jueves, 3 de diciembre de 2015

47¿Y…?

Cuarenta y siete, dos dígitos que actualmente equivalen en mi persona a vigilar la alimentación, ya que están prohibidos todos aquellos platillos que hacen transparente la servilleta de papel; actualmente el agotamiento llega con facilidad al realizar actividades que antes hasta riendo hacía, si a ello le agregamos una mala salud de hierro, además de poseer una frente de más de cinco dedos, es más, se le pueden agregar los de la otra mano y creo que hacen falta y el poco cabello que aún conservo es más plateado que la máscara del Santo.

A esta edad cuesta más trabajo ocultar la papada en las fotos de perfil del Facebook –pero bien que la disimulo haciendo guiños tipo Zoolander, y salir gordo, es lo de menos, treinta años de cargar con estos kilos me resignaron a aceptarlos, incluso cuando pierdo unos cuantos en verdad que los echo de menos y de la talla de mis trusas con cuarenta y siente es lo que menos importa. Hay más preocupaciones, como el mantener estable la glucosa o que la ansiedad no me vaya a ocasionar un infarto en este corazón que cansado de latir a veces piensa que su fecha de caducidad esta próxima.

Llegaron los años como la noche al día con sus enigmas tan oscuros y difíciles de pronosticar, llenos de inseguridades como cuando adolescente las tenía, gracias a los supuestos cuerdos de atar –como dijera Joaquín Sabina–, que sujetaron mis tiernos anhelos bajo el pretexto de que ya madurara. Siento decirles que con tantos años de tesón han fracasado, pues continuo teniendo más sueños despierto que dormido, sigo creyendo en Peter Pan a pesar de que su Wendy haya crecido, consciente estoy de que a pesar de aparentar un viejo cascarrabias, soy un niño de corazón que ya no juega a las figuras de acción con los chamacos perdidos, pero a veces tirado en el suelo de la imaginación juego a que el Capitán Pirandella rescata de mil maneras a su amada Princesa Amanecer de Apizaco.

Nunca quise ser un boy scout –con Chabelo y Pepito había de sobra, preferí ser un Goonies, pues esas cosas de buscar tesoros perdidos o de resolver misterios me entusiasmaba un titipuchal más que ayudar a señoras de avanzada edad a cruzar la calle; aún me sigo poniendo agresivo cuando alguien toca mis juguetes y soy adicto a los tres pecados culinarios, echarle chile y limón a todo, así como que los alimentos estén calientitos y que a cualquier lugar se llega “por ahí derechito”.

Ahora creo eso de que la edad pesa, pues la sociedad te exige factura de que con el transcurrir de los años intentes dejar de ser tú y seas lo que ellos imaginan como debieras de ser, ¡haber, haber, tranquilos mis chatos! Uno puede modificar su manera de vivir pero no puede dejar de ser quien es, además uno que sabe cómo es uno, recuerden el estribillo de lo que canta el ídolo del Guamúchil –qué por cierto cada vez Pedro Infante canta más bonito, “yo soy quien soy y no me parezco a naiden, me cuadra el campo y el silbido de sus aigres…”. Más la realidad es que ahora ya tengo 47, uno más que ayer y… ¿qué sigue ahora, hacer una buena fiesta o desaparecer?

jueves, 19 de noviembre de 2015

Música es…

Alguien por ahí, ¿escribió o dijo? –la miopía de mi memoria a veces ocasiona que como especie de flashback recuerde citas textuales que borrosamente me impiden ubicar a su autor y la forma en que lo manifestó–, que la música es el corazón de la vida, pues a través de ella se expresa el amor, se denuncian los errores que cometemos, se protestan las incomodidades, es más, protagoniza tantos momentos de nuestro existir que yo la considero el soundtrack de cada individuo.

Desde niño, gracias a la influencia de mis carnales he escuchado música, hoy tengo una modesta colección de discos, que a lenguaje de quien amo y bajo la influencia de cierto programilla de un canal de televisión privada, según ella que yo posea tanto disco me hace un acumulador, por otro lado, algunos conocidos que se creen acá muy modernos han intentado animarme a que los convierta en MP3 y me deshaga de ellos, pero esto evitaría el enorme disfrute que experimento al escuchar la música y leer los créditos de cada canción, la letra de las mismas en el booklet, además del arte de su diseño, que obviamente en formato de audio digital compreso ni siquiera sabría, digo, por eso las actuales generaciones le atribuyen “Cantares” a Nicho Hinojosa o peor aún que la canción se llama “Caminante no hay camino”.

Ese gusto por escuchar música me ha sido útil para adentrarme en el conocimiento de algunas lenguas extranjeras, pues recuerdo que de chamaco con diccionario de idioma alemán en mano traduje la canción de “Jeanny” del grupo germano Falco, al igual que lo hice con la pachequez hecha rola de “Hotel California” de The Eagles; así, leyendo las letras de las canciones me encontrado con algunas algo extrañas como aquella que dice: “ni entiendes lo que es el amor tu única ley el palo que te sujeta”, ¡órale! Pero una digna de cualquier pedófilo es la que expresa, “tu experiencia primera, el despertar de tu carne, tu inocencia salvaje, me la he bebido yo”, letra que me hace evocar una de Don Agustín Lara que enuncia “tu párvula boca que siendo tan niña me enseñó a pecar”.

El buen Juan Gabriel además de excelente compositor, también ha dejado algunos mensajes acerca de su personalidad, recuerden aquella canción donde afirma “si en el mundo hay tanta gente diferente una de esas tantas gentes me amará” o la de la zona oculta “El Noa Noa” que si repetimos más de diez veces Noa Noa sabremos dónde se ubica esa lugar de ambiente donde todo es diferente. Existen letras prohibidas como aquella con la cual disfrutaba sacar de onda a los locutores en los programas de complacencias llamada “Con él”, una composición de Difelisatti y J.R. Flores, que interpretaba la cantante y actriz Rocío Banquells, letra que en la década de los ochentas era considerada controversial al abordar la vida de aquellas mujeres víctimas de hombres que quieren aparentar masculinidad y las usan para ocultar su verdadera preferencia sexual, razón por la cual negaban su transmisión radiofónica.

Imposible dejar de mencionar a las tres chicas que entre cuadros y revistas, camisetas, discos y jeans, buscaban conquistar al jovenzuelo vergonzoso, ellas que se pasaban varias horas hablando a pesar de que su madre les decía que el teléfono es caro que las dejen en paz y aparte las sermoneaba que de continuar así existe la posibilidad de que la gente rumora que alguien del pueblo su reputación serán las primeras seis letras de esa palabra. Damitas no se preocupen, las personas siempre señalan, es más, algunos dicen que este veterano escribe con las tres últimas letras de esta palabra.

jueves, 12 de noviembre de 2015

Enseñanzas de la vida

Cierta vez, leyendo de forma obligada un libro cuyo nombre no recuerdo de Paulo Freire, he aquí el resultado de cuando te animan a punta de amenazas a realizar una actividad los profesores, encontré varias ideas de tan ínclito pedagogo entre las cuales hoy rescato: “Enseñar exige respeto a los saberes de los educandos”, cita que debieran de considerar quienes elaboran programas de estudios –¡hágame el favor, pedir a los estudiantes realizar podcast y tutoriales de You Tube en un programa de estudios que cursan tanto alumnos de escuelas urbanas, así como de municipios apartados!

Los educandos son enviados por sus progenitores a recibir los contenidos programáticos que los prepararán para desarrollarse en diversos ámbitos, los desconocidos, que ejercemos la docencia, recibimos honorarios para transmitir esos contenidos, además de tener la obligación de comprobar que éstos los hayan asimilado, entonces, ¿por qué tiznados un docente invierte parte de su hora de clase a narrarles anécdotas familiares? Imagino que quienes hacen esto, tienen la difusa idea de que sus particulares experiencias retribuirán en el aprendizaje de sus educandos.

Siendo sincero nunca me ha servido escuchar la experiencia de los demás, sí les pongo atención, es más, hasta encuentro divertido o chuscas algunas de ellas, pero que sean de aprendizaje o formativo, ¡para nada! Creo que eso de contar vivencias es una fijación educativa tan arcaica, pues recuerdo que en mis épocas de estudiante –hoy continúo en la escuela, pero de la vida–, escuché infinidad de anécdotas de mis profesores entre esas laaaargas pausas que hacían en clases, donde supe de las travesuras, genialidades y proezas de sus vástagos o las inclemencias que vivieron para llegar ser lo que son.

Uno qué culpa tenía de enterarse que a sus exparejas las conquistaron con cartitas de amor –lector nacido en mil nueve noventa, te aclaro que en los sesentas y setentas no contábamos con mensajes de texto, ni correos electrónicos, menos Facebook para enviar mensajes llenos de melcocha a quienes nos gustaban–; no podía faltar aquel profesor que se quedó clavado en la adolescencia y que fácilmente se aventaba una clase teorizando sobre el origen espontáneo de bandas de rock como The Beatles, The Doors y Led Zeppelin.

También había ese docente nerd que se entusiasmaba narrándonos sus peripecias al enfrentar los desafíos del Space invaders, donde en un estado de hipnosis obligado por la consola de Atari, tenía que salir del letargo gracias a las reprimendas de su padre. El entusiasmo y la nostalgia de ya no tener Tamagotchi, remedo de mascota digital resguardada en un aparato electrónico en forma de llavero, la cual exigía ser alimentada o recibir cariño en horarios discontinuos, pero afortunadamente para su distracción, la madre naturaleza se los sustituyó por hijos. Su lado friki al máximo esplendor cuando llevaba el cubo Rubik y nos demostraba armarlo en sesenta segundos, así como las retas que hacia entre nosotros por puntos extras con tal de mejorar la calificación.

Igual de patético era aquel docente que todos los lunes convertía el aula en una especie de programa televisivo de análisis deportivo, la verdad aburría chulada escucharle externar su opinión cual comentarista sobre los equipos de soccer y lo peor, hacer quinielas entre nosotros por calificaciones.

Híjole, tanta tortura que para algunos aprovechados eran momentos de relax y lo más sorprendente es que la mayoría de los compañeros a eso sí ponían toda la atención, en cambio yo, fácilmente les hubiera echado la Policía del Pensamiento de la novela “1984” de George Orwell, para que los encerraran por crimentales, pues sus enseñanzas de la vida nunca me han sido útiles, ¡bueno creo que sí! Para escribir esto.

jueves, 29 de octubre de 2015

¡Los trajeados… nomás!

Viajando en el sistema de autotransporte colectivo de nuestra speedica ciudad, me he topado con cada cosa extraña, una de esas rarezas son los empleados de banco o tienda departamental, es que no sé cómo notar la diferencia, pues ambos visten de traje, algunos a la medida y otros a la medida pero de sus posibilidades, pues las manos desaparecen entre las mangas, al igual que el largo de los pantalones que me recuerdan a los de Clavillazo.

Motivado por la intriga, y, porque no, por el morbo, decidí preguntar a los que durante una semana compartían el diario de ruta conmigo, ¿cuál es la experiencia de portar un traje? Pues con el clima tan cálido que tenemos y ellos todos los días aparentemente bañados, olorosos a fragancia, simulando decencia, mientras uno para lograrlo tiene que mover el rabo. Sus respuestas tal vez fueron de guasa, pero como dicen, entre broma y broma la verdad se asoma. Los cuatro trajeados dicen que pese a ser un requisito para desempeñar su trabajo, tal vestimenta les eleva la autoestima, pues con él la mayoría de las personas los respetan, incluso a veces les ha ameritado un trato especial a diferencia de los demás.

Uno de ellos aseguró que cuando se lo quita como que pierde prestigio, sentimiento que lo ha orillado a salir a cenar a las fondas, ir de compras al súper o al cine con él puesto; en conclusión, el traje es como la pluma mágica de Dumbo. Juan “N”, confirmó el poder que otorga un traje al decir que si alguien te ve sin él, pueque pierda el sentido continuar laborando en tan prestigiada empresa que te obliga a portarlo, pues disipa todo sentido de presunción.

Otro, afirmó que existe el riesgo al quitárselo de perder respeto o personalidad, es por eso que al ducharse se coloca un plástico con tal de protegerlo de la regadera. Hubo quien dijo que una vez la tintorería no se lo entregó a tiempo y sintió que se le derrumbaba la vida, a partir de tan fatídica fecha optó por comprar dos, así mientras se quita uno el otro se encuentra disponible para su uso.

Coincidieron en que son unos incomprendidos, pues la mayoría de las personas no entiende que andar de traje por la vía pública les confiere un trato VIP, orgullo que les brinda satisfacción después de estar ocho extensas horas de pie atendiendo a sujetos con diversos sentidos del humor o los caprichos del gerente. Orgullo que la plebe nunca entenderá –externó entre sollozos–, ¡por favor no nos eviten nuestra única ilusión! Además, si así andamos en la calle no es para aparentar superioridad, sino porque en realidad somos superiores, sino nos creen, pregúntenle a nuestra familia.

Imagino que sus respuestas fueron puro choro, pues en realidad no creo que el traje haga a la persona superior o digna de un trato especial, pero de que eleve la autoestima eso ya es situación de cada quién, pero como ya sabemos a pesar de los años muchos aún tienen acné mental y requieren de apachurrarles las espinillas.

jueves, 22 de octubre de 2015

¿Bac tu de Fiuuturr?

Estoy frente al monitor de la computadora, el audio del ordenador reproduce “Mucha muchacha” interpretada por el genial Juan García Esquivel, le echo un ojo al calendario digital y recuerdo que ayer fue 21 de octubre de 2015, fecha en que probablemente muchos se habrán decepcionado de no ver a través de los medios masivos de información la noticia del arribo de un joven desaliñado Marty McFly acompañado del Dr. M. Brown en el DeLorean, viajeros que nos visitan del año 1985 – ¡ah, la década de los ochentas! – a solucionar ciertas problemáticas particulares.

Sí, gracias a la magia del celuloide quienes hemos disfrutado de la trilogía de Back to the future, sabemos que en este año iban existir una serie de artefactos que para nada se comparan con la realidad virtual, las tabletas y los smartphones con los que contamos. Para empezar, los coches aún no vuelan, bueno alguno que otro conductor sí lo ha logrado, pero han sido pocos los que sobrevivieron al aterrizaje. ¿Imaginan la existencia de estos automóviles? Adiós a los congestionamientos viales y las justificaciones por llegar tarde, más si existieran las líneas aéreas pasarían a ser algo así como una especie de camiones urbanos que circularían las rutas de vuelo, por lo tanto, el piloto comercial tendría que abandonar su impecable uniforme y rostro afeitado, para cambiárselos por una playera de fútbol manchada de salsa y barbita de cuatro días.

La ropa autoajustable no se ha inventado para despreocupación de nosotros los gorditos que sudamos con tan sólo saber que vamos a ir a comprar garritas, de haberlas nos evitaríamos argumentos como: “la talla está reducida”, “me quedó sólo ajustado en las piernas y no me subió”, “como que el cierre se atora”, entre otros. Igual, aún no ha visto la luz esa suculenta pizza deshidratada del tamaño de una mano que al introducirse en el microondas se transforma en familiar, ¡se están viendo lentos Domino's y Mabe!

Tampoco se han instalado en las cafeterías ni en los restaurantes, pantallas donde atiendan a la clientela empleados virtuales en imágenes ciberpunk de celebridades al estilo Max Headroom o ya de perdis como el chafísimo Boris que la televisión nacional transmitía en los años ochenta, sería chidísimo llegar al negocio de comida rápida y que te atiendan Michael Jackson o Freddie Mercury, pero la triste realidad es que en pleno siglo XXI, la comida rápida sigue siendo lenta.

Tampoco he visto en ningún hogar máquinas de fax instaladas en todos los cuartos donde el jefe haga llegar las disposiciones laborales – creo que no fue necesario, si para ello cuenta con el WhatsApp–, y de la precisión del servicio meteorológico mejor ni hablar, pues aún en el 2015 continúan tanteándole, algo así como a ojo de buen cubero.

Por lo que respecta a las Hoverboards, los patinetos mínimo esperarán otros 20 años más para realizar un Pop Shove It sobre una patineta voladora. Además, aún tenemos abogados que nos cobran un buen de dinero por dejarnos libres. A pesar de los avances tecnológicos, el futuro de la película se aleja cada vez más, pero para hacer efectiva la visión del cineasta Robert Zemeckis, hay que empezar sacándonos las bolsas del frente de los pantalones y crear nosotros mismos los jeans futuristas. Mientras, sigo frente al monitor de una computadora del 2010, escuchando una canción de 1960, observando un calendario del 2014, en una construcción de 1989 y tengo ganas de volver…el estómago.

jueves, 15 de octubre de 2015

El lado más bestia de la vida (Segunda parte)

Como siempre, después de saborear el exquisito café con las secretarias, espera mi hábitat natural enrejado, el cubículo, mudo testigo de esas películas prohibidas a menores que observo a través del Internet para distraer la tensión laboral. Los de la oficina de enfrente echan guasa diciendo que nuestros espacios son serpentarios porque se encuentran divididos por cristales, más ridículos los de ellos que sólo tienen divisiones en tablaroca dando la apariencia de caballerizas, y yo prefiero ser una víbora que un penco.

El espacio destinado de archivo como siempre es una mixtura de olores a cebolla, cilantro, perejil y vapores diversos que te recuerdan la cocina de cualquier restaurant chino, pues durante cada receso de alimentos se ha convertido en comedor comunitario. Al caminar por los pasillos se pueden escuchar tres tipos de canciones de distintos géneros sonando a volumen alto. En el ambiente se percibe la ausencia del jefe, pues las risotadas y gritos de los compañeros resuenan en todo el recinto, ellos están conscientes que hasta las 11 de la mañana cuando éste llegue, el lugar se convertirá en un templo budista, aquí aplica aquella cancioncilla de la ronda infantil “Jugaremos en el bosque… la la lara la la...♫”. Además, cada quien ya sabemos lo que nos corresponde durante la jornada, como concluir lo que ayer pausamos por comprarles a los vendedores que deambulan a diario, mientras otros tienen que ejecutar las clásicas órdenes del boss que gira por el WhatsApp.

Hay un ser que se respeta más que al jefe, su secretaria privada, ella es como Dios, pues en sus manos está el destino de todos los empleados, muchas de las decisiones importantes de nuestra oficina están a disposición de su libre albedrío, con decirles que hasta el mero-mero chipocludo en lugar de dictarle los oficios, cede toda su confianza a la atinada redacción de esta mujer, es por ello que muchos optan por dirigirse a tal realeza mediante zalamerías, pues con ella ni es si o no, es “o”, ah, pero eso sí, cuidadito con que le caigas mal, ten la plena seguridad que tu estancia laboral será efímera.

Dentro de la cadena alimenticia de todo empleado existe un eslabón que nos ata al progreso, incluso es la fecha más anhelada, es más, a veces he llegado a pensar que su espera supera a la ansiedad de las vísperas navideñas, ansia semejante a la expectativa de la llegada del viernes, me refiero a la quincena, remuneración que nos da alegría unas cuantas horas, pues sólo dura unos instantes y luego pasa a poder de los aboneros. Otra codiciada presea que es motivo de envidia, rencores y de luchas encarnizadas por conseguirlo es el bono –náquever con el vocalista de U2– de productividad, que supuestamente te haces acreedor asistiendo a cursos.

Pero para ser productivo en el empleo no es necesario asistir a un tedioso curso de sensibilización donde las psicólogas que lo imparten tienen más problemas existenciales que uno o recibir capacitación tras capacitación en el área donde te desempeñas y continuar siendo el malhumorado de siempre que atiende pésimamente a los usuarios, es tan sólo cumplir con la complicada y simple actitud de ser felices en el trabajo o desarrollar tu empleo con gusto. Lamentablemente hemos permitido que el mundo cambie nuestra sonrisa cuando debiera ser a la inversa, pero como siempre sobran esos que con sus malas intenciones intentan darnos de patadas por la espalda y desacreditar nuestro trabajo mientras nos saludan con todo y melcocha.

Más si no somos capaces de cambiar una situación, lo más sensato es cambiar nuestra actitud, pues es de sabios cambiar de opinión y de necios el insistir siempre con lo mismo; cuidarse de esos compañeros inseguros que cambian su actitud hacia nosotros cuando se encuentran al lado de otras personas, evitar justificar nuestros descuidos laborales aludiendo que se hizo lo que se pudo; si miramos a los demás por encima del hombro que sea porque lo estamos apoyando y no humillando. Recuerda que entre mejor realicemos nuestro trabajo, menos se debe de notar, pues haciendo lo que pocos hacen, tendremos lo que pocos tienen.

jueves, 8 de octubre de 2015

Walk on the Wild Side

Lunes de cualquier semana, son las 6:15 a.m., hace cinco minutos que el despertador no ha parado de sonar, es más, su sonido ya despertó a tus vecinos quienes te refrescan la memoria de tu jefecita, en tu cabeza resuena la cruda de ayer, no recuerdas si fuiste sacado a la fuerza o saliste del antro como todo un caballero. Lentamente abandonas la cama, aún el piso se mueve al andar, pasas saliva y un amargo sabor a moneda antigua invade tu aliento, llegas al baño y el agua cala hasta la médula ósea, mientras tu cráneo es una bomba a punto de reventar, te miras al espejo y ves tu cara de nahual sin afeitar, nariz de chile relleno, eres optimista y ves guapura donde no la hay.

Abandonas el hogar con el estómago vacío, sabes que tu intestino en ese momento es incapaz de soportar algún bocado, además, consiente estás de que llegando a la oficina las secretarias estarán en la primera de las tres tandas de alimentos, el desayuno, y obvio que compartirán el Santo Grial de cada mañana contigo, el cafecito. Mientras caminas, ves las calles inundadas de finos coches a gran velocidad, no envidias al volvo o mercedes que circula a tu alrededor, ya que continuamente te han tocado camiones urbanos de esas marcas y con el salario que percibes a lo máximo que aspiras es a un convertible que en la mañana sea de tacos y de noche de dogos.

Abordas la calle, no eres el único, a tu alrededor se mueven rostros anónimos que son los mismos de siempre con los que te topas a esa hora; mientras disimulas la resaca mascando chicle, en la esquina del parabús llega el transporte colectivo, en su interior se respira un olor a objeto guardado, almohadazo y transpiración, los somnolientos salen de su letargo con la guapachoza música del autoestéreo convirtiendo el camión en un antrobús.

Absorbes oxígeno y lentamente lo expulsas mientras tu cerebro recuerda una cita de la hoja del calendario que desprendiste el viernes sin el consentimiento del jefe donde se lee: “cada día es un lienzo en blanco, utiliza un color distinto cada vez que lo pintes”, imaginas que su autor es una persona sin problemas, de esos que se la pasan empollando la vida, por eso se le hace fácil hablar sobre la existencia como si ésta fuera un pastel de quinceañera, ignora esa absurda estrategia de la inmensa minoría por tratar de alcanzar el éxito laboral lamiendo escalafones y escupiendo a los que van detrás, esos que creen vivir en el país de las oportunidades, donde papi aprovecha sus nexos con la gente de arriba para que a su retoño le den una chancesita, o igual, no conoce a esos jefes que se aprovechan de aquellos que se creen líderes haciéndoles pensar que en realidad lo son con tal de que le suavicen la carga y responsabilidad laboral.

Al ingresar a la oficina recibes un aluvión de saludos huecos, de esos que te preguntan cómo estás, sin ningún interés en tu estado de ánimo, pues saben que estás por el simple hecho de ver tu estampa ese día, a ellos ni les interesa que en estos momentos la gracia de Nuestra Señora de la Luz se ha alejado de ti, es decir, ya no tienes ni una moneda en tu bolsillo de la quincena, razón por la cual consideras el momento propicio de lanzar el sablazo al más inocente de tus compañeros para pedirle una feria prestada. Ya lo dicen en el National Geographic: entre la manada es común morderse, pero nunca llegar a herirse, entonces si a los compañeritos les agradas o no, habrá uno que te echará la mano, por supuesto que ni te dirigirás a aquellos que muerden la mano que los alimenta y lamen el zapato que los patea.

Continuará…