miércoles, 28 de mayo de 2014

Un poderoso caballero

Cierto día, un colega docente pidió que lo acompañara al banco a realizar un cuantioso retiro económico -híjole, experimenté la sensación de laborar en esas empresas de transporte de valores, cuyos autos blindados están en peores condiciones que un camión guajolotero–, al llegar nos formamos en la prolongada y clásica fila, ¡que acá no es común ver, ajá! Recordé cuando iba a las tortillas y para no asolearme dejaba formado el tortillero. ¡Mira que falta de higiene la de este chamaco! Cuando llegó frente al cajero y le pidió la modesta cantidad, los ojos del empleado estuvieron a punto de salirse. Después de una sorbetada de saliva, le dijo que necesitaba la autorización del gerente ante exagerado monto.

Ahí estaba la gerente, con su uniforme ejecutivo -siendo honesto no encuentro la diferencia de vestuario con el de las dependientas de cierta tienda departamental cuyo nombre se asemeja al lugar de origen de los Beatles-, zapatillas como las de esas chicas que salen con James Bond. Con una enorme sonrisa, muy amablemente nos pidió que tomáramos asientos. Yo ya había tomado uno temprano, pues andaba medio malón de los riñones, pero debido a la insistencia acepté. Inmediatamente la ejecutiva le preguntó sobre el destino del cuantioso retiro que haría.

Mi amigo, un poco incómodo por el cuestionamiento, externó qué si era necesario que ella supiera cuál sería el destino del dinero. ¿Acaso no podía hacer lo que le plazca con sus ahorros? La gerente, con su peculiar sonrisita tipo ¡ay mano, no te enojes!, aseguró que si, lo que sucede es que la empresa bancaria que representa maneja algunas promociones de compras, como adquisición de bienes raíces o automóviles. A lo que mi amigo respondió, “No me interesan, lo necesito para un asunto particular”.

Ante tal respuesta, la directiva quitó la sonrisa convirtiéndola en mueca tipo agente de patrulla fronteriza, pues inmediatamente pidió se identificara como el titular de la cuenta. Es decir, si hubiera aceptado cualquiera de los productos que ofrecen, otro gallo cantaría. Mi amigo sustrajo de la cartera un puñado de tarjetas, que como naipes hurgó hasta encontrar la del IFE -¡chin, me equivoqué, ahora se llama INE! Bueno, fue un ligero error de agricultura-. Apenado se la entregó a la mujer. La verdad, no sé si le causó vergüenza que ésta viera lo feo que sale en la fotografía; digo, uno está acostumbrado a sacarse diez fotos para el perfil de las redes sociales y al final seleccionar la que más satisface al ego, pero en ésta y otras credenciales nos vemos tal como somos.

La mujer cogió la identificación y la miró detenidamente, después volvió sus ojos hacia la cara del cliente como especie de escaneo progresivo. Entre dientes dejó escapar las palabras: “Es correcto, pase a la caja tres”. Dicho lo anterior le entregó un trozo de papel con su firma y el sello de la institución bancaria. Imagino que mi colega en esos momentos experimentaba esa extraña sensación que muchos hemos sentido cuando prestamos cierta cantidad a alguien y, después de varios meses, presionar para que nos la devuelva. El ingrato deudor lo regresa evidenciando ante los demás que somos bien ojetes, pues según él, si hicimos el préstamo era porque no lo necesitábamos.

A final de cuentas en este mundo dónde el dinero maneja a las personas y es una falacia eso de que son las personas quienes lo manipulan. Existe gente que su oficio es cuidar del dinero que nos es de ellos para beneficio de los vampiros banqueros. ¡Es una pena ya no contar con el Santo y Blue Demon para que nos defiendan!

miércoles, 21 de mayo de 2014

La edad de las ilusiones

Existe en nuestro México lindo y querido, un rito de iniciación a través del cual se socializa como una dama a la adolescente que cumple los quince años, pues de acuerdo a este rito, es la fecha propicia en que se deja atrás las niñez para asumir el papel de señorita, otorgándole una serie de privilegios a quien llega a tal edad, como la oportunidad de elegir pareja, acudir a fiestas nocturnas sin la engorrosa compañía de los padres, viajar a sitios alejados sin sus progenitores, siempre y cuando éstos hayan aprobado el lugar e itinerario.

En un país tan pachanguero como el nuestro, tal suceso es un claro pretexto para convertirlo en una megafiesta, en la cual muchos de los guateques son producto de ilusiones castradas que las madres sufrieron cuando ellas tenían esa edad y ahora mediante sus hijas las intentan revivir, buscándose agasajar a la festejada con música, brindis y banquete de lujo en el cual sus progenitores no escatiman el gasto y echan la casa por la ventana.

Dicen que sólo una vez en la vida se cumplen quince años, tal afirmación es una mentira, ya que esta persona que pulsa sus dedos magullando el teclado de la computadora para escribir lo que ahora leen, ha llegado a esa edad nuevamente, pero no como señorito –¡huy si, ganas quisiera! –, sino como un empleado más de esta institución a la que siente como un segundo hogar, donde el tiempo no pasa, pues lo que se hace es tan de mi agrado que no importa si permanezco más del horario reglamentario –bueno, mi mujer difiere de tal opinión, pero ella es así, muchas veces dice lo que piensa y curiosamente… nunca piensa como yo.

Harán una ceremonia, donde estaré junto a otros que también celebran sus quince primaveras, veranos, otoño e inviernos, pues en tal celebración los años de servicio nos empatan las edades, no tendremos chambelanes, pero si familiares que orgullosos nos acompañarán y sacarán la foto como nostalgia de ese momento; espero tampoco haya columpios adornados con flores, pues creo que no debemos de colgarnos de los éxitos y fracasos que vivimos durante ese lapso de tiempo, más bien, ojalá sean trampolines que nos impulsen a buscar nuevas metas u objetivos laborales.

Como trabajador, tengo un compromiso con lo que ahora estoy viviendo, con mi empleo y por ende con la institución que me otorga la oportunidad de permanecer en ella, por lo tanto no puedo dar la espalda a todo ello y estacionarme a observar por el espejo retrovisor lo que hice, las generaciones futuras serán quienes juzgarán lo realizado, más el presente tiene el deber de emitir un juicio de lo que ahora hago.

Por tal razón, desde el escritorio con esos cerros de papeles, polvo y figuritas que hacen del espacio donde me desempeño una guarida y trinchera a la vez, agradezco a quienes me dieron la oportunidad de ejercer la profesión que tanto amo en esta institución laboral, y ruego al creador que nunca nos falte el empleo ni las ilusiones, pues las ilusiones generan empleo y ese empleo dignidad.

Devocionario

Por ahí escuché un dicho que a cada quien le llega su santo, frase que resulta tan cierta si ponemos un poco de atención y escudriñamos los días de la semana para darnos cuenta que los aborígenes de la Ciudad de las Palmeras destinamos un día de los siete que la integran para rendirle culto o devoción a quienes consideramos nuestros santos milagrosos, esas deidades que cuidan de la salud y el bienestar de sus devotos.

Es común observar el peregrinar de los fervientes rumbo a los templos donde los espera la imagen o efigie del santo, como una forma de rendirle culto, algunos se trasladan en sus coches, otros en motocicletas, hay quienes hacen un obligado bicipaseo o llegan también caminando, es más, hasta de ropa deportiva, lentes de sol tipo crudelia y con mascota dirigen humildemente sus pasos hacia aquel sagrado recinto.

Ese día es aprovechado como siempre por los comerciantes de todo tipo, desde ambulantes que ofertan el algodón de azúcar en colores pastel, la jícama con chile, las salchipapas, hasta el merolico que si el santo no te hizo el milagrito de quitarte ese “ojo de pescado”, te vende una pomada que contribuirá a ayudarle a erradicarlo de tus juanetes, incluso en algunas partes también hay tianguis para que saliendo de la iglesia surtas la despensa –¡oh, de nueva cuanta regresan los vendedores a los templos!

En el interior del santuario luce majestuoso el altar donde la imagen del santo patrón se ve adornado con arreglos florales, a pesar de contar con iluminación eléctrica, quienes lo visitan colocan a su alrededor múltiples veladoras como ofrenda por los favores recibidos; algunas personas en señal de reverencia se hincan ante él, dejan escapar lágrimas hipotecando el orgullo de que los demás los veamos, mientras aquellos a los que la vida ha sido un tour con Simón de Cirene en el Monte Calvario, son capaces de ingresar de rodillas hasta el altar denotando según la intención su gratitud o que les haga más ligero su pesar. Las roladas manos de las ancianas pasan por sus dedos las cuentas del rosario que se reza entre cada misterio gozoso, doloroso o glorioso dejando escapar las súplicas y agradecimientos, tanto por ellas y sus seres queridos, pues en sí, la vida misma es un rosario.

No puede faltar esa mística exposición y dedicación de los exvotos o retablitos tan nuestros, donde se prenden o colocan alrededor del santo papeles con dibujos que ilustran el fiel testimonio del milagro realizado, la fotografía del agradecido que explica con lujo de detalles la precaria situación que vivió pero que gracias a la intervención piadosa de esta deidad hoy goza de una salud próspera; es cierto que algunos denotan una mala ortografía y pésima caligrafía, más ello no importa, lo único que cuenta es que fue hecho con el fervor de un profundo agradecimiento, como dijera el poeta, fue escrito con el corazón en las manos.

Los llamados milagritos, son muestras del compromiso que generamos ante una retribución de esas figuras de nuestros santos tan históricos que forman parte del misticismo, los cuales han sido visibles para algunos o invisibles para otros, más lo que cuenta, es ese espíritu de la naturaleza que nos hace tener fe en algo que forma parte de las tradiciones y creencias que cada vez nos mexicaniza aun más, por eso cada quien su santo, cada quien su cruz.

miércoles, 7 de mayo de 2014

Habemus Mamá

A tres días de que los medios publicitarios cumplan su cometido: convencernos a todos para que tengamos el pretexto perfecto de reunirnos con quien nos dio a luz en este mundo comercial, pues no hay peor propósito como éste, que mercantilmente es aprovechado dizque para reconocer tan sólo por unas cuantas horas esa enorme labor de años que dedicó a nosotros esta sacrosanta mujer.

A veces tengo la impresión que a muchos nos llena de satisfacción el compartir esos breves momentos que la publicidad nos obliga a darle en señal de reconocimiento y supuesta felicidad, como especie de compensación por los malos ratos que le hicimos pasar cuando éramos infantes o adolescentes y, más aún, aquellos que en la actualidad le seguimos sacando canas verdes a su cabecita de algodón.

Ella que nos enseñó e inculcó la oración del Ángel de la Guarda antes de dormirnos y que en realidad siempre ha sido, precisamente, nuestro propio ángel custodio gracias a esa eterna preocupación de cuidarnos –pese a lo peludote que algunos ya estamos-. Esa señora, que si es joven, posee una capacidad tan reflexiva de una anciana; sí, ella que ya longeva no pierde su vigor juvenil al intentar hacer actividades que a las actuales generaciones les daría flojera.

Mujer que nunca se puso histérica cuando le hacíamos esos magaberrinches y que sin tener que recurrir a la violencia supo siempre cómo tranquilizar nuestros ímpetus. La misma que sin tener que leer el “Mamá coach” o “Madre para Dummies”, fue capaz de hacernos comer cualquier papilla con el truco del avioncito o la retroexcavadora. Ella, con su eterna paciencia, todas las mañanas transformaba un desaliñado infante en un alumno digno de pasarela.

Jamás las tacharíamos de ignorantes, pues algunas, pese a no contar ni con la Primaria terminada, son unas eruditas en todas las materias de la vida. Estamos conscientes de que su ambición no es la acumulación de riquezas, es la satisfacción de ver alegres a quienes aman. Los que aun las tenemos con nosotros, no debemos apreciarlas únicamente en una fecha del calendario para que los demás nos vean con ellas cenando en lujosos restaurantes y dar la impresión de ser unos “hijazos de su vidaza”, intentando jodidamente de compensar ese ingrato olvido, pues ya que no esté con vida, seguro estoy de que daríamos todo por volver a verlas por unos instantes, sentir el calor de sus cansadas manos sobre nuestras espaldas o escuchar de sus labios aquellas palabras que algunas veces fueron bálsamos para los oídos.

Entonces tengamos madre no sólo un día, sino todo el año, aunque en su cumpleaños haga una cena, y para colmo uno de sus hijos no asista, éste sabe que al siguiente día lo estará esperando jubilosa con un plato en la mesa, pues de sobra sabemos que con ellas todos los días son fiestas de guardar y no hay más rico menú para un ingrato que la presencia de mamá.

miércoles, 30 de abril de 2014

Servicio al cliente

Algunos clasemedieros como éste que se atreve a escribir, gracias a la organización de la institución donde nos desempeñamos laboralmente, es que podemos disfrutar de ciertos periodos vacacionales, que ahora en estos tiempos tan apretados y aciagos es casi un privilegio; período de asueto en que algunos lo aprovechan para emigrar a las paradisíacas playas y estresarse con lo caro que resulta ser turista bastimentero del lujoso hotel “camarena”, otros en cambio gozamos de la comodidad del hogar y la grata compañía de quienes apreciamos, invirtiendo ese tiempo en organizar y resolver algunos pendientes.

Es precisamente en uno de esos pendientillos que acompañé a mi pareja a un conocido banco donde en lugar de hacer fila, hay sillas para que esperes a dos nalgas el turno que una desprogramada máquina te lo facilita; después de cinco minutos nos recibió la ejecutiva con su uniforme azul, el cual siempre me recuerda al de las dependientas de cierta tienda departamental, la mujer con su obligada sonrisita una vez que escuchó a mi mujer, la remitió con el personal de “servicio al cliente”, lo cual nos obligó a ir a la pinche maquinita de los turnos por el nuestro.

De nuevo estamos sobre las sillas tipo comedor tercermundista, aguardando a que este personaje nos reciba; así pasaron tres cuartos de hora, mientras el ejecutivo como si fuera un piano le deba click al mouse de la computadora, giraba la pantalla, se tocaba su grasosa barbilla, aparentando concentración laboral, mientras el tablero en números rojos de los turnos continuaba sin avanzar y los clientes crecían de forma aritmética.

Una dependienta – ¡Ups! Perdón, una ejecutiva al observar tal aglomeración se apiadó de nosotros, preguntando a cada uno de los ahí presentes el turno y cuál era el objeto de la visita, esa acción logró descongestionar dos lugares, lo cual apaciguó los ánimos; algo que llamaba nuestra atención, era que detrás del lentísimo ejecutivo había un individuo que observaba lo que éste realizaba en el monitor, ese tipo hizo que tuviera un gracioso recuerdo de “La Pared” del Calabozo, ¿se acuerdan? El programa de televisión de Esteban Arce y el Burro Van Rankin, donde un sujeto de bombín siempre estaba a sus espaldas.

Ya teníamos una hora, nadie avanzaba, fue cuando me arrepentí de no haber llevado una libreta para tomar nota de las recetas de cocina y de los datos curiosos e inútiles, que bien pueden servir para entablar una conversación, que las pantallas de plasma exhibían. De pronto una persona trajeada se empoderó de la ventanilla continua, acción que fue recibida con aprobación, más el gusto fue efímero, pues este sujeto se llevó diez minutos en encender la computadora, imagino que después consultó las actualizaciones de sus redes sociales y dio paso a sus enormes bostezos que de no ser por el cristal que nos separaba de él, bien pudiera haberse comido a uno de nosotros con la bocona que abría.

Pasados la hora y cuarenta minutos, uno de los cajeros por órdenes gerenciales fue puesto a disposición como ventanilla de “servicio al cliente”, gracias a esta encomienda tocó nuestro turno, aprovechando la ocasión, hice la observación de que si así eran de deficientes o ahora por ser periodo vacacional se estaban luciendo, como siempre con su peculiar sonrisa dijo que no, pero ahora que tiene una persona bajo su capacitación –o sea, La Pared del Calabozo–, el titular de esa ventanilla hace un esfuerzo para que aprenda lo mejor posible, ¡híjole, con esas enseñanzas, pues qué generación de servidores nos deparan en un futuro los nuevos trabajadores bancarios!

jueves, 10 de abril de 2014

¡Churros, aquí están sus churros!

Hastiados de la rutina mi pareja y quien escribe decidimos ir esa noche al cine –pongan lo que pongan dijimos, compraríamos una bolsa jumbo de palomitas y dos refrescos grandes; como estamos en vísperas de Semana Santa, exhibían Noé protagonizada por Russell Crowe, Jennifer Connelly y Emma Watson, cinta dirigida por el estadounidense Darren Aronofsky; gracias a la inclinación cristiana heredada por mi madre, cometí el gravísimo error de elegir esta película entre otras que hubiesen estado mejor.

Llegamos a la taquilla y pedimos nuestros boletos, mas como se trataba de esas salas cinematográficas, donde te hacen creer que tienes capacidad de elección de los asientos, en las cuales según mi humilde punto de vista, de tan democrática que resulta tal acción, corres el riego de que ocupes un sitio nada favorable para la apreciación de la proyección, igual, si atrás o adelante se sientan algunos adolescentes con pésima conducta, texteando, hablando entre ellos o haciendo al mal payaso con tal de agradar a las chavitas que los acompañan, pues no puedes cambiarte de lugar, en pocas palabras con ese sistema te aplican la Ley de Herodes.

Después de ver una barra de comerciales –ojo, en casa con el poder que te da el control remoto del televisor los puedes evadir, aquí no–, vinieron los cortos o tráiler de los próximos estrenos, donde exhibieron el de la cinta El Hijo de Dios, causándome controversia al ver a un Jesús metrosexual, es más, daba la impresión de que era algún vocalista de rock; uno al ver ese tráiler se imagina una mixtura entre Jesucristo Superestrella de Andrew Lloyd Webber, The Doors de Oliver Stone y La Pasión esa película gore del australiano Mel Gibson, espero que me equivoque.

Quince minutos de la hora indicada en la cartelera dio inicio la cinta, híjole aquí es donde empecé a darme golpes de pecho, pero de la arrepentida de haberla elegido, pues vemos un Noé, que es apoyado para construir su mítica arca por los Transformers, sólo que ahora no son ni Autobots ni Decepticons, son de piedra; es penoso que un actor de la talla de Anthony Hopkins se preste a interpretar a un Matusalén que bien pudiera ser la combinación entre Yoda de Star Wars y Gandalf de The Lord of the Rings. Cuando los animalitos de cada especie que debían de sobrevivir al diluvio hicieron su aparición para subir a la arca, tuve un déjà vu de una escena de la Era del Hielo.

Estuve a punto de abandonar la sala, pero mi lado regiomontano lo impidió, también decidí aguantar por la curiosidad de saber en qué terminaría el bodrio ese; al abandonar el cine quise ir a reclamarle a la taquillera esa falta de seriedad por exhibir churros de tal magnitud, pero mi pareja amenazó con molestarse conmigo, lo cual hizo que recapacitara, pues si fui culpable de que ella tuviera que soportar la película a mi lado, bien iba a verme haciéndola quedar en ridículo con mi desplante.

Estoy consciente de que resulta imposible estrechar el vínculo entre cine y religión, pero da mucha pena el tan solo pensar en que cintas como ésta que supuestamente son extraídas del libro que ha evangelizado a generaciones de cristianos, lo único que logra es deformar la idea de la fe y con ello el sentido de una religión, pues lo que vemos a lo largo de la misma dista mucho del texto original, si países como Pakistán y los Emiratos Árabes Unidos la prohibieron por atentar contra las enseñanzas del Islam, por qué aquí ninguna religión cristiana hizo algo o ¿es que resultó más perversa El crimen del padre Amaro?

miércoles, 2 de abril de 2014

Nonantzin

Dicen que en algunos humanos es la primera palabra que pronunciaron, argumento que resulta aceptable si consideramos que con ella pasas el primer año de vida, y si a eso le agregamos que como a los loros te está repitiendo la frase mientras te amamanta o arrulla, pues lo más seguro es que balbuces mamá, para orgullo de ella y envidia del papá.

Hoy no es su día, que la verdad me parece una mamarrachada eso de que durante 24 horas de una fecha en mayo, el mexicano tenga progenitora, ni tampoco escribo para que digan, ¡lo más seguro es que esta exorcizando su complejo de Edipo! Lo hago para reconocer a esas madres de antaño, ellas que con firmeza tenía más agallas que cualquier aguerrido padre, pues a pesar de que les embargaba la tristeza cuando tenían que sancionar a sus vástagos por algo que habían hecho mal, con dureza imponían castigos o su tan peculiar sarcasmo que moralmente nos legaba un mensaje, el cual sin lugar a dudas repercutiría en nuestro carácter.

No es que sea masoquista, pero aquellas amas de casa que educaron a los de mi generación y las de antaño, comparadas con las actuales, que desde mi muy particular punto de vista, son unas consentidoras y blanditas con sus chamacos, gracias a ese maldito sentimiento de culpabilidad ocasionado por no estar al lado de ellos durante buena parte de su desarrollo, debido a la pesada carga laboral de sus empleos y cuando arriban a sus hogares lo hacen de forma extenuante, sin ánimos de compartir tiempo extra con sus hijos, así que reprenderlos por algo que hicieron mal a veces se les hace injusto, pues temen fincarles una imagen negativa de ellas.

De esas sacrosantas amas de casa viene a mi memoria el
remordimiento de haber cometido una travesura en la calle o en otro hogar –de igual forma resulta simpático recordar como cambiábamos de nombre al salir del hogar, jijo de cha seung won, recaón, entre otros motes particulares a su enojo­– y con esa inquisidora mirada que daba al pronunciar las temidas frases “¡espera a que lleguemos y vas a ver!” uno lueguito se ponía quieto, hoy los chamacos dan la impresión de que los muebles, cortinas y manteles donde habitan son de metal, pues cuando están fuera de sus casas andan de arriba para abajo, mientras la autora de sus días finge no percatarse de ello.

Cuando uno llegaba hambriento al medio día se sentaba en el comedor y preguntaba, ¿mamá qué hay de comer? La respuesta era con una lógica tan certera que no dejaba la más remota duda, “pues comida m´hijo, que pensabas que aquí es restaurante”. Los berrinches fueron erradicados gracias a esas dosis de “¿quieres llorar con motivos?” Bóitelas, nos quedábamos tan silenciosos como un desierto. Esas señoras eran capaces de transformar de nuestro lenguaje las palabras “no tengo nada que hacer o estoy aburrido” en tabú, pues al pronunciarlas sabíamos de sobra que nos encomendarían mil y una actividades, en la actualidad la niñez se cansa de no hacer nada, fomentando así ese aburrimiento crónico y de paso la baja tolerancia.

Nos concientizó de que no era un pulpo, pues sólo contaba con dos brazos, de que cuando nosotros íbamos, ella ya había ido un titipuchal de veces; que mientras vivíamos bajo su techo teníamos que hacer lo que ella dijera, su palabra era la ley, simplemente porque ella lo decía y punto; por eso siempre he dicho que cualquier monumento que le hagan será mucha piedra y poca madre, que acaso no dice un conocido adagio “madre sólo hay una” y la mía… es la mejor de todas.