miércoles, 25 de febrero de 2009

Expectativas diacrónicas

Cuando tenía treinta años me sentía un calvo prematuro, diez años más tarde ya no puedo darme el lujo de pensar así, me cercioré de que el cabello se me estaba cayendo cuando de tener dos dedos de frente el número de dígitos se empezó a multiplicar, mis entradas por el frente se fueron haciendo salidas; y como todo hombre vanidoso, porque una cosa si es cierta, los hombres somos más vanidosos que las mujeres, cuando nadie nos ve aprovechamos cualquier cristal para ver nuestro reflejo y reafirmar la autoestima varonil.

Gracias a ese complejo que los calvos con el caer del cabello se nos va formando, hizo depositar todo mi empeño por conservarlo, experimentando con diversos remedios caseros y obvio con shampoo de todas las marcas, en cada frasco de champú que consumo siempre pongo mis expectativas esperando que alguna vez empiece a nacer nuevo folículo piloso en donde está mas liso que una canica, tal como si fuera abono, por supuesto siempre termino defraudado, triste y sin ganas de intentarlo de nuevo, una estilista me dijo que lo único que detenía la caída del pelo era el suelo, ¡Con esos consejos todavía tengo esperanzas!

¿Por qué será que cuando se tienen expectativas sobre algo, casi siempre termina uno frustrado o decepcionado? Lo vivimos y vemos a diario, vas en tu flamante coche del año, sintiéndote el amo de la carretera, de pronto pasa junto al tuyo un carrito todo destartalado y zas, te rebasa, por más que intentas alcanzarlo te resulta imposible, de pronto en un cruce de avenida lo ves zigzaguear entorpeciendo con ello su propia velocidad, dices este es el momento, pisas el acelerador y raudo vas a alcanzarlo, el cochecito antes de que cambie de verde a rojo el semáforo logra pasar, en cambio tu tienes que frenar quemando llanta y quedando como escaparate a la vista de todos; ¿Cómo es posible que un automóvil como el tuyo no haya podido realizar tal hazaña? En ese momento te dan ganas de bajarte de el y darle unas cuantas patadas incluso sientes deseos de demandar a la compañía automotriz donde lo compraste.

Llega el primer día de cursos, el instructor con sus dotes de sabelotodo hace la insulsa pregunta a su auditorio sobre las perspectivas que éstos tienen acerca del curso y por supuesto también de él, algunas personas para quedar bien auguran resultados positivos más no propositivos; pronóstico que con el transcurrir del tiempo puede resultar acertado o todo lo contrario, y a partir de tales consecuencias los estados de ánimo se irán inquietando, y ahora sí habrá que proponer.

Se anuncia un incremento salarial, el obrero empieza a sacar cuentas de lo que podrá adquirir con ese aumento, tal vez inscriba a sus hijos en colegios, compré el televisor de plasma y el Blue-ray para deleite familiar, dar el enganche para la camioneta nueva, etc., lamentablemente la posibilidad razonable de que esto suceda se verá castrada gracias al aumento del impuesto sobre el producto del trabajo que viene aunado a este otro; entonces decepcionado piensa que para lo único que le sobra es para cervezas y no queda otra que rendirle culto al dios Baco.

Por fin conoces a la pareja de tus sueños, intercambian de todo incluso hasta fluidos, piensas que es tu media naranja, decides hacer la relación eterna y después de los votos nupciales ambos se empiezan a quitar el disfraz de cordero, despertando poco a poco al lobo de su interior; la liga del matrimonio tan frágil se estira de un lado luego del otro, poco a poco hasta aflojarse; si una de las partes no cede, ésta terminará por romperse al igual si el lado que afloja siempre es el mismo. La esperanza se vuelve desesperanza y las justificaciones de la fractura se llaman incompatibilidad de caracteres, separación por acuerdo común, etc., lo único positivo es que a pesar del fracaso marital algunos individuos continúan encendiéndole su veladora a San Antonio haber si ahora les cumple su milagrito.

Esperas con ansias las vacaciones de Semana Santa, ya tienes planeado el sitio a donde viajarás para dejar atrás la rutina, el aburrimiento; las escasas maletas comienzan a duplicarse, debido a que conforme se aproxima la fecha recuerdas ese objeto que probablemente te hará falta; por fin llega el esperado día, y que te encuentras una carretera congestionadísima, en donde avanza más de prisa un caracol que tu carro añádele el intenso calor y los fuertes rayos solares, ¡Esto pinta oscuro! Los hoteles llenos de gente extraña y rara, los restaurantes ofertan buffets a precios exorbitantes donde degustaras de los mismos platillos todos los días de tu estancia, los espacios al aire libre se asemejan cuartos de vapor por el calor de la multitud que ahí se aglomera, los souvenirs son inalcanzables por sus altos precios lo que intuyes que parientes y conocidos sólo se deleitaran escuchando las peripecias que tendrás que narrarles a tu regreso, bueno si es que te las creen.

Conforme nos vamos desarrollando la necedad por desear obtener algo o esperar con cierta certeza a que ocurra lo queremos convertir en profecía, y así esperamos que nuestros representantes deportivos obtengan los mejores lugares en las competencias mundiales, que la fiesta de quince años de nuestra hija sea la mejor de todas, sacarnos algún día la lotería para renunciar al esclavizante trabajo, recibir una herencia para por fin tener casa propia o lograr el codiciado ascenso en el empleo.

Lo que se logre conseguir no tiene que ser lo que uno anhela con ahínco, en ese tipo de deseos es donde radica probablemente algunas de las cosas que podrían ser inalcanzables lo que indudablemente puede llenar de frustración y negatividad nuestra personalidad, más bien debe de ser lo que se pueda obtener, sin olvidar agradecer el contar con una vida saludable y un empleo.

miércoles, 18 de febrero de 2009

Hartos de estar hartos

Seguido me hago la interrogante, ¿Por qué no podemos prosperar como seres humanos? Y no me refiero a la prosperidad de, ¡Órale qué bien vive! Hago alusión a la prosperidad de vivir tranquilos como individuos, lo que significa no entorpecer el desarrollo de los demás, no estorbar en el crecimiento o maduración de otros a cuestas de vivir en óptimas condiciones y fingir inconsciencia de algunas malas costumbres o hábitos.

Retomo esta idea gracias a la desagradable experiencia que he tenido con algunos semejantes que no quisiera así catalogarlos por lo pésimo de su comportamiento y en lo más mínimo deseo parecerme a ellos; además hablo con la experiencia que me ha brindado el fracaso en las pulcras relaciones humanas.

Es egoísmo cuando el transporte público va lleno y ningún hombre les cede el asiento a las mujeres, absolutamente todos los del género masculino nos hacemos los occisos con la necia justificación de que si quieren igualdad de derechos pues que se aguanten, chance y a lo mejor se les ponen más macizas las pantorrillas.

Nos quejamos de que Julio Preciado cambio palabras y tono de nuestro himno, ¿Acaso alguno de nosotros lo sabemos a la perfección? ¿Por qué ninguno de los organizadores tuvo el valor suficiente para quitarle el micrófono en ese momento y apoyarle? Igual sucede con la selección de fútbol nacional, cuando pierden los atrofiamos deportivamente, nos apenan, ¿Y cuando ganan? Ahora sí, hasta la boca ensanchamos diciendo, “ganamos”, vamos como energúmenos a ponernos una borrachera de esas que causa afición ante cualquier efigie autóctona, alegando que somos mexicanos.

Nunca falta el empleado que se cree gran conocedor de la operatividad de un centro laboral razones por las cuales en repetidas ocasiones hasta de forma ufana denota actitudes de patrón, es prepotente, gandalla y ruin; llega a sentirse emperador pues piensa que sus compañeros de trabajo son sus lacayos; ¿Acaso uno tiene la culpa de su méndigo complejo de inferioridad? En realidad los demás obreros tienen que pagar esa jodida necesidad que siente de ser reconocido por los altos mandos, lo más triste es que lo dejan ser o no se dan cuenta de su comportamiento, y como ustedes saben la culpa no es del indio; los hay desde una eficiente secretaria que responde los correos electrónicos de su director hasta el incondicional asesor lambiscón del jefe.

En la docencia se manifiestan actitudes tan miserables como el anunciar con bombos y platillos que todos los alumnos ya están reprobados desde la primera sesión; no presentarse a trabajar el primer día de labor escolar justificando que nadie le ha proporcionado el horario; elaborar antologías de estudio en contubernio con chafas casas editoriales y obligar a sus discípulos a comprarlas para generar ingresos propios aludiendo que el misero salario de su profesión no le es suficiente; acaso no son estos los mismos profesores que cursan cada año diplomados becados por la escuela, son asiduos a los cursos de capacitación pero es una pena que en el ejercicio de su práctica dejen mucho que desear.

Consideramos una pendejada que en los centros comerciales existan más estacionamientos para personas con discapacidad que para los que se creen seres ordinarios, pero aún es más pendejo estacionarte en esos lugares valiéndote un cacahuate invadiendo el espacio que para otro podría ser vital.

Qué tal esa persona que opina sobre cualquier tema a expensas de ignorar sobre el mismo, pero éste se empeña en aparentar erudición; se agradece cuando alguien admite no saber sobre algo, eso dice mucho de su sinceridad, la verdad es que si no sabes y eres honesto en reconocerlo no molestas a diferencia del estúpido que opina sin saber, ese si es inaguantable.

El caso de bestia al volante merece mención honorífica, no existe distinción de género, en ambos es común este tipo de embrutecimiento; es fácil distinguirlos van en sus coches sintiéndose los dueños de las calles, poseen vasta experiencia en la conducción, pues sin dificultad contestan llamadas al celular, observan con detenimiento la panorámica urbana y manejan a alta velocidad escuchando música a todo volumen. Al maniobrar toman sus respectivas precauciones de no impactarse con otro vehículo así como ganarle al semáforo cuando la luz sigue en amarillo; para ellos los peatones no existen, qué se van a tomar la molestia en fijarse si un transeúnte va a cambiar de banqueta en una esquina, primero pasan ellos y el pobre infeliz que va caminando que se joda o lo jode embarrándolo en su parachoques.

Después de este recuento uno se pregunta, ¿Quiénes son las madres de estas personas que les inculcaron esas deleznables actitudes? ¿Cuál es la pinche religión que profesan? Es que este tipo de cualidades son una anomalía de la sociedad que se multiplican a diario, y a la larga se vuelve intolerable, como mi padre solía decir “tanto va el cántaro al agua hasta que se rompe”.

Espero no haber pecado de fatalista, pero ya basta de ser condescendiente, amigo lector si piensa que estoy aludiendo a alguien que conoce, rompa esos prejuicios sociales de la tolerancia y exprese su sentir a esa ingrata persona, recuerde que existe gente que de lo bien que vive no se ha dado cuenta lo mal que está; y si no hablamos para señalárselo lo va a seguir haciendo.

miércoles, 11 de febrero de 2009

¡El 14 de febrero no se olvida!

Este fin de semana es catorce de febrero, desde hace un par de semanas los medios masivos de comunicación se han hecho responsables de estar refrescando la memoria de que tenemos a alguien amado por ahí, en lo más recóndito del corazón; el propósito de todo esto es que atiborremos las tiendas y restaurantes que de seguro encontraremos llenos de los cursis adornitos relativos a ese día comercial; entre cupidos, corazoncitos y lo más patético el personaje híper gay abstracto de Disney Winnie Pooh´s en peluche con todo y su jodido letrerito en colores diciendo “Te Amo”.

En esas fechas todos perecen haber consumido toloache, pero industrializado por los comerciantes, a tal grado de que si nos ofrecen excremento envuelto en celofán rojo con su respectivo moño o dentro de una caja en forma de corazón, capaz que más de alguno lo compra. La cursilería resalta como acné en la nariz de adolescente, hacemos poemas, escribimos canciones o en el peor del estreñimiento cerebral hurtamos frases de otros autores para decirlas de forma tan sincera como si fueran propias, ¿Dónde quedó el plagiado?

Las estaciones de radio inundan el ambiente con sus baladitas románticas, de forma ridícula los saludos radiofónico dejan de ser para la abuelita o la madre, ahora son bellos intercambios de amor entre parejas, eso sí, tienen que ser heterosexuales, pues a lo mejor cierran alguna emisora si se atreven pasar al aire una felicitación amorosa entre una pareja de homosexuales, eso es racismo puro, ¿Acaso ellos están exentos de la desgraciada influencia lucrativa de este día?

La televisión ni se diga, toda su programación la dedican a temas relacionados con el amor desde el Canal de las Estrellas hasta el History Channel; te conectas a Internet, revisas tu correo electrónico en la bandeja de entrada lees que tienes nueve mensajes nuevos de los cuales siete son tarjetas de felicitación mientras que los dos restantes son spam; al activar el Messenger tus contactos tienen nicks alusivos al amor y lemas de felicitación a sus respectivas parejas, ¿Cómo es posible si ayer algunos de ellos se encontraban más solos que Dios? En fin, hoy todos quieren demostrar que tienen a alguien en su corazón.

Los vendedores ambulantes no desaprovechan la ocasión y desde hace poco menos de 48 horas circundan las escuelas, jardines y plazas públicas ofreciendo todo tipo de chucherías referidas a San Valentín; los niños que limpian cristales de coche en los semáforos cambian el agua de su cubeta y la esponja por rosas, chocolates y pequeños peluches, los actores circenses urbanos dejan sus intrépidos actos de acrobacias para sumarse a la cruzada de venta y los vemos ofreciendo a los chóferes globos de gas helio, ramos de flores y bisuterías a fabulosos precios.

La persona que más te incomoda al encontrártela el día de San Valentín, de seguro te fastidiará con su pinché frase “Feliz día cabrón”, ¡No, pues que bonita felicitación! Chance y te quiera dar el abrazo, ¡Que asco!

Sin duda alguna los hoteles de paso estarán todo ese día a tope gracias a la consumación o reafirmación de los votos románticos. Aprovechando las bondades de este acto las tiendas de ropa intima femenina sacaran a la venta su más atrevida lencería de nylon ampliando el repertorio que las agasajadoras damas lucirán de forma coqueta en la intimidad de un cuarto de hotel, dulce hotel.

Este año no va ser posible contemplar a las jovencitas de secundaria y bachillerato competir por su ratings al tratar de cosechar el mayor número de presentes, igual me perderé el tosco espectáculo de botargas que invaden las escuelas gracias a los bolsillos de los fervientes admiradores de las precoces chamaquitas.

La verdad no es que sea egoísta simplemente prefiero amar a mi pareja todo el tiempo y no nada más un día al año y que todo mundo me vea cargando por las calles el regalo, eso es exhibicionismo, además toda la parafernalia producto de este tipo de manifestaciones publicitarias las catalogo como clasistas, segregarías y sobre todo oportunistas.

Mientras tengamos la estúpida idea de que a quien quieres alguna vez te hará llorar y para evitar eso mejor demostramos el afecto el día indicado por el calendario de la comercialización, creo que no habremos superado nuestros prejuicios. Acaso será entonces que en este día es el único en que podemos deshacernos de nuestros complejos y desinhibirnos para demostrar el cariño o amor que les profesamos a los demás sin el miedo de parecer débil o lunático.

miércoles, 4 de febrero de 2009

El largo y sinuoso fin de semana

Acaba de pasar el primer fin de semana extenso, que para algunos aprendices y tal vez para expertos en la bohemia bien podría catalogarse como el primero de los fines de semana etílicos que amablemente nuestro calendario programó para este año; mientras ustedes gozaban de sus muy merecidas vacaciones yo me la pasé en cama gracias a los extenuantes síntomas del resfriado.

Siempre he comparado los efectos del resfrío con el enamoramiento, pues en ambas situaciones te sientes hecho un idiota, eres un perfecto torpe y lo que es peor a pesar de no sentirte tú, intentas dar la apariencia de lucidez que te hace ver más pendejo de lo normal.

Entre el amargo sabor del té que supuestamente diminuye los efectos, el embalsamamiento al más puro estilo egipcio con ungüentos que descongestionan las vías respiratorias, pero que todo mundo identifica la marca del producto a kilómetros gracias al aromático mentol; así como una buena dotación de pastillas analgésicas que sumadas a las doce que a diario consumo me hacían sentir como un toxicómano.

Por única vez fue necesario suspender las relajantes sesiones de caminata debido a la terrible molestia del cuerpo cortado; además de sentir al agacharme como si el cerebro se me estuviera derritiendo y se viniera todo hacia la frente escurriéndose por la nariz, haciéndome un consumidor en potencia de pañuelos desechables asemejándome después de tanto estornudar a Rodolfo el reno .

Las noches eran un verdadero suplicio al no poder respirar de forma correcta, lo que facturaba un obligado insomnio y la cándida idea de pensar mientras transcurrían las horas que en algún momento iba a conciliar el sueño y dormir plácidamente, cuando por fin lograba respirar injustamente el vendedor de tamales con sus bocinas a tope al promocionar sus productos lo impedía, razones por las cuales abandonaba el cómodo colchón, obteniendo como precio a mi desvelo una muy merecida jaqueca de cansancio.

Cuando tienes catarro resulta imposible el disfrute de los aparatos electrónicos de entretenimiento, para qué escuchar música si no te deleitas al cien porciento por lo tapado que están los tímpanos, como ver una película si los ojos te arden y si te empeñas en hacerlo cada medio minuto lagrimeas y terminas con los glóbulos oculares tan rojos como si fueras un consumidor de marihuana nato, y a ello le sumas que también tienes la boca reseca y los labios te lucen tan desquebrajados como la arena del desierto.

De una cosa sí estoy satisfecho es que cuando uno se encuentra enfermo se acuerda que sigue vivo y por ende valora todos los saludables días que olvido por el simple hecho de no presentar una molestia orgánica, y es que estamos tan domesticados a nuestras costumbres que parecemos autómatas, es decir, robots que trabajan y consumen, pero que se olvidan de vivir.

miércoles, 28 de enero de 2009

La experiencia del cine

Desde que era un infante el séptimo arte llamó mi atención, mi hermano en repetidas ocasiones me llevaba a ver películas de corta duración que en las paredes de la cancha de básquetbol de su escuela primaria proyectaban, la entrada tenía el costo de un tostón y por ese precio podías disfrutar de las divertidas travesuras del Pájaro Loco, Bugs Bunny o de ver volar a Superman sobre Metrópolis para rescatar al mundo de siniestros invasores.

Otro sitio digno de mencionarse eran los predios o lotes baldíos donde se asentaban grupos de gitanos y al anochecer sobre la superficie plana lateral de su transporte exhibían diversos largometrajes, además de deleitarnos el paladar con los exquisitos sándwich vegetarianos, pues casi no tenían carne, que nos vendían acompañados de una refrescante soda; sobre las extensas bancas de madera que nos dejaban el doloroso recuerdo de haber estado sobre ellas en nuestro coxis, fue donde descubrí al más espeluznante Hombre Lobo convertirse bajo la luz de la luna llena, ver emerger de las turbias aguas al monstruo de la Laguna Negra y como defendía a la débil damisela de los peligros del viejo oeste mexicano el intrépido y valiente Gastón Santos.

Cuando ingresé por vez primera a una sala de cine, fue algo pasmoso, primero al observar las prolongadas filas en los días de estreno, que casi siempre nos llegaban a un mes y medio de haberlo hecho a nivel nacional, embelesar el gusto con las aromáticas palomitas de maíz que se vendían en las antojadizas dulcerías; y cuando el proyector fallaba o se presentaba una sobrecarga de energía que suspendía la exhibición observar la interacción del público con un personaje que en todas las salas le llamaban “Cácaro”, mediante rechiflas e improperios que nos divertían a todos los asistentes.

A veces se multiplicaban más los insultos a la memoria de la santa madre de este personaje cuando curiosamente la cinta se cortaba en el preciso momento en que la actriz comenzaba a despojarse de sus ropas para lucir el escultural cuerpo; otro detalle era el prestar atención a algunos disgustados espectadores que solían reclamarle al termino de la función a la taquillera como si esta fuera la culpable de que la temática abordada en el film resultara un fecalismo cinematográfico.

Así mismo pude constatar como cuarenta años de campañas ecológicas se fueron al resumidero de nuestra inconsciencia, pues al final de cada función el lugar quedaba peor que un basurero municipal, con la idiota justificación de que al fin de cuentas para eso hay personal que recibe un salario por mantenerlo limpio.

En la edad de piedra que fue mi adolescencia las salas cinematográficas se convirtieron en espacios dignos para dar rienda suelta al libertinaje sexual en compañía de la novia de aquel entonces, pasando a un segundo plano el contenido fílmico, prestando más atención al evitar que algún hábil inspector nos descubriera y remitiera a las autoridades por faltas a la moral; el cine también fue una digna justificación para que el clan de amigos de aula abandonáramos la escuela con tal de ir a ver el grandioso estreno de esa semana.

Años más adelante lo utilice en repetidas ocasiones como terapia que remendaba el corazón cuando mujeres perversas me lo destrozaban, gracias al bálsamo curativo de los guiones cinematográficos que apartaban por más de dos horas mi pensamiento masoquista del amor profesado hacia esas hembras fatales.

Con el transcurrir del tiempo algunas salas sufrieron una metamorfosis, unas se transformaron en tiendas de muebles y oficinas corporativas, otras en iglesias que fomentan el amor al prójimo, las que conservan su estructura original son autenticas reservas ecológicas de fauna nociva que revisten de un pésimo aspecto a la ciudad, pero ahí siguen como inertes colosos mudos de toda aquella efervescencia que en su esplendorosa época albergaron.

Actualmente continúo acudiendo a los cines, igual que antaño no me convencen al cien por ciento los títulos que en castellano les otorgan a las películas extranjeras, gracias al avance tecnológico el Cácaro ya no existe y sólo vemos una película por el precio de un boleto, la exhibición inicia quince minutos después de la hora programada, es una rareza encontrarte una sala a tope de espectadores, y lo más decepcionante es que las actuales generaciones asisten no como auditorio sino al contrario lo transforman en sitios de esparcimiento social donde convergen sus mejores charlas en plena función, reciben un sin fin de llamadas a su teléfono móvil, las dulcerías son el restaurante ideal, motivo por el cual entran y salen a cada cinco o diez minutos obviamente entorpeciendo el regocijo a los que si vamos como espectador.

A pesar de todo cuando las luces se apagan y empiezan a escucharse los acordes de fanfarria que identifica a la compañía productora, apuro un bocado de palomitas para después engullirlas con la ayuda de un sorbo enorme de la refrescante gaseosa, como preámbulo al disfrute de una cinta, y es cuando suspiro convencido de que no hay mejor lugar para disfrutar de un filme que el cine.

miércoles, 21 de enero de 2009

Objetos olvidados

En cierta ocasión en el departamento de paquetería de una conocida tienda departamental por descuido olvidé un libro que para variar lo había adquirido en otro comercio ese mismo día, al día siguiente cuando fui a reclamarlo el responsable para hacer entrega del texto me hizo entrar en la bodega donde resguardan y clasifican los objetos que los distraídos clientes olvidamos, la sorpresa fue enorme y a la vez reconfortante pues resulta que no soy el único torpe descuidado que existe en esa tienda, al percatarme de la gran cantidad de cosas que según el empleado seguido dejan los consumidores.

Entre las cosas ahí resguardadas pude ver diez paraguas de una variedad de colores, un altero de revistas, diversos medicamentos, una cámara fotográfica, un par de guantes industriales, una docena de útiles escolares – que de seguro los dejaron a propósito, ya me figuro al estudiante justificándose: fíjese profesora que perdí mi tarea por eso no la traje-, dos calculadoras, prendas de vestir, tres cascos de motociclista, cuatro peluches, playeras de soccer que imagino fueron perdidas adrede, alguien dijo si perdió mi equipo favorito la copa, pues que también se pierda la camiseta.

Algunos de esos objetos llevan meses y nadie los reclama, a lo mejor la vergüenza impone cierto orgullo que no permite hacerlo al no aceptar la torpeza, otro motivo puede ser el poco valor que el objeto tiene sobre la persona o tal vez la amnesia del estrés cotidiano evita comparecer por él.

Lo anterior trae a mi recuerdo a aquella mujer que una vez conocí, estaba hospitalizada más de seis meses, para ella ese lapso de tiempo equivalían a largos años, en todo lo que llevaba enclaustrada en esa fría cama se había aprendido de memoria las cuatro paredes y el techo de su habitación, pues debido a lo grave de su enfermedad no podía moverse mucho, es más requería de ayuda para hacerlo, por lo tanto sus ojos eran los pies y brazos, los cuales llegaban hasta donde su visión se lo permitía; sin embargo su mente gracias a la imaginación traspasaban los gruesos muros de concreto llegando muy lejos.

Debido al cúmulo de recuerdos viaja hasta su cálido hogar, observa a su mascota que moviendo el rabo la recibe y ensaliva sus manos, el gato le ronronea y pasa suavemente su pelambre sobre sus cansadas pantorrillas; después se traslada a casa de su hijo, está vacía, pero ahí ve los objetos que seguido sacudía como una forma de agradecimiento y apoyo en las labores domésticas de la ingrata nuera, pues para ella esta anciana era un lastre que cargaba su marido gracias al estúpido complejo de Edipo, casi los toca y de pronto su cansado corazón se agita de contento abrigando la esperanza de algún día regresar y contemplar extasiada a sus nietos o que ya de perdida se acuerden que ella todo este tiempo yace en el hospital.

Sus demás hijos tan sólo la han visitado cinco horas contadas en todo el periodo que lleva ahí, no tienen tiempo pues siempre se encuentran ocupados con la vorágine de actividades que les factura el servicio laboral, acaso han olvidado que esta anciana invirtió mucho de su tiempo cuidándolos cuando eran niños, desgastó su cuerpo lavando y planchando ajeno para brindarles una vida diferente a la que ella tuvo. La nieta adolescente ha llamado tan sólo dos veces para preguntar por su estado de salud, bueno eso comenta la enfermera, y existe la posibilidad de que mienta para hacerla sentir bien.

¿Qué le resta, esperar y extrañar? Qué sucedería si la muerte le llega de pronto, todo lo que tenía por charlar con ellos no va a ser posible y tal vez entonces sí, sus familiares la recordaran y extrañaran; algunos supersticiosos neciamente recurrirán al auxilio de un médium espiritista para intentar de vana forma hablar con ella, hinchando así la cartera del impostor y quedándose vacíos como siempre lo han estado.

¿Por qué tenemos que materializar nuestro afecto cuando un calendario comercial nos lo indica? ¿Por qué siempre damos el afecto que nos sobra en lugar de dar afecto de sobra? A tales interrogantes sólo cada uno de nosotros puede dar respuesta de acuerdo a nuestra idiosincrasia, además quién esté libre de culpas que dispare el primer Gansito Marinela.

miércoles, 14 de enero de 2009

¡Alto! Dispárale, es dentista

Inicia un año más en el fiestero calendario de la beatitud, entre onomásticos y puentes vacacionales transcurrirán los días hasta completar 365, por lo que respecta a mi persona, nunca me gusta hacer propósitos, pues al final de cuentas ni me acuerdo de ellos; lo que no olvido es que en estas fechas son vísperas de mi primera visita al dentista, y ante tal suceso siempre me ocurren cosas desagradables, es como si existiera un mal karma entre este experto y yo.

Una vez después de denotar ápices de esperanza en la atiborrada sala de espera de un consultorio dental, además de enterarme del jet set nacional e internacional, gracias a la lectura obligada del “¡Hola!” y el “Tvnotas”, gozar del disfrute visual al apreciar las torneadas piernas de algunas damiselas que debido a la gentileza de lo corto de su falda motivaban más mi estancia en ese lugar en donde impera el aromático olor a eugenol que muchos profesionales de este ramo utilizan como anestésico local y cemento dental para restauraciones; llegado mi turno y al recostarme sobre el incomodo diván, cuando el odontólogo aproxima su lámpara tipo interrogatorio judicial y al colocarla frente a mi cara de pronto se apaga, con una sonrisa de disculpa me dice “señor lo siento pero creo que se fue la energía eléctrica”. Así esperamos por espacio de casi dos horas y nada, ese día no hubo electricidad, y si una gran perdida de tiempo, desahuciado dirigí mis pasos humildemente a una repostería para curar los traumas generados por tal situación.

En otra ocasión una vez colocado en el interior de mi boca el spray de xilocaina, esa sustancia amarga y desagradable que te hace sentir la boca como si fuera la de un paquidermo, repentinamente el instrumental eléctrico con el que iba a operar el médico se quemó; y ahí voy de nuevo a la calle esta vez, sin poder pronunciar palabra alguna pues al hacerlo escapaba de mis labios sin que pudiera evitarlo hilillos de saliva luciendo como un perro mastín napolitano; la última visita que hice fue un gesto heroico, resulta que la dentista angustiada me dijo que no tenía anestesia de ningún tipo, fingiendo ser muy valiente y fuerte a la vez, le dije que no había problema, que así hiciera la limpieza dental; ya supondrán el horrible dolor que soporté, pero eso sí, ninguna mueca expresé de disgusto con tal de aparentar hombría, maldito complejo de macho, esa vez por fin comprendí las frases de mi mujer en contra de esa actitud que los mexicano en repetidas ocasiones adoptamos.

Siempre me he preguntado si la fresa o turbina que utilizan para realizar su labor sopla, succiona o irriga, es más con tan sólo escuchar el espeluznante sonido que emite mis dientes se crispan, se me pone la piel de gallina y comienzo a sudar frío; además ellos quisieran que tuviéramos la boca tipo muppets, o sea, la rana René sería un excelente paciente. Al finalizar la consulta uno termina con tremendo dolor mandibular que no permite a veces ni hablar y mucho menos masticar, para colmo siempre nos piden apretar el algodón, igual de incómodo resulta el clásico lavado bucal después de la intervención ya que con eso de la escupida uno llega asemejarse a Alien, sin ser el octavo pasajero de ninguna nave espacial.

Otro dato que me inhibe con el especialista dental, es que a veces me topo con diestros en este ramo que padecen halitosis, óigame amigo hábleme de perfil o ya de perdida mastícate una menta, tienen sarro o caries –en pocas palabras no tienen la sonrisa de un campeón-, y eso honestamente dice mucho de su práctica, pues no predican con el buen ejemplo; su asistente que rara vez suele ser una atractiva mujer –bueno si uno corre con suerte-, a veces demuestra tener más experiencia en el ejercicio de esa labor que el titular al proporcionarle las herramientas propias para realizar la operación exacta sobre el paciente, y otras veces peca de inexperta al equivocarse en repetidas ocasiones llegando a ser clasificada por el propio médico como una asis-tonta.

Como resultado de mis visitas al dentista he perdido cuatro molares, tengo siete piezas con amalgama e incluso un canino está tres cuartas partes recubierto de resina, que según mi auto engañado ego me hace lucir como Pedro Navajas, y por supuesto mi cartera cada vez sin menos presupuesto, pues como se encuentra nuestra economía conforme pasa el tiempo se vuelven inalcanzables sus tarifas; mientras los muebles, remodelaciones de casa y viajes al extranjero de tales especialistas son financiados por el conglomerado de clientes que recurrimos a sus servicios.