miércoles, 18 de marzo de 2015

Lado B

Nuestra ciudad tiene calles asfaltadas que hierven con la temperatura del medio día, inundadas de coches que trajinan con rumbos diversos, algunos con la música de sus reproductores a tope, como reclamando la atención de los demás, mientras gente invisible camina sobre las banquetas acaloradas por el oxidado clima entre vendedores ambulantes, quienes dejan escapar berridos que buscan captar la atención de algunos zombis que deambulan con la mirada fija en las pequeña pantallas de sus celulares. Es una pena que saber escuchar en nuestros días equivalga a dejar el celular a un lado y poner atención al que te habla. ¡Órale, eso sí es una muestra de respeto, ca´on!

En la actualidad, la gente se entretiene de igual forma en fiestas, cumpleaños, bautizos, sepelios, manifestaciones, huelgas... en fin, todo tipo de eventos donde el pretexto sea pasársela a gusto. Pues todo ello quedará documentado en sus teléfonos móviles. ¡Hay que dejar patente en alguna red social que existimos! Es tanta la demanda de internet, que ahora las nuevas generaciones saben que los recién nacidos se descargan de algún sitio web y ya es argumento antediluviano afirmar que los bebés vienen de París o que los trae esa plumífera ave llamada cigüeña -es más, no es verdad que el cigüeñal sea el lugar donde ella hace su nido y sino me crees, pos consúltalo en Wikipedia-.

Conforme avanzamos tecnológicamente, la amistad se hace más fraternal. Sólo basta crear un perfil en alguna red social y de inmediato tendrás amigos desconocidos. Así de sencillo es el nuevo proceso de socialización. Creo que no es el internet quien reafirma los lazos de amistad, más bien es la ilusión de pensar que quien está al otro lado del monitor es el amigo ideal. Imagino que es por ello que ahora se cuidan mucho, pues evitan contagios al no tocarse y las muestras de amor consisten en mandarse guiños que a más de alguno, seguro, provocará un orgasmo. Y qué decir de la acumulación de “Me gusta” que hacen sentir millonario al más miserable de los seres vivos, así de positivo es el lado B de la vida, tan positiva que la palabra acosadores ha sido modificada por un término más bonito como el de seguidores.

Las relaciones de noviazgo o los matrimonios se formalizan o se desintegran, ya no por el Registro Civil ni a través de una celebración religiosa, la fuente fidedigna es el Facebook. Ahí nos damos cuenta de la disponibilidad sentimental del prójimo. Y como siempre, la mano del ser humano con su toque de Rey Midas a la inversa, en lugar de sacarle alguna utilidad positiva a lo que hizo, convierte las redes sociales en escaparates donde fomentar aún más los prejuicios a través de personas que buscan generar pánico, infundir miedos o incrementar más adeptos a sus filas, almacenando cerebros débiles para su banco de masas encefálicas, etiquetándote imágenes de vírgenes de seda, santos de alcoba o vendiéndote más porquerías que no necesitas, hecho lamentable que bien merece una McDescalificación con papas y refrescos, o sea, cada vez más está de la burguer.

Ya entrando en el argot del ciberespacio, al hecho de mofarse por la ingenuidad de alguien se denomina trollear, en pocas palabras cuando te vieron la cara de inocente por el pánico infundado gracias al chupacabras o que Rigo Tovar -sí, ese que cantaba con su Costa Azul la del “Sirenito”- continúa gozando las mieles de sus millones en Suiza, lejos de sus mujeres, definitivamente te trollearon. Esa palabra fue acuñada en la más moderna edición del diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, discutiendo sus académicos únicamente si es correcto escribirla con doble L. Sólo espero que no se dejen llevar por la vorágine de la mothernización y terminen aceptando palabras como: “ola k ase”.

Mientras sigamos utilizando ese pijama de una sola pieza que la gente madura la considera inadecuada, es decir, continuemos de mamelucos en las redes sociales o cualquier artilugio tecnológico, la chamacada seguirá enganchándose a ellos sin fines académicos, sintiéndose una lumbrera que encandila a sus progenitores, quienes los llegan a considerar unos sabios por el simple hecho de manejar esos gadgets, razón por la cual para las actuales generaciones no existe motivo de respetar a los rucos que ya no evolucionan, entonces lo único que les queda a sus madres es estar cada vez más atadas a ellos como sirvientas. Ante tal situación, con tal de evitar la depre, prefiero jugar, uno por burro, dos, patada y coz, tres, el burro al revés, cuatro... ya ni le sigo.

miércoles, 11 de marzo de 2015

Pedagogo de profesión

Ciertos alumnos preguntan en qué licenciatura estoy formado y orgulloso respondo que en la de Pedagogía, lo cual remite a mi memoria miope a la época cuando la cursaba, en un principio ubicada en el campus central y al año de haberla iniciado, como gitanos urbanos, nos mudamos al aún sin terminar edificio que actualmente se ubica en el campus Villa de Álvarez. Entre golpes de martillos, piropos de albañiles a mis compañeras de grupo y uno que otro guaco, recibíamos clases cinco generaciones que durante la década de los noventas nos formaba un elocuente equipo docente firmemente encausados por una dama que ocupaba el puesto de directora.

Las clases se fundamentaban en libros aprobados por la SEP o algún consejo editorial, no como ahora que un sitio web cuya información de dudosa procedencia es la panacea escolar. Profesores que con sus opiniones y las nuestras nos hacían reflexionar sobre la problemática educativa. ¡Afortunadamente aún no inventaban las aburridísimas diapositivas del PowerPoint que aletargan el intelecto! Durante las prácticas nos enfrentábamos a casos reales. Hoy ello se resume a una hojita con problemáticas planeadas por alguien y para colmo cuentan con su respectiva respuesta, la cual si no coincide con tu resultado echa al resumidero de la ignorancia la capacidad inventiva de solución, volviendo a caer en el circulo vicioso de que educar es obligar a recibir la información para después repetirla de sopetón y no acordarse nunca más de ella.

Por las madrugadas, cuando dirigía humildemente los pasos a mi entrañable facultad, continuamente encontraba a una señora, la cual siempre a esas horas del amanecer barría la banqueta y seguido cuestionaba la utilidad de mis estudios. Haciendo un esfuerzo para evitar caer en el error de esos expertos que explican algo sencillo de forma tan confusa que hacen pensar a sus interlocutores que tal confusión es debido a su propia falta de intelecto, recurría al discurso aquel que circunscribe a la Pedagogía como una ciencia donde se generan diversos conocimientos y que gracias ella, las personas se vuelven capaces de realizar acciones en pro de la educación.

Apelando a tal argumento, continuaba el caminar con la seguridad de haber definido y explicado mi futura profesión. Años más adelante, en el campo laboral, un jefe en plena reunión informativa de forma sarcástica volvería a poner en duda la práctica profesional del pedagogo, al encontrarse al mando de una oficina donde todos sus subalternos ostentaban ese título. Recuerdo que un compañero de trabajo, cuando cargábamos con enormes cajas de exámenes o hacíamos el tiraje, compaginación y engrapado de los mismos, incluso hasta su respectiva calificación -algo así como chorrocientos mil-, comentaba que tales acciones no se incluían en el perfil de egreso, pero que eran funciones adyacentes a nuestro desempeño laboral, las cuales debemos de realizar para completar el ciclo profesional en el que nos circunscribimos.

Creo que con esto último es fácil justificar la esencia del pedagogo, pues podemos desempeñarnos como peces en el agua dentro del ámbito educativo. Esto lo digo con la certeza de un individuo que cursó un Bachillerato en el área físico-matemático, que pese a ser el mejor promedio de su generación, por una hermosa casualidad del destino, al ir pasando por las afueras de una aula donde ocho aspirantes a la Licenciatura en Pedagogía llevaban una semana de cursos de inducción, fue invitado por la directora a escuchar una sesión. Desde ese momento decidió quedarse hasta concluir cuatro años y medio -¡en esas épocas, así de extenso era el plan de estudios, no es que fuera un teflón!-. Lo único que me disgustó fue que al iniciar el primer semestre, de ser nueve los convencidos en cursar la carrera, el grupo lo completaron con 41 rechazados de otras licenciaturas, quienes no cesaban de manifestar su inconformidad.

Durante la estancia en los muros de la facultad, creamos un polémico buzón de sugerencias que el director de ese periodo aplaudió. Sin tener que recurrir a primeros auxilios, resucitamos la revista Vida Pedagógica, espacio de expresión de estudiantes y profesores donde algunos hacíamos nuestros pininos en los ámbitos editoriales y redacción de artículos de opinión. Tal publicación centraba sus textos en la educación, con ningún afán político ni demagogia estudiantil. Estábamos conscientes de que lo nuestro no eran las pachangas, ni las reinas de belleza, pero cuando realizábamos un evento social lo hacíamos tipo premios Revista Eres. En pocas palabras fueron años donde la mixtura del aprendizaje con la diversión hacía de nuestra estancia un ambiente familiar.

Para mí y tal vez para alguien más, la Facultad de Pedagogía fue un segundo hogar, un espacio donde a través de la conducción de los profesores, desarrollamos las potencialidades que se evidenciarían en el campo laboral. Con este texto quiero agradecer a aquellos que fueron guía, compañía y familia durante más de cuatro años que formé parte de sus vidas. No los pienso nombrar, pues excedería el número de caracteres del artículo y también podría herir susceptibilidades al omitir a algunos, pero ustedes saben quiénes son.

miércoles, 4 de marzo de 2015

Más de cien mentiras que valen la pena

A escasos días de que nos roben una hora que nos hará modificar nuestros hábitos, un volcán que ha despertado de su letargo y valiéndole un carajo las prohibiciones de fumar continua exhalando humo sin escrúpulo alguno, mientras nosotros tenemos que fingir ingenuidad ante ello, pues como es sabido por ustedes, la verdad muchas veces recurre a las mentiras para que no pese tanto. Es más, llega incluso a ser más importante la mentira que una verdad. ¡Híjole, existen tantas falsedades que con el paso de los años se han convertido en verdades absolutas! Esto da la impresión de que la línea delgada que separa a ambas declaraciones es invisible e incluso atemporal.

Ya nos lo advirtió Esopo en su fabula de “El pastor y el lobo”, donde al mentiroso nunca se le cree a pesar de que diga la verdad. Si echamos un ojo a los libros, nos encontraremos que en la literatura un mentiroso por excelencia es Pinocho, quien ocupa moralmente un lugar ejemplar dentro de la enseñanza de las buenas costumbres, pues la moraleja de su mitómano actuar ha servido para valorar los riegos que conlleva el decir mentiras. Siendo honesto, ni nos preocupa que nos crezca la nariz, pues hemos encontrado en mentir el pretexto ideal para justificarnos.

Ignorar a un personaje ficticio como lo es la marioneta de madera del texto de Carlo Lorenzini, resulta justificable, pero faltar al octavo mandamiento de un decálogo que Dios escribió como alianza entre los humanos, es otra cosa. Sólo hay que recordar que los Diez Mandamientos son un conjunto de principios éticos y de culto, tanto en la religión judía como en la cristiana, además de que en el mundo, quienes profesan el cristianismo, son más de dos billones de individuos. Ante esto, ¿cómo es posible que la mayoría de ellos aprueben las llamadas mentiras piadosas?

La mentira ha sido y será siempre un fin para justificar nuestro actuar. Todos hemos recurrido a ellas en algún momento. Lo malo es cuando se vuelven patológicas, es decir, gente que se cree sus propios embustes. También es cierto que hay quienes les agradan escucharlas, inclusive las prefieren más que a la verdad misma. Basta evocar la letra de aquel bolero: “Si das a mi vivir la dicha de tu amor fingido, miénteme una eternidad que me hace tu maldad feliz”. Pese a que seas un mártir de la pasión, a quien le va del cocol en las relaciones de pareja, justificas tu actitud argumentando que en si la vida es una mentira.

“Lo diré de chía, pero es de horchata”: todos utilizamos las falacias como especie de auxiliar en los procesos de socialización. De entrada, nuestra mamá, cuando alguien desagradable preguntaba por ella, inmediatamente nos ilustraba en el arte de mentir al pedirnos de favor que le dijéramos a esa persona que no estaba o cuando nuestro intestino grande se estaba devorando al chico de tanta hambre y para tranquilizarnos nos decía que la comida estaría lista en dos minutos. ¡Ajá!

Me atrevo a afirmar que con tal de justificarnos ya sea por error, descuido o porque ya estamos chocheando y se nos olvida algún detalle, hemos recurrido a mentiras como “te prometo que no me voy a burlar”, “nunca recibí ese correo”, “estoy bien”, “te lo juro por mi madre”, “voy en camino para allá”, “jamás vuelvo a emborracharme”, “este año voy a cambiar”, “estoy a gusto así”, etcétera.

No hay que hacernos guajes: de que somos mentirosos y lo seguiremos siendo. Eso si es una verdad irrefutable, pues las falacias disfrazan el lobo que somos, de blanco corderito. Además, para mentir hay que tener buena memoria, eso que ni qué. ¡Entonces no salgas con tu choro de que nunca has mentido! Si en más de una ocasión le habrás dicho a tu pareja: “Mi amor, eres única”. Claro, sólo que te faltó agregar “como todas las demás”. Después de esa y más de cien mentiras que según nosotros valen la pena, no nos quejemos porque tenemos un país tan desconfiado e incrédulo y más ahora que se avecinan las elecciones.

miércoles, 25 de febrero de 2015

¡Aprobado!

Durante los más de quince años que llevo ejerciendo la docencia, he interactuado con muchísimos alumnos. Tal experiencia me ha dejado claro que a los jóvenes les pesa acostumbrase a que la vida en las aulas no es injusta, a pesar de que ellos la llegan a considerar así, pues todo depende de lo emprendedores que sean. Ellos creen que la vida escolar es igual a los escenarios ficticios de un programa de televisión o de una aburrida película moralista. En la vida real, las personas debemos de abandonar nuestras zonas de confort para ir a trabajar. Estar en la escuela no es sinónimo de permanencia, como el simple hecho de ocupar una silla sin aportar nada o pasar el rato en la cafetería y los alrededores de los salones.

Hay estudiantes que consideran que su autoestima o estados de ánimo, son importantes para quienes les impartimos clase. Lo que ignoran es que a nosotros sólo nos interesa que logren adquirir los aprendizajes y que en algún momento de su vida reconozcan su utilidad. En pocas palabras, no tomamos en cuenta si en la clase alguno está incómodo consigo mismo. Si suponen que pensar de esa forma es ser duros, esperen a tener un jefe; seguramente no tendrá paciencia y menos aún, la vocación de enseñanza.

Además, existen jefes que les importará un carajo que cumplas ese anhelo de encontrarte contigo mismo, o sea, si quieres saber lo que deseas en la vida, apréndelo por tu cuenta y en tus ratos libres. ¡Ni se te ocurra hacerlo en horas de trabajo!

Una vez que egreses de la licenciatura, sólo unos cuantos ejercerán su profesión en el campo laboral que les corresponde. Ellos comprenderán que las jornadas de empleo ya no se dividen en cursos, mucho menos en semestres, por lo tanto las vacaciones escasearan; ya no te insistirá mamá para que te levantes de la cama, ahora como autómata serás preso de un reloj checador; tendrás que sepultar el orgullo de haber concluido una carrera al recibir tu primer salario, cuando descubras no percibirás esa millonada que imaginabas.

Tristemente, el egresado se dará cuenta de que todos esos cursos de liderazgo, donde se le inculcó llegar a ser el mandamás de la oficina que conduce un portentoso coche último modelo, apenitas se incorpora al empleo, es algo que no se logra de la noche a la mañana si no es gracias a la disciplina, compromiso y ahínco que pongas con el paso de los años en tu trayectoria profesional. Descubrir que no basta el simple hecho de creerte un jefecito, así tipo tirano. Por otro lado, aquellos alumnos que no logran desempeñarse en campos dignos a su profesión, no deben de sentirse denigrados, pues esa oportunidad que ellos tienen de contar con un empleo, otros la desean.

Hoy, los llamados expertos en la educación se empeñan en borrar de las escuelas la palabra reprobado, pues según ellos denigra la autoestima de los alumnos. En pocas palabras, intentan erradicar la brecha entre triunfadores y perdedores; consideran un atraso del sistema a los repetidores, razón por la cual a quienes carecen de motivación hacia el estudio se les otorgan un sinfín de oportunidades para “ayudarles” a aprobar, evitando así fomentar en su formación una aptitud responsable, olvidando que en la vida real todo es a la inversa.

Compañero estudiante: tanto ustedes como nosotros hacemos posible el proceso enseñanza-aprendizaje. Somos parte inherente a un sistema educativo que nos lleva a un mismo punto: contribuir al funcionamiento correcto de nuestro país, razón por la cual, si se equivocan, no hay razón para justificar sus errores en nosotros. Mejor aprendan de ellos para que lleguen a ser mejores. El mejor inicio para ordenar el camino es tu hogar: organiza el cuarto donde habitas, ahí tienes el comienzo para el progreso.

miércoles, 18 de febrero de 2015

Divididos

En un mundo tan modernizado como el que habitamos, es lamentable que existan países donde eres detenido por el color de tu piel, acto que se hace con el pretexto de comprobar tu legalidad. Uno puede afirmar que allí se acostumbra a hacer eso, pues abundan los ilegales. Además, ellos están en todo su derecho de hacer lo que quieran, a fin de cuentas es su territorio. Irónicamente, algunos de esos países han sido poblados por inmigrantes y es una pena que se les olvide. ¡Ah, pero eso sí, lo racistas nadie lo niega que son!

Sobra decir que estamos en el Siglo XXI, ya que el desorden psicológico del racismo continúa vigente. Eso de destacar una raza sobre otra, a pesar de los años, no es cosa del pasado. Por ejemplo: a algunos gringos les fastidia que nuestros paisanos celebren en su país el 5 de Mayo, argumentando que ellos no vienen a México a festejar su 4 de Julio. Justificación respetable, que bien podría ser refutada evidenciando a todo ese puñado de imberbes que se vienen a degenerar a Tijuana en el llamado Springbreak. Mejor ya ni le sigo, pues considero que tal argumento lo único que fomenta es aún más la brecha racial.

Creo que no es necesario ver la paja en el ojo ajeno, si la nuestra es kilométrica. En pocas palabras, ¿para qué vamos al extranjero? El segregarismo también es región 4, es decir, más domésticos, acá de nuestra tierra. Basta recordar a esas personas de ideas cerradas o individuos que imponen sus puntos de vista inquebrantables, los mismos que se escandalizan por el aborto y la prostitución, pero que les parece normal la pobreza, la falta de equidad y los abusos de autoridad. Esa pinche gente que se le hace fácil llevarse a su casa tecnología que le pertenece a la institución donde trabajan, con el pretexto de que a ellos les es más útil. Hacer eso, es ser un vil ladrón.

Las nacionalidades, las clases sociales, la segmentación de las religiones y la más ridícula de todas, la afición a algún equipo deportivo, son evidencias palpables de que lo racista no se nos quita. Es más, a veces tengo la impresión de que es una forma más de mitigar el aburrimiento al tedio de nuestras rutinarias vidas, tal parece que no vivimos tranquilos si no buscamos con quien tener rencillas. La raíz de ello es la intolerancia sumada a la ignorancia, las personas que saben de tales debilidades humanas las utilizan a su conveniencia para generar adeptos a sus intereses y manipularlos a su antojo. Es por eso que nos topamos con biblias traducidas a la conveniencia de unos cuantos o autoeditadas, eventos sólo para ciertas castas sociales, estrellas deportivas que son apoyados financieramente por corporaciones para que les compremos mil un porquerías a través de esos astros.

¿Por qué hay gente que le cree a individuos así? Existe una teoría que dice que los imbéciles siempre dan la apariencia de estar bien organizados y que los inteligentes denotan inseguridad por todas las dudas que se plantean, razón por la cual, quienes los observamos nos vamos con la finta de aliarnos con los que parecen bien organizados a pesar de que esa organización sea un cumulo de falacias que sólo pretenden confundirnos, aplastarnos y lograr dividirnos. Ya divididos, somos un blanco fácil de enajenar y manipular.

Por lo tanto, estimado lector, cuando te llegues a topar con individuos de tal envergadura, que por cierto suelen aparentar ser tu amigo, vestir ropa elegante con tal de que creas que es “gente bien”, recuerda aquel slogan del “Ojo, mucho ojo, dile no a esa persona y cuéntaselo a quien más confianza le tengas. Tu vales mucho y mereces respeto”.

miércoles, 11 de febrero de 2015

Despedazando mitos

En la actualidad, mito es una verdad no comprobada que algunas de las veces, al demostrarse a través de estándares científicos, se descubre si es cierto o falso. Ante tal afirmación, un antropólogo es capaz de refutarme y apoyarse en el plano religioso para decir que no todos los mitos son mentiras, más bien, son una verdad absoluta desde una perspectiva diferente de la existencia.

Recuerdas cuando en la Primaria la profesora te ponía un tache en las sumas y tu sabia madre, para inflarte la autoestima ante las mamás de tus compañeros a la hora de la entrega de calificaciones, de forma ufana afirmaba: “¡Si Einstein reprobó matemáticas y llegó a ser un genio, cómo carambas m´hijo no va a poder ser licenciado!” Hoy, gracias a las investigaciones de biógrafos, sabemos que Albert Einstein, efectivamente, alguna vez sacó resultados reprobatorios para el ingreso a alguna escuela, pero ello no le afectó su alta capacidad en el área de las matemáticas.

Cuando no alcanzas la estatura suficiente en la adolescencia te entra la “depre”, pues temes ser sujeto de mofas por tus cuates, razón por la cual practicaste basquetbol, te aventaste del bungee y ni así aumentaste ni un centímetro. Lo único que te consuela es saber que a pesar de sus medidas, Napoleón Bonaparte gobernó Francia y fue un genio bélico. Para desilusión tuya, historiadores afirman que Bonaparte no era bajito, pues medía 1.73 metros, estatura que estaba por arriba de la media francesa en sus tiempos.

Durante la infancia, cuando te apasionaban los viajes espaciales gracias al tesón de tu mamá para que no hicieras berrinche por ir a la escuela, pues te embelesaba narrándote tu propia experiencia futurística de ser a astronauta gracias a tus estudios en aeronáutica, pintándote una escena donde te encontrabas en el interior de alguna nave en el espacio, mientras por la escotilla te sorprendías de ver la Muralla China y los topes de cierto municipio, anécdota que motivaba tu ingreso al recinto escolar sin ninguna objeción.

La triste realidad es que varios cosmonautas aseguran que ningún objeto hecho por la humanidad en la Tierra se puede visualizar desde el espacio sideral.

De niño, cuando accidentalmente te tragabas un chicle, “la jefecita” te espantaba diciéndote que las tripas se te iban a pegar, afirmación que te hizo ganar valor y preguntarle al médico si eso te podría suceder, a lo cual éste le abonó más pánico, asegurando que el estómago no los puede digerir. Lo cierto es que cuando mucho durará en la barriga por unas horas, en cuestión de días desaparecerá sin dejar huella, o sea, olvídate de que lo tendrás en tu vientre toda la vida. En pocas palabras: estás así de robusto por tanto que tragas y no por las gomas de mascar atoradas.

De todos esos mitos, la moraleja que me legaron fue: no ser una eminencia matemática, pero si un licenciado como lo pronosticó mi cabecita de algodón. La industria de la aeronáutica dejo de atraerme gracias al rock. Pero consciente estoy de que seguimos poblando un raro planeta, donde las personas se conforman con las apariencias. Los domingos, mientras los adultos reposan la cruda, sus hijos continúan viendo por televisor una emisión surrealista de “En Familia con Chabelo”, en el cual les programan que en esta vida todo puede cambiarse por algo que mejorará o empeorará su situación, que todo es producto de controlar los anhelos, razón por la cual existe esa inseguridad sobre lo que es verdad y lo que es mentira.

miércoles, 4 de febrero de 2015

La cuña

Ahí estaba en el aparador, una hermosa base de mesa en madera de cedro con diseños florales tallados a mano. El cliente, en cuanto la vio, quedó enganchado, pues imaginaba montarle una plataforma de cristal rectangular o tal vez una cuadrada. También la balanza de la indecisión se inclinaba por colocarle una plancha redonda. Sin titubeos de compra, la pidió al empleado, quién gustoso realizó la venta.

Horas más tarde, en una de las esquinas de la sala con su plataforma triangular adquiría la función de esquinero, encima cargaba con el teléfono y un florero de cristal cortado, regalo de bodas de la abuela. Conforme el calendario adelgazaba sin hacer dieta, con tanto uso del teléfono -ya se imaginarán: tomar notas, golpetearla mientras se escucha la llamada como analgesia al sistema nervioso-, además de los movimientos de limpieza. Si a ello le agregan que el niño de ocho años continuamente la convertía en el autolavado de sus coches a escala, era obvio que con tanto uso las uniones de ella se aflojaran.

Los primeros auxilios que recibió fueron cuatro clavos, remedio que la mantuvo firme durante cuarenta días. Después, volvió a su endeble estado. Preocupado por el servicio que prestaba a todos los habitantes de la casa, su dueño decide reforzarla nuevamente, pero ahora le introduce con la ayuda de un taladro tornillos. Ante tal refuerzo la mesa como espiga que se dobla con el viento se enderezaba, continuando con el honorable cumplimento de la función que se le había encomendado.

Otra vez la sombra del tiempo con su desgaste de horas cobraba factura, pues las tuercas empezaron a aflojar las rondanas, lo cual trajo consigo que cediera. De nuevo, al contestar una llamada se tambaleaba toda arriesgando romper el florero o que el teléfono cayera al suelo. También, en el peor de los casos, que la plancha triangular se hiciera añicos. El dueño, desesperado por no perder tan preciado mueble, decide introducir entre las uniones cuñas de ocote, mismas que a empujones de martillo penetran, amacizándola. Con pintura iguala el color del ocote y ahí tenemos de nueva cuenta la mesa.

Es colocada en el mismo lugar, otra vez lo que antes tenía sobre ella ocuparan sus respetivos espacios, transcurridas unas cuantas horas se escucha un crujir y con cierta lentitud las cosas que caen al suelo, unos se despedazan, otros sólo se desarman, mientras su dueño, tristemente, observa como la mesa queda hecha de su base un muñón. Exasperado, la toma y con desprecio es arrojada al cuarto de servicios, donde lo más probable es que el polvo empañe su esmalte, la comisura y relieves de los grabados realizados por el ebanista se tornen grises, quedando para siempre en la región del olvido.

Así como a esta mesa, a muchos por querer seguir luciendo ante los demás o por el desesperado intento de permanecer vigentes en la aceptación, buscamos personas que nos ayuden. A veces creemos que esos apoyos no son suficientes, los descartamos y queremos reforzarnos más, hasta tal grado de conseguir nuestra propia cuña que a la larga o en cualquier descuido nos romperá, dejándonos en el olvido a causa de una vil ignominia.