jueves, 14 de enero de 2021

¿Dónde está Tongolele?

Existe una época en la vida de cada ser humano en que las carencias económicas de casa, las penas y los momentos dolorosos eran sustituidos con diversión, ese periodo de la vida en que creíamos todo lo que nos contarán -sin tener que comprobar su veracidad en Google-, desde historias fantásticas, tenebrosas e inverosímiles, me refiero a la infancia, sí, cuando descubrimos la importancia de la alimentación al ver como algunos de nuestros compañeros de la primaria en plena ceremonia cívica les daba el soponcio por no haber desayunado, experimentábamos una ansiedad absoluta al tener que elegir a los integrantes de equipo en la cascarita del recreo a volados, fue ahí que descubrí lo malo que era en el fútbol, pues nadie se estresaba en que yo me fuera a su equipo. Con las canicas aprendimos que más vale maña que técnica. Además de conocer lo efímero de las relaciones románticas, ¡no manches, ser novios a la mitad de la clase y terminar a la salida! La decepción de encontrarte en Navidad el regalo que no deseabas, mientras al mal portado del barrio si recibía lo que pedía, no le reclamabas al Niño Dios, al contrario, agradecías que se hubiera acordado de ti.

Los cómics eran nuestros libros de texto, el profesor que nos dictaba los resúmenes de ética y civismo fue el televisor, y como no íbamos a aprender viendo a un grupo de adultos disfrazados de niños hacer cosas extravagantes y chuscas en El Chavo del Ocho, qué decir de los programas de concursos como era el caso de Sube, Pelayo, sube, que consistía en una serie de actividades donde los participantes iban con la idea de que al ganar cualquiera de ellas sus problemas económicos se acabarían, por ello no les importaba ser la guasa del auditorio y de los televidentes al realizar: Pa´arriba papi, pa´arribaLa llave del tesoroLos costalesEl palo encebado y la competencia de canto.

Bajo tal influencia era de esperarse el titipuchal de mercancía sobre este programa y otros, como el Hula Hoop de Enrique y Ana, el Albatros de Chabelo y claro el Pelayo que subía y bajaba sobre un palo de madera impulsado por un resorte, precisamente este juguete a Juanito se lo trajo su papá de Guadalajara, que para los chamacos de ese entonces era como ir a Europa, o sea, Juan fue el alucine de todos con la figura. Por una hermosa casualidad del destino, a mi padre de la empresa refresquera donde trabajaba lo mandarían a Guanatos a capacitarse, inmediatamente le pedí que me trajera un Pelayo, como siempre tan machista, dijo que, en lugar de un mono, me traería una mona.


A su regreso, cumplió lo dicho, al entregarme una muñequita de hule aguado con un alambre retorcido incrustado en el centro de su cuerpo y que al girar el extremo que salía por debajo movía las enormes caderas tan sensuales que fue la atracción de todos mis cuates, quienes hasta ruedita hacían entre risas de nerviosismo y morbo; pero el gusto me duro poco, pues a los tres días se hizo ojo de hormiga y nunca más la volví a ver, a pesar de preguntar a mi madre, ella quien siempre sabía la ubicación de cualquier objeto de casa, solo bastaba recordar aquella sentencia de “si lo busco y lo encuentro, ¿Qué te hago?” Nunca supe dónde quedó Tongolele, es más, ni preguntándole a la Ouija de la tía de Homero, con la que nos comunicábamos al más allá a través del espíritu de Tin Tan.

jueves, 7 de enero de 2021

La neta del 2021.


Siete días del 2021 y para sobresaltos de esos que afectan el sistema nerviotorio bien que sobran, sí, de esos a los que pueden hacer que a uno se le enchueque la buchaca, para muestra este seis de enero cuando cortaste la rosca de Reyes, en lugar del muñequito blanco te encontraste a Bebé Yoda, ahora sí, “que la fuerza te acompañé” en toditito el año y no la bendición del Creador, ¡ya ni la amuelan con las roscas galácticas! Por otro lado, a mi sor Juana Inés de la Cruz de aparecer en los billetes de a doscientos ahora sí que me la bajaron de categoría al de cien pesitos, espero que con ello esta vez en el mercado ya tengan cambio y no me traigan como nango de puesto en puesto.

En Comala se produce café de clase mundial y todo Colima bebe Nescafé y ese extraño liquido de dudosa procedencia que venden en las cadenas comerciales de cada esquina; los baños públicos siguen sin papel ni jabón, además de no funcionar dos de los tres que existen. Los solteros envidian la felicidad de los casados, mientras que la mayoría de los matrimonios ansia regresar a la soltería; hay quienes continúan echándose medio frasco de gel para lucir un peinado y quienes ni lo necesitamos por la escasez de folículo en la mollera. Lo pinche impuntual no se nos quita, media hora después de lo acordado es llegar temprano, ¡no marchen!

Continuamos haciendo pachangas de cualquier excusa, y por seguridad pandémica en ellas únicamente involucramos a nuestra familia, así sean cuarenta, además de ignorar que entre ellos se encuentre algún asintomático, que le dé en la torre a los abuelitos; el limón es y seguirá siendo aderezo y remedio, mientras las bebidas con exageradas cantidades de azúcar es aun el sustituto del agua ante la sed. No somos racistas, somos bien pinches clasistas, para muestra, los clasemedieros surtimos las frutas y verduras en el tianguis mientras que los juniors van a Los Miércoles de Plaza. Vivimos en un mundo donde las malas costumbres son más fáciles de aprender que los contenidos programáticos de un plan de estudios, que los makis llevan Queso filadelfia y que la suerte de la fea, la bonita la desea, pero… ¿Qué opinará la fea de esta frase? No se agüite mi estimado lector, espero que este nuevo año, “may the force be with you”.

jueves, 31 de diciembre de 2020

Año nuevo.

Estamos a horas de que concluya este 2020, las redes sociales a través de memes se han dado a la tarea de implantar en nuestra masa encefálica la idea de que con el fin de año, se acabaron las penurias de salir a la calle con mil barreras de tela, acrílico y mentales, y que en el ansiado 2021, volveremos a compartir las pizzas de oficina, el chupe con los cacahuates del mismo recipiente, se pondrá fin a los invitados digitales en los cumpleaños en línea, romperemos el enclaustramiento voluntariamente aceptado pues ya hay vacuna con sus dudas, pero la hay.


No quiero imaginar a nuestras mascotas minutos antes de la medianoche del 31 de diciembre, con tanto pinche cohetes, intentando meter la cabeza en su propio esfínter del pánico que les ocasionarán todos esos nangos que creen así erradicar al pasado de lanza del 2020, que les facturó aislamiento, desilusión, pavor e incertidumbre, esos mismos individuos que a pesar de la amenaza latente de un virus, iban por la calle con el cubrebocas en la mano y solo se lo ponían para que los dejarán ingresar a las tiendas, los restauranteros que se hacían de la vista chiquita dejando pasar personas sin las medidas sanitarias con tal de no perder clientela, taxistas que ruleteaban sin protección pues todo era una teoría de la conspiración hurgada por cerebros más inteligentes que los de ellos.

Mientras a quienes nos educaron entre el campo de batalla emocional de la Ciudad de las Palmeras, quienes hemos encontrado fuentes de inspiración esas vecindades y camiones urbanos que se pierden en la urbe de concreto, agradecemos cada mañana darnos cuenta que respiramos ese aire contaminado de nuestra tierra que huele a caos organizado, que despierta pasiones caóticas, que alimentan los recuerdos más hermosos que nos hacen revivir momentos tan efímeros, como los de este año que nos enseñó hábitos de higiene olvidados, romper con costumbres insanas e intentar ser amables con las personas, un año nuevo no nos sirve de nada sino cambiamos nosotros.

viernes, 25 de diciembre de 2020

Confinando por costumbre o fatalismo.


Hace varios días escribí sobre las ansiadas vacaciones. Hoy a cuatro días de vivir en la hueva total, tristemente me doy cuenta de que estar de ocioso en el confinamiento es de lo más aburrido, desalentador y melancólico; inmediatamente invade la nostalgia de tener esos momentos de “La Nueva Normalidad” en donde uno, a través del pequeño agujerito con luz integrada de la cámara en la laptop, compartía con los alumnos la intimidad de mi casa, los cuadros de las vírgenes a las que me encomiendo todas las mañanas, el enorme crucifijo sobre la cabecera de la cama y varias figuras de acción en sus respectivas cajas que cuelgan de la pared. Es más, creo que hasta había un intercambio de emociones entre ellos y yo. Además, por primera vez los chamacos tenían puesta su atención en lo que decía y las diapositivas que les presentaba, no como en la antigua normalidad cuando mis palabras y la información eran como la música y promocionales de las tiendas departamentales, que se oyen y ven sin la más mínima atención.

La verdad no extraño aquellas viejas madrugadas cuando el maldito despertador sonaba y en menos de hora y media, como zombi de lo atolondrado del sueño, tenía que bañarme, afeitarme -¡pinches cortadas torpes!- a tientas, descubrir que a la camisa de carquis le hacía falta un botón. Desayunar a supervelocidad que luego se convertía en agruras y acidez estomacal. Generar un titipuchal de estrés por llegar a tiempo entre el tránsito kamikaze. A diferencia de hoy, que mientras los alumnos toman sus notas, fácilmente puedo sacar la ropa de la lavadora, preparar un calientito desayuno, degustarlo y consultar las noticias en internet.

Lo que lamento es que debido a este ojete enclaustramiento pandémico voluntariamente aceptado, no conozco físicamente a mis estudiantes, si, ya no son escolantes, pues los invito a que enciendan sus cámaras con el propósito de conocerlos y evitar sentirme en una vulgar llamada telefónica, además, encender la cámara evidencia que como individuo uno tiene alta estima positiva de su persona. ¡Qué lindo soy! ¡Cómo me quiero, jamás me podré olvidar! Nunca me hubiera imaginado que me iba a tocar tal experiencia, donde la limpieza se casó al civil con la higiene y de padrinos tuvo al miedo y la incertidumbre.

jueves, 17 de diciembre de 2020

Canciones de fe y devoción.

Algunas personas como estrategia de cuidados ante el Coronavirus optan por realizar las compras de los abarrotes a través de Internet, otros como quien firma lo que escribe preferimos ir con cubrebocas y careta, además de que en el mercado a donde voy, los locatarios han colocado por la única puerta accesible un filtro que consiste en una persona que no deja ingresar a nadie sin cubrebocas, te toma la temperatura con termómetro digital, ofrece las opciones de desinfectarte las manos con gel antibacterial o agua clorada y jabón líquido. El sábado pasado al llegar, mientras aferraba la bicla a un poste de teléfonos despejando así cualquier ilusión a los cacos, llamó mi atención el clásico sonido de trompetas de mariachis, inmediatamente por entre las rejas de la entrada los pude ver haciendo una especie de semicírculo ante la pequeña imagen de la Virgen de Guadalupe que descansa sobre un altar lleno de foquitos navideños, Rosa, la del pollo, con los ojos blanquitos tipo “Candy Candy”, me dice con voz rasgada: “¡Qué bonito!”.

    En el interior Doña Silvia, la que vende pan y las señoras de Zacualpan junto con Trini, la menudera, cantan El Himno Guadalupano, mientras en sus ojos las lágrimas escurren ríos de emoción, que como esponja exprimen sus corazones con la esperanza de que la Morenita del Tepeyac saque de lo malo de este 2020 algo bueno, así como nos lo ha enseñado a los mexicanos que después de la oscuridad al fondo se vislumbra la luz, pues a la adversidad hay que superarla. Después entonaron “La Guadalupana”, mientras Leonor la de las frutas y verduras, apretaba sus manos contra el pecho al mismo tiempo que por las mejillas escurrían saladas lágrimas que sabían a miel sentimental; no era una romería en sí, ni hubo danzantes con sus típicos bailes, solo bastaron unas pocas ofrendas florales en la catedral del corazón de cada uno de ellos, así como las guitarras, vihuelas y trompetas de esos mariachis.

    Al final, los músicos disfrutaron unos ricos tamales de ceniza con café bien cargado, las señoras de Zacualpan regresaron a sus locales donde les esperaban los nopales y chayotes cocidos, así como la gallina chana y la buche pelón que tienen amarradas a la mesa, doña Silvia a su puesto de pan, mientras Rosa la del pollo, le subió al volumen a su bocina dejando escapar la rolita Palabras Tristes de Los Yonic’s, y quien firma la que escribe, se fue a surtir la despensa con la alegría de que aún existen personas que gracias a la fe mantienen la ilusión de que se le puede dar la vuelta a los problemas derivados de la pinche pandemia cada quien desde su respectiva ocupación.

jueves, 10 de diciembre de 2020

El virus se mani-fiesta.

Muchos ya estamos hasta la tiznada de la crisis sanitaria por Covid-19, a más de ocho meses de este pasado de lanza 2020, que la neta se nos ha hecho un año larguísimo, enmarañado y apocalíptico, vemos la llegada de diciembre cargado de sus momentos navideños con la esperanza de que el panorama cambie, según mi opinión no creo, pues aún existe una inmensa minoría que continua con la incredulidad de la existencia del multicitado virus. A quienes los vemos invadir las calles con sus cubrebocas dentro de las bolsas del pantalón o el bolso de brazo -además, creo que algunos traen el mismo desde marzo, pues ya parece de papel de china con tanta lavada, como hamaca de papada, arete en una oreja, y si lo traen puesto, la nariz la dejan afuera para respirar bien, ¡ya ni la amuelan! O sea, lo llevan consigo, simplemente porque sin él no los dejan entrar a ciertos lugares.

En la era cuando los medios digitales se volvieron básicos para sobrevivir en el desarrollo escolar, laboral y uno que otro momento de diversión -sí, de los mil que tenemos-, tal parece que la infondemia, en esos escépticos no ha tenido efecto, es más, hasta creo que los memes sobre el Coronavirus les han servido de terapia en línea. Luego nos quejamos de que las autoridades la hacen mucho de tos con las restricciones, pero si no agarramos la onda de los riesgos que corremos al empeñarnos en continuar siendo mamíferos sociales, no la hagamos de pedo porque no habrá posadas donde corran ríos de chupe, berridos a causa del karaoke, que la neta, sin posado godín, ¡ya la hicimos a los que nos tocaban en el intercambio los regalos más chafas! Además, en la pinche rifa nunca me sacaba ni la lengua.


No habrá compras de pánico, pues las tiendas y centros comerciales mantendrán sus horarios y aforo reducidos como hasta ahora, así que este año no veremos el titipuchal de gente comprando regalos o el bolillo a última hora y, lo mejor, sin encabronarse porque no hay lugar en el estacionamiento, por fin no echarán esa mala vibra a las personas con discapacidad por tener tantos espacios reservados sin ocuparlos. Antes era común al caminar por las calles encontrarse con cascaras de plátano, bolsas de papas fritas o envolturas de Gansito, ahora, es pior, uno se topa con cubrebocas que se adhieren a las suelas, pañuelos desechables embalsamados de gel pegosteoso -sí, del corrientito que te ponen en la entrada del súper-, guantes de látex rotos y changarros que ni respetan las medidas de salud con tal de ganarle la clientela a las tiendas de cadena comercial.

Celebraremos la fiesta del 12 en honor a la virgen de Guadalupe desde él chante a través de Internet o por televisión abierta, continuaremos, quienes estamos conscientes de lo contagioso del virus que se manifiesta en las fiestas, de fomentar el amor de confinamiento a un metro y medio de nuestras parejas, pero con ojos de borrego a medio morir, además de ofrecerle una enorme disculpa a nuestras mascotas quienes nos han soportado más horas al día de lo acostumbrado y, claro, está, el lado positivo es que este año no habrá berrinches por lo horrible de los regalos en los intercambios ni trompadas por aquello de la sana distancia.


jueves, 3 de diciembre de 2020

¿Las ansiadas vacaciones?


Estamos ya en el último mes de este pasado de lanza 2020, lo más seguro es que los profesores contamos los días para las vacaciones decembrinas, sí, por fin la plataforma nos dejará reposar, por unas cuantas fechas habrá pausa a la enorme cola de correos con preguntas que nunca se atrevieron a realizar en las sesiones de Meet la muchachada o ¿será que ni estuvieron ahí? La neta, aunque no podamos salir de paseo a realizar turismos bastimentero como en el 2019, ni festejar en familia tipo tripulación del Titanic, pero eso sí, el ponche del Chino y el pavo no faltarán, además, es justo y necesario que los chamacos junto con sus progenitores tengan un pequeño receso de las clases en línea y las tareas que nos han dejado de factura una nueva graduación de lentes, por un buen de tiempo ya no tendremos los ojos rojos cual pacheco con cigarro de esos que dan risa.

¡Volver a ser simples mortales! Creo que esa lección ya la aprendimos todos con el Coronavirus, además, no sé si me agrade mucho hipotecar por cierto tiempo la responsabilidad de cumplir con los deberes de la profesión que tanto aprecio, con la cual he logrado sobrellevar más fácilmente la reclusión a causa del pinche virus de la duda. Experimentar de nuevo el convertirse en un ordinario ciudadano que se monta en la bicla a brindar con una copa de adrenalina urbana, esquivando cafres y a las bestias que se echan de reversa al salir del OXXO sin un ápice de precaución o asoman medio coche para cruzar una calle, sentirme Mario Bros evadiendo los cráteres lunares, perdón, los baches, respirar el aire fétido de mi ciudad, escapar un ratito del encierro atunero del confinamiento con tal de ver por las calles a las parejas besándose apasionadamente con cubrebocas dizque por higiene, los señores con sus cubrebocas más chamagosos que mi conciencia o la tamalera vendiendo sus productos sin guantes, pero con gel antibacterial de esos que no huelen a alcohol.

En tiempos de sacar los vinilos de música navideña como mi favorito de “Parchís Villancicos”, para embriagarme de nostalgia, luego hundirme en el sofá escuchando la bilingüe “Feliz Navidad”, del boricua José Feliciano, ponerme a derrochar amor con la de «Tú serás mi Navidad» de Roberto Jordán y Estela Núñez o cualquiera del disco “Blanca Navidad” de Los Panchos con Eydie Gormé, en fin, motivos nos sobran para estar en asueto cuando lleguen las ansiadas vacaciones decembrinas, pero mientras hay que seguir siendo muy celoso de nuestro deber.