(Parte II)
Gracias Siglo XXI, que con su aluvión de avances tecnológicos y apps en los teléfonos nos han acercado con gente tan apartada de nuestros espacios geográficos, al mismo tiempo que nos alejan de una sencilla charla con la gente que se ubica al frente nuestro. Bajo tal argumento, el jefe de una conocida dependencia reunió a su equipo de trabajo, el objetivo de esa asamblea era establecer un orden al uso de la telefonía celular entre todos los que integraban la oficina. Dicen que las reuniones de trabajo son como la picazón en la nariz, entre más te rasques la comezón aumenta y no se te quita, o sea, entre más tiempo se profundicen los temas, más se prolonga la asamblea y menos soluciones se concretizan; esa tarde el nerviosismo imperaba en la sala, cada empleado tenía su hipótesis, pero experimentaban cierta inseguridad.
De pronto, entra el jefe acompañado de su sequito de sicofantes, el silencio sepulcral invadió la sala de reuniones, al estilo de un vulgar candidato a puesto de elección, saluda de mano a cada uno de sus colaboradores, mientras ceremoniosamente agradece la presencia de ellos. Sin rodeos o tal vez presionado por lo apretado de su agenda y sin utilizar las acostumbradas diapositivas, planteó que debido al exagerado uso de los celulares, era necesario establecer un plan de contingencia, pues tanto abuso iba echando al resumidero la ignominia de la comunicación.
En su perorata, manifestó que cuando un usuario requiere de servicios, quienes lo atienden descuidan esta labor al más mínimo sonido de su móvil, cualquiera de las secretarias responde más a los mensajes que levantar el auricular de la oficina para recibir una llamada; además de que en los cubículos se percibe un vacío existencial, pues todos están inmersos en las pantallas del teléfono, sólo se escuchan carcajadas y uno que otro grito que da cierto aire de pabellón psiquiátrico, si se reúnen a la hora del lunch ni se miran a los ojos, pues su concentración es absorbida por el tiznado aparato, que incluso hasta en el retrete lo utilizan, acción que además de ser de mal gusto es antihigiénica.
Cuquita, la responsable de almacén, sin pedir la voz comenta apresurada que ella hasta en el baño saluda a sus compañeros de mano, y si usted considera una exageración el uso del aparato, ese grupo de WhatsApp donde nos integraron sin consultarnos, le perece una mamarrachada, pues los primeros meses se logró el propósito de enlazarlos, pero luego se desvirtuó con las cadenitas, imágenes, chistes, emoticones, entre otras peores. El colmo es cuando Chole, la de finanzas, lo utiliza como medio intimidante, pues si alguien no leyó alguno de sus avisos, lo sanciona como si este medio fuera oficial. ¡Hemos pasado de considerar el antediluviano correo electrónico por donde según usted nos “oficializaba” los citatorios a esto! Lo peor es que ahora hasta los días de descanso ni parecen, debido a que indicaciones, encomiendas y actividades se hacen en cualquier fecha y hora.
Tales comentarios hicieron lo que el viento a Juárez, y de forma lapidaria el patrón expuso que como plan de contingencia cada uno de los empleados debía dejar al ingreso a la oficina su celular en un lugar dedicado a resguardarlo, regresándose al término de la jornada, y si alguno de sus familiares o ellos deseaban establecer comunicación lo podrían hacer a través de una extensión que se crearía para tal efecto. Sin más que agregar, abandona su lugar, no sin antes agradecer la atención de los allí presentes, obviamente que el lugar quedó invadido por un torrencial de polémicas y críticas ante la decisión.
Afirmar que cualquier semejanza con hechos reales es mera coincidencia, sería de guasa, mejor desconéctate de tu aparatito y regresa con los vivos por favor, para que situaciones como las anteriores no se vuelvan una realidad.
Son una serie de artículos que ya han sido publicados en diversos periodícos locales.
jueves, 16 de junio de 2016
jueves, 9 de junio de 2016
¿Qué onda con la contingencia?
(Parte I)
¡El clima como ha cambiado! Con tanta modificación da la impresión de que las estaciones del año son teorías tan perfectas que vimos en la escuela y en la actualidad no tienen razón de ser, es más, tal brusquedad de temperaturas hacen que la letra de la canción “El Planeta” del grupo fresón de rap de los noventas Caló – ¡sí, tengo sus discos, chintolo no sólo de Vivaldi y Mozart vive el hombre! –, convierta a los autores del tema Claudio Yarto y Aleks Syntek en profetas.
Con la contaminación nuestro vocabulario se apropió de palabras como biodegradable, reciclado, ozono, IMECAS – ¡y no es ninguna antigua civilización prehispánica!–, deforestación, ecocidio –aunque parezca que esta frase se la chutaron de algún programa de la Tremenda Corte, existe–, smog, entre otros. Acá en la Ciudad de las Palmeras aún no tenemos que preocuparnos a pesar de que ya existen zonas donde hay más coches que inquilinos en los domicilios, sólo en urbes como la CDMX que a consecuencias del alto índice de contaminación imponen una serie de fases preventivas como lo es evitar que circulen automóviles de ciertas características y con ello disminuir el problema.
Ante tal restricción los capitalinos guardan sus carros y utilizan el transporte público o abordan alguno de los servicios gratuitos establecidos por el gobierno, además, otra de las precauciones es el cuidado de la salud, por lo que recomiendan no realizar ejercicio al aire libre y ni exponerse al sol por más de 15 minutos.
A los inicio de mi vida laboral, en el año 1998, cuando por fin nos dejaba de hacer bobo Jacobo al despedirse de su noticiero longevo y James Cameron se echaba a la bolsa once premios óscar por su hipercursi película Titanic, mis nuevos compañeros de oficina nos enfrentamos a una especie de contingencia, resulta que sólo una computadora contaba con conexión a Internet, obvio que todos queríamos utilizarla, ya sea por las maravillas de búsqueda que nos proporcionaba AltaVista, así como el entrar en contacto entre nosotros mismos a través del correo electrónico Yahoo! –digo uno tiene cosas muuuuy privadas que compartir lejos de la mirada hostigadora del jefe.
Ante tal demanda quien en ese entonces era nuestro patrón inmediato –cuyo nombre omitiré para no herir susceptibilidades, decidió crear un plan de contingencia donde se establecía un horario de uso para cada uno de los Godínez, ¡ups! Digo oficinistas. De lunes a viernes se utilizaría de ocho de la mañana a doce de la tarde, durante este horario por bloques de dos horas se compartiría entre los responsables del turno matutino y por las tarde de cuatro a ocho para el turno vespertino. Lunes, miércoles y viernes únicamente podrían usarla aquellos empleados cuyo apellido paterno iniciará con alguna de las diez primeras letras del alfabeto, mientras que martes, jueves y sábado el resto, y para no perder la caballerosidad, las damas serían las primeras.
En esa época era imposible observar como hoy a gente arduamente adherida a la computadora a través de alguna red social y descansando en sus horas laborales, las jornadas de trabajo duraban lo mismo, y las personas se conocían de verdad. Si continuamos como hasta ahora lo hacemos inmersos en la Internet, no nos extrañe por qué los extraterrestres no han hecho contacto con nosotros.
¡El clima como ha cambiado! Con tanta modificación da la impresión de que las estaciones del año son teorías tan perfectas que vimos en la escuela y en la actualidad no tienen razón de ser, es más, tal brusquedad de temperaturas hacen que la letra de la canción “El Planeta” del grupo fresón de rap de los noventas Caló – ¡sí, tengo sus discos, chintolo no sólo de Vivaldi y Mozart vive el hombre! –, convierta a los autores del tema Claudio Yarto y Aleks Syntek en profetas.
Con la contaminación nuestro vocabulario se apropió de palabras como biodegradable, reciclado, ozono, IMECAS – ¡y no es ninguna antigua civilización prehispánica!–, deforestación, ecocidio –aunque parezca que esta frase se la chutaron de algún programa de la Tremenda Corte, existe–, smog, entre otros. Acá en la Ciudad de las Palmeras aún no tenemos que preocuparnos a pesar de que ya existen zonas donde hay más coches que inquilinos en los domicilios, sólo en urbes como la CDMX que a consecuencias del alto índice de contaminación imponen una serie de fases preventivas como lo es evitar que circulen automóviles de ciertas características y con ello disminuir el problema.
Ante tal restricción los capitalinos guardan sus carros y utilizan el transporte público o abordan alguno de los servicios gratuitos establecidos por el gobierno, además, otra de las precauciones es el cuidado de la salud, por lo que recomiendan no realizar ejercicio al aire libre y ni exponerse al sol por más de 15 minutos.
A los inicio de mi vida laboral, en el año 1998, cuando por fin nos dejaba de hacer bobo Jacobo al despedirse de su noticiero longevo y James Cameron se echaba a la bolsa once premios óscar por su hipercursi película Titanic, mis nuevos compañeros de oficina nos enfrentamos a una especie de contingencia, resulta que sólo una computadora contaba con conexión a Internet, obvio que todos queríamos utilizarla, ya sea por las maravillas de búsqueda que nos proporcionaba AltaVista, así como el entrar en contacto entre nosotros mismos a través del correo electrónico Yahoo! –digo uno tiene cosas muuuuy privadas que compartir lejos de la mirada hostigadora del jefe.
Ante tal demanda quien en ese entonces era nuestro patrón inmediato –cuyo nombre omitiré para no herir susceptibilidades, decidió crear un plan de contingencia donde se establecía un horario de uso para cada uno de los Godínez, ¡ups! Digo oficinistas. De lunes a viernes se utilizaría de ocho de la mañana a doce de la tarde, durante este horario por bloques de dos horas se compartiría entre los responsables del turno matutino y por las tarde de cuatro a ocho para el turno vespertino. Lunes, miércoles y viernes únicamente podrían usarla aquellos empleados cuyo apellido paterno iniciará con alguna de las diez primeras letras del alfabeto, mientras que martes, jueves y sábado el resto, y para no perder la caballerosidad, las damas serían las primeras.
En esa época era imposible observar como hoy a gente arduamente adherida a la computadora a través de alguna red social y descansando en sus horas laborales, las jornadas de trabajo duraban lo mismo, y las personas se conocían de verdad. Si continuamos como hasta ahora lo hacemos inmersos en la Internet, no nos extrañe por qué los extraterrestres no han hecho contacto con nosotros.
jueves, 2 de junio de 2016
Nickname
El otro día, en la plaza comercial, saludé a un excompañero de generación del bachillerato, esos encuentros son como activar la máquina del tiempo, pues las charlas únicamente abordan recuentos de anécdotas, pase de lista de los demás que integraban nuestro grupo, ¿dónde están? ¿A qué se dedican? Un tema ineludible y que no puede faltar es el de los profesores que nos impartieron clases.
Esta vez, con tal de evitar cuestiones sobre mi persona –si ya me casé, cuántos hijos tengo, entre otras jocosas situaciones–, saqué a colación el nombre del teacher de inglés, ¿Y ese quién es? –con cierto aire de incredulidad responde mi amigo. En cuanto le digo que se trata de “La Jícama con chile”, inmediatamente lo recuerda. ¡Ah, no pinches mames! ¿Qué ya se murió el ruco? –Note tesonero lector, que cuando uno se topa con antiguas amistades de la escuela como que hay un salto pa´tras darwiniano o como si fuéramos esa especie que se denomina chavos rucos, regresamos a las expresiones coloquiales de nuestra época. Cabe aclarar que al profe le apodábamos así porque era de tez blanca y pecosa.
Además, eso de ponerles motes a las personas, no sé si sea algo tan nuestro, pero hay quienes recordamos más por su sobrenombre que por el del registro civil. Lo incómodo de ello es que subraya los defectos físicos como esas orejas que son de proporciones diminutas a largas, los cráneos que sobresalen del tamaño del cuerpo y la nariz alargada o chata, así como aquellos que poseen un cuerpo delgado o a los que nos sobran kilogramos.
Hay apodos en distintos ámbitos, abundan en las profesiones, la política, los deportes y la religión; también existen esos sobrenombres cariñosos con los cuales nuestros seres queridos nos llaman; todo es melcocha y ternurita hasta que alguien ajeno a nosotros lo escucha y con acento sarcástico nos lo echa en cara delante de los cuates. Hay quienes tienen nombre de mote, ahí sí ni qué decir, pues gracias a sus progenitores llevan el bullying de por vida, pero desembolsando cierta cantidad se puede cambiar, más a veces en lugar de mejorar se empeora.
Tenemos tan arraigado eso de los apodos en nuestro país que cierta vez que puse una denuncia por robo –a satisfacción del morbo estimado leedor, fue por mi bicicleta tísica y viuda que un @&%#... se la llevó mientras hacía fila para comprar tortillas, ¡sí, no pude dejar formado el tortillero, es más, ni llevaba!–, en el formato uno de los requisitos del demandante, era además del nombre, profesión, empleo, etcétera, tener que proporcionar un alias, al ver la cara de admiración que puse por ello, la agente aseveró, “no le dé vergüenza todos tenemos uno, mi viejo me dice “mi funda”, ¡ah no, pues así sí! Déjame acordarme como me dicen mis alumnos.
Si por la seriedad, solemnidad, rectitud y respetabilidad con que a veces nos dirigimos a los demás creemos que estamos exentos de apodos, ¡qué inocente! Aquel de vosotros que esté libre de sobrenombre, que dispare el primer Boing...
Esta vez, con tal de evitar cuestiones sobre mi persona –si ya me casé, cuántos hijos tengo, entre otras jocosas situaciones–, saqué a colación el nombre del teacher de inglés, ¿Y ese quién es? –con cierto aire de incredulidad responde mi amigo. En cuanto le digo que se trata de “La Jícama con chile”, inmediatamente lo recuerda. ¡Ah, no pinches mames! ¿Qué ya se murió el ruco? –Note tesonero lector, que cuando uno se topa con antiguas amistades de la escuela como que hay un salto pa´tras darwiniano o como si fuéramos esa especie que se denomina chavos rucos, regresamos a las expresiones coloquiales de nuestra época. Cabe aclarar que al profe le apodábamos así porque era de tez blanca y pecosa.
Además, eso de ponerles motes a las personas, no sé si sea algo tan nuestro, pero hay quienes recordamos más por su sobrenombre que por el del registro civil. Lo incómodo de ello es que subraya los defectos físicos como esas orejas que son de proporciones diminutas a largas, los cráneos que sobresalen del tamaño del cuerpo y la nariz alargada o chata, así como aquellos que poseen un cuerpo delgado o a los que nos sobran kilogramos.
Hay apodos en distintos ámbitos, abundan en las profesiones, la política, los deportes y la religión; también existen esos sobrenombres cariñosos con los cuales nuestros seres queridos nos llaman; todo es melcocha y ternurita hasta que alguien ajeno a nosotros lo escucha y con acento sarcástico nos lo echa en cara delante de los cuates. Hay quienes tienen nombre de mote, ahí sí ni qué decir, pues gracias a sus progenitores llevan el bullying de por vida, pero desembolsando cierta cantidad se puede cambiar, más a veces en lugar de mejorar se empeora.
Tenemos tan arraigado eso de los apodos en nuestro país que cierta vez que puse una denuncia por robo –a satisfacción del morbo estimado leedor, fue por mi bicicleta tísica y viuda que un @&%#... se la llevó mientras hacía fila para comprar tortillas, ¡sí, no pude dejar formado el tortillero, es más, ni llevaba!–, en el formato uno de los requisitos del demandante, era además del nombre, profesión, empleo, etcétera, tener que proporcionar un alias, al ver la cara de admiración que puse por ello, la agente aseveró, “no le dé vergüenza todos tenemos uno, mi viejo me dice “mi funda”, ¡ah no, pues así sí! Déjame acordarme como me dicen mis alumnos.
Si por la seriedad, solemnidad, rectitud y respetabilidad con que a veces nos dirigimos a los demás creemos que estamos exentos de apodos, ¡qué inocente! Aquel de vosotros que esté libre de sobrenombre, que dispare el primer Boing...
jueves, 26 de mayo de 2016
La era de Mr. Chip
Han pasado dieciséis años de que el llamado Siglo XXI –¡escrito así, la verdad que se lee bien decimonónico!– invadiera nuestras vidas con su titipuchal de avances en materia tecnológica, los cuales sin lugar a dudas modificaron los estándares de vida, pues al parecer por fin pudimos acariciar ese futuro que sólo en las películas de ciencia ficción veíamos.
Hoy no solamente los autorretratos son obras exclusivas de Gauguin, Durero, Filippo Lippi y Vincent van Gogh, ya que casi todos nos hacemos el propio, gracias a las cámaras digitales o el celular, pero aún persiste la idea añeja de que una selfie manifiesta las cualidades físicas de su autor, ¡he ahí la razón del porque nadie muestra la fotografía de su credencial de elector! Ya que aludo al celular, este gadget a sus 20 años de existencia, tiene un espectro de influencia a tal grado de que existen familias donde abundan más de estos aparatos que miembros y cuando se llega a descomponer el dolor de la pérdida es mayor que el de la muerte de un ser querido.
Para encontrar “información” que genere conocimiento ya no es necesario ir a las bibliotecas, pues la mayoría de trabajos escolares o las respuestas de un examen en pleno momento de evaluación se logran obtener gracias a la magia de un buscador de Internet, volviendo arcaicos a aquellos acordeones en la suela del zapato, en el dobles de la falda o en el extensible del reloj, además la frase de que la educación se mama es cosa del pasado, ahora sólo se conecta, se baja y listo. Situación que nos regresa a 1849 con la Fiebre del Oro, solamente que ahora no se trata del elemento químico de número atómico 79, sino de esa tecnología que permite conectar diferentes equipos informáticos a través de una red inalámbrica de banda ancha denominada WiFi.
La autoestima se incrementa gracias a todas esas manitas con el dedo índice hacia arriba que se conocen como like, adiós libros de superación personal, sniff… sniff… sniff… Ya no es necesario ir al ministerio público a poner una denuncia, sólo basta publicarlo en alguna red social y chance se vuelva viral hasta convertirse en Trending topic, entonces la autoestima se fortalecerá de tantos “Me Gusta" que cosecharás – ¡ridículo, pero cierto que a muchos les agrade la desgracia de otros! Igual ese deporte de subir fotos con las cuales entre menos ropa se utilice en ellas más followers obtendrá e incluso se transformará en hotness.
Si hemos realizado cualquiera de lo anterior, no nos debería de causar admiración que en algún momento de nuestra existencia cuando no contemos con señal o se haya caído el sistema, entonces esos seres extraños que habitan en nuestra casa y que se autonombran familiares los conozcamos por primera vez y de la extrañeza nos encerremos en el baño para superar el trauma.
Hoy no solamente los autorretratos son obras exclusivas de Gauguin, Durero, Filippo Lippi y Vincent van Gogh, ya que casi todos nos hacemos el propio, gracias a las cámaras digitales o el celular, pero aún persiste la idea añeja de que una selfie manifiesta las cualidades físicas de su autor, ¡he ahí la razón del porque nadie muestra la fotografía de su credencial de elector! Ya que aludo al celular, este gadget a sus 20 años de existencia, tiene un espectro de influencia a tal grado de que existen familias donde abundan más de estos aparatos que miembros y cuando se llega a descomponer el dolor de la pérdida es mayor que el de la muerte de un ser querido.
Para encontrar “información” que genere conocimiento ya no es necesario ir a las bibliotecas, pues la mayoría de trabajos escolares o las respuestas de un examen en pleno momento de evaluación se logran obtener gracias a la magia de un buscador de Internet, volviendo arcaicos a aquellos acordeones en la suela del zapato, en el dobles de la falda o en el extensible del reloj, además la frase de que la educación se mama es cosa del pasado, ahora sólo se conecta, se baja y listo. Situación que nos regresa a 1849 con la Fiebre del Oro, solamente que ahora no se trata del elemento químico de número atómico 79, sino de esa tecnología que permite conectar diferentes equipos informáticos a través de una red inalámbrica de banda ancha denominada WiFi.
La autoestima se incrementa gracias a todas esas manitas con el dedo índice hacia arriba que se conocen como like, adiós libros de superación personal, sniff… sniff… sniff… Ya no es necesario ir al ministerio público a poner una denuncia, sólo basta publicarlo en alguna red social y chance se vuelva viral hasta convertirse en Trending topic, entonces la autoestima se fortalecerá de tantos “Me Gusta" que cosecharás – ¡ridículo, pero cierto que a muchos les agrade la desgracia de otros! Igual ese deporte de subir fotos con las cuales entre menos ropa se utilice en ellas más followers obtendrá e incluso se transformará en hotness.
Si hemos realizado cualquiera de lo anterior, no nos debería de causar admiración que en algún momento de nuestra existencia cuando no contemos con señal o se haya caído el sistema, entonces esos seres extraños que habitan en nuestra casa y que se autonombran familiares los conozcamos por primera vez y de la extrañeza nos encerremos en el baño para superar el trauma.
jueves, 19 de mayo de 2016
Dormir soñando
Para el prolífico inventor estadounidense Thomas Alva Edison, el sueño representaba “una herencia de nuestros días de cavernícola”, razón por la cual aseguraba sólo necesitar dormir entre tres y cuatro horas por las noches. Por su parte, el genio italiano Leonardo Da Vinci no menospreciaba el dormir, simplemente distribuía el sueño por lapsos de veinte minutos cada cuatro horas con tal de sacar provecho a las veinticuatro horas del día.
Como no soy ninguno de ellos, celosamente aprecio las horas nocturnas destinadas a descansar – ¡así es, leyeron bien, ojetes vecinos ruidosos! –, siendo víctima del pinche timbre de la alarma que me sobresalta a muy temprana hora cuando augura el inicio de una jornada laboral – ¿por qué los domingos son tan cortitos? –, ese sonidito coarta mi placentera posición de lirón en el lecho, ¡hummm! Es cuando siento cierta envidia del francés Napoleón Bonaparte quien dormía 18 horas seguidas y cuidadito si se lo interrumpían, quien así lo hiciere le esperaba la guillotina, claro que un inseguro servidor no tiene tan negras intenciones para su humilde reloj de cuerda.
Con un clima como el nuestro, donde el ventilador trabaja a marchas forzadas y por itinerarios extendidos, además de un condenado horario de verano aunado a la mejor chacota en el Whatsapp y a una programación prime time del Carnal de las Estrellas, ¿cómo uno se va a dormir tan temprano? Si apenas el único satélite natural de la Tierra va asomando sus cuernos. Entonces permanezco con los ojos bien abiertos un tiempo largo y tendido hasta que Juan Pestañas me visita con su rebaño de bostezos, ¡ajummmm!
Durante la oscura madrugada sin que suene la alarma, el tiznado reloj biológico me despierta, enviando a decapitar el anhelado sueño, @&%#... ¡Qué coraje! Lo peor es que hasta en días que no hay necesidad de levantarse temprano lo hace. Por fortuna no soy el único, de acuerdo a datos arrojados por la Consulta Mitofsky, uno de cada cuatro mexicanos duerme menos de seis horas y uno de cada ocho menos de siete horas, pero no todo en nuestro país representa escasez de sueño, también hay sus excepciones, ya que uno de cada veinticinco se echa sus pestañadas de más de diez horas durante las noches, así que con su licencia voy a intentar incrementar tales cifras tomándome un exquisito coctel de Zolpidem con Rivotril en gotitasssssszzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzz.
Como no soy ninguno de ellos, celosamente aprecio las horas nocturnas destinadas a descansar – ¡así es, leyeron bien, ojetes vecinos ruidosos! –, siendo víctima del pinche timbre de la alarma que me sobresalta a muy temprana hora cuando augura el inicio de una jornada laboral – ¿por qué los domingos son tan cortitos? –, ese sonidito coarta mi placentera posición de lirón en el lecho, ¡hummm! Es cuando siento cierta envidia del francés Napoleón Bonaparte quien dormía 18 horas seguidas y cuidadito si se lo interrumpían, quien así lo hiciere le esperaba la guillotina, claro que un inseguro servidor no tiene tan negras intenciones para su humilde reloj de cuerda.
Con un clima como el nuestro, donde el ventilador trabaja a marchas forzadas y por itinerarios extendidos, además de un condenado horario de verano aunado a la mejor chacota en el Whatsapp y a una programación prime time del Carnal de las Estrellas, ¿cómo uno se va a dormir tan temprano? Si apenas el único satélite natural de la Tierra va asomando sus cuernos. Entonces permanezco con los ojos bien abiertos un tiempo largo y tendido hasta que Juan Pestañas me visita con su rebaño de bostezos, ¡ajummmm!
Durante la oscura madrugada sin que suene la alarma, el tiznado reloj biológico me despierta, enviando a decapitar el anhelado sueño, @&%#... ¡Qué coraje! Lo peor es que hasta en días que no hay necesidad de levantarse temprano lo hace. Por fortuna no soy el único, de acuerdo a datos arrojados por la Consulta Mitofsky, uno de cada cuatro mexicanos duerme menos de seis horas y uno de cada ocho menos de siete horas, pero no todo en nuestro país representa escasez de sueño, también hay sus excepciones, ya que uno de cada veinticinco se echa sus pestañadas de más de diez horas durante las noches, así que con su licencia voy a intentar incrementar tales cifras tomándome un exquisito coctel de Zolpidem con Rivotril en gotitasssssszzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzz.
jueves, 12 de mayo de 2016
Tips para agasajar a mamá
A dos días de que los medios publicitarios nos refrescaron la memoria de nuestra santa jefecita con el bombardeo de promocionales del Día de la Madre, ya todo regresa a la normalidad, las abnegadas amas de casa vuelven a sus labores domésticas con las lavadoras, refrigeradores y estufas que sus vástagos les obsequiaron, reafirmando así la idea de que la mujer en nuestro país en sus genes lleva el lavar, planchar y cocinar. ¡Ah, se me olvidaba que también es experta en cambiar pañales!
Gracias a la magia de la publicidad, los mexinacos tenemos madre un solo día del año, es cuando la veneramos e incluso nos curamos de culpa por haberla mantenido en el anonimato de nuestra memoria los 364 días restantes, razón por la cual la llevamos a festejar a un restaurante donde a su salud nos embruteceremos con unos alcoholitos, además de comer como desesperados. Éste, y otros gastos como ropa y calzado que a veces ni son de su agrado o de su talla son los que invertimos dizque para reconocerle el amor maternal a la autora de nuestros días, pese a ello no le rendimos el culto necesario a tan respetable figura.
La atiborramos de tantas cosas que no necesita en un solo día que ni siquiera las disfruta, ella valoraría más el sentarse a comer tranquila sin que nadie le pida algo o la obligue a que mueva sus cansados pies para que nos prepare unos huevos con longaniza, ¡no marches, así o más cargadito! Cuando existen hijos menores, de esos chillones y enfermizos que no la dejan ni a sol ni a sombra, no hay mejor regalo que el permitirle ir al WC solita, sin ningún chamaco que se le pegue como sanguijuela, ya sea para el disfrute de la buena lectura del Vanidades o la mera relajación del cuerpo.
Ya que hago alusión al tocador, no hay mejor regocijo para cualquier mamá que el tomar una ducha larga, sentir el relajante masaje de las gotas en la piel, sin la presión de que se apure pues siguen los niños, ni el marido que quiere cepillarse los dientes para irse a la oficina o que ya ha alguien le anda por hacer del dos, situación que suele suceder cuando se tiene en casa un solo baño o la familia es muuuuuy graaaaaande.
Para finalizar este recuento de acciones que agasajarían a cualquier mamita, se encuentra el dejarla ver su programa o película favorita completita sin esas abruptas interrupciones que solemos hacerle pidiéndole la aguja que se nos extravió en el pajar o la receta secreta del pollo que prepara el coronel Sanders; de igual forma la deleitaríamos con dejarla dormir ocho horas, donde no haya las diferencias conyugales por saber a quién de los dos le corresponde levantarse para ir a ver por qué llora el bebé a las tres de la mañana.
Considero que lo más importante para ellas es que les prestemos atención más que a nuestros celulares, que respondamos a sus llamadas y que las visitemos no solamente una vez a la semana, además de permanecer a su lado un poco más de cinco minutos, así como poner en práctica varios de estos tips no únicamente en su día social, sino en cualquiera del año, pues una mujer realizada es mejor en todos los aspectos.
Gracias a la magia de la publicidad, los mexinacos tenemos madre un solo día del año, es cuando la veneramos e incluso nos curamos de culpa por haberla mantenido en el anonimato de nuestra memoria los 364 días restantes, razón por la cual la llevamos a festejar a un restaurante donde a su salud nos embruteceremos con unos alcoholitos, además de comer como desesperados. Éste, y otros gastos como ropa y calzado que a veces ni son de su agrado o de su talla son los que invertimos dizque para reconocerle el amor maternal a la autora de nuestros días, pese a ello no le rendimos el culto necesario a tan respetable figura.
La atiborramos de tantas cosas que no necesita en un solo día que ni siquiera las disfruta, ella valoraría más el sentarse a comer tranquila sin que nadie le pida algo o la obligue a que mueva sus cansados pies para que nos prepare unos huevos con longaniza, ¡no marches, así o más cargadito! Cuando existen hijos menores, de esos chillones y enfermizos que no la dejan ni a sol ni a sombra, no hay mejor regalo que el permitirle ir al WC solita, sin ningún chamaco que se le pegue como sanguijuela, ya sea para el disfrute de la buena lectura del Vanidades o la mera relajación del cuerpo.
Ya que hago alusión al tocador, no hay mejor regocijo para cualquier mamá que el tomar una ducha larga, sentir el relajante masaje de las gotas en la piel, sin la presión de que se apure pues siguen los niños, ni el marido que quiere cepillarse los dientes para irse a la oficina o que ya ha alguien le anda por hacer del dos, situación que suele suceder cuando se tiene en casa un solo baño o la familia es muuuuuy graaaaaande.
Para finalizar este recuento de acciones que agasajarían a cualquier mamita, se encuentra el dejarla ver su programa o película favorita completita sin esas abruptas interrupciones que solemos hacerle pidiéndole la aguja que se nos extravió en el pajar o la receta secreta del pollo que prepara el coronel Sanders; de igual forma la deleitaríamos con dejarla dormir ocho horas, donde no haya las diferencias conyugales por saber a quién de los dos le corresponde levantarse para ir a ver por qué llora el bebé a las tres de la mañana.
Considero que lo más importante para ellas es que les prestemos atención más que a nuestros celulares, que respondamos a sus llamadas y que las visitemos no solamente una vez a la semana, además de permanecer a su lado un poco más de cinco minutos, así como poner en práctica varios de estos tips no únicamente en su día social, sino en cualquiera del año, pues una mujer realizada es mejor en todos los aspectos.
jueves, 5 de mayo de 2016
Frías ilusiones
En medio de esta primavera 2016 –de clima tan moderno que logra combinar temperaturas tanto veraniegas como invernales–, puede uno encontrarse con detalles que lo hacen valorar el sentido de las cosas, los hermosos momentos de la vida que a veces de tan cotidianos que lo son ni nos percatamos de su existencia, como lo es el observar a Don Ramiro, sexagenario que porta orgulloso esa playera descolorida del Atlas que su cuñada le trajo aquel 2013 del Estadio Jalisco, además de llevar el desteñido pantalón de mezclilla remangado de las piernas que deja ver los aceitados huaraches de araña con la suela Euzkadi Radial T/A corroída de tanto caminar, empujando su carga sobre la elevada pendiente de la asfaltada avenida en cualquier lugar de nuestra speedica ciudad.
A cada vuelta de las llantas del carrito los infantes lo miran pasar, sin despedir ningún aroma, ni sonar campana alguna, la chamacada saliva mientras con la imaginación en sus paladares saborean las cilíndricas paletas de nance, guayaba, tamarindo, jamaica, coco y los deliciosos esquimales que a bajas temperaturas se conservan en el interior del frigorífero rodante cuyo logotipo es una mujer de piel cafecita con vestido folclórico. ¿Oiga don, tiene de cacahuate? Preguntan al verlo pasar. ¡Quiero una de limón para este tiznado calorón! Exige un señor. Muere de esta forma la indiferencia mientras pausadamente camina.
Así lo vemos bajar por la cuesta haciendo esfuerzos para que su carga no se lo lleve, que pasar por calles empedradas donde el avanzar se hace más pesado por lo accidentado del terreno, pero continuamente detiene su paso, descansa, saca su cantimplora, bebe su contenido y sigue su largo andar. Tal como él, nosotros debiéramos de hacer con la carga de problemas que se nos presentan, dejarlos por un momento, darle un sorbo a la tranquilidad y continuar empujándolos, ya verás cómo te reconfortas, tu mente se despeja y lo que considerabas incierto te darás cuenta que son actos inherentes a la vida misma.
Es una nostalgia ver al paletero –en épocas tan modernas cuando las paletas y helados son manufacturados por corporativas de franquicias multinacionales–, refresca la memoria de mi muy lejana niñez, ahora que viejo y enfermo estoy, brindándome una añoranza que alimenta el corazón de recuerdos y esperanzas de aquellos tiempos mejores que ya no volverán, hoy que a las palmeras borrachas de sol de Agustín Lara les entró la cruda, en la ciudad mareada de tanto tráfico, ruego al creador que en la nevera de Don Ramiro mis penas se guarden bien y continúe descongelando la fantasía y la ilusión de vivir momentos tan memorables.
A cada vuelta de las llantas del carrito los infantes lo miran pasar, sin despedir ningún aroma, ni sonar campana alguna, la chamacada saliva mientras con la imaginación en sus paladares saborean las cilíndricas paletas de nance, guayaba, tamarindo, jamaica, coco y los deliciosos esquimales que a bajas temperaturas se conservan en el interior del frigorífero rodante cuyo logotipo es una mujer de piel cafecita con vestido folclórico. ¿Oiga don, tiene de cacahuate? Preguntan al verlo pasar. ¡Quiero una de limón para este tiznado calorón! Exige un señor. Muere de esta forma la indiferencia mientras pausadamente camina.
Así lo vemos bajar por la cuesta haciendo esfuerzos para que su carga no se lo lleve, que pasar por calles empedradas donde el avanzar se hace más pesado por lo accidentado del terreno, pero continuamente detiene su paso, descansa, saca su cantimplora, bebe su contenido y sigue su largo andar. Tal como él, nosotros debiéramos de hacer con la carga de problemas que se nos presentan, dejarlos por un momento, darle un sorbo a la tranquilidad y continuar empujándolos, ya verás cómo te reconfortas, tu mente se despeja y lo que considerabas incierto te darás cuenta que son actos inherentes a la vida misma.
Es una nostalgia ver al paletero –en épocas tan modernas cuando las paletas y helados son manufacturados por corporativas de franquicias multinacionales–, refresca la memoria de mi muy lejana niñez, ahora que viejo y enfermo estoy, brindándome una añoranza que alimenta el corazón de recuerdos y esperanzas de aquellos tiempos mejores que ya no volverán, hoy que a las palmeras borrachas de sol de Agustín Lara les entró la cruda, en la ciudad mareada de tanto tráfico, ruego al creador que en la nevera de Don Ramiro mis penas se guarden bien y continúe descongelando la fantasía y la ilusión de vivir momentos tan memorables.
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