Se acercan las fiestas de fin de año, esos festejos que todo mundo le atora, los mentados guateques conocidos como Guadalupe-Reyes, la verdad para mí a veces son divertidas y otras no tanto; para las personas que laboramos en instituciones, donde cumplimos un horario, ocupamos escritorios –algunos con montañas de papeles y rodeados mil un chucherías, que siendo honesto a veces estorban–, reglamentos interiores de trabajo o estatutos de conducta laboral, con viernes y sábados de casual o informal, donde algunos hasta de bermuda y chancleta surf se presentan a la chamba (¡qué poca seriedad! ¡Qué mal ejemplo!), con salida temprano –para los que no checan, pues los que sí, ¡se aguantan! Ja, ja, ja, por no decirlo de otra censurable manera.
Ahora que se aproximan las fiestas decembrinas, la empresa o institución no puede quedarse quieta, aquí me resultan curioso los colegas que con ansias las esperan, es común escucharlos decir “oye, cuándo y dónde va a ser la fiesta”, “¡que no sea hasta al último, porque para entonces va estar de hueva ir!”, “que nos digan ya para ir a comprar ropa a Liverpulgas”.
Ante tal ansiedad encuentro dos hipótesis, la primera es que en estos agasajos las bebidas embriagantes como son gratis, la borrachera inyecta ciertos ánimos para decirle a la bien dotada secretaria tus sexosas intenciones sobre su voluptuoso cuerpo, efectivamente esa damita de excelentes curvas que tus pupilas enloquecen cuando la ven partir y que la han estado siguiendo desde la primavera. La segunda hipótesis, es que ese estado etílico en el que te encontrarás te va a dar el valor suficiente para ir a decirle en plena jeta al compañero que te cae mal lo que sientes –el tipo que toda la jornada está poniendo música guapachosa tipo congal a tope de volumen y habla a gritos para que todos nos enteremos de sus proezas– o plantearle la neta a tu jefe, ese sujeto que sólo cuando requiere algo de ti, te hace sentir que existes.
A veces da la impresión que muchos compañeros durante los once meses previos a estos eventos estuvieron en ayunas, pues a la hora de servir los bocadillos y la cena le entran tan desesperados cual niño de Biafra, las pupilas se les ensanchan cuando observan pasar a los meseros con las charolas humeantes, es más, hay personas que hasta les dan propina para que les sirvan primero todo lo habido por engullir, otros llevan su trastecito para guardar en ellas las sobras o los platos que nadie se comió para el recalentado de mañana.
Un hecho naquísimo, es la encarnizada pelea entre colegas por el centro de mesa, esa velita en color rojo o azul adornada con esferas y su flor de noche buena polvoreada de dorado, al cual están muchas miradas puestas en él, para ver quien se lo llevará, como siempre el más gandalla es quien lo obtendrá, terminando como adorno del tanque del escusado.
Se supone que por las fechas que son, tales eventos deben de fomentar la fraternidad, el compañerismo, la armonía, la paz y el amor, todo ello prevalece en el sentir de los asistentes hasta que no llega la rifa de las canastas navideñas, pues quien resulta agraciado, se vuelve un desgraciado ante los ojos de los envidiosos, que inmediatamente empiezan a decir “¡cómo que se la sacó ése, si ni necesidad tiene!”, “el muerto de hambre de siempre es el ganón”, “espero que así ya no ande de llorón pidiendo prestado y de perdida la venda”; igual sucede con el intercambio de regalos entre “compañeros”, pues al final la mayoría lo considera injusto por lo que dieron y lo recibido.
Cada víspera de la navidad en cualquier lugar donde se aglomeren personas y crean en el argot comercial navideño de que un árbol adornado de esferas y luces multicolores representan el espíritu de esas festividades, lo más probable es que sea el mismo cuento repetido.
Son una serie de artículos que ya han sido publicados en diversos periodícos locales.
miércoles, 18 de diciembre de 2013
miércoles, 11 de diciembre de 2013
#YOLO = #m3v4l3m4dr3
A los extranjeros les causa simpatía escuchar en labios de nuestros adolescentes al saludar la expresión “¡qué onda!”. Dicen que se les hace muy mexicana, algo semejante nos ocurre con el “chévere” de los venezolanos y puertorriqueños, no sabemos su significado pero nos causa gracia; es curioso como en la adolescencia el diccionario verbal de cada chico se reduce a la simple repetición de unas cuantas palabras, por ejemplo wey o we´ –imagino que esta palabra es un difuso intento por hacer alusión al macho bovino castrado, dedicado específicamente al engorde y sacrificio–, es utilizado como comas al intentar comunicarse seguido de un centenar de improperios.
Ahora con las redes sociales y su vorágine de ideas, los jóvenes se apropian de palabras distintas, tanto nacionales como de otros países; cierto día sentado sobre la jardinera de uno de los pasillos del bachillerato dos alumnas discutían sobre equis tema, de pronto una de ellas dijo “si, ya sé que tiene novia, YOLO”. ¿Qué dijo al último? Después supe que se trata de un acrónimo de origen gringo que significa “You only live once”, que al castellanizarse equivale a “sólo se vive una vez”, el cual se utiliza como especie de justificación ante ciertos actos audaces o para evadir responsabilidades en perversas acciones que se ha incurrido de forma relajada y despreocupada.
Es sorprendente como este acrónimo se ha vuelto una especie de filosofía entre la chamacada, ahora cuando comentan algo que saben es incorrecto para los adultos, salen con discursos como “me pase el semáforo en rojo, YOLO”, “mira mami, reprobé, pero equis, tú sabes somos la chaviza YOLO”, “Profe, no traje la tarea, pus…estaba mejor el argüende en el feis, usted sabe YOLO”. Mientras los abnegados mayores creen que están hablando un lenguaje distinto y no los entienden –bueno, si es que les pusieron atención–, si esa misma momiza que en su juventud también recurrió a siglas o frases raras para intentar justificarse.
Así como la que algunos grandecitos hoy utilizan, y que la verdad es bien naquísimo, pues ni siquiera es una cita del libro de Miguel de Cervantes, me refiero a la tan utilizada, “ladran, Sancho, señal que cabalgamos”, la cual se emplea igual que la de los jovencitos, sólo que aquí el que la dice, además de justificarse, se muestra ufano, pues cree que al hacerlo le otorga cierto aire de intelectualidad, mas lo único que está evidenciando es que el Quijote sea erróneamente muy citado y poco leído. Gracias a esa supuesta cita hemos escuchado argumentos como “papá, dicen en la escuela que organizas viajes de estudio para cachondear con mis compañeras. Ladran m´hija, señal de que cabalgamos”, “mujer, las vecinas comentan que en tu oficina te acuestas con el jefe. Ladran mi amor, voy cabalgando”.
Ahora que los adultos son jinetes y la juventud sabe que únicamente una vez tendrá su oportunidad, es bueno considerar que si uno se apropia de lemas o palabras que ni son nuestras, pues hay que tener el cuidado de investigar su significado, procedencia e intenciones, no solamente porque la escuchó por ahí, y a ese alguien se le oyó bien, se va a empoderar de ella, que tal si en lugar de YOLO, se tratase de YODO (no me estoy refiriendo al elemento químico cuyo número atómico es 53 y que se sitúa en el grupo 17 de los halógenos en la tabla periódica de los elementos), sino al “You Only Die Once”, transformando ese acto de rebeldía, coraje o valentía en lo último que se haría, pero en fin se trata de una frase más que se suma a lo eclético de nuestro lenguaje.
Ahora con las redes sociales y su vorágine de ideas, los jóvenes se apropian de palabras distintas, tanto nacionales como de otros países; cierto día sentado sobre la jardinera de uno de los pasillos del bachillerato dos alumnas discutían sobre equis tema, de pronto una de ellas dijo “si, ya sé que tiene novia, YOLO”. ¿Qué dijo al último? Después supe que se trata de un acrónimo de origen gringo que significa “You only live once”, que al castellanizarse equivale a “sólo se vive una vez”, el cual se utiliza como especie de justificación ante ciertos actos audaces o para evadir responsabilidades en perversas acciones que se ha incurrido de forma relajada y despreocupada.
Es sorprendente como este acrónimo se ha vuelto una especie de filosofía entre la chamacada, ahora cuando comentan algo que saben es incorrecto para los adultos, salen con discursos como “me pase el semáforo en rojo, YOLO”, “mira mami, reprobé, pero equis, tú sabes somos la chaviza YOLO”, “Profe, no traje la tarea, pus…estaba mejor el argüende en el feis, usted sabe YOLO”. Mientras los abnegados mayores creen que están hablando un lenguaje distinto y no los entienden –bueno, si es que les pusieron atención–, si esa misma momiza que en su juventud también recurrió a siglas o frases raras para intentar justificarse.
Así como la que algunos grandecitos hoy utilizan, y que la verdad es bien naquísimo, pues ni siquiera es una cita del libro de Miguel de Cervantes, me refiero a la tan utilizada, “ladran, Sancho, señal que cabalgamos”, la cual se emplea igual que la de los jovencitos, sólo que aquí el que la dice, además de justificarse, se muestra ufano, pues cree que al hacerlo le otorga cierto aire de intelectualidad, mas lo único que está evidenciando es que el Quijote sea erróneamente muy citado y poco leído. Gracias a esa supuesta cita hemos escuchado argumentos como “papá, dicen en la escuela que organizas viajes de estudio para cachondear con mis compañeras. Ladran m´hija, señal de que cabalgamos”, “mujer, las vecinas comentan que en tu oficina te acuestas con el jefe. Ladran mi amor, voy cabalgando”.
Ahora que los adultos son jinetes y la juventud sabe que únicamente una vez tendrá su oportunidad, es bueno considerar que si uno se apropia de lemas o palabras que ni son nuestras, pues hay que tener el cuidado de investigar su significado, procedencia e intenciones, no solamente porque la escuchó por ahí, y a ese alguien se le oyó bien, se va a empoderar de ella, que tal si en lugar de YOLO, se tratase de YODO (no me estoy refiriendo al elemento químico cuyo número atómico es 53 y que se sitúa en el grupo 17 de los halógenos en la tabla periódica de los elementos), sino al “You Only Die Once”, transformando ese acto de rebeldía, coraje o valentía en lo último que se haría, pero en fin se trata de una frase más que se suma a lo eclético de nuestro lenguaje.
miércoles, 4 de diciembre de 2013
Capados
“Veo tantas chicas castradas
y tantos tontos que al fin
yo no sé si vivir tanto les cuesta”. Charly García
En la antigüedad existía una estirpe de hombres conocidos como Eunucos, cuya característica principal era estar cercenados de su miembro viril y del tejido testicular, para desempeñar la función de servidores o vigilantes de las reinas, del harén y de las demás concubinas del monarca o emperador. Gracias a ese puesto dentro de la realeza, algunas veces se convertían en consejeros del mandatario, quien pensando que conocían sobre la vida de las mujeres y de la sociedad aceptaba sus ideas, razón por la cual muchas de las decisiones que se aplicaban a los súbditos eran producto del ingenio de unos capados.
No es sorpresa que en pleno siglo veintiuno continúen existiendo personas que no están castradas de sus genitales, están carentes de iniciativa, se les pide hacer algo y buscan a otros para que les ayuden o más bien hagan la actividad por ellos; procuran sacar lo más aprisa su trabajo con el apoyo de los demás, para estar sin ninguna preocupación haciendo alarde de eficientes; muchas de las veces por esa prisa de “hacer” todo rápido echan a perder lo que debiera estar bien; la verdad cuando conozco a alguien así, prefiero ignorarlo y fingir que no existe, digo, para qué hago corajes con sujetos que no tienen ni siquiera razón de ocupar su puesto laboral.
Los profesores también hemos llegado a transformar en eunucos a los estudiantes, primero cuando nos hacemos de la vista gorda a sabiendas que ese alumno carente de habilidades académicas nos entrega la tarea o el trabajo escolar copiado de otros o sacado de forma fiel de la Internet, hasta con los hipervínculos, de igual forma cuando el estudiante autodidacta nos hace preguntas que no somos capaces de responder o complementa el tema visto en clase e incluso llega a superarnos en información y salimos con la guarrada de “¡ah, si eres tan chingón, pues da tú la clase!” o “joven, por favor no diga pendejadas” a sabiendas de que tienen la razón.
Qué decir de aquellos que gracias a lisonjas, ocupan puestos importantes dentro de la escala laboral, pero de sus capacidades para desempeñarlos están castradísimos, más no es de preocuparse, para eso tienen a todos sus subalternos que le harán la chamba. Peligroso resulta ese eunuco que da consejos, se cree experto y expresa recomendaciones sobre diversos temas que considera domina, pero en realidad ni siquiera posee un ápice de experiencia o sabiduría.
Estimado lector, no se deje apantallar por estos, haga las cosas que deba de realizar como si fueran para usted, no de consejos si ni siquiera los aplica para sí mismo, deje que los demás expresen sus ideas, no intente aparentar que es el que lo sabe todo, por favor no sea un capón o tal vez sobrado de eso que creemos que no tiene.
y tantos tontos que al fin
yo no sé si vivir tanto les cuesta”. Charly García
En la antigüedad existía una estirpe de hombres conocidos como Eunucos, cuya característica principal era estar cercenados de su miembro viril y del tejido testicular, para desempeñar la función de servidores o vigilantes de las reinas, del harén y de las demás concubinas del monarca o emperador. Gracias a ese puesto dentro de la realeza, algunas veces se convertían en consejeros del mandatario, quien pensando que conocían sobre la vida de las mujeres y de la sociedad aceptaba sus ideas, razón por la cual muchas de las decisiones que se aplicaban a los súbditos eran producto del ingenio de unos capados.
No es sorpresa que en pleno siglo veintiuno continúen existiendo personas que no están castradas de sus genitales, están carentes de iniciativa, se les pide hacer algo y buscan a otros para que les ayuden o más bien hagan la actividad por ellos; procuran sacar lo más aprisa su trabajo con el apoyo de los demás, para estar sin ninguna preocupación haciendo alarde de eficientes; muchas de las veces por esa prisa de “hacer” todo rápido echan a perder lo que debiera estar bien; la verdad cuando conozco a alguien así, prefiero ignorarlo y fingir que no existe, digo, para qué hago corajes con sujetos que no tienen ni siquiera razón de ocupar su puesto laboral.
Los profesores también hemos llegado a transformar en eunucos a los estudiantes, primero cuando nos hacemos de la vista gorda a sabiendas que ese alumno carente de habilidades académicas nos entrega la tarea o el trabajo escolar copiado de otros o sacado de forma fiel de la Internet, hasta con los hipervínculos, de igual forma cuando el estudiante autodidacta nos hace preguntas que no somos capaces de responder o complementa el tema visto en clase e incluso llega a superarnos en información y salimos con la guarrada de “¡ah, si eres tan chingón, pues da tú la clase!” o “joven, por favor no diga pendejadas” a sabiendas de que tienen la razón.
Qué decir de aquellos que gracias a lisonjas, ocupan puestos importantes dentro de la escala laboral, pero de sus capacidades para desempeñarlos están castradísimos, más no es de preocuparse, para eso tienen a todos sus subalternos que le harán la chamba. Peligroso resulta ese eunuco que da consejos, se cree experto y expresa recomendaciones sobre diversos temas que considera domina, pero en realidad ni siquiera posee un ápice de experiencia o sabiduría.
Estimado lector, no se deje apantallar por estos, haga las cosas que deba de realizar como si fueran para usted, no de consejos si ni siquiera los aplica para sí mismo, deje que los demás expresen sus ideas, no intente aparentar que es el que lo sabe todo, por favor no sea un capón o tal vez sobrado de eso que creemos que no tiene.
miércoles, 27 de noviembre de 2013
En el jardín de San Pancho
Hace varios años, en aquellos tiempos en que las horas de los días nadie las movía para robarnos una de sueño en el mes de abril, épocas en que las fechas conmemorativas se celebraban en los días que señalaba el calendario y no cuando a ciertos tipos se les antojase, cuando la adolescencia aún no era tan atolondrada por la sobrexposición de los aparatos tecnológicos y los infantes se divertían lúdicamente en los jardines; un servidor a los ocho años tenía como referencia de jardín, el que se ubica alrededor de la iglesia de San Francisco de Almoloyan.
Entre la gran variedad de flores que en ese entonces había, los enormes árboles y las verdes lagartijas, el gordito de pantalón corto y playera con estampados de superhéroes, perdía varias calorías –que al llegar a su casa las recuperaba al doble, cenándose el recalentado de la comida– corriendo y brincando como desatado en el área de juegos infantiles. Sobre la gran resbaladora que se ubica al centro del lugar, ahí pudo comprobar que el éxito es efímero, pues tardaba más en subir que en bajar, como toda cúspide muchos querían escalarla y una vez estando en la cima se resbalaban hasta regresar al sitio donde pertenecían.
En los bimbaletes, experimentó la presión que probablemente en un futuro tendría al compartir una jornada laboral o ciertos proyectos con otro, en donde depende de con quién juegues así será de divertido o estresante la actividad que se realiza, pues hay quienes te ayudan a subir, cuando te miran en lo alto se hacen a un lado y la caída es dolorosa o aquel compañero que violentamente te hace sentir los altibajos, impulsándose para que subas y bajes según su gusto.
Algo semejante sentía en el juego que nunca le agradó subirse, el volantín, esa esfera de metal que gira gracias a la fuerza de varios, pero que ocasiona vértigo, mareo que se asemeja a participar en esos eventos que convocan a multitudes y de tantos que son, algunos muchas veces desconocen los motivos por los que asistieron, más allí siguen girando en el sentido de los demás.
Los columpios, esos asientos colgantes donde las personas mecen sus preocupaciones, logros, fracasos y triunfos, sitios en los cuales puedes permanecer el tiempo que uno quiera, como la vida misma, todo depende del ánimo que tengamos para continuar así o saltar a la firme realidad.
Las tardes enteras, ese niño que una vez fui, se divertía sólo o en buenas compañías, pero este infante años más adelante cuando diera el paso involutivo a la adolescencia se percataría que las malas compañías serían las mejores, escondería sus discos de Crí-Crí, Enrique y Ana, Parchís y Menudo para presumir los de Kiss, AC/DC y Pink Floyd, los cachetes continuarían inflados nada más que ahora lucirían garapiñados por las espinillas, naciendo así una aberración por la verdad que dicen los espejos.
Entre la gran variedad de flores que en ese entonces había, los enormes árboles y las verdes lagartijas, el gordito de pantalón corto y playera con estampados de superhéroes, perdía varias calorías –que al llegar a su casa las recuperaba al doble, cenándose el recalentado de la comida– corriendo y brincando como desatado en el área de juegos infantiles. Sobre la gran resbaladora que se ubica al centro del lugar, ahí pudo comprobar que el éxito es efímero, pues tardaba más en subir que en bajar, como toda cúspide muchos querían escalarla y una vez estando en la cima se resbalaban hasta regresar al sitio donde pertenecían.
En los bimbaletes, experimentó la presión que probablemente en un futuro tendría al compartir una jornada laboral o ciertos proyectos con otro, en donde depende de con quién juegues así será de divertido o estresante la actividad que se realiza, pues hay quienes te ayudan a subir, cuando te miran en lo alto se hacen a un lado y la caída es dolorosa o aquel compañero que violentamente te hace sentir los altibajos, impulsándose para que subas y bajes según su gusto.
Algo semejante sentía en el juego que nunca le agradó subirse, el volantín, esa esfera de metal que gira gracias a la fuerza de varios, pero que ocasiona vértigo, mareo que se asemeja a participar en esos eventos que convocan a multitudes y de tantos que son, algunos muchas veces desconocen los motivos por los que asistieron, más allí siguen girando en el sentido de los demás.
Los columpios, esos asientos colgantes donde las personas mecen sus preocupaciones, logros, fracasos y triunfos, sitios en los cuales puedes permanecer el tiempo que uno quiera, como la vida misma, todo depende del ánimo que tengamos para continuar así o saltar a la firme realidad.
Las tardes enteras, ese niño que una vez fui, se divertía sólo o en buenas compañías, pero este infante años más adelante cuando diera el paso involutivo a la adolescencia se percataría que las malas compañías serían las mejores, escondería sus discos de Crí-Crí, Enrique y Ana, Parchís y Menudo para presumir los de Kiss, AC/DC y Pink Floyd, los cachetes continuarían inflados nada más que ahora lucirían garapiñados por las espinillas, naciendo así una aberración por la verdad que dicen los espejos.
viernes, 22 de noviembre de 2013
Burbujas
Durante los años setentas cuando aún existía el cine Diana, veía proyectado en su enorme pantalla – ¡esa si era una mega pantalla! No como las que ahora nos quieren hacer creer que lo son–, en la película The Boy in the Plastic Bubble, a un escuálido y de larga cabellera John Travolta interpretar a Tod Lubitchun, joven que al carecer de defensas tenía que vivir en una especie de burbuja que lo mantuviera asilado de cualquier microorganismo patógeno que pudiera sesgar su vida.
Como el personaje de esta película, muchos de nosotros ocupamos nuestras propias burbujas que nos protejan de las fobias, aversiones, prejuicios y mala ondes que solitos hemos generado a partir de entrar en contacto con los demás; cuando abordo el transporte colectivo causa admiración el observar que a pesar de que muchos van parados, los asientos de al lado de los usuarios que dan a las ventanillas se encuentran desocupados. Aquí existen dos probabilidades, quienes ocupan el lugar están roñosos o resguardan con recelo ese lugar, para sentirse más seguros de que no lo ocupará toda esa gente non grata que utiliza al igual que ellos el mismo servicio de autotransporte.
Cuando voy sentado en ese lugar del camión que da a la ventanilla, desde lo alto, disfruto ver como los conductores de coches particulares que pasan o en algún semáforo se detienen cerca, van a sus anchas, se les mira relajados, es más, algunos de tan alivianados que se notan, olvidan que están en la vía pública y tocan sus partes íntimas, introducen su índice en una de las fosas nasales o el meñique en algunas de sus orejas, cuando sacan algo extraño, lo observan con curiosidad científica, se huelen la palma de sus manos o rascan la cabeza cual chiquillo piojoso, no sienten vergüenza alguna, pues van encerrados en sus pequeños mundos, que les brindan seguridad.
Son sujetos que experimentan esa sensación de intimidad semejante a la de aquel adolescente cuyo cuarto lo ha convertido en una especie de bóveda bancaria, donde sólo él es quien debe autorizar el ingreso, cual frontera a un inmigrante. Hay quienes hacen de su persona una barrera impenetrable, producto de los miedos que ellos solos se crearon, buscan el aislamiento y cuando lo logran, luego andan por ahí quejándose de incomprendidos, solitarios y que nadie los toma en cuenta, amigos cómo los van a tomar en cuenta si ustedes mismos se recluyeron o autoexiliaron.
Hay que dejar de andar por la vida con el escudo por delante, pues eso sólo nos genera antipatías, uno ya sabe que no es monedita de oro, a muchos no les agradamos, pero a otros si, entonces para qué desgastarnos la vida encerrándonos en burbujas, salgamos de ellas y si alguien nos hace daño, pues es su problema, nosotros hagamos de las broncas un trampolín y no un columpio.
Como el personaje de esta película, muchos de nosotros ocupamos nuestras propias burbujas que nos protejan de las fobias, aversiones, prejuicios y mala ondes que solitos hemos generado a partir de entrar en contacto con los demás; cuando abordo el transporte colectivo causa admiración el observar que a pesar de que muchos van parados, los asientos de al lado de los usuarios que dan a las ventanillas se encuentran desocupados. Aquí existen dos probabilidades, quienes ocupan el lugar están roñosos o resguardan con recelo ese lugar, para sentirse más seguros de que no lo ocupará toda esa gente non grata que utiliza al igual que ellos el mismo servicio de autotransporte.
Cuando voy sentado en ese lugar del camión que da a la ventanilla, desde lo alto, disfruto ver como los conductores de coches particulares que pasan o en algún semáforo se detienen cerca, van a sus anchas, se les mira relajados, es más, algunos de tan alivianados que se notan, olvidan que están en la vía pública y tocan sus partes íntimas, introducen su índice en una de las fosas nasales o el meñique en algunas de sus orejas, cuando sacan algo extraño, lo observan con curiosidad científica, se huelen la palma de sus manos o rascan la cabeza cual chiquillo piojoso, no sienten vergüenza alguna, pues van encerrados en sus pequeños mundos, que les brindan seguridad.
Son sujetos que experimentan esa sensación de intimidad semejante a la de aquel adolescente cuyo cuarto lo ha convertido en una especie de bóveda bancaria, donde sólo él es quien debe autorizar el ingreso, cual frontera a un inmigrante. Hay quienes hacen de su persona una barrera impenetrable, producto de los miedos que ellos solos se crearon, buscan el aislamiento y cuando lo logran, luego andan por ahí quejándose de incomprendidos, solitarios y que nadie los toma en cuenta, amigos cómo los van a tomar en cuenta si ustedes mismos se recluyeron o autoexiliaron.
Hay que dejar de andar por la vida con el escudo por delante, pues eso sólo nos genera antipatías, uno ya sabe que no es monedita de oro, a muchos no les agradamos, pero a otros si, entonces para qué desgastarnos la vida encerrándonos en burbujas, salgamos de ellas y si alguien nos hace daño, pues es su problema, nosotros hagamos de las broncas un trampolín y no un columpio.
miércoles, 13 de noviembre de 2013
Adictos Acérrimos al Facebook
Como especie de banquillo de acusados el individuo se para de su asiento, coge el micrófono en sus manos, su corazón late aceleradamente, toma una fuerte bocanada de aire por la nariz. Hola, soy Mavina Kryiacos Panaiotou, también yo he sido de los que se pasan más de cuatro horas frente a un monitor, observando lo que otros dicen, hacen y creen que estar ahí es importante para la vida de los demás.
Me considero un ser humano común, procuro ser muy comunicativo, pues como todos tengo miedo a la soledad, por lo tanto, es normal que aproveche el primer momento de silencio para hacer del dominio popular posteando en mi red social favorita lo que estoy haciendo. Considero que no es anormal que hasta tome foto a ese apetitoso sope de pata y lo etiquete a mis amigos pa´que vean que si me alimento sanamente.
Gracias a esta red, no tengo que recurrir a un diario de esos que se cierran con un candadito en forma de corazón bien nice, simplemente tecleo sobre el muro del feis mi estado de ánimo y muchos abrirán su corazón para solidarizarse conmigo, es más, realizar tal acción ha multiplicado el número de amigos, tengo hasta ahora 5,953, ¡no se me ha subido, y eso que bien podría ser considerado un “Facebookstars”!
Estando conectado siento más seguridad, ya no temo cometer errores de ortografía, pues sé que entre peor escriba, seré más popular y aceptado por el círculo social que me sigue, allí no hay esos mamones acomplejados intelectualoides de redacción que intenten corregirme; disfruto mucho de observar y leer todo lo que suben mis contactos y más aún de quienes no lo son, ya que los pobrecitos inocentes no saben que los sigo en el anonimato, divirtiéndome de las burradas que hacen.
Es un lugar donde los amigos a pesar de no conocernos físicamente, cada cumpleaños nos felicitamos, enviamos abrazos y besos escritos, expresamos nuestros sentimientos con tanta libertad que el anonimato nos permite, pues muchas veces perdemos la vergüenza y somos capaces de escribir declaraciones de amor a quien nos guste, y es que en sus fotografías de perfil lucen tan bien que incluso hay quienes se enamoran de esas personas. Como toda amistad a mis amigos también yo les doy lo mejor de mi perfil, trato de ser sincero sin dejar de mentir, tal cual lo hacen ellos.
He llegado a creer que el Candy Crush es un invento de Dios, pues este juego nos hermana tanto cuando abrimos caminito intercambiando y emparejando caramelos por sus más de cuatrocientos niveles, pero lo más celestial, son esos amigos que te regalan sus propias vidas o movimientos extras para que continúes divirtiéndote, ¿No es el juego más dulce que existe?
Lo único que si me enfurece, hasta me he llegado a enfermar del sistema nervioso, es cuando la pendeja internet está lenta o la red social no funciona correctamente, es la locura que no esté funcionando al cien, eso me irrita y busco no a quien me la hizo, sino más bien, quién me la pague, las manos del individuo en esos momentos destilan hilillos de sudor, mientras como garras aprietan el micrófono, la camisa asoma lamparones producto de la transpiración, afuera del lugar a un costado de la puerta se lee en medio de un círculo blanco con letras negras, “AAFb. Centro de rehabilitación para adictos al Facebook”.
Me considero un ser humano común, procuro ser muy comunicativo, pues como todos tengo miedo a la soledad, por lo tanto, es normal que aproveche el primer momento de silencio para hacer del dominio popular posteando en mi red social favorita lo que estoy haciendo. Considero que no es anormal que hasta tome foto a ese apetitoso sope de pata y lo etiquete a mis amigos pa´que vean que si me alimento sanamente.
Gracias a esta red, no tengo que recurrir a un diario de esos que se cierran con un candadito en forma de corazón bien nice, simplemente tecleo sobre el muro del feis mi estado de ánimo y muchos abrirán su corazón para solidarizarse conmigo, es más, realizar tal acción ha multiplicado el número de amigos, tengo hasta ahora 5,953, ¡no se me ha subido, y eso que bien podría ser considerado un “Facebookstars”!
Estando conectado siento más seguridad, ya no temo cometer errores de ortografía, pues sé que entre peor escriba, seré más popular y aceptado por el círculo social que me sigue, allí no hay esos mamones acomplejados intelectualoides de redacción que intenten corregirme; disfruto mucho de observar y leer todo lo que suben mis contactos y más aún de quienes no lo son, ya que los pobrecitos inocentes no saben que los sigo en el anonimato, divirtiéndome de las burradas que hacen.
Es un lugar donde los amigos a pesar de no conocernos físicamente, cada cumpleaños nos felicitamos, enviamos abrazos y besos escritos, expresamos nuestros sentimientos con tanta libertad que el anonimato nos permite, pues muchas veces perdemos la vergüenza y somos capaces de escribir declaraciones de amor a quien nos guste, y es que en sus fotografías de perfil lucen tan bien que incluso hay quienes se enamoran de esas personas. Como toda amistad a mis amigos también yo les doy lo mejor de mi perfil, trato de ser sincero sin dejar de mentir, tal cual lo hacen ellos.
He llegado a creer que el Candy Crush es un invento de Dios, pues este juego nos hermana tanto cuando abrimos caminito intercambiando y emparejando caramelos por sus más de cuatrocientos niveles, pero lo más celestial, son esos amigos que te regalan sus propias vidas o movimientos extras para que continúes divirtiéndote, ¿No es el juego más dulce que existe?
Lo único que si me enfurece, hasta me he llegado a enfermar del sistema nervioso, es cuando la pendeja internet está lenta o la red social no funciona correctamente, es la locura que no esté funcionando al cien, eso me irrita y busco no a quien me la hizo, sino más bien, quién me la pague, las manos del individuo en esos momentos destilan hilillos de sudor, mientras como garras aprietan el micrófono, la camisa asoma lamparones producto de la transpiración, afuera del lugar a un costado de la puerta se lee en medio de un círculo blanco con letras negras, “AAFb. Centro de rehabilitación para adictos al Facebook”.
miércoles, 6 de noviembre de 2013
El cuento de nunca empezar
Durante la efímera infancia de los que ya peinan canas o se frotan protector solar en el cráneo liso –digo a algunos sin ser palmera ya se nos ve el coco–, nos fascinaban nuestros progenitores con historias llenas de fantasías, seres extraordinarios con poderes morales capaces de hacernos reflexionar sobre el bien y el mal a tan corta edad; recuerdo acomodarme sobre la cama antes de dormir y de decir mis plegarias al Ángel de la Guarda, que le pedía a mamá una narración de esas bonitas, donde el valiente príncipe rescataba de las garras de la maldad a la hermosa princesa.
En la actualidad, en estos aciagos días, donde nadie ayuda a nadie, cuando ser honesto, leal, servicial y caballeroso son signos de debilidad, las nuevas generaciones carentes de capacidad de asombro y con su aburrimiento crónico, suponen a los llamados cuentos de hadas, tonterías y estupideces para niños imbéciles, o sea, desarrollar la imaginación es sinónimo de idiotez.
Es tanta la seriedad que pretendemos heredar a la actual infancia, que los consideramos como adultos de baja estatura, cuando les atiborramos de información actualizada con tal de mantenerlos modernizados, olvidándonos que entre tantos datos se nos pueden escapar cosas que a cierta edad son difíciles de comprender, sin la ayuda de un adulto.
Son generaciones que acompañan a sus madres a ver las telenovelas o programación televisiva no aptos de su edad, como reality show o noticieros, razón por la cual se llegan a sentir en igualdad de condiciones que sus padres, incluso discuten sobre temas de actualidad, generando la apariencia de cierta intelectualidad que sus antecesores no tuvieron a esa edad.
Por tal razón, para esta clase de infantes es más agradable que en los cuentos de hadas el Gato con Botas, sea considerado un vil estafador que debería ser sometido a juicio y encarcelado, Blanca Nieves bien podría cantar con Alicia Villarreal “dónde está el príncipe que me besará”, Hansel y Gretel hubieran sido unos hábiles empresarios de dulces y golosinas, Cenicienta bien sería la dueña de una agencia de servidoras domésticas, mientras que Rappunzel y la Bella Durmiente triunfarían como modelos en los infomerciales anunciando las bondades de ciertos Shampoo y pastillas para conciliar el sueño, y Pinocho estaría al frente de una cadena de muebles de madera a nivel internacional que lo colocarían en The Forbes World's Billionaires list, ya que de no abordar los argumentos bajo esta perspectiva, no resultarían atractivos.
Imagino entonces que como argumento a justificar sus futuros errores de conducta, le echarían la culpa al excesivo uso de la internet, tal como nosotros lo hemos hecho con el televisor, a poco no seguimos el ejemplo de Don Gato al reunirnos con algún pretexto con nuestra pandilla y eso que nosotros no sonamos las tapas de los botes de basura para convocarlos; si a veces andamos en paños menores en casa, es gracias a Tarzán que siempre cubrió sus partes íntimas con una piel de felino; no le encuentro ningún sentido gay a tener un inseparable amigo, si Batman siempre ha tenido a Robín y en Plaza Sésamo Beto y Enrique hasta comparten cuarto para dormir.
Los que manejan sus coches a 320 Km/h., simplemente lo hacen porque el Avispón Verde así conducía su Black Beauty. La tierna Candy Candy tenía dos novios, ¿alguien la clasificó de zorra? Popeye para realizar trabajos pesados se metía hierba en el cuerpo, y nunca lo han tachado de pacheco; en fin todos ellos vivieron felices para siempre, ¿por qué uno no?
En la actualidad, en estos aciagos días, donde nadie ayuda a nadie, cuando ser honesto, leal, servicial y caballeroso son signos de debilidad, las nuevas generaciones carentes de capacidad de asombro y con su aburrimiento crónico, suponen a los llamados cuentos de hadas, tonterías y estupideces para niños imbéciles, o sea, desarrollar la imaginación es sinónimo de idiotez.
Es tanta la seriedad que pretendemos heredar a la actual infancia, que los consideramos como adultos de baja estatura, cuando les atiborramos de información actualizada con tal de mantenerlos modernizados, olvidándonos que entre tantos datos se nos pueden escapar cosas que a cierta edad son difíciles de comprender, sin la ayuda de un adulto.
Son generaciones que acompañan a sus madres a ver las telenovelas o programación televisiva no aptos de su edad, como reality show o noticieros, razón por la cual se llegan a sentir en igualdad de condiciones que sus padres, incluso discuten sobre temas de actualidad, generando la apariencia de cierta intelectualidad que sus antecesores no tuvieron a esa edad.
Por tal razón, para esta clase de infantes es más agradable que en los cuentos de hadas el Gato con Botas, sea considerado un vil estafador que debería ser sometido a juicio y encarcelado, Blanca Nieves bien podría cantar con Alicia Villarreal “dónde está el príncipe que me besará”, Hansel y Gretel hubieran sido unos hábiles empresarios de dulces y golosinas, Cenicienta bien sería la dueña de una agencia de servidoras domésticas, mientras que Rappunzel y la Bella Durmiente triunfarían como modelos en los infomerciales anunciando las bondades de ciertos Shampoo y pastillas para conciliar el sueño, y Pinocho estaría al frente de una cadena de muebles de madera a nivel internacional que lo colocarían en The Forbes World's Billionaires list, ya que de no abordar los argumentos bajo esta perspectiva, no resultarían atractivos.
Imagino entonces que como argumento a justificar sus futuros errores de conducta, le echarían la culpa al excesivo uso de la internet, tal como nosotros lo hemos hecho con el televisor, a poco no seguimos el ejemplo de Don Gato al reunirnos con algún pretexto con nuestra pandilla y eso que nosotros no sonamos las tapas de los botes de basura para convocarlos; si a veces andamos en paños menores en casa, es gracias a Tarzán que siempre cubrió sus partes íntimas con una piel de felino; no le encuentro ningún sentido gay a tener un inseparable amigo, si Batman siempre ha tenido a Robín y en Plaza Sésamo Beto y Enrique hasta comparten cuarto para dormir.
Los que manejan sus coches a 320 Km/h., simplemente lo hacen porque el Avispón Verde así conducía su Black Beauty. La tierna Candy Candy tenía dos novios, ¿alguien la clasificó de zorra? Popeye para realizar trabajos pesados se metía hierba en el cuerpo, y nunca lo han tachado de pacheco; en fin todos ellos vivieron felices para siempre, ¿por qué uno no?
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