¡Ay, el final del curso! Ese momento en el que las y los profesores sacan la lista de asistencia como quien saca la carta de la baraja que te va a arruinar el juego. Porque algunos profes, en junio, se transforman. El resto del año parecen buena gente, pero en la evaluación final… ¡Ojo! Se convierten en una mezcla entre juez de MasterChef y notario público.
Tú entras a la última clase y el profe te mira con esa cara de: A ver, Pepito, ¿tú qué has hecho este semestre? Y tú piensas: Profe, pues, respirar, venir a clase y no causar mucho desmadre. Pero no, el profe quiere más. Quiere trabajos, exámenes, participación… ¡Y hasta que no le das la respuesta correcta, no te deja en paz!
Y luego está su método de calificación. Que eso es como la ruleta rusa:
Si has cumplido con las tareas, hay puntos.
Si has levantado la mano, medio punto.
Si no has molestado, otro medio.
Si has traído la bata de laboratorio el día de prácticas de biología… ¡Un aplauso, pero calificación, poca!
Y llega el momento de capturar las calificaciones en la aplicación esa donde ellos las suben, que parece que están hackeando la NASA. El profe, sudando, porque sabe que de su click depende tu recibimiento familiar en casa los próximos meses.
Y tú en casa, esperando la calificación como si fuera el Gran Sorteo Especial de la lotería. Que tu madre, en lugar de saludarte y abrazarte, sale con: ¿Qué tal, hijo? ¿Cómo te fue este semestre? Y tú: Pues depende de cómo se levante el profe mañana…
Porque hay profes que son de los de “es el fin de cursos y se viene el verano, playa, arena, jaiboles, todos aprobados, ¡alegría!”. Y otros que son de los de “aquí no aprueba nadie, para que luego anden con sus guasas entre los pasillos de que soy un Titanic”.
Y al final, tú ves la calificación y piensas: Pues ni tan mal, para lo que he hecho… Y tu madre: ¿Y esto? Y tú: Mamá, es que el profe califica por emociones, como los árbitros con el VAR, según el día que tenga… Después de redactar estos tres puntos, recuerdo que mis estudiantes comentan por ahí que soy un tipo ordinario, pero cómo explicarles que me vuelvo vulgar al concluir cada clase, esto último es un parafraseo de un fragmento de la canción “Ojos de gata” de Los Secretos, que a su vez parafrasearon el fragmento de “Y nos dieron las diez” de Joaquín Sabina.
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