Wow¡ Así como si fuera eslogan publicitario de tienda departamental, este último puente del 2017 se la rifó, primero sacó a relucir nuestro perfil consumista con eso del “Buen Fin:)” –por cierto, ¿qué onda con la sonrisita? –, comprando tantas cosas que ni necesitábamos, además ni era cierto eso de los televisores de 10.999 pesos, pos ni los encontré. En el cine, el viernes veíamos a más personas en mallas que ni los lunes de zumba por el jardín de mi barrio, es más, aquello en pantalla parecía pijamada por la película de Justice League.
El 20 triplicamos el festejo patrio, pues además de conmemorar el 107 de la Revolución, de paso repetimos el cumpleaños del Benemérito de las Américas, Don Benito Juárez García, y para que no se nos olvide, ahí va de nuez la celebración de la Independencia, ¡híjole! Cuánta información por procesar en las materias primas de las masas encefálicas de nuestra chaviza, con tal de que quedara bien fomentada nuestra idiosincrasia patriótica, luego de esto, creo que no aplica esa cuestión de: ¿pa´qué estudiamos historia?
Como dicen nuestros Bitles del nopal, Café Tacuba en su canción El Ciclón: “quiero hacerla un cuadrado, deformarla en un triángulo, pero la vida siempre vuelve a su forma circular”, todo regresó a la normalidad el martes 21, que parecía lunes, pero en realidad era martes, lo supe cuando al pasar por el Rancho de Villa contemplé a las vendimias atascadas de clientes y en el parabús el gentío esperando sin esperanza la ruta del tentempié que los llevará a su chante.
Son una serie de artículos que ya han sido publicados en diversos periodícos locales.
jueves, 23 de noviembre de 2017
jueves, 16 de noviembre de 2017
Expresión al bidé
Este lunes, para los usuarios de los servicios de transporte urbano de la zona conurbada, se dio un preludio al 1 de enero del 2018 con el incremento de dos pesos a la tarifa general, quienes no nos enteramos el meritito día del anuncio oficial, pudimos constatarlo gracias al enooooorme ocho que aparecía al frente de los camiones, los distraídos como este inseguro servidor de ustedes llegó a creer que todas las rutas se habían transformado en la número 8, ¡chin! ¿Dónde habían quedado las 10, 20 y 3? Parecía como si nos las hubieran robado, después, la 14 hizo que entrará en razón cuando abajo del ocho se incluía la frase “Sin llorar” a son de burla #@!%’¡#&.
Un simple número expresaba la buena nueva para los choferes y la desesperación de las carteras de quienes utilizan este servicio. Así como lo hicieron los transportistas, existen formas de expresión por todas partes, las paredes grafiteadas con groserías u obras de arte, esos panorámicos anuncios de las calles –que a veces de tantos que hay, se contamina de forma visual mi amada Ciudad de las Palmeras–, en las visitas a los baños públicos uno se topa con lecturas exquisitas que van de lo divertido y sarcástico, a lo directo y triste.
También existimos sujetos que al expresarnos tal vez nos convertimos en enemigos de la RAE, por las frases sin sentido que decimos –y que también escribimos–, cualquier semejanza con el loro de mi casa es pura coincidencia. Reconozco que cuando tratamos de llegar a los demás, una evidencia clara es nuestra imperiosa necedad de entablar comunicación con otros, precisamente en ese hablar tan crucigramado intentamos que los demás nos codifiquen lo que decimos, aprovecho para agradecer a quienes ponen sus ojos en esto que tan devotamente escribo todos los jueves.
De todas las desdichas humanas que permanecen ocultas con total justificación en el ámbito de lo privado, los lenguajes cursis de pareja son los que más pena ajena causa a quien los escuchamos, neta, eso de que vas en el camión, mientras la pareja de enfrente va diciéndose frases de pastel o cuando tu compañera de la chamba responde la llamada de su pioresnada con apodos tan domésticos como “¡sí mi amor, lo que tú digas cariño!” ¡Puaf! ¡puaj!
A consecuencia de lo anterior, en un (fallido) intento de ser lo más mesurado al hablar, con la precaución de evitar decir esas palabras hermosas que se verán ensuciadas por los múltiples usos de los termómetros de mis vísceras, en mi cerebro planeo conversaciones que probablemente nunca se lleven a cabo, pues lo más patético es que suelo siempre expresar lo que ni siquiera pensé.
Un simple número expresaba la buena nueva para los choferes y la desesperación de las carteras de quienes utilizan este servicio. Así como lo hicieron los transportistas, existen formas de expresión por todas partes, las paredes grafiteadas con groserías u obras de arte, esos panorámicos anuncios de las calles –que a veces de tantos que hay, se contamina de forma visual mi amada Ciudad de las Palmeras–, en las visitas a los baños públicos uno se topa con lecturas exquisitas que van de lo divertido y sarcástico, a lo directo y triste.
También existimos sujetos que al expresarnos tal vez nos convertimos en enemigos de la RAE, por las frases sin sentido que decimos –y que también escribimos–, cualquier semejanza con el loro de mi casa es pura coincidencia. Reconozco que cuando tratamos de llegar a los demás, una evidencia clara es nuestra imperiosa necedad de entablar comunicación con otros, precisamente en ese hablar tan crucigramado intentamos que los demás nos codifiquen lo que decimos, aprovecho para agradecer a quienes ponen sus ojos en esto que tan devotamente escribo todos los jueves.
De todas las desdichas humanas que permanecen ocultas con total justificación en el ámbito de lo privado, los lenguajes cursis de pareja son los que más pena ajena causa a quien los escuchamos, neta, eso de que vas en el camión, mientras la pareja de enfrente va diciéndose frases de pastel o cuando tu compañera de la chamba responde la llamada de su pioresnada con apodos tan domésticos como “¡sí mi amor, lo que tú digas cariño!” ¡Puaf! ¡puaj!
A consecuencia de lo anterior, en un (fallido) intento de ser lo más mesurado al hablar, con la precaución de evitar decir esas palabras hermosas que se verán ensuciadas por los múltiples usos de los termómetros de mis vísceras, en mi cerebro planeo conversaciones que probablemente nunca se lleven a cabo, pues lo más patético es que suelo siempre expresar lo que ni siquiera pensé.
jueves, 9 de noviembre de 2017
Pérdida de tiempo
Ya pasó el Día de Muertos, atrás quedaron esos panditas… ¡Ups! Digo, calaveritas que la chaviza se disfrazaba para conmemorar a los difuntos, pero, que yo sepa Ace Frehley y Peter Criss de Kiss aún no mueren, ¿entonces por qué muchos se maquillaron como ellos ese día? Aprovechando el archirequetemegapuente, acudí a equis sala de cine a ver esa película animada que nos restriega en la cara la capacidad imaginativa de los gringos al reciclar nuestras tradiciones y folklor, o sea, nos asombraron al exhibirnos algo que para nosotros de tan común que era ni en cuenta, pues lo tomábamos de ordinario que pasaba inadvertido.
Hablando de momentos inadvertidos, cierta vez una colega laboral con el clásico sarcasmo de nuestra profesión me dijo: ¡oyes! Tu que escribes sobre las tonterías de la vida – ¡qué! ¿Cómo? “#@!%’¡#&–, nunca te has puesto a pensar en el valioso tiempo que perdemos entre la duración del cambio del semáforo de rojo a verde, casi llega al minuto y medio, los cuales si los sumas con todos los que te cruzas al día y los multiplicas por los meses, al año son un titipuchal de momentos de la vida que te pierdes en la lela, es decir, vas desperdiciando la vida en cada luz roja.
Creo que el tiempo nunca se pierde si en esos momentos lo utilizamos para pensar, no en divagar sobre la inmortalidad del cangrejo, sino en colocar en los pensamientos asuntos que se analicen con atención y detenimiento, generando puntos de vistas que permitan tomar decisiones acertadas a esos asuntos. Recuerde que cuando uno viaja ya sea en camión, taxi o coche particular, las cosas se miran distintas, pues las perspectivas cambian, las broncas que nos parecen grandes, tomando un poquito de distancia ya sea en espacio o en el tiempo ese que según usted se pierde en cada cambio de luz, se ven diferentes.
¡Ah! Regresando al tema de la película, apreciado lector, si dudaste de mi insensibilidad al ver la cinta, honestamente, sí lloré, pero no de ternura, sino de enfado, porque ahora para el mundo ser mexicano es festejar el dos de noviembre perdiéndose en el laberinto del tiempo y el olvido otras manifestaciones populares de nuest
Hablando de momentos inadvertidos, cierta vez una colega laboral con el clásico sarcasmo de nuestra profesión me dijo: ¡oyes! Tu que escribes sobre las tonterías de la vida – ¡qué! ¿Cómo? “#@!%’¡#&–, nunca te has puesto a pensar en el valioso tiempo que perdemos entre la duración del cambio del semáforo de rojo a verde, casi llega al minuto y medio, los cuales si los sumas con todos los que te cruzas al día y los multiplicas por los meses, al año son un titipuchal de momentos de la vida que te pierdes en la lela, es decir, vas desperdiciando la vida en cada luz roja.
Creo que el tiempo nunca se pierde si en esos momentos lo utilizamos para pensar, no en divagar sobre la inmortalidad del cangrejo, sino en colocar en los pensamientos asuntos que se analicen con atención y detenimiento, generando puntos de vistas que permitan tomar decisiones acertadas a esos asuntos. Recuerde que cuando uno viaja ya sea en camión, taxi o coche particular, las cosas se miran distintas, pues las perspectivas cambian, las broncas que nos parecen grandes, tomando un poquito de distancia ya sea en espacio o en el tiempo ese que según usted se pierde en cada cambio de luz, se ven diferentes.
¡Ah! Regresando al tema de la película, apreciado lector, si dudaste de mi insensibilidad al ver la cinta, honestamente, sí lloré, pero no de ternura, sino de enfado, porque ahora para el mundo ser mexicano es festejar el dos de noviembre perdiéndose en el laberinto del tiempo y el olvido otras manifestaciones populares de nuest
jueves, 26 de octubre de 2017
Cuentos y canciones
Dedicado a Francisco Gabilondo Soler.
De cera… el del museo en GDL
El fin de semana decidí montármelo de infante en el estero de casa, por los seis bafles de más de 1500 W de potencia sonaron canciones de Parchís, Enrique y Ana, El Chavo del Ocho con toda la vecindad, como intermedio puse los cuentos y canciones de Cri-Cri, ¡ah! el señor que una vez fue grillito, ese que vivía en campos y bosques tocando su pequeño violín, que la neta era una hojita, pero si los Kronos Quartet interpretan la canción de “Perfidia” también con ese órgano vegetativo, al igual que el señor que va al mercado Manuel Álvarez y se echa la rola de “Amorcito corazón” por unas cuantas monedas con el citado instrumento, ¡chingón maistro!
Al escuchar las canciones, en una de ellas volví a imaginarme anotando en la libreta los garrotazos que la tía le arremete al niño ese que dice groserías, a pesar de su cara angelical igual a un querubín, ¡wee, eso es fomento al bullying! No podía faltar el drama que toda ama de casa vive a diario al ir al mercado con el alza de los productos de la canasta básica, y que también enfrenta la Patita a quien solo le queda regatear o poner a su familia a un régimen alimenticio de mosquitos, pues además tiene un marido que ni trabaja, ¿en dónde he visto algo parecido?
A las tres de la mañana – ¡eh! ¿Qué no es la hora del chamuco? – empieza el ritual de los muñecos, donde siempre el Gato Félix le parte su mandarina en gajos al sonriente Pierrot, para que los deje continuar brincoteando hasta el amanecer, aquí como que uno reflexiona y saca a conclusión de que los “creativos” de Pixar se fusilaron la idea de Toy Story de esta canción. Igual pudiera ser que otra de sus fuentes de inspiración fue La muñeca fea, ¡no manches que nombre tan peyorativo! Bueno de entrada la música es triste con esa mezcla de arpa y piano, luego saber que ya no tiene un brazo, la cara toda chamagosa y para colmo llora lágrimas de aserrín debido a que los ingratos del mundo ya no son sus amigos, algún parecido con Sid Phillips es mera coincidencia.
A la edad que tengo – ¡mira que son casi 49 años!–, saqué coraje de mi persona para escuchar la intimidante “El Ropavejero”, a la cual recurrían las madres como advertencia suavizada para que uno le bajara a los berrinches. Les aclaro que la superé, pues años atrás me la brincaba, pero la que aún no puedo es la “Canción de las brujas”, cada vez que la escucho se me pone la carne de gallina. Luego siguió la primer Lolita que conocí mucho ante de leer la novela de Vladimir Nabokov, la niña Esther, la de Métete, Teté, una especie de cumbia sabrosona, seguida por ese lenguaje raro del chinito estampado en un gran jarrón que fue acusado de decir: “¡Yan -tse – amo – oua – ting – i pong – chong – kí”, ¿y eso qué significa? ¡Ve tú a saber!
Influenciado tal vez por Teté, no pude resistir oír a mi gusto culposo en la adolescencia, los puertorriqueños de Menudo, recordando a tantas chicas que fueron mis novias –sí, pero en la imaginación, ¡Sigh! Sniff, sniff.
De cera… el del museo en GDL
El fin de semana decidí montármelo de infante en el estero de casa, por los seis bafles de más de 1500 W de potencia sonaron canciones de Parchís, Enrique y Ana, El Chavo del Ocho con toda la vecindad, como intermedio puse los cuentos y canciones de Cri-Cri, ¡ah! el señor que una vez fue grillito, ese que vivía en campos y bosques tocando su pequeño violín, que la neta era una hojita, pero si los Kronos Quartet interpretan la canción de “Perfidia” también con ese órgano vegetativo, al igual que el señor que va al mercado Manuel Álvarez y se echa la rola de “Amorcito corazón” por unas cuantas monedas con el citado instrumento, ¡chingón maistro!
Al escuchar las canciones, en una de ellas volví a imaginarme anotando en la libreta los garrotazos que la tía le arremete al niño ese que dice groserías, a pesar de su cara angelical igual a un querubín, ¡wee, eso es fomento al bullying! No podía faltar el drama que toda ama de casa vive a diario al ir al mercado con el alza de los productos de la canasta básica, y que también enfrenta la Patita a quien solo le queda regatear o poner a su familia a un régimen alimenticio de mosquitos, pues además tiene un marido que ni trabaja, ¿en dónde he visto algo parecido?
A las tres de la mañana – ¡eh! ¿Qué no es la hora del chamuco? – empieza el ritual de los muñecos, donde siempre el Gato Félix le parte su mandarina en gajos al sonriente Pierrot, para que los deje continuar brincoteando hasta el amanecer, aquí como que uno reflexiona y saca a conclusión de que los “creativos” de Pixar se fusilaron la idea de Toy Story de esta canción. Igual pudiera ser que otra de sus fuentes de inspiración fue La muñeca fea, ¡no manches que nombre tan peyorativo! Bueno de entrada la música es triste con esa mezcla de arpa y piano, luego saber que ya no tiene un brazo, la cara toda chamagosa y para colmo llora lágrimas de aserrín debido a que los ingratos del mundo ya no son sus amigos, algún parecido con Sid Phillips es mera coincidencia.
A la edad que tengo – ¡mira que son casi 49 años!–, saqué coraje de mi persona para escuchar la intimidante “El Ropavejero”, a la cual recurrían las madres como advertencia suavizada para que uno le bajara a los berrinches. Les aclaro que la superé, pues años atrás me la brincaba, pero la que aún no puedo es la “Canción de las brujas”, cada vez que la escucho se me pone la carne de gallina. Luego siguió la primer Lolita que conocí mucho ante de leer la novela de Vladimir Nabokov, la niña Esther, la de Métete, Teté, una especie de cumbia sabrosona, seguida por ese lenguaje raro del chinito estampado en un gran jarrón que fue acusado de decir: “¡Yan -tse – amo – oua – ting – i pong – chong – kí”, ¿y eso qué significa? ¡Ve tú a saber!
Influenciado tal vez por Teté, no pude resistir oír a mi gusto culposo en la adolescencia, los puertorriqueños de Menudo, recordando a tantas chicas que fueron mis novias –sí, pero en la imaginación, ¡Sigh! Sniff, sniff.
jueves, 19 de octubre de 2017
Cambiar de aire
Son la fantasía godín de cualquier empleado de oficina, la esperanza de los alumnos y el suplicio para sus respectivas jefecitas, siempre se buscan con ahínco en el calendario, convirtiéndose en una falta de respeto si en uno de los meses no se incluyen, pues sábados y domingos están de hoquis, me refiero a las tan esperadas, anheladas y cortas – ¡sí, porque ni nos ajustan!– vacaciones.
En la Roma antigua, los días vacacionales eran aquellos exentos de obligaciones religiosas, pero no de trabajar, recordemos que su organización social dependía mucho de los actos religiosos, además en aquellos tiempos se le atribuían al Todopoderoso la creación de las fechas de asueto, recordemos que el séptimo día de haberse creado el mundo y todas las cosas, Dios se lo tomó de receso, después el ser humano en los múltiples intentos de ser semidiós inventó un titipuchal de fechas a celebrar y obviamente descansar.
Muchísimos años más adelante, en la Edad Media para ser exacto, los campesinos que laboraban durante la siega percibían de una especie de protección ante los tribunales a no ser citados fuese cual sea el motivo, al que llamaban Vacatio Judiciales, o sea, si trabajabas nadie te la podía hacer de tos. Fueron los ingleses quienes instituyeron los periodos vacacionales como hasta hoy los conocemos, en invierno y verano.
Ahora de adulto el disfrute de las vacaciones me cuesta un buen –a diferencia de cuando niño, que todo era gratis–, si es que se les puede llamar gozo a desembolsar por servicios que redoblan sus precios por el simple hecho de estar en momentos de vigencia, además, como dijera Elbert Hubbard, “nadie necesita más vacaciones como el que acaba de tenerlas”, porque uno regresa todo molido, más cansado que relajado de los viajes.
Para colmo, como especie de mal karma, cuando el receso laboral es extenso, los achaques comienzan a invadir mi cuerpo, al grado de enfermar, entonces, eso de cambiar de aire no va conmigo, pues en el intento de evadir mi realidad por unos cuantos días, descubro cómo mi organismo es un masoquista acostumbrado al estrés por el ajetreo laboral… ¡Achís! Sniff, sniff…
En la Roma antigua, los días vacacionales eran aquellos exentos de obligaciones religiosas, pero no de trabajar, recordemos que su organización social dependía mucho de los actos religiosos, además en aquellos tiempos se le atribuían al Todopoderoso la creación de las fechas de asueto, recordemos que el séptimo día de haberse creado el mundo y todas las cosas, Dios se lo tomó de receso, después el ser humano en los múltiples intentos de ser semidiós inventó un titipuchal de fechas a celebrar y obviamente descansar.
Muchísimos años más adelante, en la Edad Media para ser exacto, los campesinos que laboraban durante la siega percibían de una especie de protección ante los tribunales a no ser citados fuese cual sea el motivo, al que llamaban Vacatio Judiciales, o sea, si trabajabas nadie te la podía hacer de tos. Fueron los ingleses quienes instituyeron los periodos vacacionales como hasta hoy los conocemos, en invierno y verano.
Ahora de adulto el disfrute de las vacaciones me cuesta un buen –a diferencia de cuando niño, que todo era gratis–, si es que se les puede llamar gozo a desembolsar por servicios que redoblan sus precios por el simple hecho de estar en momentos de vigencia, además, como dijera Elbert Hubbard, “nadie necesita más vacaciones como el que acaba de tenerlas”, porque uno regresa todo molido, más cansado que relajado de los viajes.
Para colmo, como especie de mal karma, cuando el receso laboral es extenso, los achaques comienzan a invadir mi cuerpo, al grado de enfermar, entonces, eso de cambiar de aire no va conmigo, pues en el intento de evadir mi realidad por unos cuantos días, descubro cómo mi organismo es un masoquista acostumbrado al estrés por el ajetreo laboral… ¡Achís! Sniff, sniff…
jueves, 12 de octubre de 2017
Oh! My LOL
Veo chirotear a los niños en el Jardín Libertad, lo cual trae a mi memoria miope los días de la infancia cuando en un círculo trazado sobre la arena del Jardín de San Pancho de Almoloyan, al grito “¡chiras pelas!”, intentaba sacar los caicos de mis amigos, de pronto los acordes de “Nereidas” que interpretaba la Banda de Música del Estado sobre el kiosco de origen belga que se encuentra al centro me regresaron al tiempo real, para pensar que dentro de cincuenta años más, si sobrevivimos al holocausto nuclear o a la invasión zombi, las generaciones actuales estarán bailando al igual que esos ancianitos, imagino que sí, solamente que la música será reguetón, trap o trance.
No hay que olvidar que alguna vez fuimos jóvenes, por supuesto que ellos también en cierto futuro serán mayores. Ahora nos causa admiración o experimentamos una que otra punzada en el corazón y en el hígado que ciertos chamacos ignoren que años atrás en nuestro abecedario existían las letras “CH” y “LL” o que a la moneda nacional le extirparon tres ceros con tal de igualarla al dólar, y se nos hace una catástrofe que a ellos ni les importe, pues como dicen no fue en su tiempo.
Siempre que hablamos o escribimos de la brecha generacional, lo hacemos para rescatar lo “bueno” del pasado y criticar destructivamente lo que se hace en la actualidad, que arroje la primera piedra cualquiera de mis congéneres quién no sabe el significado de palabras como: discoteca, conjunto musical, chaviza y llamarle vino a todo tipo de bebida embriagante, claro que lo sabemos e igual que ahora, los adultos en nuestra época de jóvenes – ¡uy!, ¡ya llovió!–, nos escuchaban con signos de interrogación.
Actualmente es común que en las fotos que uno sube a las redes sociales en plan de chavo-ruco con jovenzuelos haciendo señas con los dedos, caras extrañas y poses ridículas, quienes no estuvieron en ellas las comenten escribiendo “C.I.” y el emoticón de tristeza. Las primeras veces ni sabía qué onda, entonces investigando, así a través de encuestas antropológicas en la calle, supe que esas dos letras significan “chida invi”, o sea, quienes las escriben están reclamando porque no salieron en la foto. También he escuchado cuando a la raza les gusta una canción en lugar de decir a mí también dicen “por dos”, luego si a otro le agrada agrega “por tres” y así de forma aritmética sin la ayuda de Baldor uno se entera de sus gustos musicales.
Alguien por ahí va a decir que estoy favoreciendo a que se deforme el lenguaje, pero nosotros también lo hicimos en aquellos tiempos cuando en las olimpiadas se cronometraba con reloj de arena, al acuñar palabras como: qué onda, ay la vidrios, está bien rifado, chafa, qué tal andamios, sangrón o transa. Haciéndosenos tan común que aún prevalecen en nuestro hablar coloquial.
No hay que olvidar que alguna vez fuimos jóvenes, por supuesto que ellos también en cierto futuro serán mayores. Ahora nos causa admiración o experimentamos una que otra punzada en el corazón y en el hígado que ciertos chamacos ignoren que años atrás en nuestro abecedario existían las letras “CH” y “LL” o que a la moneda nacional le extirparon tres ceros con tal de igualarla al dólar, y se nos hace una catástrofe que a ellos ni les importe, pues como dicen no fue en su tiempo.
Siempre que hablamos o escribimos de la brecha generacional, lo hacemos para rescatar lo “bueno” del pasado y criticar destructivamente lo que se hace en la actualidad, que arroje la primera piedra cualquiera de mis congéneres quién no sabe el significado de palabras como: discoteca, conjunto musical, chaviza y llamarle vino a todo tipo de bebida embriagante, claro que lo sabemos e igual que ahora, los adultos en nuestra época de jóvenes – ¡uy!, ¡ya llovió!–, nos escuchaban con signos de interrogación.
Actualmente es común que en las fotos que uno sube a las redes sociales en plan de chavo-ruco con jovenzuelos haciendo señas con los dedos, caras extrañas y poses ridículas, quienes no estuvieron en ellas las comenten escribiendo “C.I.” y el emoticón de tristeza. Las primeras veces ni sabía qué onda, entonces investigando, así a través de encuestas antropológicas en la calle, supe que esas dos letras significan “chida invi”, o sea, quienes las escriben están reclamando porque no salieron en la foto. También he escuchado cuando a la raza les gusta una canción en lugar de decir a mí también dicen “por dos”, luego si a otro le agrada agrega “por tres” y así de forma aritmética sin la ayuda de Baldor uno se entera de sus gustos musicales.
Alguien por ahí va a decir que estoy favoreciendo a que se deforme el lenguaje, pero nosotros también lo hicimos en aquellos tiempos cuando en las olimpiadas se cronometraba con reloj de arena, al acuñar palabras como: qué onda, ay la vidrios, está bien rifado, chafa, qué tal andamios, sangrón o transa. Haciéndosenos tan común que aún prevalecen en nuestro hablar coloquial.
jueves, 5 de octubre de 2017
Dejarte en visto √√
Nos ufanamos de hablar y de escribir sobre un pasado glorioso, hoy, creo que es necesario abordar este presente, donde los diálogos más extensos e interesantes se han vuelto digitales, no como este análogo texto que tienes en tus manos, la palabra chat ya es tan común entre nosotros que incluso forma parte de los actuales diccionarios, además, se ha convertido en el medio de… pudiera ser comunicación, pero a veces en lugar de ello, aíslan a las personas, pues al concentrarse tanto en lo que intercambian chateando se olvidan del entorno inmediato.
No hay situación más angustiante para quienes lo utilizamos, como estar en plena “conversación” y observar a nuestro interlocutor a través de las letritas en color verde de “escribiendo…”, luego como que borra, lo vuelve a hacer, borra de nuevo, va de nuez las tiznadas letras y al último nada o simplemente envía un emoji. ¿Y eso qué? Claro que a uno nadie le ve la cara, bien sabemos que ese sujeto tenía otra cosa en mente, nada más que algo le orilló a omitir la idea o prefiere callar pues probablemente lo que iba a comentar pudiera ofendernos, generar polémica y en el peor de los casos desconfía de uno . Es por eso por lo que ahora un nuevo sinónimo de indecisión, falto de ideas (y desesperación) se suma a nuestro diccionario, cuando en un chat aparece: “escribiendo…” y nada.
Igual acontece cuando después de un ratón de escribir, escribir, seguir escribiendo de forma fluida, la pantallita de la caja idiota se queda quietecita, ¡ahí nomás! Luego uno piensa que hay cierta movida chueca, entonces la intriga crece como el frijol mágico de Juanito, pues las palomitas del mentado Whatsapp ya se pusieron color azul, o sea, con quien charlabas ya las vio, y el muy ojete te dejó en visto, pero le valió Wilson tu plática, a veces uno con tal de justificarlo, pos alude tal hecho a que tal vez se quedó sin batería – ¿neta? Es tan inocente como creer que en esos momentos no tiene celular–, se le acabaron los datos o el gacho del vecino apagó el guaifai.
Ni pez, se quedó sin la invitación a ingresar a un negocio denominado la flor de la abundancia, luego que no salga con la mamarrachada de que nadie lo toma en cuenta, pues cuando es importante, lo es. Entonces lector toma nota y cada vez que alguien te deje en visto, recuerda que es sinónimo de presencia o ausencia según conveniencia.
No hay situación más angustiante para quienes lo utilizamos, como estar en plena “conversación” y observar a nuestro interlocutor a través de las letritas en color verde de “escribiendo…”, luego como que borra, lo vuelve a hacer, borra de nuevo, va de nuez las tiznadas letras y al último nada o simplemente envía un emoji. ¿Y eso qué? Claro que a uno nadie le ve la cara, bien sabemos que ese sujeto tenía otra cosa en mente, nada más que algo le orilló a omitir la idea o prefiere callar pues probablemente lo que iba a comentar pudiera ofendernos, generar polémica y en el peor de los casos desconfía de uno . Es por eso por lo que ahora un nuevo sinónimo de indecisión, falto de ideas (y desesperación) se suma a nuestro diccionario, cuando en un chat aparece: “escribiendo…” y nada.
Igual acontece cuando después de un ratón de escribir, escribir, seguir escribiendo de forma fluida, la pantallita de la caja idiota se queda quietecita, ¡ahí nomás! Luego uno piensa que hay cierta movida chueca, entonces la intriga crece como el frijol mágico de Juanito, pues las palomitas del mentado Whatsapp ya se pusieron color azul, o sea, con quien charlabas ya las vio, y el muy ojete te dejó en visto, pero le valió Wilson tu plática, a veces uno con tal de justificarlo, pos alude tal hecho a que tal vez se quedó sin batería – ¿neta? Es tan inocente como creer que en esos momentos no tiene celular–, se le acabaron los datos o el gacho del vecino apagó el guaifai.
Ni pez, se quedó sin la invitación a ingresar a un negocio denominado la flor de la abundancia, luego que no salga con la mamarrachada de que nadie lo toma en cuenta, pues cuando es importante, lo es. Entonces lector toma nota y cada vez que alguien te deje en visto, recuerda que es sinónimo de presencia o ausencia según conveniencia.
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