Acaba de pasar este fin de semana con su 14 de febrero destilando melcocha, ¡ay, mi amor me trais cacheteando la banqueta! Todo un lujo ver circular esos coches llenos de post-It con frases tan nacas y originales como “T amo BB”, “soi egohista, no T comparto con nadie”. Solo hizo falta uno con el lema: “soi kursi y ke”. Obvio que no faltó quien al ver al orgulloso conductor en el semáforo le gritó: “¡me saludas a la ciega!”. En ese tránsito tan nuestro que es orquestado por el sonar de los cláxones, de tan bonito que se escucha dan ganas de encerrar a quienes lo tocan en un cuarto acojinado con música de Metallica a todo volumen.
Ya que toco el tema de gente insoportable, a más de alguno nos ha tocado escuchar a esas personas que les encanta abordar los temas de fútbol, corridas de toros, boxeo, basquetbol o cualquier deporte que esté de moda sin ser aficionados o alardear sobre películas, ignorando nombres de actores, actrices y directores, ¡huy, en las redes sociales abundan un titipuchal de ellos, así como en las reuniones de amigos y familiares! A esta clase de individuos se les conoce como villamelones.
Es una actitud común de ellos sumarse a las charlas de los aficionados de verdad con elocuencia, profundidad o banalidad, pues con ese camuflaje evitan que se evidencie la falta de conocimientos sobre la disciplina deportiva tratada. Otro nefasto comportamiento es cuando acuden a los antros a ver la final de algún encuentro deportivo sin ser seguidores de ningún equipo o pugilista, ocupando el lugar de quienes en realidad sí lo son, algo así, como si un ateo ahora con la efervescencia mediática de la visita del papa hubiera acudido a verlo.
Más el aficionado no es tonto, pues sabe que tal elocuencia es por simple moda o tendencia, ya que en épocas del mundial cuando juega el tricolor, lo más seguro es que se pondrán la camiseta de la selección nacional sin siquiera saberse los nombres de todos los jugadores, eso sí, de seguro saben quién es el Chicharito o de plano sin ningún ápice de vergüenza preguntarán cuál número lleva para identificarlo en la pantalla, peor aún, no tener idea de las reglas del balompié –para ellos, ser especialista es lo que menos importa.
Por seguridad, orgullo y vanidad siempre le van a los ganadores, en pocas palabras, un villamelón nunca pierde, él siempre tiene la razón con sus “acertados” comentarios sobre los loser, además se pasa de malinchista con la onda de que sus equipos favoritos son de otros países justificando así ante sus amistades el desconocimiento de los nuestros. Cuando muere un cantante o escritor, segurito comprarán toda la discografía o bibliografía con tal de aparentar que son fan y pondrán cara tristeza, en el caso de los músicos finados, durante varios días, el villamelón hará sonar las canciones para que todos nos demos cuenta de que lo extraña, ¡por favor –pon aquí el nombre del intérprete que aborreces–, no te vayas a morir!
Yo no podría ser así, pues mi físico me delata, además es sabido por los que me conocen –y no saben quién soy en realidad– que ninguna disciplina deportiva me gusta, es más, ni la matatena ni el bebeleche pues fatigan mi cuerpecito, por lo tanto, estimado lector, si presentas una de las características antes mencionadas, ten la plena seguridad que eres todo un villamelón.
Son una serie de artículos que ya han sido publicados en diversos periodícos locales.
jueves, 18 de febrero de 2016
jueves, 11 de febrero de 2016
Un merecido reconocimiento
Hace ya su tiempecito escribí sobre el argüendazo que las gallinas hacen al poner un huevo y cómo algunas personas nos parecemos a estas aves cuando alardeamos de las cosas que realizamos; el asunto que a continuación expongo me remite nuevamente al gallinero cuando se anuncia la venida del blanquillo, y a ese cacaraqueo se suman las demás aves del corral haciendo eco de esto sin ellas haberlo puesto, o sea, el mérito ajeno es ya de otros.
Así como el caso de las emplumadas, a los humanos nos sucede algo parecido; es sabido que todos tenemos problemas de autoestima, pero lo más ridículo es cuando el bajo concepto de uno mismo se empalma con el ego y cómo a manotazos de ahogado hacemos lo posible por figurar o que se nos reconozca por equis razón. En nuestro afán de ser reconocidos a veces nos colgamos de triunfos ajenos o que por simple casualidad nos correspondieron sin ningún esfuerzo, además de que al intentar alcanzar un logro que infle el orgullo no importa con cochambre pisotear o boicotear a nuestros semejantes.
Típico el infante que no da una en la escuela pero que al llegar a su casa con gran alboroto comenta a su jefecita que en las clases ya lo sentaron en la fila de los aplicados, pero la realidad es que las sillas de su fila están siendo reparadas; de igual forma a quien se le invita como representante de equis institución a asistir a capacitaciones o concursos, pero no por su sapiencia, simplemente porque quienes en realidad tendrían que haber sido los elegidos no pudieron, ah, pero a quien se designó por la hermosa casualidad del destino hace alarde con pompa y platillo en las redes sociales. Ahora sí que aplica el dicho de quien no conoce a Dios.
Ni hablar del seudo líder que se aprovecha de los logros alcanzados por el esfuerzo de sus subalternos para anunciarlos como de su autoría, igual le sucede al director de escuela cuando sus alumnos obtienen lugares decorosos en aprovechamiento académico y éste se atribuye que fue gracias a su intervención. De igual forma, esos papás que en su desmedido amor de cuervo moderno les atribuyen a sus hijos infinidad de capacidades sobrenaturales, que en lugar de causar admiración dan cierta penita.
Existen también aquellos que a pesar de ocupar un puesto en las altas esferas del empleo, no valoran ni reconocen las hazañas, logros y triunfos de quienes se encuentran por debajo de ellos, es más, hasta demeritan esos éxitos simplemente por ser ajenos, cuestionando y minimizando bajo cualquier pretexto o defecto encontrado. En fin, pura pasión de gente mediocre, roedores de victorias de otros, que hacen propio las glorias ajenas, en pocas palabras no viven sus vidas, son vividos.
Así como el caso de las emplumadas, a los humanos nos sucede algo parecido; es sabido que todos tenemos problemas de autoestima, pero lo más ridículo es cuando el bajo concepto de uno mismo se empalma con el ego y cómo a manotazos de ahogado hacemos lo posible por figurar o que se nos reconozca por equis razón. En nuestro afán de ser reconocidos a veces nos colgamos de triunfos ajenos o que por simple casualidad nos correspondieron sin ningún esfuerzo, además de que al intentar alcanzar un logro que infle el orgullo no importa con cochambre pisotear o boicotear a nuestros semejantes.
Típico el infante que no da una en la escuela pero que al llegar a su casa con gran alboroto comenta a su jefecita que en las clases ya lo sentaron en la fila de los aplicados, pero la realidad es que las sillas de su fila están siendo reparadas; de igual forma a quien se le invita como representante de equis institución a asistir a capacitaciones o concursos, pero no por su sapiencia, simplemente porque quienes en realidad tendrían que haber sido los elegidos no pudieron, ah, pero a quien se designó por la hermosa casualidad del destino hace alarde con pompa y platillo en las redes sociales. Ahora sí que aplica el dicho de quien no conoce a Dios.
Ni hablar del seudo líder que se aprovecha de los logros alcanzados por el esfuerzo de sus subalternos para anunciarlos como de su autoría, igual le sucede al director de escuela cuando sus alumnos obtienen lugares decorosos en aprovechamiento académico y éste se atribuye que fue gracias a su intervención. De igual forma, esos papás que en su desmedido amor de cuervo moderno les atribuyen a sus hijos infinidad de capacidades sobrenaturales, que en lugar de causar admiración dan cierta penita.
Existen también aquellos que a pesar de ocupar un puesto en las altas esferas del empleo, no valoran ni reconocen las hazañas, logros y triunfos de quienes se encuentran por debajo de ellos, es más, hasta demeritan esos éxitos simplemente por ser ajenos, cuestionando y minimizando bajo cualquier pretexto o defecto encontrado. En fin, pura pasión de gente mediocre, roedores de victorias de otros, que hacen propio las glorias ajenas, en pocas palabras no viven sus vidas, son vividos.
jueves, 4 de febrero de 2016
Dios del horario
Durante la reunión de inicio de cursos de cualquier bachillerato, en el orden del día existe un punto básico –para quienes nos dedicamos a instruir alumnos, construyendo saberes y disminuyendo aspiraciones a delincuentes, esos que celebramos nuestro día el 15 de mayo y en casa algunos contamos con libros y otros con una Hummer –, la entrega de horarios de clases, mientras lo esperamos, soportamos el aburrido sermón de bienvenida con sus notas reflexivas sobre el ejercicio de la docencia, las polémicas estadísticas de fin de cursos, los tediosos acuerdos que nos dejan en desacuerdo entre nosotros, con tal de llegar al anhelado momento que casualmente siempre dejan al último para angustiosa tensión.
Se trata de un acontecimiento cíclico, pues presenta siempre las mismas características; solamente dos veces al año aquellos que sabemos el significado de educar y nos lo tomamos en serio pausamos nuestras ajetreadas agendas domésticas conscientes de que durante seis meses adaptaremos nuestro ritmo de vida a los designios de una persona. Razón por la cual el nerviosismo ocasionado por la incertidumbre de ignorar cuál será el horario de clases llega a veces a estresarnos.
Quien elabora el horario escolar, es catalogado como una especie de Dios, pues el ritmo de vida de familias enteras depende de su todopoderoso albedrío o capricho, es más, algunos docentes con tal de verse agraciados son capaces de rendirle culto, llevándole ofrendas, otros con tal de que no se olvide de sus necesidades, cual feligreses lo visitan más veces que a cualquier deidad.
Al momento de recibir esa hoja donde se inscribe a tinta negra el futuro de cada uno durante el siguiente ciclo escolar, se observan rostros desencajados tachando al autor de sus horas escolares con el apelativo cariñoso para los desalmados, o séase, de ojete. Es fácil adivinar que quienes abandonan la reunión como diciendo “vieja el último”, fueron agraciados debido a sus zalamerías, sin embargo, siempre existe el que además de haber sido favorecido se queda a disfrutar del dolor ajeno con mirada de lero, lero, candelero, ¡así de Kool-Aid!
Mientras el clamor de los menos agraciados irrumpe la armonía de la reunión, en su interior del Dios del horario resuena las palabras “no oigo, no oigo, soy de palo, tengo orejas de pescado”, al mismo tiempo que cínicamente da la instrucción de que encuadremos los horarios entre nosotros, pues entre sus poderes no se encuentra el adivinar necesidades, es cuando deja de ser el altísimo para convertirse en Poncio Pilato y, así por los siglos de los siglos.
Se trata de un acontecimiento cíclico, pues presenta siempre las mismas características; solamente dos veces al año aquellos que sabemos el significado de educar y nos lo tomamos en serio pausamos nuestras ajetreadas agendas domésticas conscientes de que durante seis meses adaptaremos nuestro ritmo de vida a los designios de una persona. Razón por la cual el nerviosismo ocasionado por la incertidumbre de ignorar cuál será el horario de clases llega a veces a estresarnos.
Quien elabora el horario escolar, es catalogado como una especie de Dios, pues el ritmo de vida de familias enteras depende de su todopoderoso albedrío o capricho, es más, algunos docentes con tal de verse agraciados son capaces de rendirle culto, llevándole ofrendas, otros con tal de que no se olvide de sus necesidades, cual feligreses lo visitan más veces que a cualquier deidad.
Al momento de recibir esa hoja donde se inscribe a tinta negra el futuro de cada uno durante el siguiente ciclo escolar, se observan rostros desencajados tachando al autor de sus horas escolares con el apelativo cariñoso para los desalmados, o séase, de ojete. Es fácil adivinar que quienes abandonan la reunión como diciendo “vieja el último”, fueron agraciados debido a sus zalamerías, sin embargo, siempre existe el que además de haber sido favorecido se queda a disfrutar del dolor ajeno con mirada de lero, lero, candelero, ¡así de Kool-Aid!
Mientras el clamor de los menos agraciados irrumpe la armonía de la reunión, en su interior del Dios del horario resuena las palabras “no oigo, no oigo, soy de palo, tengo orejas de pescado”, al mismo tiempo que cínicamente da la instrucción de que encuadremos los horarios entre nosotros, pues entre sus poderes no se encuentra el adivinar necesidades, es cuando deja de ser el altísimo para convertirse en Poncio Pilato y, así por los siglos de los siglos.
jueves, 28 de enero de 2016
Cuatro ojos
Recuerdo que en el año 2000, por recomendación de mi actual pareja –chequen el dato, si ella no me lo hubiera sugerido a estas alturas continuaría de topo dándome trastazo al buscar cosas–, decidí adaptármelos, ¡uy qué chingón, todo un intelectual florecería! Obviamente busqué los que fueran acorde con mis cachetitos y prominente mentón de papada, descubriendo con el uso las tiznadas desventajas de utilizarlos, la primera de ellas fue al tomar té, ya que el vaporcito los empañó al grado de dejarme ciego.
En tiempos lluviosos creo que deberían existir limpiaparabrisas para las micas, pues es una lata tener que estar limpiándolos frecuentemente; cuando voy al cine en tercera dimensión tengo que sobreponer los lentes que permiten tal efecto sobre los míos y corro el riesgo de tallarlos, situación que se asemeja al hecho de adaptarles los llamados clip de cristales para sol.
Después de una pesada jornada laboral antes de echarme un clavado sobre la cama tengo que quitármelos, pues con el impulso se me pueden caer o en el peor de los casos, que mi pesado cuerpo los aplaste. Imposible recostarme de lado para disfrutar el televisor, pues los móndrigos se resbalan continuamente, y dormitar con ellos puestos es lo más incómodo, además, tal vez al despertar posiblemente los habré enchuecado.
Ni hablar de cuando olvido el sitio donde los dejé, imagínense miope y sin ellos, para encontrarlos de nuevo es todo un caos. Si se pierden de forma definitiva es aún peor, ya que es todo un brete hallar unos que se ajusten de forma excelente como los anteriores. Existe un riesgo más, el que un objeto salga disparado hacia mí y los rompa, al comer tengo que quitármelos debido a que pueden resbalarse y caer dentro del plato de pozole. No hago el intento de abrazar a un bebé, pues tengo la plena seguridad que hará lo posible por tocarlos y llevaré sus huellas dactilares sobre las micas un buen rato.
Continuamente ajusto la armazón de los lentes al resbalar por mi nariz de chile relleno, pero lo más ridículo es cuando intento hacerlo sin traerlos, entonces caigo a la reflexión de que éstos forman parte de mi cuerpo, peor aun cuando no los encuentro por ninguna parte porque los traigo colocados como diadema, y lo que más me ha dado tal certeza de que son una extensión de mí han sido las veces que he metido a bañarme con ellos puestos.
Sobran las personas que cuando me los quito por algún motivo se los pongan y salgan con la mamertada de: “órale we´, ¿estás bien pinche ciego?” o “es como entrar a otra dimensión, ¡no manches, ya me mareé!” También por obvias razones al quitármelos alguien dirá que mis ojos están rete chiquitos. ¡Eso es bullying¡ A pesar de todo, prefiero tener cuatro ojos a ver borroso, si de por si mi realidad a veces se mira empañada.
En tiempos lluviosos creo que deberían existir limpiaparabrisas para las micas, pues es una lata tener que estar limpiándolos frecuentemente; cuando voy al cine en tercera dimensión tengo que sobreponer los lentes que permiten tal efecto sobre los míos y corro el riesgo de tallarlos, situación que se asemeja al hecho de adaptarles los llamados clip de cristales para sol.
Después de una pesada jornada laboral antes de echarme un clavado sobre la cama tengo que quitármelos, pues con el impulso se me pueden caer o en el peor de los casos, que mi pesado cuerpo los aplaste. Imposible recostarme de lado para disfrutar el televisor, pues los móndrigos se resbalan continuamente, y dormitar con ellos puestos es lo más incómodo, además, tal vez al despertar posiblemente los habré enchuecado.
Ni hablar de cuando olvido el sitio donde los dejé, imagínense miope y sin ellos, para encontrarlos de nuevo es todo un caos. Si se pierden de forma definitiva es aún peor, ya que es todo un brete hallar unos que se ajusten de forma excelente como los anteriores. Existe un riesgo más, el que un objeto salga disparado hacia mí y los rompa, al comer tengo que quitármelos debido a que pueden resbalarse y caer dentro del plato de pozole. No hago el intento de abrazar a un bebé, pues tengo la plena seguridad que hará lo posible por tocarlos y llevaré sus huellas dactilares sobre las micas un buen rato.
Continuamente ajusto la armazón de los lentes al resbalar por mi nariz de chile relleno, pero lo más ridículo es cuando intento hacerlo sin traerlos, entonces caigo a la reflexión de que éstos forman parte de mi cuerpo, peor aun cuando no los encuentro por ninguna parte porque los traigo colocados como diadema, y lo que más me ha dado tal certeza de que son una extensión de mí han sido las veces que he metido a bañarme con ellos puestos.
Sobran las personas que cuando me los quito por algún motivo se los pongan y salgan con la mamertada de: “órale we´, ¿estás bien pinche ciego?” o “es como entrar a otra dimensión, ¡no manches, ya me mareé!” También por obvias razones al quitármelos alguien dirá que mis ojos están rete chiquitos. ¡Eso es bullying¡ A pesar de todo, prefiero tener cuatro ojos a ver borroso, si de por si mi realidad a veces se mira empañada.
jueves, 21 de enero de 2016
b×h/2
Los doctores Meredith Davis y James Roberts de la Universidad Baylor, institución bautista que se localiza en Waco, Texas, son los responsables de acuñar el concepto de phubbing que surge a raíz de un estudio donde el 46% de las parejas encuestadas consideran que el teléfono celular genera cierto distanciamiento durante los momentos de intimidad, entre otras estadísticas que argumentan las desventajas que este aparato produce a través de su exagerado uso. Esta nueva acepción se integra a partir de los vocablos de habla inglesa: phone que significa teléfono y snubbing que en castellano equivale a menospreciar.
El phubbing es en sí, esa manía de las personas de poner más atención al celular que a las conversaciones que se entablan con sujetos que están con ellos. Tal fenómeno es algo que ya se veía venir, pues esa desagradable descortesía de los ansiosos que cuando estás en plena reunión familiar, donde se supone es momento de convivencia, ellos están inmersos en la pequeña pantalla de su aparato, desconectados del entorno o lo más detestable, cuando alguien está a tu lado supuestamente llevando el hilo de la conversación, más de pronto suena el tono de los mensajes del WhatsApp, apresuradamente éste saca su aparato para mirarlo, destrozando totalmente la secuencia de la charla, pues lo más seguro es que una vez que lo vio, salga estúpidamente con la interrogante, “¿disculpa, qué me decías?” ¡Ah qué chintolo!
Como una forma de evitar esta pésima costumbre, en algunos empleos donde es necesario atender al cliente de forma personalizada, los patrones anteponen a sus empleados que los teléfonos móviles se guarden en un depósito especial que no les permita utilizarlos durante la jornada laboral. De igual forma, uno que otro padre o madre ha tomado la decisión de amputar el celular a sus hijos con tal de focalizar la atención de éstos hacia ellos –lo que nunca ha podido hacer el primo de un amigo, es que su mujer coloque el teléfono de una forma que cuando están charlando en lugar de verlo a él, su mirada continuamente repase la pantalla del aparato, situación que le hace pensar que para su pareja él se ha vuelto un fastidio y que el celular en sí es su válvula de escape al aburrimiento, situación que lo pone como agua para chocolate, o sea, ni se te ocurra tocarlo porque te derrite.
No te apachiches si eres víctima del triángulo sentimental ocasionado por el phubbing, recuerda que por ningún motivo presiones al interlocutor a que deje su teléfono mientras entabla una conversación, evita violentar la relación, mejor intenta concientizarlo de que previamente avise de que está esperando recibir información de suma importancia, pues no se trata de evitar su uso, simplemente es que éste no afecte la efectividad de una charla.
El phubbing es en sí, esa manía de las personas de poner más atención al celular que a las conversaciones que se entablan con sujetos que están con ellos. Tal fenómeno es algo que ya se veía venir, pues esa desagradable descortesía de los ansiosos que cuando estás en plena reunión familiar, donde se supone es momento de convivencia, ellos están inmersos en la pequeña pantalla de su aparato, desconectados del entorno o lo más detestable, cuando alguien está a tu lado supuestamente llevando el hilo de la conversación, más de pronto suena el tono de los mensajes del WhatsApp, apresuradamente éste saca su aparato para mirarlo, destrozando totalmente la secuencia de la charla, pues lo más seguro es que una vez que lo vio, salga estúpidamente con la interrogante, “¿disculpa, qué me decías?” ¡Ah qué chintolo!
Como una forma de evitar esta pésima costumbre, en algunos empleos donde es necesario atender al cliente de forma personalizada, los patrones anteponen a sus empleados que los teléfonos móviles se guarden en un depósito especial que no les permita utilizarlos durante la jornada laboral. De igual forma, uno que otro padre o madre ha tomado la decisión de amputar el celular a sus hijos con tal de focalizar la atención de éstos hacia ellos –lo que nunca ha podido hacer el primo de un amigo, es que su mujer coloque el teléfono de una forma que cuando están charlando en lugar de verlo a él, su mirada continuamente repase la pantalla del aparato, situación que le hace pensar que para su pareja él se ha vuelto un fastidio y que el celular en sí es su válvula de escape al aburrimiento, situación que lo pone como agua para chocolate, o sea, ni se te ocurra tocarlo porque te derrite.
No te apachiches si eres víctima del triángulo sentimental ocasionado por el phubbing, recuerda que por ningún motivo presiones al interlocutor a que deje su teléfono mientras entabla una conversación, evita violentar la relación, mejor intenta concientizarlo de que previamente avise de que está esperando recibir información de suma importancia, pues no se trata de evitar su uso, simplemente es que éste no afecte la efectividad de una charla.
jueves, 14 de enero de 2016
Hoy puede ser un gran día
De acuerdo al Consejo Nacional de la Población (Conapo), desde que entramos al siglo XXI a la fecha, la pirámide poblacional se ha invertido en relación al crecimiento de adultos mayores en nuestro país, en otras palabras, quienes nos deleitábamos sintiéndonos inmortales durante la década de los ochentas ya nos estamos apolillando, entramos al umbral de la edad de los achaques, la ventaja es que no soy el único, ya que cifras del Inegi señalan que las personas de 60 años y más se concentran en localidades urbanas, situación que puedo constatar cada mes que acudo al médico a revisar el avance de mis enfermedades crónico degenerativas, donde en las salas de espera estoy rodeado de personas que se encuentran en la tercera edad y mientras sorteamos la esperanza de que nos toque turno intercambiamos síntomas y malestares.
Lo difícil de entrar a la edad de los ENTA, es decir, treinta, cuarenta, cincuenta, etcétera, es que cada mañana al despertar tienes que hacerte una valoración de tu cuerpecito, con tal de detectar algún dolor, te preocupas por todas las cosas que tienes que realizar, considerando el tiempo que invertirás en cada una de ellas, lo cual te estresa, pues estás consciente de que antes de anochecer tendrás un titipuchal de responsabilidades que cumplir. Esto dependerá de tu sentido del humor, del color de lentes con que verás tu día, pues uno es el único capaz de escoger el día que quiera vivir.
Una vez escaneado los malestares físicos, la primera cara ácida que veremos es tal vez la de alguna de las personas que viven con nosotros, acción que nos desilusionará, si de por si nuestro desgastado organismo se siente de la tiznada y nos reciben con cara de haberse comido un limón en ayunas, lo cual nos agria el poco entusiasmo de haber superado ese dolor de espalda que experimentamos al abandonar la cama, eso nos baja la moral, es cuando debemos hacer un paréntesis y reflexionar que tal vez ese individuo se siente peor que uno, entonces lo más grato que podemos hacer es regalarle una sonrisa combinada con nuestro saludo.
La flojera cala los ánimos con infinidad de motivos que hacen evadir el ir a chambear, como lo rutinario que es, encontrarte cada mañana con las carotas de los higaditos que nos critican o se burlan de nosotros, pero no reflexionamos en que gracias a ellos encontramos un motivo de superación cada día; tampoco hay que olvidar el beneficio de contar con un empleo decoroso que nos da sustento. Situación que se asemeja a cuando íbamos a la escuela, pero una vez que egresas agradecemos a los ojetes profesores lo mal que nos trataron durante las tediosas clases, pues formaron la disciplina y el oficio con el cual hoy nos podemos defender laboralmente.
Puedo renegar de que el dinero no alcanza para completar la quincena, pero también debo de reconocer que cada quince días cuento con un salario seguro; reniego de lo repetitiva que es mi vida, pero también debo de agradecer que respiro y el corazón palpita aun cada día y que esas 24 horas son un reto para ver las cosas de forma positiva, así como el maestro Joan Manuel Serrat lo dice en su canción “hoy puede ser un gran día, plantéatelo así, aprovecharlo o que pase de largo depende en parte de ti”.
Lo difícil de entrar a la edad de los ENTA, es decir, treinta, cuarenta, cincuenta, etcétera, es que cada mañana al despertar tienes que hacerte una valoración de tu cuerpecito, con tal de detectar algún dolor, te preocupas por todas las cosas que tienes que realizar, considerando el tiempo que invertirás en cada una de ellas, lo cual te estresa, pues estás consciente de que antes de anochecer tendrás un titipuchal de responsabilidades que cumplir. Esto dependerá de tu sentido del humor, del color de lentes con que verás tu día, pues uno es el único capaz de escoger el día que quiera vivir.
Una vez escaneado los malestares físicos, la primera cara ácida que veremos es tal vez la de alguna de las personas que viven con nosotros, acción que nos desilusionará, si de por si nuestro desgastado organismo se siente de la tiznada y nos reciben con cara de haberse comido un limón en ayunas, lo cual nos agria el poco entusiasmo de haber superado ese dolor de espalda que experimentamos al abandonar la cama, eso nos baja la moral, es cuando debemos hacer un paréntesis y reflexionar que tal vez ese individuo se siente peor que uno, entonces lo más grato que podemos hacer es regalarle una sonrisa combinada con nuestro saludo.
La flojera cala los ánimos con infinidad de motivos que hacen evadir el ir a chambear, como lo rutinario que es, encontrarte cada mañana con las carotas de los higaditos que nos critican o se burlan de nosotros, pero no reflexionamos en que gracias a ellos encontramos un motivo de superación cada día; tampoco hay que olvidar el beneficio de contar con un empleo decoroso que nos da sustento. Situación que se asemeja a cuando íbamos a la escuela, pero una vez que egresas agradecemos a los ojetes profesores lo mal que nos trataron durante las tediosas clases, pues formaron la disciplina y el oficio con el cual hoy nos podemos defender laboralmente.
Puedo renegar de que el dinero no alcanza para completar la quincena, pero también debo de reconocer que cada quince días cuento con un salario seguro; reniego de lo repetitiva que es mi vida, pero también debo de agradecer que respiro y el corazón palpita aun cada día y que esas 24 horas son un reto para ver las cosas de forma positiva, así como el maestro Joan Manuel Serrat lo dice en su canción “hoy puede ser un gran día, plantéatelo así, aprovecharlo o que pase de largo depende en parte de ti”.
jueves, 7 de enero de 2016
Sólo para oídos castos
Ya regresé, gracias al Creador por la visa de otro año más, ahora estoy con la incertidumbre de saber si llegaré a volver a celebrar mi onomástico, si gozaré de mis facultades mentales ese día de febrero que cada cuatro años alguien inventa con la intención de que no se pierdan las horas que los minutos van acumulando. Es una pena ya no tener el pretexto cada domingo de encender el televisor al alba para ver el programa de En Familia, que conducía el filósofo de la catafixia Chabelo, hoy no sé qué inventar para estar despierto a esa hora; tengo la esperanza que gracias a la maravilla del marketing la más fuerte pluma del anticapitalismo Eduardo Galeano publique más libros para deleite de nuestras bibliotecas.
Por estos días muchos ya hicieron a la ro-ro niño con el muñequito que les salió en la rebanada de la Rosca de Reyes de ayer o de plano lo escondieron en su bocota tragándoselo bajo el pretexto de que era un pedazo de membrillo, gracias a esa extraña sensación de experimentar una especie de embarazo no deseado cuando éste les sale, híjole lo que hacen algunos con tal de ahorrarse la tamaliza del 2 de febrero para los gorrones de la oficina.
Nunca he sido de propósitos de esos que se pone la momiza como pretexto para soportar los 366 días que intentarán sobrevivir, como: bajar de peso, realizarse la liposucción, injertarse cabello donde ahora hay frente, ponerse las muelas que faltan o realizar esa cirugía de miopía, en fin todas esas cosas que en definitiva no van conmigo – ¡aja!
Lo único que si estoy intentando y no se trata de una mamarrachada tipo propósito de año nuevo, es evitar escribir improperios, na`quever con la patética situación del Negrito Sandía, sólo que ahora con la edad que voy acumulando uno se pone nostálgico, al grado de ponérsele el ojito blanco como a Remi, al llegar recuerdos de épocas cuando en lugar de decir en casa de mi tío, se decía “en ca´mitío”. De cuando la abuela materna utilizaba como instrumento correctivo la sandalia –zurras que además de reprender malos modales, también nos limpiaban el aura, alineaban chacras y nos ahorraron infinidad de terapias psicológicas– para erradicar de nuestro lenguaje esas palabrotas que para el vox populi es común cuando desahogan la ira.
Entonces con tal de camuflar el lenguaje de mentadas de jefecita o que no se notara que estábamos enviando a alguien de tour al destino más visitado por los mexinacos, recurríamos a palabras como chintolo, jijurría, tiznada, jijos del maíz y móndrigo. Incluso la abuelita cuando se encolerizaba recurría a este tipo de diccionario con tal de exorcizar su coraje. Así es apreciado lector, años atrás, mucho antes de que Adal Ramones utilizara en televisión nacional ese “hijo de su pink panther” o el fresosísimo “está cañón” del Yordi Rosado, quien redactó este texto decía malas palabras disfrazadas de buenas para los castos oídos de sus mayores.
Por estos días muchos ya hicieron a la ro-ro niño con el muñequito que les salió en la rebanada de la Rosca de Reyes de ayer o de plano lo escondieron en su bocota tragándoselo bajo el pretexto de que era un pedazo de membrillo, gracias a esa extraña sensación de experimentar una especie de embarazo no deseado cuando éste les sale, híjole lo que hacen algunos con tal de ahorrarse la tamaliza del 2 de febrero para los gorrones de la oficina.
Nunca he sido de propósitos de esos que se pone la momiza como pretexto para soportar los 366 días que intentarán sobrevivir, como: bajar de peso, realizarse la liposucción, injertarse cabello donde ahora hay frente, ponerse las muelas que faltan o realizar esa cirugía de miopía, en fin todas esas cosas que en definitiva no van conmigo – ¡aja!
Lo único que si estoy intentando y no se trata de una mamarrachada tipo propósito de año nuevo, es evitar escribir improperios, na`quever con la patética situación del Negrito Sandía, sólo que ahora con la edad que voy acumulando uno se pone nostálgico, al grado de ponérsele el ojito blanco como a Remi, al llegar recuerdos de épocas cuando en lugar de decir en casa de mi tío, se decía “en ca´mitío”. De cuando la abuela materna utilizaba como instrumento correctivo la sandalia –zurras que además de reprender malos modales, también nos limpiaban el aura, alineaban chacras y nos ahorraron infinidad de terapias psicológicas– para erradicar de nuestro lenguaje esas palabrotas que para el vox populi es común cuando desahogan la ira.
Entonces con tal de camuflar el lenguaje de mentadas de jefecita o que no se notara que estábamos enviando a alguien de tour al destino más visitado por los mexinacos, recurríamos a palabras como chintolo, jijurría, tiznada, jijos del maíz y móndrigo. Incluso la abuelita cuando se encolerizaba recurría a este tipo de diccionario con tal de exorcizar su coraje. Así es apreciado lector, años atrás, mucho antes de que Adal Ramones utilizara en televisión nacional ese “hijo de su pink panther” o el fresosísimo “está cañón” del Yordi Rosado, quien redactó este texto decía malas palabras disfrazadas de buenas para los castos oídos de sus mayores.
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