¿Se han dado cuenta una cosa? Que casi todos tenemos ese complejo de inseguridad que nos convierte en unos narradores de las “historias más tristes del Mundo” cuando alguien nos pide un favor… y no podemos o no queremos ayudarlos, pues ya hemos tenido una amarga experiencia por hacerlo.
Por ejemplo, llega alguien y te pide prestado dinero. Y tú, en vez de decir “No, no tengo o ahora no te puedo prestar” con tranquilidad, ¡pum!, sueltas una tragedia al estilo La Rosa de Guadalupe: “Es que no tengo dinero, resulta que la abuela está enferma, que si se me desconchinfló la lavadora…” Pero, dama o caballero, ¿y por qué no dices simplemente “No puedo prestarte”? Pues no, ahí te pones a contar una telenovela, para justificarte.
Luego pasa con el celular. Te lo piden para mandar un mensaje y tú piensas, “Uy, es que me quedan pocos datos.” Y ahí empieza el discurso dramático: “Fíjate, que se me acabó el plan tarifario”. “Estoy esperando una llamada importantísima”. Buscando como siempre, disimular que no se lo vas a prestar, aunque en realidad es porque no quieres prestarlo, porque sabes que esa persona se cuelga en el WhatsApp.
Y lo mejor es lo del vecino, que viene con la solicitud de una herramienta. Tú temes que se la quede para siempre, como lo hizo con las tijeras para podar, entonces el ingenio histriónico vuelve a salir del pecho más lacrimógeno que una película de esas que te hacen llorar a moco tendido.
Por favor, señoras y señores, ¡es hora de aprender a decir “NO”! Claro que te pueden llamar pérfido, vil, canalla, mala persona, pero a veces el que pide llega abusar de la confianza, no tú, digo, cuando algunos se han quedado con lo prestado o no te pagan el dinero, y lo más lamentable se enojan cuando les cobras o pides esos objetos que eran tuyos, ahí, ¿cómo o qué? Y no pasa nada por negarte sin ponerte a inventar historias tristes. Que el “NO” también es bonito y necesario.