo y nos asustaban con El Coco, El Robachicos, El Señor Tlacuache o El Ropavejero – ¡pinche Cri-Crí! -, las brujas, entre otras abominaciones basadas en personajes de relatos que hoy se consideran patrimonio nacional de la educación doméstica de nuestro país.

Y si a ello le agregamos que quienes ejercemos la profesión de la docencia, muchas de las veces elaboramos preguntas -bueno, si es que las sabemos plantear- que no seriamos capaces de responderlas ni nosotros mismos, además, algunos como saben del pánico que cunde entre el alumnado sobre el examen, pues lo utilizan al igual que los monstruos de los progenitores pa’ infundir miedo.  

Ese miedo a realizar exámenes a cualquier edad, es consecuencia del trinomio éxito-fracaso y competencia, que genera inseguridad. Uno piensa que vence al enemigo memorizando los contenidos a evaluar, obviamente si lograrás superarlo y obtendrás una calificación hasta de 10, pero de aprendizaje nada te quedará, lo que don Carlos de la Isla en su tiempo denominó como “Educación de Loros”, en donde el ave repite las palabras que escucha sin saber sus significados. 

En sí, los monstruos no crean el miedo, sino que el miedo es quien crea a los monstruos, basta con hacer memoria de cuántas mamás mexicanas con tal de que sus chamacos malcriados dejarán de serlo los amenazaban con regalárselos al Ropavejero. Imagino que por ello es que en el Himalaya existe el Yeti, en Escocia Nessi y en los mares el Kraken, todas fantasías creadas por el ser humano para tener al rebaño perplejo, pero los exámenes si existen, no le saque y aprenda bien antes de realizarlos y comprobaras que la testofobia, ese temor a los exámenes es tan solo parte de tus inseguridades.

jueves, 14 de septiembre de 2023

¡Por los buenos (y rucos) tiempos!



Si eres de los que de niño se “fumaban” un cigarrito de chocolate, de esos que en la punta sobresalía el celofán rojo como si fuera lumbre o de aquellos adolescentes cuya jefecita les cachó en el baño con una revista de ñoras en traje de Eva -sí, la de Adán-, ¡no lo niegues! Hoy la neta no comprendo por qué se te erizan los pelos o pones cara de confusión cada vez que en la cafetería escuchas a uno de tus alumnos decir que para copular sin riesgo a un embarazo no deseado se realizará la vasectomía y ya cuando sea grande se la quita.

¡No te agüites! Admite que, a su edad, y en una época menos tensa que la de ellos, tuviste el sueño guajiro de ser un rebelde social y lamentablemente fuiste la absurda mimesis Alpha de tu generación; hoy ese morro mal portado de plena efervescencia hormonal, con 2 dedos de frente que fuiste es tan solo una botarga godinezca y hasta con 5 dedos de frente, que se pasa horas nalgas cultivando hemorroides en una oficina, ese mismo que ya no se puede ir de pinta, pues tiene que checar, ni apreciar la belleza de féminas al estilo James Bond -me refiero al original de Ian Fleming, no él que nos vendieron en la última película-, pues chance y hasta… si ya te las sábanas, para qué cobijas.

Si no soportas esos corridos tumbados que utilizan palabras relacionadas con actos violentos, armas, etc. y el reguetón​ con sus letras misóginas que a la chaviza de ahora les gustan, pero, si tú a su misma edad te pedían que le bajaras al volumen cuando sintiéndote todo un heavie escuchabas We’re Not Gonna Take It de Twisted Sister y te enchilaba cuando alguien les decía payasos rockeros a Kiss, ¡aliviánate! Fuma la pipa de la paz con el “aborrecente”, perdón, adolescente insoportable que llevas dentro, sí, ese que estaba lo bastante crecidito como pa’ir al bachi; es hora de poner las barbas a remojar y sacar tú actualización 2.0, invade las redes sociales con las “nangueras” que en tu edad de la punzada -si un tal Xavier Velasco, reclama esta frase como propia, pos… muchas gracias, si es de él- te hacían correr por las venas aquella fértil adrenalina, hasta escribir: ¡por los buenos (y rucos) tiempos!

jueves, 7 de septiembre de 2023

Semos mexicanos.


Entradito septiembre, con tan solo observar esa mixtura de escarcha y luces por el centro histórico alusivo a las fiestas patrias, como que reflexiono sobre qué nos hace ser mexicanos, digo, si de entrada uno con nacer en este país ya lo es, creo que no es necesario que únicamente te sientas del 1 al 16 de septiembre, ni porque tus colegas de la chamba te lo refresquen con su fiesta dizque nacionalista y todo se resuma a degustar comida, que a veces el menú ni al caso de patriótico es.

Somos mexicanos, porque a los seleccionados de futbol, de pendejos no los bajamos cuando pierden en los penales y cuando ganan nos solidarizamos con ellos diciendo que “ganamos”; somos mexicanos porque le decimos Merlina a Wednesday Addams, también, porque a Choo-Choo, ese gato rosado de Don Gato, además de hacerlo yucateco le identificamos como Cucho, mientras que por culpa de Editorial Novaro a las identidades secretas de Batman y Robin las conocemos como Bruno Díaz y Ricardo Tapia.

Somos mexicanos porque la comida sin chile no nos sabe rica, porque no contamos las tortillas, simplemente las comemos, igual, porque el limón es el mejor remedio contra todas las enfermedades y el más chingón antiséptico; somos mexicanos, porque sin que nadie nos invite a una pachanga, vamos y cuando nos invitan llevamos a más invitados nuestros. Somos mexicanos porque nos encanta regatear la orfebrería a nuestros autóctonos artesanos y presumir ese carísimo iPhone que aún no hemos terminado de pagar en la finísima tienda departamental.

Somos mexicanos porque cuando algún familiar se va a las “Europas”, queremos que todo México se entere, subiendo fotos al feis de estos visitando museos de allá y ni siquiera los de acá conocen, somos mexicanos porque sin tener ninguna influencia del país nipón, inventamos los cacahuates japoneses y las enchiladas suizas sin ser europeos, somos mexicanos porque nos la rifamos con esas invenciones gastronómicas de la torta de tamal, el pambazo relleno de enchilada o guajalota y la concha de chocolate repleta de frijoles fritos. ¿Entonces pa’ que limitar la mexicanidad a un mes? Si semos mexicanos siempre.