miércoles, 9 de septiembre de 2009

El receso de Tánatos

“Al día siguiente no murió nadie”
José Saramago

Un amigo dice detestar a las cucarachas, la primera razón por la cual experimenta tal sentimiento hacia los blátidos es porque son asquerosos y siempre habitan en los desechos, actividad por la cual resulta obvio tal mérito; la segunda razón es porque serán las únicas que sobrevivirán a un holocausto nuclear, por lo tanto siente envidia hacia este bicho por su capacidad de ser inmune.

Sobrevivir o ser inmortal, son términos que atraen la atención humana, ¿qué sucedería si la muerte dejará de cumplir su misión sobre la vida? Algo semejante ocurre en la novela “Las intermitencias de la muerte”, del escritor portugués José Saramago, en ella describe como un día la muerte suspende sus labores, entonces ya nadie deja de existir, lo cual da origen a una serie de trastornos de todo tipo, desde el social hasta el aspecto religioso, pero mejor ya no se las platico, prefiero que ustedes mismos la disfruten de la fuente directa.

Actualmente a la muerte la hemos puesto en receso, pues han fallecido más personas debido a la degradación humana que por causas naturales, existen políticos que quieren hacer su labor estableciendo pena de muerte, favoreciendo al aborto, etc., infinidad de gente que mata por ella sin su permiso; considero que esa falta de actividad podría ocasionarle que sus huesitos padecieran de osteoporosis a causa de su obligada inactividad y la bien afilada hoz se oxide.

En nuestro país morirse es cosa de risa, a los cadáveres se les nombra difuntos, el mexicano bromea con la “huesuda”, es más, existe un mixtura de muertos vivientes en México como en ningún otro país, por ejemplo todos aquellos cantantes, actores, actrices, políticos, candidatos a la presidencia y gobernadores que murieron en el ejercicio de su funciones pero que viven en el eterno recuerdo de cada uno de nosotros. Lo más curioso es que muchos aseguren que todavía andan sus ánimas pululando por allí, si no me creen, busquen las evidencias que un tal señor de apellido Trejo presenta en televisión nacional.

Esa idea de permanecer unido a los que ya no existen, es como una especie de dependencia, un cordón umbilical que se crea y fomenta gracias al recuerdo, se conservan las cosas como museo personal del difunto, se guardan con recelo, se espera con ahínco el “día del juicio final” para reencontrarse con los desaparecidos que en realidad nunca se fueron, pues son parte del patrimonio de las generaciones futuras.

Además el más allá debe de ser un sitio estupendo, ya que todos los que se han mudado para ese lugar nunca han regresado, ¿será acaso que la vida es tan horrible que nadie quiere experimentarla de nuevo? Por otro lado ningún ser humano conoce su fecha de expiración, sabrá que ya está caducando, pero cuando se irá de forma definitiva, nadie.

Hace unos días murió el hombre más longevo del mundo, creo que tenía como 113 años, se imaginan lo aburrido que ha de haber estado, ya sin poder hacer muchas cosas, sólo sentado, acostado o caminando lentamente, desde mi óptica eso es vegetativo, para ello queremos ser eternos, para complicarnos más la vida y complicársela a los demás, sería ideal no morir pero siempre conservando óptimos estado de salud física y mental.

Ahora con la crisis que se vive en todos lados, un condiscípulo asesor en bienes y raíces siempre recomienda como mejor inversión el establecer depósitos de cerveza, pues borrachos siempre los hay por doquier y lo que tampoco nunca falla instalar casas funerarias; y como diría Abel Membrillo, “recuerde que lo que mata no es la bala, es el agujero”.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Quejosos

A Mario Bonales por la idea, gracias totales.

Cierto día un colega se quejaba amargamente de la carga laboral que se le concede a diario en comparación con la de sus demás compañeros, en eso vino a mi mente la recomendación que otro conocido me hizo una vez que yo le externé un comentario igual de doloso que el de éste, resulta que mi amigo aquella vez hizo que reflexionará sobre la vida de las personas que no cuentan con un empleo semejante al nuestro.

Esto trae a mí la imagen del paletero que todas las mañanas al filo de las nueve como si fuese un británico por lo puntual pasa por la fachada de mi casa lanzando un grito semejante al de un berrido o cuando alguien se encuentra molesto, y a lo mejor, sí está incómodo, tal vez por que esa faena que desarrolla a veces le da para alimentarse y otras ni siquiera para un taco le alcanza, además nunca podrá contar con una pensión cuando sus manos roladas dejen de empujar el pesado carrito, menos aún el contar con un seguro médico que cubra una enfermedad, no quiero imaginar qué sucedería si sufriese un accidente, ¿se calificaría como riesgo de trabajo? ¡Claro que no! Alguien me dijo una vez, el jodido no tiene derecho a enfermarse, y creo que es totalmente cierto.

Que tal el caso de la dama que se dedica a ejercer el oficio más antiguo del mundo, la prostitución, imagina tener encuentros cóitales con sujetos que físicamente no son atractivos, soportar su sentido del humor, perversiones y desaseo entre otros atributos desfavorables. ¿Cuál es su principal riesgo laboral? Contagiarse de enfermedades que puedan curarse con antibióticos y hasta de alguna incurable que la despache al otro mundo; otro de los accidentes laborales que este oficio acarrea consigo es el sufrir maltratos físicos y verbales, que el método de protección se rompa o en el peor de los casos obtener un orgasmo de parte de algún desconocido que con el paso del tiempo se vuelva adicción.

Qué sucederá cuando el recurso principal económico pierda su macices, el maquillaje no logre ocultar las inclemencias del paso del tiempo, ¿acaso una pensión le aguarda? Para nada, es más ya nadie la regalará ni un trago de aguardiente para mitigar el dolor y la cruda realidad.

El abuelo en sus ratos reflexivos me platicaba un breve relato que tiempo más adelante encontré escrito en un hermoso libro del hispano literato Félix María De Samaniego titulado “Fábulas Morales”, el cual viene a colación con lo hoy tratado, y a continuación reseño:

Resulta que un asno envidiaba las actividades del cerdo de la granja en donde ambos convivían, pues todo el día éste retozaba en su chiquero y aparte de no hacer prácticamente nada, más de seis veces se le ofrecían suculentos manjares que gustoso comía a Dios dar, mientras el pobre burro trabajaba cargando infinidad de objetos sobre su arqueado lomo, y cuando se negaba así hacerlo el amo lo castigaba dándole latigazos sobre sus enancas.

Cierto día llegado el cumpleaños del patrón cogieron al puerco y lo llevaron amarrado de las cuatro patas hacia la cocina, de pronto las grandes orejas del burro escucharon un enorme chillido y pasada una hora con ojos de pánico observó como la piel del marrano fue colgada cual vil ropa sobre un tendedero y uno de los empleados con su filoso cuchillo afeitaba los vellos de éste para después echarlos en un enorme olla hirviendo, donde se alcanzaba a ver los demás miembros del cerdo.

Entonces el asno haciendo un esfuerzo en su angosto cerebro piensa y reflexiona lo siguiente, “Si esto les sucede a los ociosos que tantos favores del amo recibieron, mejor me dedico a trabajar y me importa un bledo que me insulten o castiguen”.

Moraleja, si en su espacio laboral existe personal de la fuerza área o de plano no soporta los proyectos del que se siente el “subjefe”, tome en consideración que ellos pertenecen a la raza porcina y algún día tendrán su escarmiento; además recuerde a la gente que depende de su empleo, cumpla de forma óptima con el, échele ganas y no se sienta un burro, por el contrario, usted es el trabajador con mayor capacidad que la empresa tiene a sus servicios.

miércoles, 26 de agosto de 2009

El tiempo, ese compañero fiel de la vida

Me van a volver histérico las agujas del reloj.
Se burlan de mí, corren al sprint con mi torpe corazón.
La Orquesta Mondragón.

Hace unas épocas mi sobrina a la edad de seis años, y como ustedes saben esa inquieta edad del ser humano es la de los porqués, con cierto aire de inocencia cuestionaba sobre la invención del tiempo; la madre y el padre al verse imposibilitados ante el asedio de que cada respuesta generaba a su vez una nueva pregunta, decidieron hacerme partícipe de tan ilustre y didáctica actividad considerando que debido a mi perfil docente tengo el deber de disipar las dudas, ¡óigame, ese jodido estereotipo la verdad nos amoló! Uno muchas veces tiene el deber, más no la capacidad.

En el afán de no defraudar a la nueva generación familiar, hurgué en lo más recóndito de mi cerebro ideas sencillas y que precisaran a la vez el tema, intentando diseñar una especie de epítome. Mi breviario lo inicié explicando como lo hubiera hecho la narradora de cuentos infantiles Milissa Sierra; por cierto hace unas semanas regalé a mis sobrinitos de 4 y 8 años una colección de discos compactos con los cuentos y fábulas de esta excelente narradora, y ni siquiera se inmutaron, después de escuchar el primero de ellos el mayor con cara de fuchi exclamó “¡qué aburrido, tío, mejor vamos a jugar con el Wii!”.

Regresando al tema del delicado asunto de hacer entender a una menor el concepto del tiempo, inicié diciéndole: Érase una ciudad rutinaria donde todos sus habitantes vivían en armonía y santa paz, el horizonte cada día pintaba de azul celeste el cielo, las aves volaban y cantaban en los jardines; precisamente en esa ciudad tranquila había un hombre que se aburría y desesperaba porque su vida era tan monótona gracias a depender para casi todas sus actividades del reloj; sintiose enfermo y fue a consulta médica.

El galeno una vez hecho la revisión de rutina le prohibió estrictamente el uso del reloj de pulsera y todos los que tuviera en casa, pues a causa de la presión que él mismo ejercía en relación con el tiempo había dañado su corazón ocasionándole una arritmia; al llegar a su hogar hizo algo fantástico, tomó un pesado marro, colocó sobre una mesa de acero su despertador y lo hizo añicos, después cogió el de pared e hizo lo mismo, así sucesivamente con todos los que tenía, cada vez que destruía los aparatos sentía que su corazón se iba descongestionando y respiraba con mayor facilidad, en otras palabras lo inundaba un profunda satisfacción que lo tranquilizaba.

Mientras disfrutaba de la actividad su memoria recordaba cuando a la edad de cuatro años su papá como regalo de cumpleaños le obsequió un relojito con la imagen de Mickey Mouse, en donde las manecillas eran sus brazos y al girar emulaban cierto movimiento aeróbico, que resultaba gracioso.

Su padre le explicó el funcionamiento de este extraño artefacto y a partir de ese momento todo lo medía en relación a él, la hora en que iniciaba el programa favorito del televisor, cuando consumían sus respectivos alimentos, el inicio, duración y conclusión del recreo; lo más triste fue darse cuenta que no todos cumplían con el horario que cronometraba el suyo, es decir, que cada quien tenía pequeñas, medianas y grandes diferencias. Por ejemplo muchas veces sus minuteros indicaban la hora de término de la jornada escolar y la dirección sonaba el timbre mucho después, las funciones del circo, cine y cualquier espectáculo iniciaban con varios minutos de atraso, lo cual generaba cierta ansiedad, que con el transcurrir de los días se iba convirtiendo en nerviosismo.

En la adolescencia fue cuando inició su martirio, pues el despertador le daba verdaderos dolores de cabeza, sonando cuando el sueño era tan placentero, le causaba también miles de discusiones con sus novias, pues a veces éstas por estarse maquillando, peinando o cambiando de ropa, no llegaban puntuales a las citas, lo cual le obligaba a cambiarlas por otras cual vil objeto; se desesperaba porque el calendario no avanzaba más aprisa para llegar a la mayoría de edad y poder ser considerado un adulto, otras veces transcurrían tan rápido los días que le alcanzaban las fechas en que tenía que entregar los trabajos escolares, resultando angustioso y estresante.

Siendo ya adulto al estar ejerciendo su profesión no podía escaparse de la influencia que el horario de la vida ejercía sobre su persona, puntualidad en las reuniones laborales, la hora de ingreso, salida y las que nunca su jefe consideraba, las horas extras; en sí, para él, cada hora, minuto y segundo significaba intentos, fracasos y éxitos.

Se le hacían escurridizo los días que convivía con su familia cada fin de semana, lo poco que duraban las vacaciones, lo ingrato de ir envejeciendo cada año, pues la edad con el transcurrir de los días cada vez desgastaban su cuerpo; igual descubrió como las pasiones y sentimientos con el acontecer diario pueden transformarse del amor al odio o viceversa.

Cuando acabó de destruir todos sus relojes deslindándose de su tiranía se cercioró que en el momento de desempeñar tan relajante ejercicio, muchos habían nacido, otro montón disfrutaban de sus ceremonias nupciales y miles pasaban a mejor vida, y él ni en cuenta, era como si en ese lapso hubiese dejado de existir para el mundo, gracias a su particular método de ignorarlo.

La niña haciendo una mueca de angustia exclamó, ¡todo eso causa el tiempo! Tratando de tranquilizarla parafraseé a Serrat argumentando, por eso hay que vivir todos los días como si fueran domingos y gozarlos con los que te quieren como si fuera el último.

Hoy ella ya no es tan niña, tiene 16 años, vive a tope las horas de cada fecha en su calendario, algunas veces sujeta a las reglas que las agujas del reloj le imponen, otras le vale un comino; mientras su tío observa preocupado como los años de vida se le escurren cual agua entre los dedos y le pesan las horas que pasa dormido sin hacer nada de provecho.

miércoles, 19 de agosto de 2009

Injusticia de la vida

“Amor yo no quiero llegar a viejo, ven y estírame el pellejo.”
Dominio popular

Muchas veces es tanta la preocupación por que la edad no se note que recurrimos a diversos métodos como las cremas antiarrugas, tintes para el cabello, inyecciones de botox y hasta las más peligrosas cirugías estéticas; todo esto con tal de reafirmar esa jodida inseguridad que la necesidad de aceptación social nos impone. Una cosa es segura, podemos engañar las apariencias más el estuche con el transcurrir de los años se va desgastando, nos vamos volviendo achacosos; es un hecho que las actividades cada vez las desempeñamos con mayor lentitud, los reflejos disminuyen y somos cada mes más torpes que en el pasado, llegando el día en que desesperamos a quienes nos rodean.

Todo ese asunto radica en el empeño por aparentar los años que no se tienen, es obvio que nos sintamos orgullosos cuando alguien nos elogia por que lucimos más joven de nuestra edad real, pero al intentar realizar cierta actividad que invierte algún esfuerzo físico nuestro cuerpo nos restriega el elogio denotando algunas veces incapacidad, dificultad, pesadez e impotencia; pero a sabiendas de que somos observados ese mismo orgullo hace que realicemos un esfuerzo a pesar de que en la noche antes de acostarnos tengamos que embalsamar los músculos y tendones lastimados con ungüentos y consumir analgésicos para poder dormir tranquilos o soportar los próximos días.

Un claro ejemplo de que el pasar de los años deja mella es la calvicie, de forma patética consumimos infinidad de vitaminas, lociones, enjuagues y shampoo que la mercadotecnia nos exhibe como benéficos para conservar cada uno de nuestros folículos pilosos en su lugar; conforme se nos empiezan a notar las entradas, bueno algunos ya tenemos salidas, exigimos al peluquero cortes que las disimulen, drásticamente cambiamos de peinado según el lado que empiece a despejarse, embarramos cada cabello de tal forma que nuestra cabeza se asemeja a un madeja de estambre. Seamos sinceros y reconozcamos que la única fórmula que detiene la caída del pelo es el suelo.

Los que padecemos ciertas enfermedades crónicas degenerativas como consecuencia de seguir al pie de la letra el slogan incluido en la comida chatarra que degustábamos por allá en las décadas de los setentas y ochentas, que recomendaba consumir a diario leche, carne y huevos; el médico para mantenernos saludables nos restringe ciertos “alimentos” que a la larga afectan el organismo, pero, ¿cómo vas a dejar de disfrutar las delicias del aceitoso chicharrón, el suculento pozole o evitar saborear esas tostadas de pata y cuero fritas en manteca? Para ello a diario digerimos infinidad de pastillas que gustosamente cada mes nos receta el galeno, entonces, ¿para qué acudir a la cita médica?

Con el transcurrir de lustros y que posteriormente se convierten en décadas el género masculino sufre una metamorfosis en sus gustos por el sexo opuesto, en la adolescencia experimentaba diversos sueños húmedos con señoras maduritas, al llegar al climaterio para reafirmar su vigencia en el plano sexual -y por ende el atractivo-, busca tener relaciones ahora con féminas de menor edad, es decir, entre más joven sea ésta su hombría será más sólida.

En este tesonero afán por conservar vigente la virilidad recurre al desmesurado consumo de pastillas azules, que algunas veces el único músculo que paran es el corazón, también a métodos para abatir la disfunción eréctil recomendados por exfutbolistas brasileros, y que por cierto causan molestias estomacales. Pasada la vorágine del consumismo y dándose cuenta que los años no pasan de largo, que se van acumulando en el cuerpo, queda un vacío interior, el anciano se siente frustrado por su realidad y auto engañado por los impulsos de su propio ego.

Es en este lapso cuando uno debe decidir si es el momento de aprovechar la experiencia y dar las zancadas más rápidas para llegar a la meta jubilosos llenos de entusiasmo por el tiempo que ya se vivió aceptando sus límites o pensar que seguimos siendo viejos con cuerpos de jóvenes, para lo cual no hay que olvidar que aunque el anciano se tiñe las greñas a la moda, ruco se queda.

miércoles, 12 de agosto de 2009

Divas de oficina

“Nunca falta alguien así”, solía decir una tía para referirse a las actitudes que ciertos individuos ponen de manifiesto ante el desarrollo de sus funciones o actividades; lo anterior es citado a raíz de que hace unos días fui a resolver ciertos pendientes administrativos en un conocido complejo; además me parece absurdo que en un sitio donde se jactan de la eficiencia en sus servicios tengan sillas para que los clientes esperen su turno.

Al llegar, la recepcionista con una amplia sonrisa en sus carminados labios y con voz de telefonista de hotel de cinco estrellas preguntó cuál era la intención de la “visita” a ese concurrido lugar; una vez explicadas las razones de mi estancia ahí, amablemente con su bien cuidada mano derecha señaló el departamento al que debía acudir, así como el nombre del servidor público que atendería el caso.

En esa oficina una secretaria de imagen pulcra antes de asegurarme si el licenciado “perenganito” se encontraba, hizo una serie de preguntas tipo careo judicial; con la información obtenida, se puso de pie y me dijo con voz de recluta desvelado, “por favor, espere un momento, voy a comunicarle al responsable su situación”. Transcurridos cinco minutos se abre la puerta del privado donde el servidor público atiende a las personas, entre sonrisas, guiños y uno que otro chascarrillo sale la secretaria para decirme que en veinte minutos me recibirán.

Mientras las manecillas del reloj de pared indicaban que los veinte minutos habían llegado a su fin, mi ánimo empezaba a inquietarse, por un lado ya me había enfadado el clásico sonidito del Messenger cada nueve segundos que emitía la computadora, al igual que las pinches llamadas telefónicas de la secretaria a sus conocidos para intercambiar mitotes y lo peor es que al parecer entre más jocosos eran me miraba de reojo como si yo fuera participe de ellas y querría dar mi punto de vista en relación a esos temas.

A los cuarenta minutos hace su arribo el personal de intendencia con escoba, trapeador y cubeta en manos dispuesto a realizar sus labores, mientras barre bromea con ella, como si fuera otro objeto más me pide levantar los pies para limpiar el sitio que ocupo, igual lo hace cuando trapea, y casi adivino que me refresca la memoria de mi santa madre cuando los bajo después haber pasado el trapeador, ¿acaso quiere que sea un contorsionista o practique yoga?

Diez minutos más, llega un vendedor ambulante y nos ofrece fruta picada, ella compra una ración que le agrega mucho limón aderezado con chile en polvo, de pronto arriba al lugar un sujeto impecablemente vestido, al parecer es muy importante pues la mecanógrafa hace reverencias casi de hinojos, coge el teléfono para contactarse con su jefe, el sujeto inmediatamente ingresa al privado, mientra sigo aquí como dice la canción, arrepentido de no haber adquirido algo de la fruta, pues el hambre empieza a surtir sus primeros estragos sobre mi estómago.

Quince minutos después el individuo sale del privado con el supuesto servidor público, el cual le tiene puesto su brazo derecho sobre la espalda de éste, por fin lo conozco, ni me voltea a ver haciéndome sentir como Sam Wheat, el personaje de la película “Ghost”; a su regreso se dirige con la oficinista para preguntarle que pendientes tiene, mientras ella me señala le expone mi caso, sin mirarme dice “dile qué espere un momento”, pasa a su privado y cierra la puerta a sus espaldas. A los tres minutos suena el interfono, una vez colgado el auricular la mujer con una sonrisita indica la puerta y me pide que ingrese con su jefe.

En el interior el tipo se encuentra sentado en su cómodo sillón ejecutivo frente a él una enorme pantalla plana de computadora, sin despegar la vista de ésta pregunta, ¿Qué se le ofrece? Aspiro de forma profunda rogando a la paciencia fuerza de resistencia, empiezo con la letanía de mis asuntos, mientras el tipo escribe sobre el teclado, de nueva cuenta escucho el sonidito del Messenger, lo cual me hace dudar entre si se encuentra tomando nota de lo que le voy diciendo o está enfrascado en una charla virtual. De pronto suena su celular, al cerciorarse de quién es la llamada sin pedir disculpas se pone de pie y da la media vuelta para contestarlo, empieza a alzar la voz como especie de reprimenda; después de cinco minutos se sienta y por la frente a pesar de lo frío del clima artificial escurre una ligera gota de sudor, noto entre las mangas de su saco sastre lamparones de humedad producto de su transpiración ocasionada por la elevada presión arterial que se generó.

Exasperado abre un cajón de su escritorio y extrae ciertos papeles, los coloca sobre el cristal que protege el mueble, me dice que para darle solución a lo mío necesito cubrir todos los requisitos que ahí se indican, por lo tanto debo llenarlos y regresar con ellos más tarde. Con franqueza creo que eso fue lo peor, más de cortesía que por ánimo agradezco “sus atenciones” y salgo del asfixiante sitio. Para colmo de males al abandonar el lugar la secretaria exclama, “¡Qué tenga un excelente día!”, haciendo un esfuerzo por aflojar las mandíbulas balbuceo “Igualmente, gracias”.

Me preguntó, ¿qué culpa tiene uno de toparse con burócratas tan ineptos? Sólo porque gracias al azar del destino estos tipos ocupan puestos que les concedió el nepotismo o compadrazgo. Quienes pagamos las consecuencias somos los que menos la debemos, líbranos Dios de personas así. Dicen que una computadora quita del empleo aproximadamente a diez personas, si son sujetos que valen la pena en su trabajo, ¡que pena! Pero si se trata de diez próceres sindicalizados. ¡En hora buena!

miércoles, 8 de julio de 2009

A quien corresponda, sea correspondida

El origen del texto que a continuación les presento fue planeado para rendir homenaje a una profesora que por sus acciones se ganó mi aprecio y simpatía, como ustedes saben cuando uno compra ropa después de probarnos las prendas casi siempre quedan pequeños detalles que hay que corregir como las mangas o el talle, a diferencia de cuando vamos con algún sastre para que nos elabore la ropa, ésta nos queda de forma exacta, a la medida, espero con este escrito convertirme en costurero y hacerle un vestido a la talla de tan ínclita persona.

De forma común en mí, el día de la ceremonia de despedida, preferí ocultarme en el anonimato, apeñusqué el escrito entre las manos y adopté el papel de espectador, pues consideré redundante mi intervención, y peor aún sin ser invitado, más ahora creo que es el momento que vea la luz pública.

Hoy no es un día más, es una fecha sólo para una persona, pero también es un día menos de que no estará aquí en lo que llegó a considerar su segundo hogar, nuestro bachillerato. Maestra sin grado que con agrado ejerció la docencia, partidaria de la memoria y enemiga del olvido, pues tomó como bandera la nostalgia, motivo por el cual no encajaba algunas veces en su gusto las cosas que con prestancia impone la moda; por el correr de los años fue ahorrando su tiempo en el banco del ensayo y el error hasta comprar la savia experiencia que compartió contigo, conmigo y con ustedes.

Amiga de las letras y conjugaciones, en donde daba lo mismo leer verso y prosa al igual que canciones; Juan José Arreola y Carlos Fuentes pronto el polvo los cubrirá en esa añeja y solitaria biblioteca, pues quien daba crédito a su escritura ya no va estar, lo que sin lugar a dudas desperdiciará o posiblemente enlate su lectura, reduciendo así a los nuevos estudiantes a unos cuantos textos lo escaso de su cultura.

Ya no etiqueta a las personas, pues ese es oficio de críticos, simplemente en lo que una vez dijo manifestó su mayor humildad y una cierta verdad sin maquillaje, a pesar de no gustar lo mordaz de sus comentarios a más de alguno hizo reflexionar, prueba de ello es la jocosa sonrisa que me hacía exclamar al escuchar de su aguda voz aquello que del prójimo solía decir.

Los estudiantes no fueron su amor platónico, más bien quiso a quien más le quiso; más si me a trevo asegurar que entre sus amores se encuentra la docencia. Que sin opulencia en su andar cansado recorrió las aulas de este plantel no tan sagrado, compartiendo a complacencia su vasta experiencia.

Generación tras generación puso su granito de arena para evitar que sus pupilos cayeran en alguna degeneración, más ahora que ya no está, la jubilosa moda y la airosa publicidad barata les arrebatan a los putativos hijos que un día fueron prolijos de su orgullo profesional.

Siempre nos ha querido, nos ha respetado, nos ha pagado el doble de lo que le pedíamos, pues como ustedes saben, resulta a veces tan difícil intentar salir ileso de la magia frente a un grupo de estudiantes que nos mantiene preso y que sin caer en el escarnio nos da factura de satisfacción.

No imagino a tan notable dama sentada frente una ventana en su hogar viendo la vida pasar, pues desde su perspectiva una existencia así no es digna de ser vivida; pues entre sus planes no esta el envejecer sin dignidad, la jubilación no le quita agallas a la profesión que fue y es de su talla, por lo tanto así la recordaremos siempre.

Más a pesar de los años le puedo asegurar que con y sin ella frente a las aulas, las discotecas seguirán llenas y las bibliotecas permanecerán vacías. Y es que como una vez lo dijo “la intolerancia nace de la ignorancia, pero se cura con la lectura”, he aquí ese granito de arena que solía sumar a nuestra cultura.

Pero seguro estoy que a pesar de su retiro y eso es lo que en ella admiro seguirá peleando hasta el último día por abatir la ignorancia ya no frente a sus pupilos sino ante sus nietos; pues de su boca un día le oí decir que no existe herramienta más noble ante las adversidades de la vida que la pluma, lo que se escribe jamás se olvida, perpetua es y ante tal confrontación los educadores habremos de ganar.

Por eso hoy, mañana y siempre le deseo que sea muy feliz, si alguna vez caminado por la vereda nos llegamos encontrar, por favor preste atención a José Alfredo, y no se agache ni siga de frente haga un alto para estrechar su mano, pues la amistad nunca se encajona, y aprovecharé el momento para agradecerle profesora Ramona el compartir su vida docente con nosotros sus colegas y amigos.

miércoles, 1 de julio de 2009

Sólo los solos

Si me he quedado solo, es por falta de maldad”. François George
El otro día por la colonia donde tienen su casa hubo un apagón no previsto, duramos como dos horas sin energía eléctrica, en ese lapso de tiempo en que no había televisor, ni estéreo, mucho menos luz que permitiera leer algo, conforme avanzaban los minutos empecé a bostezar y noté que tal gesto no era por hambre mucho menos de sueño, mi sorpresa resultó enorme al percatarme que estaba sintiéndome aburrido, entonces reflexione y al hacer un análisis de cual era la causante de este estado de ánimo la sorpresa incremento, pues me estaba aburriendo de mi propia persona.

Ese momento tan íntimo en donde ningún jodido distractor funcionaba pude constatar que estar conmigo mismo es tedioso y cansado, ahora comprendo a mis abnegados discípulos las horas tan pesadas que han pasado a mi lado, soportando mi agrio humor, las descabelladas improvisaciones y lo que es peor: el pseudo sarcasmo.

A estas alturas es cuando por fin entiendo esas celebres palabras de “necesito cambiar de aire, ya me estoy cansando”, pues si es tal el tedio de vivir a diario con uno mismo que resulta pertinente evadirnos, dejar de hacer las pinches actividades de siempre, aquello que nos identifica como seres únicos e irrepetibles, razón por la cual recurrimos a la invención de otro yo que sea lo bastante agradable, no sólo para estar a gusto consigo, sino que también agrade a los demás y lo mandamos de Tour a algún sitio en donde no sea tan fácilmente identificable.

Una cosa que nunca podremos evadir es la razón de la naturaleza, pues desde que nacemos llegamos solos a este planeta, claro con excepción de los gemelos pero como es sabido con el paso de los años ya no se soportan, la realidad de la vida es que en soledad vinimos a este mundo y en soledad vamos a ser sepultados en cierta fecha desconocida, amenos de que no sea en un sismo y quedemos varios bajo los escombros será a solas nuestra muerte.

Algunos purgamos la ingrata condena de intentar conocernos a nosotros mismos, pero la verdad somos víctimas de nuestro propio engaño, muchas veces de lo bien que vivimos ni siquiera nos damos cuenta lo mal que estamos. Es tan severo el autoengaño que en repetidas ocasiones llegamos pensar que somos un manojo de virtudes positivas, que a todos les agradamos, les puedo asegurar que cinco personas que han convivido conmigo pueden decir de forma atinada como soy en realidad y por obvias razones si les llegara a escuchar opinar eso, reaccionaría molesto e incómodo a la vez por sus comentarios.

El ser humano a lo largo de la vida hace infinidad de intentos por no estar sólo, en su faena por no estar apartado de nadie ha inventado la radio para tener a quien escuchar, el teléfono, televisor, el noviazgo y lo más terrible el matrimonio, basta recordar la tanática frase protocolaria de la ceremonia religiosa católica de “hasta que la muerte los separe”, para erizar los vellos.

El matrimonio es una excusa estúpida que hemos inventado para gozar de la compañía de alguien, para Immanuel Kant casarse es comparable a realizar un arrendamiento de los genitales, donde las parejas reclaman como propiedad el uno del otro por el simple hecho de haber firmado un papel; El Ginebrino Jean-Jacques Rousseau una vez escribió que “la naturaleza ha hecho al hombre feliz y bueno, pero la sociedad lo deprava y lo hace miserable”.

Parejas que se han llenado de tantas cosas, pero siguen teniendo hambres, continuos vacíos existenciales pero hacen la mimesis de ser felices como aprobación de sus semejantes. Han convertido a su cónyuge en un simple “cumple-caprichos”, una extensión de sus propias nostalgias, el eterno suplidor de las deficiencias maternales, y, a veces, en un déspota, que no llena las expectativas que se tenían. La contraparte o media naranja en el transcurso de compartir el mismo espacio y con el descubrimiento del verdadero carácter se empieza a convertir en eternos dolores de cabeza, en los problemas que se suman a los que factura el empleo, en esperanzas frustradas, en llantos contenidos que se derraman al llegar a los límites de su propia necedad.

Es precisamente en este sentir cuando aquella unión que se juró eternidad sentimental, nunca leyó en la letra pequeñita del contrato que existía fecha de caducidad y que no habían puntos suspensivos; entonces llega la anorexia de besos que trae consigo una bulimia pasional por otras personas distintas a la de siempre, se rompe el convenio de permanecer juntos, volviendo a su soledad y al hartazgo de estar con ellos mismos, lo cual les motiva a pesar de los descalabros cuando se sienten sin nadie a encenderle de nueva cuenta una veladora a San Antonio para que les ponga enfrente el anhelado amor de su vida, que con el transcurrir de los años será el mismo cuento repetido.

Otra deplorable excusa por el disfrute de acompañamiento, que desde mi particular opinión resulta peor que la anterior es el engendrar hijos y creer que son propiedad o patrimonio de la perpetuidad de una generación; mi abuelo se atrevió a afirmar que los hijos son prestados, únicamente se nos está permitido darles alimentación, vestirlos y calzarlos hasta cierta edad, y ejemplificaba el hecho de que las aves al percatarse que sus crías pueden volar, las dejan a su propia voluntad, y como una muestra palpable del fracaso cuando se llegan a considerar a los críos como una posesión, narraba los casos de Pinocho el de Carlo Lorenzini y Almendrita o Pulgarcita de Hans Christian Andersen.

Así que la próxima vez que se encuentre más solo que Dios, realice un viaje interno, considerando aquello que una vez expreso Goethe, “no conocemos a los hombres cuando vienen a vernos: tenemos que visitarlos a ellos para averiguar cómo son”, esto significa que mediante esta introspección debemos realizar una disección en busca de nuestra parte maligna e intentar fumar la pipa de la paz con el lado oscuro que nunca percibimos nosotros pero que los demás bien que lo conocen, pues como dice un proverbio Libanés “Si el camello pudiera verse su joroba, se caería al suelo de vergüenza”.