Dicen que existe una línea imaginaria que separa una generación de otra, donde se consideran el contexto social, el tipo de educación recibida y, lo más importante, las notables diferencias entre los estereotipos de las diversas etapas del desarrollo humano; es claro que las épocas son cambiantes como es lo normal, por ejemplo hoy los infantes cuando se enojan dicen jódete o friégate, en mis tiempos por sacar la lengua a un adulto – ¡qué para mí era, un gran insulto!–, sufría de severos castigos por parte de mis progenitores, hoy los pobres padres de familia si intentan corregir a sus hijos, a veces hasta la cárcel pueden ir.
A esa distancia que separa a las diversas generaciones, unas de otras, se le denomina brecha generacional, y en estos tiempos tan veloces se nota aún más, pues la modernidad nos ha obligado a evolucionar a pasos agigantados, es tan enorme la distancia que nos separa a la generación del cubo Rubik, a la cual pertenezco en comparación con la generación de la Arroba, que a muchos que ya se encuentran en la tercera edad a veces de tan grande que es la brecha, debido al atraso se vuelven analfabetas pasivos en cuanto al uso de la tecnología y su lenguaje.
En mis tiempos de primaria, al finalizar las clases, la profesora nos escribía la tarea en el pizarrón e invertíamos hasta quince minutos después del timbre de salida en copiarla, ahora es diferente, pues los alumnos ya no toman nota de ella, únicamente le sacan foto con su Smartphone; hoy mientras en la vida real suceden cosas interesantes, algunos prefieren enterarse de ellas a través de páginas de internet.
En la actualidad si alguno de mis abuelos viviera, lo más seguro es que cerrarían todas las ventanas de la casa, cuando la computadora se empezara a poner lenta, porque hay muchas abiertas, como lo sugieren los técnicos con tal de mejorar su funcionamiento; me recomendarían no correr ningún programa, pues tal vez éste, pueda que acuda a conciliación y arbitraje a ponerme una demanda por despido involuntario.
Se sorprenderían que ahora las personas para existir tengan que abrir una cuenta de Facebook o Twitter, y lo más importante estar conectados, más siempre tendrán la duda en que si alguien se pondrá feliz al saber que exiten. Tal vez pensarían que chatear es un nuevo idioma de algún exótico país. Al escucharnos molestos porqué Facebook ya nos avisó que vieron nuestro mensaje y no lo contestan, creerían que esta red social es una persona muy indiscreta o argüendera. Les encantarían los rumores sobre ellos que habría en las redes sociales, pues se enterarían de cosas que ni habían hecho y como dice el modernizado dicho “ojos que no ven, Facebook que te lo cuenta, amigos que les gusta”.
Es una pena que también se hayan perdido la oportunidad de sacarse cien fotos, borrar 89, editar 11, quedarse con 3, para terminar subiendo sólo una a su perfil, pero como eran tan sabios, lo más probable es que concluirían que uno no es tan guapo como la foto de su perfil, ni tan feo como la de la credencial del IFE. De una cosa si tengo la plena seguridad, ellos disfrutarían de encontrar un viejo amigo a través del feis, además de crear un grupo al cual pondrían por nombre “El Club de la Eutanasia”.
Ahora sólo falta que cuando alguien vaya al registro civil a ponerle nombre a su primogénito, la secretaria le pregunte, ¿Nombre? Luis Felipe, lo siento, ese nombre alguien ya lo tiene, le sugiero ponerle Luis_Felipe o Luis Felipe2013, bueno, si es que dicen que el amor es como el WIFI, está en el aire, pero lamentablemente pocos tienen la clave, y que además de los filósofos griegos, también existen los filósofos de Facebook y Twitter.
Incluso en estos tiempos tan modernos, cuando el buen samaritano es ese vecino cuyo WIFI no tiene contraseña, cuando me emociono al exhalar humo por el clima frio y los jóvenes de catorce años ni se inmutan por fumar tres cajetillas de cigarros al día, sigue habiendo tres cosas que a los seres humanos nos deprime, ver llorar a una madre, que nuestra pareja se vaya y que Internet esté lento o a usted… ¿no le cambia el ánimo?
Son una serie de artículos que ya han sido publicados en diversos periodícos locales.
miércoles, 16 de octubre de 2013
miércoles, 9 de octubre de 2013
Analfabestias crónicos
A lo largo de mi corta existencia he visto como por ciertos periodos se ha izado la bandera blanca que anuncia el fin del rezago educativo en la entidad, anunciando que los habitantes ya saben leer y escribir, ¿será cierto? Bueno una cosa es que sepan comprender el significado simbólico y fonético de las letras, pero el mensaje que se intenta transmitir con la combinación de ellas cumplirá su cometido de ser interpretado como es.
Es que saber leer no implica que la gente sean unos letrados, pues según estadísticas del informe PIACC, conocido como el estudio PISA para adultos, un 27% no comprenden el contenido de un texto medianamente complejo, si a ello le agregamos que un 30% son incapaces de completar una oración simple, ahora me explico porque resulta inútil colocar letreros viales donde se prohíbe dar vuelta a la derecha cuando la luz del semáforo esté en rojo o no estacionarse en equis lugar, si las bestias detrás del volante no comprenden el significado de esos avisos.
Gracias a esa estúpida epidemia de brutos que no leen o se hacen de la vista gorda, existen choferes que se creen millonarios, pues no les pesa pasarse la luz roja del semáforo pese a que si son sorprendidos por algún agente de tránsito tendrán que pagar una buena cantidad o los que si toman al pie de la letra eso de “primero es el peatón”, pero en ser arrollado porque fue confundido con una boya más.
Qué bochornoso resulta toparse con esas analfabestias que hojean las revistas en los centros comerciales, sin importarles el letrerito que advierte no hacerlo, y lo que es peor, con su voluminosa presencia entorpecen la visibilidad de los que tal vez si van a adquirir algún ejemplar. Caso semejante ocurre en las calles, pues igual de ridículo es el observar en paredes donde se indica con buena tipografía no anunciar, un graffiti en fluorescente carmín cuya pésima ortografía, intentan expresar “chinge a zu madre, la que vibe aki”, ¡ah, lo más curioso, esto si lo interpreta muy bien quien habita esa zona!
Qué decir de los lugares donde se prohíbe tirar basura o escombro y el sitio parece un depósito de eso que no deben de hacer; ahora, esta actitud no es sólo de quienes no asisten a la escuela, pues muchas veces en los recintos académicos los estudiantes hacen todo lo contrario a lo que se les advierte no realizar, salvo una cosa, si respetan al pie de la letra eso de “favor de guardar silencio”, pues de tan bien que lo guardan siempre hay más ruido que una fábrica metalúrgica.
Será ignorancia o esa actitud intencionada que de forma indirecta se disfraza de acciones inconscientes con tal de ejercer lo contrario a lo estipulado, eso que una vez el sociólogo francés Pierre Bourdieu llamó violencia simbólica, creo que es lo segundo, pues a poco todos estamos tan distraídos que no recapacitamos por un momento en el error o la falta a la que incurrimos, es como justificar tales actitudes al más puro estilo Chespiriano, “lo hice sin querer queriendo”.
Es que saber leer no implica que la gente sean unos letrados, pues según estadísticas del informe PIACC, conocido como el estudio PISA para adultos, un 27% no comprenden el contenido de un texto medianamente complejo, si a ello le agregamos que un 30% son incapaces de completar una oración simple, ahora me explico porque resulta inútil colocar letreros viales donde se prohíbe dar vuelta a la derecha cuando la luz del semáforo esté en rojo o no estacionarse en equis lugar, si las bestias detrás del volante no comprenden el significado de esos avisos.
Gracias a esa estúpida epidemia de brutos que no leen o se hacen de la vista gorda, existen choferes que se creen millonarios, pues no les pesa pasarse la luz roja del semáforo pese a que si son sorprendidos por algún agente de tránsito tendrán que pagar una buena cantidad o los que si toman al pie de la letra eso de “primero es el peatón”, pero en ser arrollado porque fue confundido con una boya más.
Qué bochornoso resulta toparse con esas analfabestias que hojean las revistas en los centros comerciales, sin importarles el letrerito que advierte no hacerlo, y lo que es peor, con su voluminosa presencia entorpecen la visibilidad de los que tal vez si van a adquirir algún ejemplar. Caso semejante ocurre en las calles, pues igual de ridículo es el observar en paredes donde se indica con buena tipografía no anunciar, un graffiti en fluorescente carmín cuya pésima ortografía, intentan expresar “chinge a zu madre, la que vibe aki”, ¡ah, lo más curioso, esto si lo interpreta muy bien quien habita esa zona!
Qué decir de los lugares donde se prohíbe tirar basura o escombro y el sitio parece un depósito de eso que no deben de hacer; ahora, esta actitud no es sólo de quienes no asisten a la escuela, pues muchas veces en los recintos académicos los estudiantes hacen todo lo contrario a lo que se les advierte no realizar, salvo una cosa, si respetan al pie de la letra eso de “favor de guardar silencio”, pues de tan bien que lo guardan siempre hay más ruido que una fábrica metalúrgica.
Será ignorancia o esa actitud intencionada que de forma indirecta se disfraza de acciones inconscientes con tal de ejercer lo contrario a lo estipulado, eso que una vez el sociólogo francés Pierre Bourdieu llamó violencia simbólica, creo que es lo segundo, pues a poco todos estamos tan distraídos que no recapacitamos por un momento en el error o la falta a la que incurrimos, es como justificar tales actitudes al más puro estilo Chespiriano, “lo hice sin querer queriendo”.
miércoles, 2 de octubre de 2013
Yo me bajo en San Jerónimo
Existe una frase en la canción Peces de ciudad de Joaquín Sabina, que dice “al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver”, la cual es un parafraseo inspirado en el hermoso texto El llano en llamas de Juan Rulfo, saco tal cita a colación en este momento en que voy sentado en el descolorido asiento con lamparones del autotransporte, rumbo a la hermosa población de Cuauhtémoc donde aprendí a amar el puesto laboral que hoy ocupo, mientras observo por la ventanilla entre las cortinas de terlenka azul celeste curtidas de polvo y de otras sustancias de extraña procedencia, el paisaje verde de las hortalizas, las vacas comiendo espigas y las ardillas silvestres saltando de una rama a otra.
De pronto recuerdo a todos los que allá conocí, me pregunto, ¿si continuarán igual de amables como los dejé? ¿Si todavía serán tan hospitalarios, dispuestos a trabajar sin poner pretexto y serviciales? Razones por las cuales recordé el fragmento de la canción, pues si encuentro lo contrario, tal vez me decepcione o existe la posibilidad de que mi comportamiento no sea el que ellos esperan y sea yo quien los defraude, pero mejor soy optimista.
En esos momentos sube el pseudo inspector a supervisar que todos los pasajeros conserven su boleto, ese papelito escrito en dos tintas, donde te recuerdan lo clasemediero que eres al señalar en letra mayúscula SERVICIO DE SEGUNDA CLASE; al solicitármelo, llega a la memoria la profesora que seguido me acompañaba y cuando este hecho ocurría, discutía alegando que no le perforaran su ticket, pues en caso de ocurrir algún accidente, con él perforado les resultaría imposible a sus familiares cobrar el seguro contra daños que ella sufriese.
Al descender del vehículo aspiro el característico aire fresco, siento a flor de piel la temperatura agradable como antaño, ese día la maleducada niebla no quiso recibirme, pues no la vi por ningún lado; dirijo los pasos hacia el lugar, mientras camino, como antigua fotografía todo sigue en el mismo sitio, los viejitos al sol sentados sobre las blancas bancas del jardín, en un extremo de ese sitio, ahí está el último tlatoani mexica esperando a que algún mequetrefe le regrese la lanza que le fue birlada, erguido, vigilante como siempre de la integridad de los vecinos, al centro el enorme kiosco de granito, donde tantas veces veneramos al lábaro patrio, afianzando en los púberes esa idiosincrasia nacionalista que nos hace ser mexicanos.
Cuando estoy en el umbral del ingreso, dudo entre regresarme o continuar, pues no quiero erradicar toda expectativa que construimos juntos, cuando hicimos de nuestro empleo un hogar donde la armonía, cordialidad y servicio mutuo transformaban el campo de trabajo en un huerto al que a diario regábamos sus frutos que eran los estudiantes, si, esos jóvenes sinceros, escasos de maldad y con un incansable espíritu de superación. Tales pensamientos alimentan el ánimo e ingreso, en el interior vuelvo a encontrarme las caras amables, las pupilas ensanchadas de gusto y las calurosas sonrisas que dan la bienvenida, como cuando veías caminar por el andén de la estación el arribo de ese ser querido.
Honestamente, mi estancia la traté de hacer efímera, debido a mis inseguridades, pues temía decepcionarlos, darles una mala impresión o que ellos ya no reaccionaran como antaño, así que concluido a lo que había ido, me despedí de los ahí presentes y tomé un taxi sardina, de los de allá, que por el mismo precio que un camión de pasajeros te regresan a la Capital, con la única condición de que lo compartas con otras personas; el chofer al verme se acordó de nuestras peripecias, de Dormimundo, entre otras anécdotas que hicieron ameno el retorno. Cuando bajé del coche pude darme cuenta que había dejado parte de mi alma en ese lugar, entre los recuerdos que ahí viví y que perdurarán siempre en la memoria, por eso yo me bajo en San Jerónimo, yo me quedo en Cuauhtémoc.
De pronto recuerdo a todos los que allá conocí, me pregunto, ¿si continuarán igual de amables como los dejé? ¿Si todavía serán tan hospitalarios, dispuestos a trabajar sin poner pretexto y serviciales? Razones por las cuales recordé el fragmento de la canción, pues si encuentro lo contrario, tal vez me decepcione o existe la posibilidad de que mi comportamiento no sea el que ellos esperan y sea yo quien los defraude, pero mejor soy optimista.
En esos momentos sube el pseudo inspector a supervisar que todos los pasajeros conserven su boleto, ese papelito escrito en dos tintas, donde te recuerdan lo clasemediero que eres al señalar en letra mayúscula SERVICIO DE SEGUNDA CLASE; al solicitármelo, llega a la memoria la profesora que seguido me acompañaba y cuando este hecho ocurría, discutía alegando que no le perforaran su ticket, pues en caso de ocurrir algún accidente, con él perforado les resultaría imposible a sus familiares cobrar el seguro contra daños que ella sufriese.
Al descender del vehículo aspiro el característico aire fresco, siento a flor de piel la temperatura agradable como antaño, ese día la maleducada niebla no quiso recibirme, pues no la vi por ningún lado; dirijo los pasos hacia el lugar, mientras camino, como antigua fotografía todo sigue en el mismo sitio, los viejitos al sol sentados sobre las blancas bancas del jardín, en un extremo de ese sitio, ahí está el último tlatoani mexica esperando a que algún mequetrefe le regrese la lanza que le fue birlada, erguido, vigilante como siempre de la integridad de los vecinos, al centro el enorme kiosco de granito, donde tantas veces veneramos al lábaro patrio, afianzando en los púberes esa idiosincrasia nacionalista que nos hace ser mexicanos.
Cuando estoy en el umbral del ingreso, dudo entre regresarme o continuar, pues no quiero erradicar toda expectativa que construimos juntos, cuando hicimos de nuestro empleo un hogar donde la armonía, cordialidad y servicio mutuo transformaban el campo de trabajo en un huerto al que a diario regábamos sus frutos que eran los estudiantes, si, esos jóvenes sinceros, escasos de maldad y con un incansable espíritu de superación. Tales pensamientos alimentan el ánimo e ingreso, en el interior vuelvo a encontrarme las caras amables, las pupilas ensanchadas de gusto y las calurosas sonrisas que dan la bienvenida, como cuando veías caminar por el andén de la estación el arribo de ese ser querido.
Honestamente, mi estancia la traté de hacer efímera, debido a mis inseguridades, pues temía decepcionarlos, darles una mala impresión o que ellos ya no reaccionaran como antaño, así que concluido a lo que había ido, me despedí de los ahí presentes y tomé un taxi sardina, de los de allá, que por el mismo precio que un camión de pasajeros te regresan a la Capital, con la única condición de que lo compartas con otras personas; el chofer al verme se acordó de nuestras peripecias, de Dormimundo, entre otras anécdotas que hicieron ameno el retorno. Cuando bajé del coche pude darme cuenta que había dejado parte de mi alma en ese lugar, entre los recuerdos que ahí viví y que perdurarán siempre en la memoria, por eso yo me bajo en San Jerónimo, yo me quedo en Cuauhtémoc.
miércoles, 25 de septiembre de 2013
Los baches de mi casa, son particular
Ya tiene días que “Manuelito” nos dejó más húmedos que un pañal de recién nacido con cólico, sí, ese fin de semana cuando nuestros políticos ejercieron sus habilidades de meteorólogos vaticinando hasta cuando dejaría el Altísimo de derramar la copa de lluvia sobre nosotros, es más, creo que le importó un carajo nuestras fiestas patrias –aquí si me dan pena ajena esos poser ecológicos, que se la pasan moliendo al prójimo cuando tira agua a la calle, ¿A ver, ahora a quién van a demandar por desperdiciar durante cuatro días litros de H2O? –, también que nos fuéramos quedando sin ropa que ponernos, ¡bueno, nos dio el pretexto de ir a comprar nueva!
Después del aguacero, los vecinos de la Ciudad de las Palmeras, nos encontramos ante un panorama desalentador, las pavimentadas calles daban la impresión como si estuviéramos en una película de ciencia ficción, pues por cada tres o cinco metros había una especie de cráter lunar o como si hubiéramos sido invadidos por topos asesinos que en sus madrigueras acechan dispuestos a atacar al inocente peatón, ¡chanfle! ¡Qué no panda el cúnico! Era como si hubieran llovido baches, los automovilistas al esquivarlos se veían como un vulgar juego de vídeo, pero esta vez la adrenalina no era producto del Xbox 360, era la vida real.
La más publicista de mis vecinas, le platicó a miamá que por la Avenida San Fernando una Ruta 10 repleta de pasajeros cayó dentro de un enorme bache y hasta el momento se ignora su paradero, pero según reportes de un conocido canal de tres letras que repite cada hora las noticias, no se explican cómo en China de la nada surgió un camión de lámina oxidada y chacuaco integrado con gente cafecita y barrigona que nanguea a todo el que se cruza a su paso.
Como siempre la chiquillada le encontró el lado divertido, pues en los que se ubican cerca de la acera de la banqueta, le echan barquitos de papel o con sus navíos de control remoto los mueven de un extremo a otro. Unos traviesos adolescentes los transforman dependiendo de lo ancho en jacuzzi o alberca, y se acercan con sus toallas a darse un chapuzón.
Un aficionado a la astronomía dice que existe la probabilidad de que los astronautas de la estación espacial internacional, los vean desde allá, pero yo digo que pura guasa; Don Emiliano me comenta que uno enorme ubicado por las inmediaciones de la Avenida Tecnológico, ha dejado al descubierto la cúspide de lo que el personal de arqueología creen es una pirámide, o sea, ese tramo de vía pública hasta ahí llegó, pues lo más seguro es que lo conviertan en parte de nuestro patrimonio.
Por lo pronto ya tomé el celular y voy a reportarlos como indica la autoridad, pero mientras lo hago, voy a cantar… ♫ ♪ los baches de mi casa, son particular, cuando llueve y se moja, parece que salen más, agáchate y vuélvete a agachar, laralalarala… tan, tan ♪ ♫
Después del aguacero, los vecinos de la Ciudad de las Palmeras, nos encontramos ante un panorama desalentador, las pavimentadas calles daban la impresión como si estuviéramos en una película de ciencia ficción, pues por cada tres o cinco metros había una especie de cráter lunar o como si hubiéramos sido invadidos por topos asesinos que en sus madrigueras acechan dispuestos a atacar al inocente peatón, ¡chanfle! ¡Qué no panda el cúnico! Era como si hubieran llovido baches, los automovilistas al esquivarlos se veían como un vulgar juego de vídeo, pero esta vez la adrenalina no era producto del Xbox 360, era la vida real.
La más publicista de mis vecinas, le platicó a miamá que por la Avenida San Fernando una Ruta 10 repleta de pasajeros cayó dentro de un enorme bache y hasta el momento se ignora su paradero, pero según reportes de un conocido canal de tres letras que repite cada hora las noticias, no se explican cómo en China de la nada surgió un camión de lámina oxidada y chacuaco integrado con gente cafecita y barrigona que nanguea a todo el que se cruza a su paso.
Como siempre la chiquillada le encontró el lado divertido, pues en los que se ubican cerca de la acera de la banqueta, le echan barquitos de papel o con sus navíos de control remoto los mueven de un extremo a otro. Unos traviesos adolescentes los transforman dependiendo de lo ancho en jacuzzi o alberca, y se acercan con sus toallas a darse un chapuzón.
Un aficionado a la astronomía dice que existe la probabilidad de que los astronautas de la estación espacial internacional, los vean desde allá, pero yo digo que pura guasa; Don Emiliano me comenta que uno enorme ubicado por las inmediaciones de la Avenida Tecnológico, ha dejado al descubierto la cúspide de lo que el personal de arqueología creen es una pirámide, o sea, ese tramo de vía pública hasta ahí llegó, pues lo más seguro es que lo conviertan en parte de nuestro patrimonio.
Por lo pronto ya tomé el celular y voy a reportarlos como indica la autoridad, pero mientras lo hago, voy a cantar… ♫ ♪ los baches de mi casa, son particular, cuando llueve y se moja, parece que salen más, agáchate y vuélvete a agachar, laralalarala… tan, tan ♪ ♫
jueves, 19 de septiembre de 2013
Somos humanos y nos llaman profesores
Siempre he dicho que las escuelas son espacios donde se transmite lo que en la antigua Grecia denominaban la enkyklios paideía, que en castellano quiere decir “instrucción circular”, esa serie de disciplinas propias de la educación que al cursarlas el individuo se volvía un “iluminado”, por este motivo me atrevo a afirmar que en las escuelas se inculcan conocimientos, razón por la cual los estudiantes deben de acudir educados de casa, pues resulta patético que los padres de familia al no dedicar tiempo para educar a su vástagos, pretenden que otros lo hagan por ellos, dejando tan ínclita función a los abnegados profesores.
Estoy de acuerdo que además de la formación académica, en las escuelas, quienes asistimos a ella aprendemos otras cosas que en casa no habíamos asimilado, pero que sea tarea del docente corregir ciertos hábitos negativos que desde los hogares nunca se pudieron amedrentar, lo veo difícil; por otro lado, dejar a la responsabilidad del docente inculcar las reglas o convencionalismos sociales, pues está carajo, si nosotros los educadores, somos seres humanos, y por ende, errar también es parte de nuestra naturaleza.
Recuerdo que durante mis años de escolante… ¡ups! Perdón, estudiante, tenía mitificada la imagen del profesor, gracias a la influencia de mi madre, ese arquetipo que aún forma parte del inconsciente colectivo, donde se visualiza a este profesional dotado de autoridad y sabiduría, pues cual no sería mi terrible decepción al ingresar al bachillerato y en plena cabalgata de conocida ciudad, vi a mi profesor de… –para evitar herir susceptibilidades se omite este dato–, con cerveza en mano y estéreo del coche a tope de volumen, haciendo guarradas.
Al día siguiente, en clases opté por guardar silencio, pero el más inquieto de mis compañeros de grupo le cuestionó esa actitud, a lo que ufanamente respondió, “¿qué no tengo derecho a divertirme como ustedes? ¡También soy humano!”, Imagino que para no hacerle sentir mal, todos nos reímos como si se tratara de un chascarrillo, mas tal argumento a algunos nos pareció de poca responsabilidad.
Gracias a tal defensa, conforme fui avanzando académicamente por los demás semestres, justifiqué a aquella catedrática que a pesar de estar casada con un ocupadísimo funcionario, en el estacionamiento tenía sus arrumacos con otro de sus colegas, imposible olvidar al profe galán que siempre se hacía una novia entre sus alumnas o el infiel directivo que andaba con la fea secretaria, la verdad su esposa era muy guapa, pero creo que no quería desgastarla, por eso prefería al esperpento de la taquimecanógrafa.
¿Es posible desde la escuela educar a los estudiantes? Sí, pero lamentablemente algunos docentes no predican con el ejemplo, es precisamente ahí, cuando la credibilidad deja de existir; cuántas veces quienes ejercemos la docencia hemos llegado al límite de la hora de inicio de nuestra clase, simplemente arribamos al aula y como especie de fastidio, de pilón pasamos lista, poniéndole falta a los que se hartaron de esperarnos, ah, pero cuando es al revés, cínicamente les aplicamos el reglamento a ellos si llegan tarde, argumentando, ¡los estamos educando!
Nos quejamos de que los jóvenes no saben trabajar en equipo y tristemente nosotros por el maldito ego de querer ser más que el otro, convertimos en Torre de Babel la reunión docente, pues nos resulta imposible ponernos de acuerdo para hacer un trabajo colegiado.
Los profesores somos por el hecho de ejercer nuestra profesión, figuras públicas, por eso dar el ejemplo no es la principal forma de influir sobre los demás, es la única, pero, al final de cuentas, todos somos humanos y profes a la vez, y errar es de… pues… de los alumnos o ¿no? ¡Ajá! Hasta pronto.
Estoy de acuerdo que además de la formación académica, en las escuelas, quienes asistimos a ella aprendemos otras cosas que en casa no habíamos asimilado, pero que sea tarea del docente corregir ciertos hábitos negativos que desde los hogares nunca se pudieron amedrentar, lo veo difícil; por otro lado, dejar a la responsabilidad del docente inculcar las reglas o convencionalismos sociales, pues está carajo, si nosotros los educadores, somos seres humanos, y por ende, errar también es parte de nuestra naturaleza.
Recuerdo que durante mis años de escolante… ¡ups! Perdón, estudiante, tenía mitificada la imagen del profesor, gracias a la influencia de mi madre, ese arquetipo que aún forma parte del inconsciente colectivo, donde se visualiza a este profesional dotado de autoridad y sabiduría, pues cual no sería mi terrible decepción al ingresar al bachillerato y en plena cabalgata de conocida ciudad, vi a mi profesor de… –para evitar herir susceptibilidades se omite este dato–, con cerveza en mano y estéreo del coche a tope de volumen, haciendo guarradas.
Al día siguiente, en clases opté por guardar silencio, pero el más inquieto de mis compañeros de grupo le cuestionó esa actitud, a lo que ufanamente respondió, “¿qué no tengo derecho a divertirme como ustedes? ¡También soy humano!”, Imagino que para no hacerle sentir mal, todos nos reímos como si se tratara de un chascarrillo, mas tal argumento a algunos nos pareció de poca responsabilidad.
Gracias a tal defensa, conforme fui avanzando académicamente por los demás semestres, justifiqué a aquella catedrática que a pesar de estar casada con un ocupadísimo funcionario, en el estacionamiento tenía sus arrumacos con otro de sus colegas, imposible olvidar al profe galán que siempre se hacía una novia entre sus alumnas o el infiel directivo que andaba con la fea secretaria, la verdad su esposa era muy guapa, pero creo que no quería desgastarla, por eso prefería al esperpento de la taquimecanógrafa.
¿Es posible desde la escuela educar a los estudiantes? Sí, pero lamentablemente algunos docentes no predican con el ejemplo, es precisamente ahí, cuando la credibilidad deja de existir; cuántas veces quienes ejercemos la docencia hemos llegado al límite de la hora de inicio de nuestra clase, simplemente arribamos al aula y como especie de fastidio, de pilón pasamos lista, poniéndole falta a los que se hartaron de esperarnos, ah, pero cuando es al revés, cínicamente les aplicamos el reglamento a ellos si llegan tarde, argumentando, ¡los estamos educando!
Nos quejamos de que los jóvenes no saben trabajar en equipo y tristemente nosotros por el maldito ego de querer ser más que el otro, convertimos en Torre de Babel la reunión docente, pues nos resulta imposible ponernos de acuerdo para hacer un trabajo colegiado.
Los profesores somos por el hecho de ejercer nuestra profesión, figuras públicas, por eso dar el ejemplo no es la principal forma de influir sobre los demás, es la única, pero, al final de cuentas, todos somos humanos y profes a la vez, y errar es de… pues… de los alumnos o ¿no? ¡Ajá! Hasta pronto.
miércoles, 11 de septiembre de 2013
Los Banqueros Vampiros
Gracias a la dedicación y el esfuerzo de resistirme a comprar cualquier porquería, logré ahorrar unos cuantos centavos. Con el capital en casa, mi familia me recomendó que debajo del colchón no era ideal guardarlo, entonces recordé que tenían razón, pues durante mi adolescencia cuando ahí escondía las revistas para adultos, por un extraño efecto del colchón las páginas se almidonaban, ¡y no quería que eso le sucediera a mis billetes! Tampoco en la arcaica enciclopedia de doce tomos que hace más de veinticinco años la adquirí en abonos a la editorial del Pegaso. Puede que en ella hasta a mi se me olviden de tanto tiempo que ya ni la utilizo. Entonces, uno de mis hermanos, sabiamente recomendó que abriera una cuenta en algún banco y los depositara, que ahí estarían seguros.
Como autómata seguí el consejo, llegué al lugar y un asesor financiero de saco tipo encargado de tienda departamental muy amablemente atendió a mi solicitud, después de “aperturar” la cuenta como ellos dicen –es más, esta pinche expresión ni existe en nuestro idioma–, toma mis datos oficiales y solicita como adicionales, el número de teléfono de casa, celular y alguna cuenta de correo electrónica, pues ahora con lo avanzado de la tecnología, los estados financieros llegarían por mail o por mensaje de texto.
Ahí está su tarado favorito proporcionándoselos, fatal error, pues desde hace unas semanas, llaman a mi casa sin importar la hora, una serie de individuos para ofrecerme mil un promociones, desde tarjetas de crédito que me sacarán de esos pequeños apuros –ajá, para meterme en grandes adeudos–, préstamos preaprobados a sesenta meses, con cero comisión, tasas fijas quincenales y hasta un seguro de vida, con el cual al morir, mi gato sería un magnate de los tejados.
El celular suena cada dos horas, con la misma pinche cantaleta de los promocionales bancarios, según yo, haciendo uso del austero cerebro, le puse nombre al número para cuando escuchara el timbre, poder verlo en el identificador y rechazarla, pero ese ejército de tipos con acento de centroamericanos –que ni siquiera saben pronunciar de forma correcta mi apellido–, resultaron más hábiles, pues ahora utilizan un teléfono que el identificador sólo señala como “número desconocido”, y resulta que esa misma leyenda la pone cuando se trata de la compañía telefónica cuyo nombre se asemeja al de la empresa agroalimentaria de Vevey, Suiza, y que casualmente muchos de los compañeros de trabajo utilizan, ya se darán una idea que de nuevo tengo que contestar para saber de quién se trata y va de nuevo la burra al trigo.
Por correo electrónico es igual, cada semana recibo en promedio tres mail, donde me describen las ventajas, bondades y virtudes de los créditos y tarjetas del terrorífico banco; harto de eso, una tarde llamé a mi supuesto asesor financiero con el propósito de reclamarle, este después de preguntarme las causas de rechazar tan exclusivos beneficios, salió con el cuento de que él no puede dar de baja los números telefónicos ni la cuenta de E-mail, que llamará a una serie de oficinas donde debía justificar mil razones por las cuales no quería recibir nada, pues al ser cuentahabiente, él no podía desligarme así de fácil.
Es en situaciones como estas, cuando más me pesa que ya no esté con nosotros Rodolfo Guzmán Huerta, a quien todos conocíamos como El Santo “El Enmascarado de Plata”, pues de seguro vendría en nuestro auxilio a luchar contra los Banqueros Vampiros, que a como dé lugar quieren chupar hasta el último céntimo a los desvalidos ahorradores del poco capital que a cuesta de sudor, esfuerzo y desvelo han reunido, pero como dijera Don Chava Flores, “con sueños de opio no conviene ni soñar”.
Si la esencia de los bancos en sus orígenes era recibir ahorros, ¿ahora por qué hacen hasta lo imposible porque te endeudes con ellos? Además si de contar con dinero rápido se trata, pues ahí está el Monte de Piedad que no raja, y respecto a los telefonistas “Martínez Marroquín” a esos, mejor corro a la Comisión Nacional para la Protección y Defensa de los Usuarios de Servicios Financieros a ponerles una demanda.
Como autómata seguí el consejo, llegué al lugar y un asesor financiero de saco tipo encargado de tienda departamental muy amablemente atendió a mi solicitud, después de “aperturar” la cuenta como ellos dicen –es más, esta pinche expresión ni existe en nuestro idioma–, toma mis datos oficiales y solicita como adicionales, el número de teléfono de casa, celular y alguna cuenta de correo electrónica, pues ahora con lo avanzado de la tecnología, los estados financieros llegarían por mail o por mensaje de texto.
Ahí está su tarado favorito proporcionándoselos, fatal error, pues desde hace unas semanas, llaman a mi casa sin importar la hora, una serie de individuos para ofrecerme mil un promociones, desde tarjetas de crédito que me sacarán de esos pequeños apuros –ajá, para meterme en grandes adeudos–, préstamos preaprobados a sesenta meses, con cero comisión, tasas fijas quincenales y hasta un seguro de vida, con el cual al morir, mi gato sería un magnate de los tejados.
El celular suena cada dos horas, con la misma pinche cantaleta de los promocionales bancarios, según yo, haciendo uso del austero cerebro, le puse nombre al número para cuando escuchara el timbre, poder verlo en el identificador y rechazarla, pero ese ejército de tipos con acento de centroamericanos –que ni siquiera saben pronunciar de forma correcta mi apellido–, resultaron más hábiles, pues ahora utilizan un teléfono que el identificador sólo señala como “número desconocido”, y resulta que esa misma leyenda la pone cuando se trata de la compañía telefónica cuyo nombre se asemeja al de la empresa agroalimentaria de Vevey, Suiza, y que casualmente muchos de los compañeros de trabajo utilizan, ya se darán una idea que de nuevo tengo que contestar para saber de quién se trata y va de nuevo la burra al trigo.
Por correo electrónico es igual, cada semana recibo en promedio tres mail, donde me describen las ventajas, bondades y virtudes de los créditos y tarjetas del terrorífico banco; harto de eso, una tarde llamé a mi supuesto asesor financiero con el propósito de reclamarle, este después de preguntarme las causas de rechazar tan exclusivos beneficios, salió con el cuento de que él no puede dar de baja los números telefónicos ni la cuenta de E-mail, que llamará a una serie de oficinas donde debía justificar mil razones por las cuales no quería recibir nada, pues al ser cuentahabiente, él no podía desligarme así de fácil.
Es en situaciones como estas, cuando más me pesa que ya no esté con nosotros Rodolfo Guzmán Huerta, a quien todos conocíamos como El Santo “El Enmascarado de Plata”, pues de seguro vendría en nuestro auxilio a luchar contra los Banqueros Vampiros, que a como dé lugar quieren chupar hasta el último céntimo a los desvalidos ahorradores del poco capital que a cuesta de sudor, esfuerzo y desvelo han reunido, pero como dijera Don Chava Flores, “con sueños de opio no conviene ni soñar”.
Si la esencia de los bancos en sus orígenes era recibir ahorros, ¿ahora por qué hacen hasta lo imposible porque te endeudes con ellos? Además si de contar con dinero rápido se trata, pues ahí está el Monte de Piedad que no raja, y respecto a los telefonistas “Martínez Marroquín” a esos, mejor corro a la Comisión Nacional para la Protección y Defensa de los Usuarios de Servicios Financieros a ponerles una demanda.
miércoles, 4 de septiembre de 2013
Los Afeitadores
Narra la historia que cierto día Platón observó a Diógenes, entre los desperdicios del imperio recoger una oxidada lechuga para alimentarse. Se aproximó sigilosamente y le comentó: “si estuvieras en la corte del emperador, no estarías alimentándote de las sobras”, entonces el extravagante personaje con la procacidad que le caracterizó, respondió: “prefiero disfrutar de estos manjares, que estar con la zozobra de saber cómo seducir cada día, a quien deseo manipular a mi antojo”.
Diógenes de Sínope, hablaba así porque él era un genio y además fue un tipo que no tenía ningún apego por los bienes materiales, un vagabundo, vecino del universo, más no un miembro del rebaño embrutecido, como los que usted y yo conocemos; esos tipos que continuamente se muestran siempre accesibles a los intereses de otros por conveniencia, por conseguir cada vez más bienes materiales, como dijera mi madre, “no tienen hartadero”.
Charlatanes que abusan de la inseguridad de otros, atiborrándolos de halagos y adulaciones con tal de disfrazar las deficiencias que ellos tienen, es más, sin recato alguno engatusan a sus superiores a través de mimos, buenos tratos –en apariencia e incluso hasta el trabajo pesado se los hacen con tal de conseguir algo, a veces creo que esa actitud zalamera para quien la recibe, llega en exceso a resultar incómodo, digo, ha de ser vergonzoso que delante de todos te llamen con frases en diminutivo. Pero también hay quienes son felices con esos tratos, que incluso se vuelven indispensables, pues hasta los buscan cuando no están cerca.
Muchas veces, estos lamebotas, ocultan tras todos sus elogios, la repugnancia o el odio que experimentan hacia la persona que barbean, he conocido sujetos que antes de que un individuo fuera su jefe, para ellos era considerado de lo peor, un ser non grato, y ahora resulta que hasta íntimos son o lo que es peor, forman parte de su séquito, mientras el pobre ingenuo de tanto que les simpatizan por los atributos que le achacan, se ha vuelto su cómplice, solapando todas esas ineptitudes que ellos querían que pasaran desapercibidas ante los demás.
Desde mi humilde opinión, creo que no es necesario ser un arrastrado para conseguir lo que se quiere en la vida, considero que si cumples con tu empleo como debe de ser, no ocupas recurrir a colocarle el tapete bajo sus pies a tu jefe cada vez que lo veas, con esto no estoy afirmando que lo ignores, al contrario, la humildad y cordialidad es primero, pues al fin de cuentas lo que debe de valer es el desempeño laboral y la lealtad de uno, más si a los altos mandos les agradan los chupamedias, sólo recuerden que quien cuerda les da, ahorcados los quiere ver.
Diógenes de Sínope, hablaba así porque él era un genio y además fue un tipo que no tenía ningún apego por los bienes materiales, un vagabundo, vecino del universo, más no un miembro del rebaño embrutecido, como los que usted y yo conocemos; esos tipos que continuamente se muestran siempre accesibles a los intereses de otros por conveniencia, por conseguir cada vez más bienes materiales, como dijera mi madre, “no tienen hartadero”.
Charlatanes que abusan de la inseguridad de otros, atiborrándolos de halagos y adulaciones con tal de disfrazar las deficiencias que ellos tienen, es más, sin recato alguno engatusan a sus superiores a través de mimos, buenos tratos –en apariencia e incluso hasta el trabajo pesado se los hacen con tal de conseguir algo, a veces creo que esa actitud zalamera para quien la recibe, llega en exceso a resultar incómodo, digo, ha de ser vergonzoso que delante de todos te llamen con frases en diminutivo. Pero también hay quienes son felices con esos tratos, que incluso se vuelven indispensables, pues hasta los buscan cuando no están cerca.
Muchas veces, estos lamebotas, ocultan tras todos sus elogios, la repugnancia o el odio que experimentan hacia la persona que barbean, he conocido sujetos que antes de que un individuo fuera su jefe, para ellos era considerado de lo peor, un ser non grato, y ahora resulta que hasta íntimos son o lo que es peor, forman parte de su séquito, mientras el pobre ingenuo de tanto que les simpatizan por los atributos que le achacan, se ha vuelto su cómplice, solapando todas esas ineptitudes que ellos querían que pasaran desapercibidas ante los demás.
Desde mi humilde opinión, creo que no es necesario ser un arrastrado para conseguir lo que se quiere en la vida, considero que si cumples con tu empleo como debe de ser, no ocupas recurrir a colocarle el tapete bajo sus pies a tu jefe cada vez que lo veas, con esto no estoy afirmando que lo ignores, al contrario, la humildad y cordialidad es primero, pues al fin de cuentas lo que debe de valer es el desempeño laboral y la lealtad de uno, más si a los altos mandos les agradan los chupamedias, sólo recuerden que quien cuerda les da, ahorcados los quiere ver.
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