jueves, 7 de mayo de 2020

Diario de la cuarentena 3

Errare humanum est.

¿En qué nos equivocamos? Si somos los únicos mamíferos más desarrollados, esos que durante períodos de asueto realizamos turismo tóxico en donde dañamos flora y fauna, ¡al cabo ni se nota! Pero como cruel ejemplo de la globalización llega un bichito, con el cual el miedo es más contagioso que la enfermedad, a partir de ello un pesimista es un optimista informado por el torrente de datos que le hicieron llegar toda esa gama de semiexpertos vendedores de remedios tan eficientes como los de nuestros abuelos, y caemos redondito, todo por culpa de ese cabrón egoísmo que nos aferra a dejar este mundo y todo lo que planeamos para el mañana.

Entonces cual novela de Agatha Christie, sospechamos de todos, haciendo del prójimo un presunto enfermo —¡Ay Dr. Chapatín regresarme mi diabetes! —; creo que no hay porque temer, es un virus político del cual algunos quieren hacer proselitismo sanitario, si te sientes solo al quedarte en casa, recuerda que la peor soledad es la que llevamos en el interior, somos humanos y errar es humano.

martes, 5 de mayo de 2020

¡Paaaaan caliente del sol!

Estos días aciagos y perros, recordé aquella frase de Pedro Infante de: "Las penas con pan son buenas", y escuchando en mi confinamiento al Chilango de oro, me inspiré con el chiquigüite. Llégale que solo te falta el champurrado mi buen.

Al estilo de don Chava Flores: Qué concha la tuya, de hacerle ojo de buey a tu viejo, ya ni la amuelas con los cuernos que le ostentas, si a salado te supo, qué esperas para tronarle los huesitos, no le aunque se hagan polvorón, ay tu mírala siempre de catrina y rete chula mi prieta cuando se mira en los ricos espejos, al cabo de orejitas oiga usté, ¡vamos éntrale al picón que del sapo la delicia son!

Diario de la cuarentena 2.

El calzón de Crusoe.


Como si la maldición de un tal Daniel Defoe, a este viejo Robinson Crusoe hubiera teñido de negro esta cuenta regresiva de días y noches de guardar que entre la línea divisoria que va del tedio a la aceptación, ante una situación extrema, tan impredecible que nos obstaculiza el ritmo de vida.

Creo que ni Freud podrá evitar que, en esta soledad, el Superyo le dé jaque mate al humilde Yo, ¡Mira que comer Reina con alfil! ¿Cuándo podré de nuevo compartir mi plato con el prójimo ahora que tanto pecado es? ¡adiós a la comida buffet de la oficina! Hoy que me parecen inconvenientes las escenas de amor de las películas románticas, ¿es que acaso este virus de la duda evitará que sigamos siendo infieles?

Me quedo entonces con el placer de andar por mi hogar en “trusas Ramírez”, pero con la zozobra de que este cabrón virus me nomine para ser expulsado de la Casa de BigBrother internacional.

Diario de la cuarentena 1.

Un cincuentón en cuarentena.

¿Dónde hallar una coartada para este eclipse viral? Ese ictus que como excusa dio un mutis de encierro que nos enseñó que el infierno siempre ha estado allá afuera, mientras el aburrimiento vomita este beato calendario al que ninguna dieta le hace adelgazar los días. El porno que ayer me calentaba, hoy es cutre y casero como el sexo en el matrimonio, y la prostituta pandemia sigue dándome excusas de experimentar patéticos sintomáticos.

Mi cepillo dental clara muestra de que a pesar del encierro este hábito social se ha convertido en un simple egoísmo de mi cerebro a pesar del destierro, masa encefálica cruel que poco a poco empieza a solicitar a la empresa de mudanzas que se lleve los muebles de la cabeza, yo que siempre había querido pausar el ritmo de vida ajetreado y lleno de estrés, ahora desespero por encontrar el botón de play.

Por las calles se apagaron Las Series Navideñas, todas esas personas que como bulbos eléctricos que antes se encadenaban para darse cita en lugares públicos e iluminar con su presencia, hoy se desmembraron con tal de protegerse en sus casas del espectro letal que nadie ve, pero todos sabemos que es un asesino serial.

La palabra violencia

Violencia, nueve letras que al conjugarse las interpretamos como algo que nos inspira una mixtura entre ira, miedo y desesperación, la escuchamos por la radio, le vemos por televisión e internet, pero lo más triste de ello es que no se acaba apagando el aparato radiofónico ni el televisor o desconectándonos de la red, pues ya ha sido incrustada como un implante en nuestras vísceras, en el carácter de cada individuo.

Existe y su reputación predomina entre las personas que la utilizan para llamar la atención, para hacerse notar o escuchar. Está en cada uno de nosotros, la vivimos donde quiera que sea, en la calle con el coche que se estaciona en el lugar de las personas con discapacidad o el conductor que cree tener más derechos de vialidad que el peatón, la ñora que al barrer en lugar de recoger su basura la echa a la casa del vecino, en el trabajo cuando a algún compañero le faltan al respeto o dejan de tratarlo como ser humano, en la casa cuando estoy enojado y hago un pancho o en el hogar de aquel niño que sus papás se separaron y lo hacen sentir culpable que, de tanto sentimiento, busca desquitarse despedazando sus juguetes.

Una pared rayada también es violencia, pues quien lo hizo no se detuvo a pensar que esa barda no es suya y que su dueño debe invertir dinero para reparar el daño, imagino que esa persona tiene una difusa idea sobre respetar lo ajeno. Da pena que debido a acciones como estas, tengamos que vigilar violentados nuestras pertenencias, cuidar de los seres que amamos ante cualquier gente… sintiendo ira y miedo a que nos hagan daño.

No podemos comprar todos los diccionarios y arrancar la hoja donde se define la palabra violencia, pues con ello no se arreglarían las cosas ni tampoco pedirles a los doctores que inventen la vacuna contra la violencia, pero si podemos regalar una sonrisa, ser amables sin caer en la condescendencia, y lo más importante, intentar ser pacíficos en un mundo agresivo, demostrar que estamos civilizados, y la mejor forma de evitar ser violentos es empezar con nosotros, dejar de maltratarnos.

jueves, 12 de marzo de 2020

Cancelando la “realidad”

Son despuesito de las 3 de la tarde, en la regadera yacen mis restos enjabonados cuando la señora que apoya en las labores domésticas me dice que afuera me espera una señorita dispuesta a realizar el censo 2020, respondo con incomodidad que por piedad le diga que regrese más tarde, mientras por mi cabeza rondan todos esos mensajes que mis contactos en WhatsApp me han enviado con tal de evitar caer en una trampa de ladrones, estafadores y secuestradores que supuestamente se hacen pasar por encuestadores –copyright, El Mitotero– o qué tipo de respuesta voy a dar a las preguntas sobre religión, cuentas bancarias, afiliación política y equipo de fútbol, ¡uy, qué ñañaras!

De pronto siento unas molestas cosquillas que van de la nariz a la garganta hasta el explosivo estornudo, seguido de cuatro más, las orejas se empiezan a poner calientes, en el espejo las observo muy coloradas, ¡no manches! Ahora falta que sea resfriado y con la publicidad del Covid-19, padecer alguna enfermedad respiratoria en estos tiempos, existe la posibilidad de que te apliquen el apartheid que se suscitó con la gripe A (H1N1), en donde se creó una rígida división entre la inmensa minoría saludable y la mayoría enferma.

¿Y porque no nos ponemos todos en cuarentena? Así cuando salgamos de ella, tal vez se haya reseteado el Horario de Verano, que ya meritito viene, se terminase el censo y probablemente ya fueron publicados sus resultados en lugar del mes de noviembre, –por cierto la encuestadora además de identificarse fue atenta y cordial, así como nunca hubieron opciones de preguntas de índole personal–, por su parte el coronavirus ya ni exista, en pocas palabras, cancelamos nuestra realidad que se desarrolla más entre embustes y miedos, que de momentos felices. Nos vemos en el próximo… ¡Espero!

jueves, 5 de marzo de 2020

La infancia de todos

Creo que el mundo tecnológico y la violencia han acabado con la diversión de la niñez, ¿los chamacos de ahora qué infancias tienen? Ya no se juega en la calle -por miedo a que se active la Alerta Amber-, pues si salen es a un jardín o a las plazas comerciales, además, creo que debido a la abundancia de información que existe, ahora las charlas del recreo resultarán dificilísimas, imagínate abordar tantos temas en treinta o cuarenta minutos que dura. A diferencia de mi época infantil en que existían tres canales de televisión -niñera de la infancia mexicana de los setenta y ochenta-, dos marcas de juguetes, todos comíamos las mismas golosinas, lo que significaba que había referencias comunes que daban origen a charlas entre cuates que nos faltaba recreo para seguir, con decirles que nuestros enemigos eran Lex Luthor y The Joker o el Comodín como lo conocimos gracias Editorial Novaro.

Las generaciones actuales no conocieron y dudan de que hubiera álbumes de corcholatas de refresco, ¡sí! Existían de personajes de Disney, programas de Televisa, y en donde aplicábamos nuestro ingenio, era con las del mundial Argentina 78, ya que con un botón de camisa al presionarlo con la ficha hacíamos que la imagen impresa de Hugo Sánchez, Armando Manzo, Cristóbal Ortega, Leonardo Cuéllar -¿wey, esos quiénes eran?- y otros más, metieran sus chutazos a gol en las porterías de palillos de los helados Mexti. Los castigos de nuestros progenitores eran perversos, quedarte sin ver tu programa favorito, sin la golosina de la tienda que tanto te gustaba o esconderte el juguete con el que más te divertías, ¡ya ni la amuela mi jefa, esconder por tres meses a Kid Acero!

Aún no supero el sentimiento de culpabilidad de que por unos de mis clásicos berrinches un domingo me prohibieron ver al Profesor Zovek, y fue un día después cuando murió ejecutando una de sus intrépidas acciones. Los castigos que ahora son penados a quienes se los apliquen a los chamacoescuincles, todas esas enormes cantidades de azúcar –que se convirtieron en ciberataques del ratón de los dientes– en la comida chatarra que nos vendía Chabelo, hicieron de nuestra infancia, una niñez que nunca conoció el estrés y menos al psicólogo, pues la vida a esa edad fue un mágico y divertido momento entre nuestro nacimiento y nuestra muerte.