Pero lo de las expectativas no acaba ahí, no, no… ¡Que levante la mano quien no haya esperado haciendo changuitos con los dedos para que la Selección de México no falle en los penales! ¡Vamos, muchachos! Todos ahí, con la camiseta, la bandera, la botana, rezando a todos los santos, y cuando llega el momento… ¡zas! El balón sale más desviado que mis propósitos de año nuevo. ¡Si yo tuviera un peso por cada penal fallado, ya me habría comprado la bici del vecino!
Y luego están las expectativas con las personas. A ustedes les ha pasado que conocen a alguien por internet o por redes, y piensas: Este “amigo” en Facebook es la neta del planeta, seguro que en persona es igual. Y luego, cuando lo ves, resulta que habla menos que una estatua y te mira como si fueras el inspector de Hacienda. ¡Expectativas y realidad, amigos!
Pero lo mejor de todo son las expectativas en clase. El primer día de curso, el profesor entra pensando: “Este año sí, estos alumnos van a ser aplicados, estudiosos, ¡van a cambiar el Mundo!” Y los alumnos, mientras tanto, miran al profe y piensan: “Este mai parece buena onda, seguro que no deja mucha tarea y sube a 6 la calificación de 5.7”. ¡A los 5 minutos, el profe ya está más harto de lo mismo, los alumnos mirando el reloj y todos deseando que llegue el receso!
En fin, que las expectativas son como los espejos de los probadores: te ves de una manera y cuando sales a la calle, te das cuenta de que no era para tanto. Pero oye, ¡que no nos quiten la ilusión! Porque, al final, esperar siempre algo mejor es lo que nos mantiene vivos… ¡y con la esperanza de que algún día, la selección mexicana meta todos los penales y yo reciba, por fin, la bici del vecino!
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